La noche era gélida y oscura. La nieve caía levemente sobre la entrada de la torre. El interior del lugar estaba repleto de escalones que rodeaban la torre creando una escalera de caracol. La ascensión a lo más alto estaba acompañada de vidrieras hermosas y coloridas. A cada paso, el chico estaba más cerca de descubrir la razón de su existencia.
Vestía una capucha negra que no dejaba ver su rostro, ni sus intenciones. La puerta estaba cada vez más cerca, la Profetisa aguardaba tras ella, esperando la llegada del chico. Un sonido chirriante fue liberado al abrir la puerta de madera que guardaba la habitación.
Había un ambiente polvoriento, daba sensación de antigüedad, como si el lugar solo tuviera una función y nada más importara.
— Te estaba esperando,—dijo una voz frente al ventanal— toma asiento.
El chico se sentó en una de las sillas que rodeaban la pequeña mesa circular del centro de la habitación. Un tapete rojo, con figuras azules y doradas que terminaba en flecos, decoraban la mesilla. En el centro se ubicaba el objeto en cuestión, una bola de cristal vacía, lista para ser escrita.
Una mujer de aspecto desgarbado se sentó frente a él. Una mujer con el pelo medio rizado, gafas gruesas y un vestido turquesa acompañado de un colgante formado por varios. A pesar de su torpeza, era una de las mejores profetisas del mundo mágico.
— Empecemos, la esfera está lista. ¿Eres consciente de que una profecía es una magia incontrolable?
— Tan solo busco respuestas — dijo el chico sin levantar la cabeza— conozco el riesgo y estoy listo para esto. He esperado mucho para averiguar lo que necesito saber. Sé que esta profecía me dará más preguntas que respuestas.
Ambos juntaron las palmas para canalizar el poder de ambos y así ver lo que estaba por venir. Sus manos brillaron con un fulgor leve que recorrió sus cuerpos hasta llegar a sus ojos. Las mirada se unieron en una sola, ambas se dirigían hacia lo mismo.
— Llegará pronto, aquel que traerá la luz a los mundos, la oscuridad a los reinos, el caos a la existencia. El ser que unificará los universos y separará las historias. Pero no estará solo. Una orden será creada con el poder de seres celestiales, tal y como hace mil años se profetizó. Los elementos se unirán cuando los vástagos de la Ciudad Plateada, Asgard, Atlantis y Harmonya sean uno. Busca los emblemas de la vida y la muerte. Tu mayor enemigo te pondrá a prueba de formas que nunca habrías podido prever.
Al terminar, los ojos de la mujer se cerraron, sus brazos cayeron exhaustos hacia el suelo y su cabeza se movió hacia atrás golpeando el respaldo inconsciente. Con un giro de muñeca, el chico envió a la profetisa a un lugar en el que pudiera descansar.
La noche se oscureció aún más. La nieve enfriaba el ambiente de una forma extraña y oscura. Los árboles eran altos, creando un bosque de aspecto tenebroso y acechante. El joven se acercó a la entrada del bosque y se paró a escuchar. Escuchaba el viento gélido arañando los árboles, la nieve cayendo sobre cada hoja, cada piedra y cada charco de agua. Era extraño el ver ese lugar de noche, como si estuviera en otro mundo distinto, más tenebroso y frío. De día, sin embargo, había aves cantando y dando los buenos días a la gente que se cruzaba con ellos. El resto del año, el paisaje era verde, lleno de árboles frondosos, pequeños animales correteando por la suave hierba y un cielo que iluminaba los parajes irlandeses.
Algo acechaba en las sombras. En lo alto de un árbol, un cuervo observaba al joven de forma inquietante. Echó a volar de repente, en silencio, oyéndose nada más que el sonido de sus oscuras alas. Tras él se extendía un hilero de sombras, como si formara parte de algo mayor.
Siguió la estela de cuervo a su alrededor y sintió una bocanada de aire caliente, el lugar había cambiado, el paisaje invernal se había tornado en un paraje otoñal con árboles cubiertos de hojas anaranjadas que llevaban hacia un santuario de aspecto oriental. El interior estaba iluminado por un fuego que ardía con belleza y una calidez que parecía real. Sabía que todo aquello era un sueño, dos recuerdos unidos por un poder primigenio. Al fondo había un altar repleto de velas e imágenes antiguas de las sacerdotisas del lugar. Todas tenían algo en común, un colgante de cristal con forma de un fénix rojo ardiente, el mismo que estaba en el centro del altar, dentro de una caja que estaba abierta.
— El fuego tiene grandes propiedades, ¿no crees?— dijo una voz detrás de él.
La sacerdotisa vestía distinta a las otras, aunque conservaba los colores tradicionales de sus antecesoras. Su cabello era de un rojo ardiente con rizos alargados y perfectos. Su nombre era Fei.
— Los sueños pueden ser peligrosos, especialmente si te adentras en tus recuerdos más escondidos — decía pasando sus dedos por el fuego. No se quemaba, era como si las llamas respetaran a aquella chica— Ese colgante es poderoso, al igual que su contraparte. El fuego lo protege, por lo que te agradecería que no tocaras lo que no te pertenece, Jackrael.
Sabía su nombre, pero él no la conocía de nada. Entonces todo se volvía borroso y oscuro, sus ojos pesaban cada vez más, el cuerpo no podía moverse, el sueño se apoderaba de su existencia. Al abrir los ojos, se encontraba en la rama de un árbol gigantesco, no era posible ver ni su raíz ni su copa, solo ramas, hojas y un tronco infinito. Había leído sobre Yggdrasil, el árbol de los mundos, cada rama llevaba a un mundo distinto, otras formaban árboles que llevaban a otros universos. Avanzó tanto como pudo, la rama parecía no acabar nunca, podía ver los otros mundos que se encontraban cerca, solo eran ventanas, no podía atravesar las imágenes para ir a ese mundo.
Llegó al final del camino, donde apareció una puerta que le llevaría a su mundo. Si abría la puerta, despertaría, y sabría que no sería capaz de volver a esos recuerdos en el mundo onírico. Antes de despertar, oyó un graznido de un cuervo. Pero solo se vio sí mismo.
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