Tú me entierras

Tú me entierras

Laura Pk

28/06/2021

Recorro con la mirada el blanco vacío que se halla a mi alrededor, buscando quizá, un ápice de suerte que me saque de aquí pero es un vano intento, y lo sé. No negaré que me he resignado muchas veces a verme atrapada en este lugar, pero tras tantos intentos fallidos me es imposible negarme a pensar que no existe una salida, buscada y no encontrada en ningún rincón de esta blancura, ¿he entonces de perderme en una locura auto causada?, ¿o he de persistir la búsqueda de algo quizás imaginario? Difícil es saber si acaso existe algo a lo que pueda llamar verdad ahora. Mis pensamientos, cuya fiabilidad era la única que restaba han decidido huir de mí, corren ahora libres en un aire de color rosa, mientras que yo floto en un agua negra como sus ojos. Sus ojos, esos que probablemente sean la causa de que esté aquí, vuelven reiteradamente a mi mente destrozada trayendo los dulces recuerdos de sus miradas y mirares, trayendo un poco de calma, cuando no fueron sino ellos los que me hicieron caer desde lo alto de la montaña de perdones que logré juntar. Querría poder decir que la culpa no recae sobre mi ser pero sería una nueva mentira más para la larga cadena de ellas que arrastran tras de mí, no fui yo, pero sí creé ilusiones que fueron el empiece de un bonito cuento de princesas que terminó en leyenda de terror.

Fue su sonrisa. O su tacto. O su olor. O su ser. Admito no saber, admito haberme perdido tanto que no recuerdo más que los momentos; el inicio, las palabras, los gritos, las caricias, el viaje, la caída… Eso, o he decidido enterrar todo lo que me trajo aquel tiempo antiguo del que poco queda ya. Y lo enterré junto a los sentimientos que contradecían a aquellos que deseaba que ganaran la guerra civil que tenía por dentro. Acabé armándome de un valor poco serio y deseché todo lo que fuese en mi contra, incluso si eso me implicaba a mí. Ahora puedo decir que aquel fue el mayor de los problemas, negarme y perder la mitad, quizá casi todo de lo que era, lo que tenía, lo que pensaba; el dejarme llevar por una marea demasiado espesa.

He olvidado o eso quiero creer cómo comenzó todo esto, pues no puedo pensar más allá de cómo llegué aquí. Aquí donde la vida se tambalea en un limbo entre ser y no ser, donde podría decirse que la nada existe a su vez no existiendo, donde podría decirse que el ahora es imperceptible y los ojos ven sin ver. Creí haber conocido todo lo posible en mi existencia en lo que refería como mi realidad, cuando hallándome dentro de un blanco tan insistente reconozco no conocer ni la mitad de lo que tomaba por verdadero, la veracidad de las cosas tangibles no cuenta ni con la mitad de aquella que contienen las cosas etéreas, llevándome esto a pensar en el valor de un yo completo al que había decidido rechazar. Emprendí una búsqueda por un tiempo, quise recuperar la parte faltante de mí y me di de bruces contra cuatro paredes que me aprisionaban, cuatro paredes que aparecieron ante mí como un bello rostro que me invitaba a seguirlo, y yo, como la nube que sigue al viento, decidí continuar a su lado. ¿Perseguía irrealidades? ¿Perseguía acaso sueños imposibles? ¿O simplemente decidí una vez más huir de mis actos? Reconozco ser culpable de todas ellas, poca indulgencia puede tenerse conmigo cuando ya he sido verdugo en ocasiones continuadas, yo, que por temor a reconocer mi poco ingenio y aptitudes nulas me he refugiado temblorosamente en otro cuerpo que me otorgaba un calor que me era imposible darme, y que necesitaba con una angustiosa ansiedad.

La caída fue lo más duro, no me di cuenta de estar cayendo hasta haber tocado tierra profunda que con poco más que sus raíces trató de ahogarme. Yo grité, tan alto como mis pulmones heridos pudieron aguantar. Nada. No hubo respuesta alguna a las múltiples súplicas de mi rota voz que acabó por desvanecerse del esfuerzo hecho. Cuando eso ocurrió me quedé sola, sola con mis pensamientos, con mi voz interna, que por mucho que tratase de llamarla parecía haber desaparecido también. Fue la primera y realmente la única vez que puedo decir que tuve miedo, un miedo tan real, tan palpable, que quise convertirme en aire para poder alejarme con solo un soplido. Mi cuerpo se estremecía con cada sensación que tenía, mi mente estaba aterrada por los oscuros pensamientos que decidieron ocuparla, pero mi alma, la más intacta de todo lo que tengo, se vio envuelta en un remolino de peligrosas ideas. Quedé inmersa en un mar lleno de oscuras y desconocidas figuras, atrapada en un lugar cuya única función era crear una falsa realidad en el negro vacío de su cuerpo, uno en el que debía entrar para poder verme tal y como deseaba. Caí con la piedra que me puso en el camino y entonces fue cuando con una fuerza extraña fui arrancada de mi remanso de paz para adentrarme en el bosque, aquel que me llevaría a sueños impalpables, unos que creí en su momento como ciertos cuando no fueron más que una invención nueva de su retorcido juego.

Este lugar no es más que una prisión desconocida por el mundo a la que yo, sin motivo alguno, he acabado acudiendo. Diré que la tortura que aquí se inflige no es otra que la tortura misma, la que uno guarda en ese hondo cajón que desea olvidar que existe pero que en ocasiones causa la destrucción propia. He ahí la belleza de esta cárcel, el extraño hecho de que logre hacer relucir tales actos de maldad hacia uno mismo, tan simple como si se tratase de respirar. Sin embargo, me ahoga, quizá sea el silencio que no me deja alternativa más que escucharme y eso me asusta. Cuando callo mis pensamientos solo mi pulso retumba en mis oídos, como si de unas manecillas de reloj en movimiento se tratase, tic-tac, tic-tac, tic-tac, tic-tac… Termino estallando en un grito de ayuda que se desvanece en el aire, y caigo. Creo estar perdiendo mi cordura que, ligada a mi ser, acabará por ser una memoria que seré incapaz de recordar.

Las caricias fueron el fruto de un dolor casi imperceptible que fue habitando poco a poco en mi cuerpo, un dolor que esos dedos sobre mi piel dibujaban con sus yemas en largos trazos de amargo color fuego, que no solo bailó con sus fuertes llamas sobre mí sino que me quemó, cada recoveco quedó convertido en cenizas de un tono rojizo. Aquel pequeño zorro que se acercó a mí una vez terminó por convertirse en un tigre hambriento de sangre que se abalanzó con fuerza sobre mi insensatez. Pero mis ojos, cegados, no vieron la oscura sombra que venía detrás sino la persona que con los brazos abiertos esperaba recibirme. Me dejé engañar por los falsos gestos de la gran necesidad de cariño que tenía, sentía un hueco en mí que creí no poder ser llenado hasta que lo estuvo, hasta que me vi envuelta en besos y abrazos agridulces. Hubo instantes de vacío que me llevaron al límite, a querer huir de la vida, a correr de la esperanza. Como una ilusa caí en sus redes, no en la de estas llamadas de oscuridad sino en el seno de la maldad en sí. Iba a ciegas, nunca supe con certeza lo que aquellas extrañas palabras resonantes en mi cabeza constantemente eran, “te quiero”, una locura dicha en melodía. Aún así me engatusó, me dejé llevar por el calor que crecía en mi interior al oír tan bonito sonido, al tacto con su piel, al erizarse mi vello, a las tontas sonrisas que veía en mi reflejo. Me adentré en lo inesperado, me lancé hacia una lucha interna que no tenía mera idea que estaba ocurriendo pero a la que acabé por unirme inconscientemente. Fue no más que un juego, yo no fui capaz de verlo como lo que era y eso me llevó por un camino que no me ofrecía más que acantilados, yo no dejaba de caer, pero volvía. Siempre volvía.

Veo mi reflejo y observo con detenimiento esa nueva y conocida figura que ha reaparecido ante mí, mas no soy yo, esa silueta cubierta de negro no es más que la sombra de un lado oscuro. Camina lenta, gira a mi alrededor y se desvanece en el aire. Comienzo a teñirme de un color azabache, sin brillo, sin luz. Y dejo de ser. Ahora no soy nada, al igual que esta ilusión en la que me encuentro. Una gran sala de un tono marfil con una simple mota de polvo en ella. Yo.

Las palabras, otra de sus armas, no llegaron nunca a ser más que eso. Con cada palabra dicha no era el sonido lo que uno escuchaba sino el trasfondo de ella, uno que cargaba con un gran hacha afilada que espera ahondar en tus oídos para calar dentro de ti, cayendo cual bomba en guerra dentro de tu ser. Fue una guerra y yo caminé derecha hacia el pelotón de fusilamiento donde esos dedos que una vez pasaron con fingida dulzura por mis mejillas esperaban a apretar el gatillo que acabaría conmigo por completo. Era una niña, volví a la perdida inocencia que solo un ser tan iluso como un niño tiene, retorné a esa etapa de la credibilidad en cualquiera con una bonita sonrisa. Qué tonta fui. Pero cómo no iba a serlo si no se me permitió crecer, me quedé indefensa, empequeñecida en un rincón del más remoto lugar. No era la persona adulta que debí haber sido, no me encontraba a mí misma. Me perdía en el sentido de aquellas dolorosas palabras que no paraban de llevarme a sueños negros, a pesadillas que me arrastraban en un halo de miedo tan grande que me paralizaba y me exponía ante todo peligro decidido a hacerme daño. Y así ocurrió, yo sin conocer el motivo de mis temores y esas sentencias de oscuridad en mis oídos. Cada paso que daba era una nueva orden que hería mi cuerpo, profundizaba en él y lo partía. Por eso regresé a mi niñez, porque nadie hiere a un niño, ¿verdad? Qué gran mentira. No pude soportarlo, me volví de tal pequeño tamaño que mi cuerpo no sobrellevaba cada corte que se le hacía, cada hendidura que reabría las cicatrices ya cerradas, cada golpe que no solo rompía el hueso que tocara sino que destrozó un alma. Quedé vacía de nuevo.

Soy arte. Soy una expresión del pasado que viví, del presente que me atrapa, del futuro que me espera. Me hundo en trazos de pintura, uniendo cicatriz con espacio y tiempo, recreando el instante, modelando los sentimientos, resquebrajando aquel inicio. Me miro y sé que lo que veo no es más que el recordatorio de un gran temor a la soledad. Recorro en silencio cada tramo de mi memoria que resta intacto, cada rincón de mí que he logrado conservar. Sonrío.

El viaje, comenzarlo me causó gran temor en un inicio pero con pequeñas artimañas de seducción fui embaucada hacia un largo camino de ácidas mentiras que acabaron por convertirse en una plácida realidad. A lo largo de todo lo que duró descubrí, o mejor dicho, redescubrí sentimientos que creí perdidos u olvidados o guardados. Recordé y rememoré actos de maldad, dulzura, picardía y temor, no por simple gusto sino por culpa del filo de una espada sobre la fina piel de mi espalda, aquella que me impidió disfrutar de un movimiento libre, porque no lo fui. Libre, algo que desde un principio me negué o fui negada a poder llegar a ser; no era más que un simple sueño que pasaba ante mis ojos en forma de personas y palabras. Sin embargo, nunca he sido dueña de grandes pensamientos que hayan podido ofrecerme una visión más allá del encierro sin llave, del abandono en soledad, del ahogamiento en mares. He querido, aspirado, llegar a tener ese don del pensar y pese a todo esfuerzo parece no querer llegar a mí. Por este motivo me resigné a caminar tan largo trayecto en compañía que desconocía que no era grata para mi salud mental.

De nuevo, intento buscar la respuesta a mi estancia en este lugar, revuelvo en los momentos pasados con la intención de encontrar algo que no está ahí. Me levanto, camino durante una eternidad y termino por correr. Me empiezo a desesperar, el sonido del silencio cada vez se escucha más alto y con ello crece mi nerviosismo, mi ansiedad, siento que me ahogo, que este espacio en blanco se hace cada vez más pequeño. Grito. Y mis palabras mueren en el aire. Aún los escucho en ocasiones, aquellos lamentos de dolor, aquellas súplicas por detener la tortura, aquella voz que urgía una solución al duro problema que tenía delante. Son mis demonios, mis fantasmas, mi pasado. Lo que fui y por ello hoy soy. Mi piel guarda aún recuerdos de los oscuros deseos que pasaron por mi mente en esos momentos que ahora se han perdido en el tiempo, que viajan en una nube de tormentos bajo el flujo de un árido aire y que sin duda, regresarán. Las cicatrices internas que sin motivo alguno reaparecen son la causa del recordatorio diario de una vida llevada en falsos pasos de verdades, en aguas de negro color, en vendavales de monstruosidades. El peso de la memoria impide salir de aquel estado de inhumanidad, de aquella venda que cegó las partes de mí que tienen vida, de aquellas manos represivas con poderosas armas en ellas, de aquellos actos que decidieron la dirección de mi yo. Perdí demasiado debido al lento pasar de las horas, me perdí a mí, lo poco que restaba se separó con rapidez de su hogar y voló con todo lo bueno que pudiese llegar a tener; y quedaron los miedos e inseguridades, quedaron las etapas de auto represión, quedaron los escombros de lo que una vez fue una persona. Me rompí de tantas formas… Me quedé con grietas que no podían arreglarse fácilmente, con quiebros que me exponían demasiado, que dejaban ver esas partes que todo el mundo esconde, que encerré como las bestias que son; con hendiduras que exhibieron los fallos de mi ser, mis errores, mi caídas. Aquellos gritos… Quizá haya perdido todo ápice de normalidad, quizá ni siquiera sepa quién soy a estas alturas. Tirada en el suelo, viendo girar un blanco techo, con ansias de más, con ansias de salir, de volver a ver colores, a ver el mundo que me traicionó, el mundo al que traicioné. Siento la necesidad de escapar, de huir, y es posible que ya lo haya hecho en parte. Mi mente ya no está conmigo, no soy capaz de engendrar un mero pensamiento sin pararme en el proceso por ver lo difícil que resulta, lo que me lleva a pensar que todo poder de reflexión ha salido de su cobijo para dar una vuelta eterna. Aunque sí siento, probablemente demasiado. Siento el dolor de las heridas aún no cerradas, el subir y bajar irregular de mi pecho por temor y angustia, el sonido sordo del aire corriendo, la sintonía de mi corazón latiendo. Siento cada roce de sus manos por mi cuerpo, cada beso plantado con delicadeza en mi piel, cada dulce caricia en mis curvas…

El inicio fue la revolución que desarmó mis argumentos, mis pensamientos, mi vida. Encontré en aquel rostro las necesidades que no tenía cubiertas y me empapé de una felicidad demasiado creíble. La mayoría está borroso, desperdigado por algún sitio desconocido, pero sus actos de grandeza, aquellos que me elevaron a un cielo que no creía existente, fueron los impulsos que abrieron un camino de incertidumbre, de sorpresas, de fe. Tuve demasiada al parecer, fe, di todo lo que tenía, me integré demasiado en su piel, me perdí dentro de sus ideas, me dejé llevar por un entusiasmo nuevo para mí. Por supuesto esto no fue más que el primer error, el que desenlazó una serie de fallos que me hicieron hundirme incluso más dentro de su ser, de querer tener cuanto más posible, de desear cosas nunca antes queridas. Así fui, y sigo siendo, dada a entregar demasiado, a meterme en recovecos que no me pertenecen. Soy, simplemente, una recién nacida en el amor. Sin conocimiento previo sobre el qué hacer y el qué decir decidí llegar a más, estrechar el círculo, acercarme al hondo lugar al que llaman alma. Caminé con lentitud y paso audaz, precavida de no caer en una piedra que hiciera tropezar mi plan. Creí conseguirlo, diría que lo hice, al menos en pequeña medida, llegué a donde nadie había estado, a un lugar tan desierto que parecía muerto a pesar de rebosar de vida. Fui la primera y probablemente la última que llegó allí, pues no había rastro alguno de previa exploración, aunque lo hubo, tan atrás en el tiempo que toda huella marcada en aquel alma oculta había desaparecido, por culpa de un exhaustivo desalojo de todo sentimiento, memoria o recuerdo que hubiera de los pies que tocaron ese suelo de soledad. Sin embargo, yo logré quedarme allí un tiempo, luego me vi obligada a irme porque unas manos me instaban a ello y porque mi propia alma me decía que saliese de aquel tumulto de viejos cacharros.

Así comenzó nuestra batalla, nuestra infinita batalla.

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