¿Te has puesto a pensar que somos como piezas de un puzzle y que La Vida es esa niña caprichosa que las va encajando con su particular criterio?
Conmigo, se ha empeñado a ensamblarme bien cerquita de las sensaciones y emociones, pero jamás de momentos e instantes.
Tal vez esa sea la razón por la que me cuesta recordar nombres, números o localidades, y sin embargo, jamás olvido un sabor, un rostro, un olor, unas manos o un paisaje.
La vida, como buena niña mimada, lleva meses sin jugar conmigo. Me ha dejado entre otros puzzles viejos, sobre el estante del medio, en aquella estantería azul de la derecha, dentro de una caja bonita, pero oscura. Así que aburrida de esperar, decidí que era hora de volver a hablar conmigo misma.
Lo cierto es que hacía meses que no me tomaba un té conmigo, de esos bien ricos con un poco de leche y unas gotitas de limón. Y sin pensarlo más, calenté agua y preparé dos.
– Bienvenida.
– Hola, ¿qué te cuentas? Hace tiempo que no nos veíamos.
– Sí, es verdad, ya son meses sin coincidir. ¡Necesitaba verte!
– Y yo a ti. Oye, se te ve bien. Sin embargo, así desnuda y sin la máscara puesta, tu mirada parece gritar socorro.
– Mis ojos nunca te han podido engañar, eh? Mis pupilas se contraen y dilatan pidiendo ayuda en código Morse, aunque sólo tú eres capaz de verlo.
– Bien sabes que difícilmente me engañas. ¿Es por esto que has tardado tanto en quedar conmigo?
– Puede… puede que sea eso y también puede ser que llevo meses bailando al borde del abismo, acariciando el aire con la punta de la lengua y moviendo las nubes con las yemas de los dedos de las manos, incluso a veces también con la de los pies. Llevo una temporada haciendo equilibrio y un largo rato sintiendo agotamiento. Tengo tanta información encima y una acumulación indebida de recursos, que se me está haciendo cuesta arriba ponerle orden a todo para volver a lo sencillo. Pero, a quién quiero engañar… jamás me gustó lo sencillo!!! Lo cierto es que lamento mucho haberte dejado al margen de todo esto, pero no me siento cómoda que me veas disfrutando así de bien, para luego caer tan bajo.
– Lo comprendo. De verdad que te entiendo. Puedes estar tranquila, pero deja de enredarte ya… ¿cuándo me vas a presentar al que ha venido contigo?
– Ah, sí, perdona, no me daba cuenta. Lleva junto a mi tanto tiempo que ya forma parte de todo mi ser.
– Entonces… me lo vas a presentar o tendré que rogarte?
– Prefiero esperar si no te importa, no estoy preparada aún para ello.
Se miraron fijamente, reconociéndose en cada suspiro y en cada mínimo gesto. Luego de un rato, se abrazaron tan fuerte como pudieron, hasta que esa firmeza se convirtió en amor incondicional, para fundirse poco a poco por completo.
En ese momento, el suelo comenzó a sacudirse, la tapa de la caja se abrió y las manos de La Vida volvieron a recoger esa pequeña pieza de puzzle que ahora brillaba más que la otras. Y yo simplemente me dejé agarrar, para doblegarme otra vez a su entera y total merced.
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