El conductismo experimental de la psicopolitica globalista en chile, en búsqueda del cosmopolitismo

El conductismo experimental de la psicopolitica globalista en chile, en búsqueda del cosmopolitismo

Alejandro Ortubia

07/10/2021

Contexto

Fue todo un escándalo lo ocurrido en Iquique en relación a la quema de las posesiones dejadas atrás por los inmigrantes venezolanos tras ser desalojados del lugar, en medio de enfrentamientos con las fuerzas de orden, y protestantes iquiqueños. Todo empezó con una marcha llamada “No + migrantes” donde asistieron más de 5.000 personas —donde además asistió el alcalde de dicho municipio—, para exigir el desalojo de 3.000 inmigrantes que entraron ilegalmente al país —según informa BBC— , y que se habían tomado la plaza de Brasil, como lugar para colocar sus viviendas transitorias. Los ciudadanos iquiqueños denunciaban que el sector se había viciado, convirtiéndose en un basural, en un área donde se producían escándalos, y delincuencia. Además, acusaban la completa indiferencia del gobierno en relación a la problemática, dejando que esta situación se prolongara por más de 1 año en la ciudad. Pero la gota que rebalso el vaso en los ánimos, y elevo las emociones por las nubes, fue cuando, en medio del desalojo los inmigrantes venezolanos cantaron su himno nacional, acto que posibilito la existencia de una interpretación por parte de los iquiqueños protestantes, de estar frente a una “invasión” a territorio nacional, situación que produjo enfrentamientos físicos, y culmino con las imágenes que giraron por todo el mundo: chilenos quemaron las posesiones que dejaron atrás los inmigrantes. Un lamentable hecho por donde se le mire, ya que se podría haber evitado si el gobierno hubiera escuchado lo que su pueblo tenía que decir al respecto ante las nuevas políticas inmigrantes que el país había adquirido de la ONU e instituciones afines, donde se anunciaba un colapso en el organismo social. Todo esto sucediendo en medio de una crisis social, la COVID-19, y el estrés climático producido por el calentamiento global.

Reacciones internacionales.

Varios organismos internacionales, entre ellos la Organización de Naciones Unidas (ONU), manifestaron su repudio. El relator especial sobre los derechos humanos de los migrantes de la ONU, Felipe González, calificó de «inadmisible humillación» el ataque incendiario contra las pertenencias de las personas inmigrantes.

«El discurso xenófobo, asimilando migración a delincuencia, que por desgracia se ha vuelto cada vez más frecuente en Chile, alimenta esta clase de barbarismo», señaló González para la BBC.

Por otra parte, el representante especial conjunto de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) para los refugiados y migrantes venezolanos, Eduardo Stein, expresó en una carta publicada en las redes sociales su “tristeza y consternación” por los hechos “de odio, intolerancia y xenofobia” en Iquique, que “son sumamente preocupantes”.

Y por último, Adela Cortina, una filosofa española apunto que el repudio a los extranjeros existente en muchas partes del mundo es “aporofobia”, es decir «odio al pobre» y no xenofobia.

Objeciones a las reacciones internacionales

Primero voy a partir por el significado de xenofobia. Xenofobia significa “Odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros”. Pero aquí no ocurrió eso, porque no es que el pueblo iquiqueño fuese un cuerpo maligno de 5.000 chilenos y chilenas en movimiento, animados sencillamente por una idea xenófoba colectiva que reacciono al momento de estar en presencia de la pobreza inmigrante en la ciudad, por el contrario, lo que los impulsaba a marchar era más complejo, y procuraron comunicarlo por medio del lenguaje; y su mensaje era bastante claro, ya que no fue transmitido en una lengua alienígena — como para que de esa manera fuese imposible de comprender lo que se intentaba denunciar, y así hacer caso omiso a lo que ellos transmitían, como han actuado las organizaciones internacionales, y los medios de comunicación últimamente —, ellos ocuparon el lenguaje nativo común del pueblo chileno que es el castellano, para exponer lo que tuvieron que aguantar por más de 1 año, siendo sus denuncias alcanzadas a ser documentadas por TVN y T13, antes de que el centro de interés del conflicto cambiara y quedara invisibilizado por completo, y esto es lo que expusieron:

Un vecino dice: “La misma gente, el mismo pueblo iquiqueño es la que esta aburrido, y no hacen nada. Pero nosotros les damos las gracias por estar aquí (refiriéndose al periodista de tvn). Porque es lo que nosotros necesitamos que se escuche a nivel nacional”

“Publiquen lo que realmente está pasando acá, porque ustedes mienten”, sentencia una vecina

Otro vecino: “La gente de acá está afectada porque aquí se le ha dado la posibilidad de que lleguen muchas personas migrantes aquí”

Una vecina grita a lo lejos: “Cierren la frontera”

Otro vecino denuncia “Esto no es por discriminación hacia el migrante, se trata de un migrante que llega a hacer maldad, a hacer destrozos”

“Aquí han sido muchos los lugares que han sido tomados por los inmigrantes, nos destruyeron plazas, nos destruyeron jardines, nos destruyeron inmobiliario”, denuncia un vecino

Por otra parte, un Periodista de CNN Chile informo lo siguiente:

“Los iquiqueños acusan “niveles altos de insalubridad, pocas medidas sanitarias en la zona en plena pandemia, y también varios focos de delincuencia desde que los migrantes están en esa zona”. En este momento, ahora, están llegando, desde Colchane, cientos de venezolanos más acá a Iquique, y otros cientos de venezolanos más, están cruzando las fronteras, en estos momentos. Entonces esto está haciendo colapsar la ciudad de Iquique que es la entrada, para todos estos inmigrantes venezolanos, que después sueñan con llegar a Santiago, a Viña del Mar algunos, y otros a Concepción también”, culmina el periodista.

Entonces, si tomamos todas estas quejas, estas voluntades de más de 5.000 chilenos y chilenas que marcharon en la “No + migrantes”, y que viven en la ciudad donde se desarrolla el conflicto, podemos inclinarnos a una premisa de que la llegada desproporcional y descontrolada del inmigrante desemboco en el estrés social que colapso el organismo social de Iquique; es decir, el atractor principal que animo a la comunidad iquiqueña a organizarse y a marchar, fue el de ejercer control para restablecer la armonía en la ciudad, ante el abandono de la autoridad pública e institucional, y así lograr resolver la problemática inmigrante que los iquiqueños habían significado por medio de su experiencia con la realidad fáctica, como el “ grupo de personas que se convirtió en el conjunto de vicios que produjo la desestabilización en la cadena de procesos del sistema, y en efecto, en el organismo social de Iquique”; interpretación colectiva que emergió en la comunidad por medio de su experiencia fáctica en común, es decir, por medio de la interacción directa con el fenómeno en cuestión. Sin embargo, nada de lo que esas personas declararon, nada de la verdad fáctica experiencial que poseen los más de 5.000 iquiqueños que marcharon aquel día, pareciera poseer valor alguno para la institucionalidad internacional, y los medios, post la lamentable quema de las posesiones de los inmigrantes.

Esto me lleva a la idea de que el globalismo en su intento de instaurar un cosmopolitismo experimental y de transición, padece de una desconexión con la realidad, debido a que existe un vacío enorme en el sistema actual que no le permite aun estar en todos lados, para así poder aplicar virtud, razón, equilibrio y control al “ciudadano del mundo”. Y en vista de que el sistema contemporáneo de globalización en búsqueda de la cosmopolita, aun no provee las herramientas necesarias para ejercer un sentido de orden en el mundo desde lo particular a lo macro y viceversa, es que intenta comprender la particularidad de la verdad fáctica de los fenómenos que ocurren en el planeta, solo, desde una interpretación apofántica, es decir, desde la teoría que desmundaniza la dinámica concreta de la situación; tomándose de la información estadística, y los macro datos, que generalizan y construyen el conocimiento para una virtualidad de la realidad desprovista de organicidad y movimiento consciente en el tiempo; terminando por arribar en la voluntad por acelerar las etapas que articulan el conocimiento; sin embargo, son indiferentes al lento proceso del saber, rehuyendo el encuentro con la verdad; síntoma característico del postindustrialismo, y que hoy ha desembocado en el Dataismo, es decir, en la idolatría por los datos. Y en efecto, hoy las Imágenes de los fenómenos que aparecen en las pantallas de los dispositivos técnicos de los agentes que articulan la voluntad de estas organizaciones —como las imágenes del conflicto en Iquique siendo proyectadas, por ejemplo, en pantallas de celulares inteligentes en Europa — son imágenes que ya no presentan al mundo para que estas sean descifradas por un ser consciente, sino más bien, lo hacen como imágenes que re-presentan el mundo, es decir, que el mundo no está afuera, está depositado en la virtualidad de la imagen. Como escribe Flusser:

“Las imágenes son mediaciones entre el hombre y el mundo. El hombre ek-siste; esto significa que no tiene acceso inmediato al mundo. Las imágenes tienen la finalidad de hacer que el mundo sea accesible e imaginable para el hombre. Pero, aunque así sucede, ellas mismas se interponen entre el hombre y el mundo; pretenden ser mapas, y se convierten en pantallas. En vez de presentar el mundo al hombre, lo re-presentan; se colocan en lugar del mundo a tal grado que el hombre vive en función de las imágenes que el mismo ha producido. Éste ya no las descifra más, sino que las proyecta hacia el mundo “exterior” sin haberlas descifrado”.

Es entonces, que el fenómeno ocurrido en Iquique llega al mundo como en calidad de un recuerdo del recuerdo, es decir, fragmentado, distorsionado e incompleto. Por otro lado, atendiendo a la idea de “aporofobia” que propone Adela Cortina, me parece demasiada reduccionista su mirada, ya que no es que el pueblo iquiqueño haya rechazado a los inmigrantes ilegales por ser sencillamente pobres, sino más bien, porque poseen una experiencia colectiva constituida sobre un tiempo prolongado que los obligo a estar en contacto directo con el fenómeno inmigrante desbordante que arribaba a su ciudad; y en como aquello culmino en lo que los más de 5.000 chilenos y chilenas denunciaban en el fondo, es decir: “el organismo social colapso ante el estrés de la llegada descomunal del inmigrante, por los efectos viciados que esto produjo, y en consecuencia, por la creación de un ambiente óptimo que potencio el florecimiento del caos en las distintas esferas psicosociales”. Caos que estallo cuando las partes se declararon “la guerra”, al cantarse sus himnos nacionales respectivamente, y que termino con la desgracia de la quema de las posesiones de los inmigrantes. En vista de esto, y teniendo en cuenta que el globalismo busca formas de experimentación para desembocar en el cosmopolitismo, aparece una especie de “científico de la conducta” que reside en la globalización, uno que observa a las sociedades donde realiza sus experimentos psicopoliticos, y se queda en eso, sin hacer nada, más que observar, como un psicólogo experimental de la conducta que le otorga altos niveles de estrés a sus sujetos de prueba para ver cuál será su reacción, y cuando uno de los sujetos decide actuar indebidamente bajo sus parámetros de conducta esperados, entra y lo descalifica, lo enjuicia, es decir: lo castiga, para que de esa manera, este corrija su conducta por condicionamiento, y en el caso de Chile, por moldeamiento de la percepción. Y esto es lo que ha ocurrido desde que se inició el proceso de moldeamiento de la percepción en relación al fenómeno inmigrante en el país, ya que de esa manera la sociedad chilena podría ir aceptando la idea de recibir grandes cantidades de inmigrantes, e ir disolviendo las protestas, a pesar de que su sentido de razón, y la intuición del ciudadano chileno, le indicara lo contrario. No obstante, tal formula del condicionamiento por “miedo al castigo” (que hoy se articula de manera indirecta), ya no tiene la misma eficacia; el organismo social ha aprendido a reconocer lo que es ajeno a él, y se vio reflejado en la explosión social del 18 de octubre, pudiendo observarse cómo es que el pueblo mestizo de Chile, expulso fuera de su sistema lo que no reconocía como propio. Hoy en día ha emergido un pensamiento colectivo que pide orden y control, y eso habla de un desarrollo social que exige un equilibrio entre “solidaridad y capacidad”. Y esto se debe, en gran medida, a que la consciencia colectiva ha sido arrojada, no solo a una crisis social y económica, sino a la enfermedad y a la muerte por medio de una pandemia, y a los terrores que orbitan en el horizonte del estrés climático.

Reacciones de figuras nacionales, y objeciones a ellas

La instrumentalización humana es clave para ejecutar el conductismo[eoa1] globalista en búsqueda de la transición a la cosmopolita, por medio del moldeamiento de la percepción de las sociedades instaurando la idea del “ciudadano del mundo” que está sujeto a una moral y ética universal, y por supuesto a una jurisdicción global, que mira y juzga desde una pantalla, indiferente a la experiencia fáctica del individuo local. Y en Chile, conscientes o no, existen agentes evangelizadores de este intento de condicionamiento de la conducta en el país. Como por ejemplo, tenemos a Daniel Matamala, al referirse al conflicto en Iquique de la siguiente manera:

“Hablan de los inmigrantes ilegales, como si una persona pudiera ser ilegal», dice Matamala.

Y yo me pregunto ¿Cómo es que Matamala llego a la conclusión de que el debate en cuestión se trataba de la ilegal existencia de una persona?; Matamala se equivocó en su interpretación radicalmente, porque el problema no se trata de si una persona debiese existir en el mundo o no, ya que sería absurdo, más bien se trata de la ausencia de políticas que controlen la desbordante migración ilegal entre un país a otro, para que de esa manera las sociedades y sus sistemas puedan evitar que lleguen a altos niveles de estrés y colapsen, ocurriendo la desgracia como la de Iquique.

Y por otra parte, tenemos a Felipe Bianchi; Felipe dijo lo siguiente:

“¿Habrá algo más patético que argumentar que ‘hay que estar allá para entender’? ¿Entender qué? ¿Qué es bueno agredir al extranjero y quemar sus cosas?; ¿Qué hay justificación para el racismo y la xenofobia? ¿En serio creen que cambia la regla moral o el razonamiento ‘estar ahí’? Subnormales. La más miserable de todas las excusas de los patrioteros mal nacidos es “recíbelos en tu casa si te gustan tanto”. “Chile es mi casa, saco de h… Y los que no me gustan que vivan aquí son ustedes. Me da lo mismo que sean chilenos: ustedes son los repugnantes, los que sobran. No ellos…”.

Con estas impactantes palabras Bianchi intenta ridiculizar la experiencia fáctica, y por consiguiente, significa a la experiencia del pueblo iquiqueño como “algo patético”, como si la verdad no necesitara ajustarse a la realidad para significarse como tal, ya que solo basta con que la verdad sea teórica para que se devele como tal; síntoma característico del pensamiento globalista (exacerbada y radicalizada por Bianchi por supuesto) que intenta igualar lo particular, para acelerar el conocimiento. Y de aquello, Bianchi además infiere falazmente, que el Chileno que critica la falta de control migrante por la autoridad pública, como aquellos que perdieron la razón por padecer un alto nivel de estrés durante un largo y prolongado tiempo al estar en presencia constante de un caos social que pudría el entorno donde el individuo iquiqueño y su familia se desarrollaba, son: racistas, xenófobos, y mal nacidos. A Bianchi no le interesa introducir una moral como una virtud ajustada a la realidad, solo le importa que permanezca como una moral romantizada, es decir, una moral que le exige a la realidad, que se moldee sinrazón al sueño de sí misma. A Bianchi no le gusta el concepto de “patriota”, pero utiliza el de “casa” para referirse a Chile. Y en ese mismo ejercicio, si la casa fuera Chile, y los chilenos fueran la familia que vive en ella ¿acaso no es la familia primero?, ¿por qué anteponer el bienestar del desconocido por encima del bienestar de la familia?, ¿por qué es indiferente a las dolencias de la familia frente al problema que está produciendo la llegada desproporcional de personas externas al hogar?, ¿por qué no le importa la voz y la experiencia de la familia?, la respuesta es simple: porque para Bianchi, Chile es su casa, pero los chilenos no son su familia; su sentido de familia es selectiva, y expulsa todo aquel que sea distinto. Como denuncia Byun chul-Han en “La expulsión de lo distinto”: “Los tiempos en los que existía el otro se han ido”. Por lo demás, se entiende que debe existir un reproche por el mal actuar de quemar las pertenencias de esas familias, porque independiente de que podamos comprender cuales fueron sus motivos, primero, no era la manera, y segundo, no podemos abalar esa clase de violencia, como tampoco lo podemos hacer con los detenidos por quemar el metro el 18/O, ya que si lo hacemos, terminaríamos por significar la violencia como medio para obtener todo. Sin embargo, tampoco era la manera en como Bianchi se dirigió al pueblo iquiqueño, ya que eso es no comprender nada sobre la desesperación y la angustia, que impulso a más de 5.000 chilenos y chilenas a salir a las calles. Han escribe al respecto en “la sociedad paliativa” lo siguiente:

“El dispositivo neoliberal de felicidad nos distrae de la situación de dominio establecida obligándonos a una introspección anímica. Se encarga de que cada uno se ocupe solo de sí mismo, de su propia psicología, en lugar de cuestionar críticamente la situación social. El sufrimiento, del cual sería responsable la sociedad, se privatiza y se convierte en algo psicológico. Lo que hay que mejorar no son las situaciones sociales, sino los estados anímicos. La exigencia de optimizar el alma, que en realidad la obliga a ajustarse a las relaciones de poder establecidas, oculta las injusticias sociales. Así es como la psicología positiva consuma el final de la revolución. Los que salen al escenario ya no son los revolucionarios, sino unos entrenadores motivacionales que se encargan de que no aflore el descontento, y mucho menos el enojo”

Conclusión

Los verdaderos culpables de esta lamentable desgracia son los gobiernos, y la elite chilena en conjunto con las organizaciones internacionales, y la burguesía nacional cómplice, haciendo oídos sordos ante las quejas y denuncias que en distintos sectores del país se estaban materializando en gritos durante años. La indiferencia ante el estrés nacional— y en lo particular, al estrés iquiqueño — producido por la certeza de que la desbordante población inmigrante nunca llegaría a alcanzar a residir en su entorno, sino más bien, caería sobre los barrios de clases sociales más vulnerables, creo el ecosistema necesario para proliferar día a día una abundante rivalidad que los obligo —a inmigrantes e iquiqueño— a enfrentarse por espacio, por derechos, por cultura, por abandono, por caos, por vicios, por soberanía, y así sucesivamente. Mientras ellos, acomodados, se glorifican de ser “el recipiente que contiene la gran moral en el país”, en tanto se felicitan los unos a los otros por ser la “cúspide de la virtud” en la sociedad, al declarar públicamente lo muy “indignados” que están, al interpretar, por ejemplo, “cómo es posible que se hayan podido pelear de esa manera en Iquique; definitivamente una barbarie”. La quema de las posesiones dejadas atrás por los inmigrantes desalojados era la clase de situación que el pueblo chileno venia anticipando que ocurriría desde que se iniciaron las políticas de migración “liberales”, ya que se intuía que desembocarían en inmigraciones descontroladas, afectando el sistema nacional, que ya funcionaba a duras penas con el nivel de población chileno, en relación a la escases de infraestructuras de salud y las grandes listas de espera, por no poseer una relación armónica entre cantidad de habitantes versus cantidad de hospitales, la oferta de cupos en los jardines infantiles, la precariedad de la llegada de la educación en relación al acceso de internet, los graves problemas de sequía producto del calentamiento global, la disminución de los recursos, y porque en definitiva en el sistema no existen las cadenas de procesos para enfrentar semejante inmigración, y así sucesivamente. La transición globalista para llegar a un cosmopolitismo correcto debe hacerse cargo del dolor, en vez de intentar erradicarlo de la existencia humana. Y por otro lado, debe producir una filosofía del equilibrio que se acople, al equilibrio natural de los sistemas del planeta, en vez de declararle la guerra a estos, por no explotar la libertad. Por otro parte, los gobiernos chilenos deben empezar a ver a su población como miembros de una familia que se necesitan entre sí, para enfrentar los desafíos de la vida contemporánea. Y por último, el estudio a profundidad que más urge en este momento en relación a este tema en cuestión, es un estudio que devele cuanta infraestructura se requiere para propiciar un estado de “bienestar”, así como cuantos recursos humanos y materiales se precisan para concretarlo y sustentarlo, en tanto la población actual del país; y en vista de sus resultados, cuál sería la solución que se ajustaría a la realidad, en vez de experimentar dejando que entren desbordantes cantidades de inmigrantes al país, con la esperanza negacionista de que el organismo social no estallará.

El calentamiento global obligara al ser humano a que emigre como nunca antes se ha visto, y tenemos que ayudar a los que más necesitan. Sin embargo, esa ayuda también tiene que estar medida por la balanza que equilibra y que reside en todos los conceptos, esto significa en que debemos ayudar y ser “solidarios”, pero en su justa medida, en vez de explotar la solidaridad como se ha hecho con la libertad. Ojala que la buena dirección de la razón, al fin nos pueda encontrar, y nos guie a un mejor futuro.

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