Mi primer gran amor.

¡Oh, gran maestro que ponía a volar mi mente y mis sentidos desde mi más tierna infancia gracias a un cuervo y a un gato negro! Un creador incomprendido adelantado a su época, inmerso en las profundidades más oscuras de su mente, de sus fantasías. Desdichado pasó sus días, ¡oh! componiéndole versos a Annabel, a Leonora, donde a una por las noches la visita en «su sepulcro junto al mar» y a otra que con su atormentador recuerdo sólo puede gritar: «nunca, ¡nunca más!». Bello genio que inmerso en el opio y en el alcohol realizó obras tan majestuosas, inspirando a las generaciones siguientes: a un oscuro Lovecraft, a un elegante Nabokov, un examinador de la psique humana como Dostoyevsky, un macabro Quiroga, un excéntrico Wilde, un decadente Baudelaire, un visionario Verne y a muchos más. Vetusto, lúgubre, inigualable, mi pequeña ofrenda para ti, señor magnífico.