El árbol del Mango
Está haciendo mucho calor. El sol destella y parece quemar todo.
Escucho una voz que me llama, volteo y veo una sonrisa amplia, mientras me dice:
¡Amiga! ¿Cómo estás?
Se había retirado el tapaboca 😷 para que la reconociera.
Aprovechando la sombra del techito de la cerca, me hablaba desde la acera a través de las rejas. Yo, por mi parte, encontrándome en el patio, me refugié en la sombra del alero del techo de la casa. Respondí:
No también como tú.
Su aspecto saludable destacaba sobre su piel y con unos cuantos kilitos que se le veían muy bien.
Me comenta:
Ya tengo un mes aquí. La semana que viene me voy.
Pregunté:
Y ¿dónde estabas?
¡No te creo!, me dice ella y continua:
No sabés que me fui del país hace tres años. El año pasado, cuando nos vimos, vine a visitar a mi familia, estoy ahora en lo mismo.
Pregunté atónita:
¿Para que País te mudaste?
Me contesta:
Para Perú. Me ha ido muy bien. ¿Y tu mamá?, que tengo tiempo que no la veo.
Falleció
¿Cuándo ocurrió, qué le pasó?
Le conté todo lo sucedido y apesadumbrada, me dió el pésame, luego hablamos de los recuerdos, y la tristeza tomó matices de ternura.
Tu madre me consentía, ¿recuerdas las bolsas de mango que me regalaba?
Volteé y vi hacia el fondo del patio, el árbol de las manguitas, no eran mangos, no eran mangas, estaban entre las dos, no eran amarillos, ni naranjas, no eran rojos, ni verdes, eran rojos con toques amarillos, morados y apenas un naranja cuando estaban bien maduros.
Su sabor cambia de durazno a ciruelas dulces según su estado de madurez, jugosos y carnosos.
Lo lamento, pero están muy verdes. Todavía no se pueden comer.
¿Y los amarillos, esos mangos pequeños, que se ven allí?
Esos son del vecino, fíjate que quedan detrás de la cerca.
¿Y los de ustedes? Tenían un árbol grandísimo, que abarcaba todo el patio y tu mamá me regalaba muchos mangos.
Ese árbol lo cortaron hacé muchos años, más de diez, creo. Por la construcción que hicieron del otro lado, lamentablemente, se vieron obligados a cortarlo.
Maravilloso árbol, me trae tantos recuerdos. De repente una fuerte carcajada me sacó de mis pensamientos.
¿Que pasó? Le pregunté
Y no podía parar de reír, me resultaba tan contagiosa su risa que se asomó una sonrisa a mis labios. ¿Pero de qué te ríes? Pregunté:
De mí, respondió
Cuando por fin pudo hablar, entre sollozos y risas, me explica:
No sabés, como te odié, cuanto los odiaba.
Estaba estupefacta escuchando mientras ella proseguía:
Me sentía molesta, porque de repente dejaron de darme mangos. ¿Pero qué hice, para que me traten así?. No entendía, sin explicarme más, al pedirlos me decían que no habían, más sin embargo en el árbol se veían, como ahora, amarillos, listos para comer.
La interrumpí:
Pero no son nuestros, tienes que pedircelos al vecino.
Apenas en este momento me doy cuenta que no tienen el árbol de mangos. Siento tristeza por mí, me llené de rencor y ahora me siento liberada y apenada por mi creencia de que ya no me querían.
Le dije en tono conciliatorio:
Me has hecho reflexionar, los malos entendidos nos frustran y en ocasiones no sabemos o no podemos resolverlos. A mí también me ha pasado, aveces me he dado cuenta instantes después, en otras ocasiones horas, pero también he tardado años para descubrir mi error y eso sin contar los que todavía ignoro.
Me dice ella:
Es así amiga. Vivía en una lucha constante, porque los quiero y me sentía tan mal pero ahora me siento liberada, me siento feliz.
FIN
Moraleja:
Nuestras creencias pueden crear monstruos en donde no existen y alejarnos de nuestra paz.
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