A veces me embriago para hacer cosas cotidianas y practicar así el desempeño de mi ‘Yo ebrio’, por ejemplo: anoche me tomé media botella de whisky y me puse a tocar guitarra. Dentro de mi ebriedad aún conservaba una porción de cordura que había logrado colarse. Desde aquella mirada contemplaba mis actos ebrios como una película, y los juzgaba mientras hacía el burdo intento de controlar todo lo que sucedía. Toqué horriblemente, pero si mal no recuerdo, fue menos horrible que la última vez que toqué la guitarra ebrio, por lo tanto podríamos decir que la práctica es efectiva, y bueno, nunca sabes cuándo necesitarás tocar la guitarra, o hacer cualquier otra cosa mientras estás ebrio. La próxima vez intentaré cocinar, o conducir, o hacer una llamada sobre un asunto serio, quizá hasta llegue a ejercer mi carrera en ese estado. Drunk-training, Drunk-coaching… No, mejor, Drunk-fulness, ese es el futuro de la neuropsicología, y del alcoholismo por supuesto. Una meditación ebria, una burbuja contra la sofocante normalidad sobria de la vida diaria. No somos alcoholicos, coqueteamos con la tristeza, con el miedo, con la depresión y con el suicidio. No hay nada malo en conocerlos ¿No es así? Para cultivar la calma en medio de la tormenta, hay que invocar primero a la tormenta, y hacer de la tormenta un hogar, en el que el tiempo se detiene y el único progreso que existe es la entropía. Sí, es así, estoy seguro, y nadie podrá jamás arrebatarme esta certeza, de que se vive muriendo, y viceversa, de que la vida entona loables cantos hacia el vacío, mientras el vacío refleja los destellos vitales que escapan de nuestros cansados esqueletos.

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