YO SERÉ TU SOL

YO SERÉ TU SOL

PROLOGO

La vida de Sol es perfecta.

Tiene muchos amigos, una hermosa familia,

es una excelente alumna y acaba de cumplir quince años…

vive en un verano soleado y caluroso, lleno de risas y felicidad…

Hasta que, sin demasiado aviso, llega el otoño y comienzan los cambios,

las pérdidas, las hojas amarillas y el viento recio

que todo lo cambia y da final al verano…

el otoño traerá muchos cambios a su vida…

Mentiras, perdidas, lágrimas…

Pronto le seguirá el triste invierno,

que arrasa con las pocas ilusiones y sueños que quedaron,

y se instala de una manera cruel, trayendo más lágrimas, dolor, decepción…

Sol se siente fría, apagada, casi muerta…

Ha decepcionado a sus padres, ha perdido sus amigos y a quien amaba…

¿Tardará mucho en llegar la primavera?

¿Brillará nuevamente la alegría y calidez?

¿Regresará el verano a su vida alguna vez…?

En el último suspiro y ya sin fuerzas,

Sol aprenderá que para «florecer»,

primero hay que pasar por todas las estaciones…

Dios utilizará aún el más frío y doloroso invierno

para trabajar en su vida, para formar y transformar lo que es,

hasta llevarla a ser, lo que él quiere.

Una mejor y más fortalecida Sol saldrá después

de un otoño ventoso y un cruel invierno,

para poder vivir nuevamente

la alegría y el brillo de la primavera

y esperar ansiosa la llegada

del abrazo cálido del verano…

VERANO

Verano…

Vacaciones, viajes… Juegos, amigos, salidas…

Calor, sol, playa.

Pensar en el verano de la vida,

Es recordar los buenos momentos,

Los tiempos de alegría y felicidad.

Tiempos de risas y juegos. Ese estado ideal del que nunca quieres salir.

El verano de mi vida fue extenso,

y comencé a sentirlo como algo normal,

como un estado cotidiano…

Ilusamente, pensé que podía permanecer en un verano eterno.

La vida me sonreía y todo a mí alrededor parecía un camino de rosas.

A mis quince años, todo era perfecto y el calor me abrazaba.

Tenía un hogar feliz. Abuelos, tíos, primos, muchos amigos

y compañeros, buenas personas que me amaban y valoraban.

Además, excelentes notas en la escuela,

Buen concepto de mis profesores…

Un futuro prometedor…

Viví en pleno verano, cada día de mi joven vida.

Dios me había dado todo. Me sentía feliz y completa.

Salud física, mental y emocional. Alegría y vitalidad.

Erróneamente, asumí como normales todos estos beneficios,

y hasta llegué a pensar

que los demás que me rodeaban vivían como yo…

en un feliz y cálido verano.

Creí que la vida era un eterno verano…

Pronto iba a descubrir que había más estaciones.

Que el verano no dura para siempre…

y que el viento del otoño estaba a punto de llegar

y que muchas cosas en mi vida

estaban por cambiar…


CAPITULO 1

MI VERANO

—¡Pide un deseo! —exclamó Isabella parada a mi lado.

El gran pastel de cumpleaños con la vela encendida frente a mí, esperaba ante la atenta mirada de todos mis amigos y familia.

Y allí estaba yo. Cumpliendo Quince años.

Vestida como una princesa de cuentos, y cumpliendo este tan anhelado sueño de tener Quince Años; como si esa edad marcara un antes y un después, un nuevo comienzo, o una nueva etapa especial en la vida.

Mis padres habían realizado una asombrosa fiesta.

El salón se veía hermoso con los tules y flores que mamá había preparado. Las mesas y adornos, las luces, todo era perfecto.

Mis familiares y amigos trajeron muchísimos regalos, y compartieron la comida, los juegos, el video de fotos que papá había preparado, y entre todos hicieron de ese tiempo, algo super especial.

Me sentía tan feliz.

Fue uno de esos momentos que quieres atesorar en un rincón de tu corazón para no olvidarlo nunca. Como si quisieras que se detuviera el tiempo y vivir siempre allí, rodeada de quienes te importan, sintiendo siempre su cariño y amor.

Miré a mi alrededor y me sentí afortunada.

¿Qué más podía pedir?

Soplé con todas mis fuerzas.

Y solo pude decir: Gracias, Dios, por todo lo que me has dado.

—Estás hermosa—me dijo papá emocionado mientras me abrazaba para sacarnos una foto—. Brillas como un verdadero Sol, siempre serás mi Sol.

Sus palabras me sacaron unas lágrimas.

Mamá se unió a nosotros, y Bruno, mi hermano menor también.

¡Cuánto amaba a mi familia! ¡Cuán importantes eran cada uno de ellos en mi vida!

Isabella y Noah llegaron corriendo a mi lado para otra foto.

«Mis mejores amigos.

Nos conocemos desde siempre, y los fuertes lazos que nos unen tienen una larga historia.

Ellos son los mejores amigos que uno puede tener. Hemos compartido gran parte de nuestra niñez y adolescencia. Nos apoyamos y ayudamos en todo».

Sonreímos a la cámara abrazados. Sería una gran foto para enmarcar.

Una vez que la fiesta terminó y los invitados se marcharon, recogimos los arreglos y nos fuimos a casa.

Esa noche no me podía dormir.

Me sentía tan emocionada y feliz por todo lo que había vivido, que mi mente y corazón se negaban a detenerse para descansar.

Repasaba cada detalle, cada momento vivido.

Era mi verano.

El aroma a la salsa podía sentirse de inmediato al abrir la puerta de entrada. Llegar a casa, tras un largo día de escuela, y ser recibida por semejante olor, era todo un privilegio.

Mamá estaba cocinando su especialidad: lasaña.

Aquel menú significaba una sola cosa: tendríamos visitas.

Era extraño que un jueves al mediodía alguien viniera a almorzar, pero no sería la primera vez que el abuelo o algún amigo de mis padres lo hacía.

—¿Quiénes vienen a comer hoy? —pregunté entrando a la cocina.

—El tío Alex—respondió mamá—. Papá lo encontró ayer en el centro y le prometió que vendría.

No quise opinar de inmediato sobre dicho acontecimiento.

«Hablar del tío Alex es un tema difícil en mi familia.

Es el hermano menor de papá, y vive deambulando por el mundo. Nunca sabemos su paradero. Hoy puede estar en Córdoba y mañana en Australia… Así es el tío.

Su relación con nosotros es casi nula.

Lo hemos visto solo un par de veces, y las cosas nunca terminan bien… Una discusión, una pelea… con el tío todo puede pasar.

Puedo definirlo como la oveja negra de la familia.

Sí, todas las familias tienen un miembro difícil y rebelde. Así es mi tío. No es hermano de sangre con papá, ya que es adoptado, pero papá dice que la sangre no es importante, que son hermanos y punto».

—¿Crees que está vez si vendrá?—cuestioné a mamá luego de pensar si era correcto hacer la pregunta.

—Espero que sí. Tu padre se veía tan ilusionado. Ya sabes que sufre mucho por tu tío…

—¿Por qué el tío es así?

—Es complicado, hija—explicó mamá dejando de lado la salsa blanca en la mesada—. Las raíces son muy importantes para cualquier persona, saber nuestro origen, quienes son nuestros padres… esto forma parte de la personalidad y el carácter de cada individuo… Tu tío quiso conocer a su familia biológica, trató de ayudar a sus padres, pero solo consiguió desprecio y sufrimiento… ese fue el comienzo de su decadencia… pero su peor error fue alejarse de Dios. En medio de esa búsqueda… en algún momento comenzó a culpar a Dios por las cosas que pasaron en su vida…

—Es muy triste…

—Sí… lo que más me preocupa es papá… Todos estos años ha dedicado su esfuerzo a estudiar y crear teorías sobre la conducta de las personas sin raíces familiares… El proyecto de su libro, su doctorado… siempre buscando una causa, un motivo para justificar y explicar las malas conductas de Alex…—reflexionó en voz alta, creo que hablando con ella misma.

—¿Necesitas mi ayuda?

—Sí, me vendría bien una mano, ve a tu cuarto a cambiarte, y luego prepara la mesa del comedor.

Una hora después, los cuatro estábamos sentados a la mesa.

Papá miró su reloj por décima vez.

—Creo que no vendrá—dijo mamá con tristeza.

—Tengo hambre—comentó Bruno—, ¿podemos comer?

—Sí, hijo, vamos a comer—afirmó papá, se notaba decaído y desilusionado—. Lamento que hayas tenido que trabajar tanto…—le dijo a mamá a modo de disculpa.

—Yo no—exclamó Bruno—. ¡¡Me encanta la lasaña!!

Los cuatro reímos.

—Es cierto. Disfrutemos de esta rica lasaña—agregué.

Conversamos y reímos. Queríamos hacer que papá se sintiera mejor, y lo logramos.

Así es mi familia. Nos apoyamos, nos animamos y alentamos unos a otros. Amo a mi familia.

—No entiendo porqué tienes que irte a Italia otra vez—le dije a Noah con lágrimas en los ojos.

—Papá tiene asuntos que resolver… Mis abuelos están ancianos y hace mucho tiempo que no los visitamos…

—¿No puedes quedarte?

—Mi madre no quiere. Dice que somos una familia y debemos estar juntos—intentó explicarme—. No sabemos cuánto tiempo nos quedaremos en Nápoles, pueden ser semanas o meses.

—¡¿Meses?!—exclamé sorprendida—. ¿Y tus estudios?

—Puedo estudiar allá, el idioma no es un problema porque desde pequeño mis padres me hablaron en italiano, y papá tiene algunos contactos… no perdería el año…

—¿Y la iglesia? ¿Qué sucederá con tu ministerio?

—Leonel y Mauro se encargarán del grupo de pre-adolescentes, y retomaré cuando regrese.

—¿Y el restaurante?

—Seguirá funcionando. Lucas, el administrador, se encargará de que todo siga marchando bien hasta nuestro regreso… es un viaje transitorio.

—¡No quiero que estemos separados por tanto tiempo!—protesté a mi mejor amigo.

—Solo serán unas semanas…

—¡Te extrañaré demasiado!

—Bueno, otras veces ya ha sucedido… Recuerdo un año que salieron de vacaciones en enero y nosotros en febrero y casi pasaron dos meses sin vernos…

—¡¡Y fue terrible!!

—¡Vamos, Sol!! No seas tan pesimista. El tiempo pasará rápido y nos mantendremos en contacto.

—¡¿En contacto?!… Jamás respondes mis mensajes… ¿Cómo podremos tener una charla o saber lo que nos sucede si respondes dos días después?

—Haré mi mejor esfuerzo… lo solucionaremos.

Así es mi amigo Noah, siempre optimista.

Seguro aprendió eso del tío Gino. Su alegría y entusiasmo. Esa mirada positiva de la vida. Siempre encontrando y buscando las soluciones. Siempre poniendo la mejor actitud ante la vida y los problemas.

Además, Noah es la persona más dulce y compresiva que existe. Muy pocas veces lo he visto enojado o serio, siempre tiene una bonita y simpática sonrisa en los labios, la cual le provoca unos simpáticos hoyuelos en sus mejillas. En eso lo debe haber aprendido de la tía Paloma. Siempre tranquila, con sus palabras serenas y su ánimo inquebrantable.

Desde que tengo uso de razón, Noah es mi mejor amigo.

Casi nos criamos juntos.

Nuestros padres son mejores amigos aun desde antes de casarse, y por esas cosas de la vida, compraron sus casas en el mismo vecindario, a solo dos cuadras de distancia.

De esos primeros años conservo los mejores recuerdos.

Nuestras salidas en bicicleta por la vereda, las películas de Disney en el living de su casa, armar pirámides de bloques, jugar a las escondidas, hacer chozas con toallones y manteles de mamá y jugar a la casita…

Yo, el pequeño terremoto, completamente inquieta y revoltosa.

Noah, el niño tranquilo, pacífico y conciliador.

Siempre cedía ante mis caprichos y locuras, jamás se negó a seguirme en mis travesuras.

Noah es ese amigo incondicional que está dispuesto a recibir el castigo, aunque no haya sido su culpa. Siempre presente en las buenas y las malas.

Los tíos lo adoptaron cuando tenía 6 o 7 años. Yo era muy pequeña en ese momento, solo recuerdo su mirada asustada y que por varios días no pronunció palabra.

Poco tiempo después nos hicimos inseparables.

Su mirada fue cambiando y el brillo de sus ojos se encendió de golpe y ya nunca más se apagó.

Otras cosas que recuerdo de aquellos años es su fobia al fuego.

En nuestro primer campamento en LAPEN, tenía 7 y Noah 10, pasamos unos días fabulosos. Conocimos otros chicos de diferentes iglesias y nos hicimos muchos amigos. Todo estuvo perfecto, hasta la última noche, la noche de despedida.

Nos sentamos en la oscuridad de la noche, todos los chicos del campa, rodeando una gran montaña de leña.

El profe de los juegos, encendió un fósforo y lo arrojó en medio provocando una fuerte llamarada.

Recuerdo como si fuera hoy los gritos que dio al ver la gran fogata encendida. El pánico y horror de su rostro… jamás lo olvidaré.

Esa noche se abrazó tan fuerte de mi cintura que me faltaba el aire.

Me quedé con él hasta que se tranquilizó.

No quiso hablar del tema. Creo que sentía vergüenza de su comportamiento, sin que me lo diga, entendí que era más fuerte que él, algo que no podía controlar.

Desde ese día evitamos los fogones.

—Es injusto que tengas que dejar tu vida, tus amigos… renunciar a todo, por acompañar a tus padres y visitar a tu abuelo, a quien casi ni conoces—continué protestando.

—No estoy dejando nada, ni renunciando a mi vida—afirmó tranquilo y seguro—. Solo será por un tiempo. Imagina que es un viaje de vacaciones. Pronto estaré de vuelta.

—No es lo mismo. Estarás en la otra punta del mundo.

—Para el caso… es igual si estoy en Chile, Brasil o Italia…

—Para mí no es lo mismo.

—Mi Sol…—dijo dando un paso y rodeándome con sus enormes y largos brazos—. ¡No sabía que te iba afectar tanto este viaje!—agregó.

«Mi Sol» hacía mucho que no me llamada de aquella manera.

De pequeño Noah siempre me decía así.

Golpeaba la puerta de casa y le decía a mi mamá: —¿Está mi Sol?

A todos les parecía gracioso, menos a papá que siempre le respondía:

—Ella es «mi Sol», Noah. Siempre será mi Sol.

Cuando crecimos solo usaba esa «forma de llamarme» cuando me veía realmente triste para levantarme el ánimo, o cuando estaba enojada, para que sonría y se me pase.

Recuerdo una vez que Noah debió ser internado. Tenía unos doce años. Me asusté mucho. Los tíos estaban muy preocupados, lloraban y mis padres le acompañaron en esos días difíciles.

Yo quería entrar a ver a Noah, pero no me dejaban por ser pequeña.

Papá me grabó un video donde Noah me mandaba saludos y me decía que estaba bien, que me quedara tranquila, que extrañaba a su Sol.

Entonces le respondí de la misma manera, con un video. Allí le decía que se mejorara y que tenía que ponerse bien para volver a jugar conmigo. Al terminar le dije: Noah, yo seré siempre tu Sol. A papá no le gustó demasiado aquella frase, pero sé que Noah se puso feliz al recibir mi video.

Hablando de papá. Siempre estuvo al pendiente de nuestra amistad.

Noah venía a mi casa seguido, muy seguido.

Jugábamos en el patio, o en la cocina. Sea donde sea que nos encontrábamos, la mirada atenta de mi padre nos perseguía.

Demasiado sobreprotector, creo yo.

Siempre allí, atento a nuestras conversaciones, a nuestros juegos.

Cuando crecí comprendí que éramos como sus conejillos de india. Siempre analizando nuestro comportamiento y reacciones.

Yo amo a mi papá y tenemos una buena relación. Pero Noah era mi amigo, y no quería que escuchara todas nuestras charlas y que constantemente interviniera en nuestra amistad.

A medida que el tiempo pasó, su presencia cerca de nosotros se convirtió en algo molesto para mí. Sentir su mirada observadora… Verle hacer anotaciones… era algo inquietante.

Sentía que mi vida era un continuo examen.

Ser hija de un psicólogo y una psicopedagoga no es fácil. Siento que debo encajar en las teorías de Freud, que debo vivir con los parámetros de conducta modernos de Jean Piaget… o evolucionar en mi personalidad según Albert Bandura…

Sumado a eso “la medida” que debo llenar es muy grande, y las expectativas que mis padres tienen sobre mi vida… siento que nunca llegaré a cubrir.

A veces quisiera tener padres normales, que no fueran tan exigentes, o que todo el tiempo me estuvieran presionando para superarme y dar lo mejor.

En casa las frases y preguntas reflexivas son algo cotidiano. Papá puede filosofar sobre un tema o caso de análisis y hablar durante horas.

A Noah le encanta chalar con él. Tiene cierta admiración por mi padre y pueden pasar horas conversando.

—¿Y cuándo se van? —pregunté resignándome a la idea de su partida.

—Pronto.

—¿Cuándo, Noah?

—Papá consiguió pasaje para el viernes…

—¡¿El viernes?!!—dije casi gritando—. ¡Ni siquiera hay tiempo de organizar una fiesta de despedida!

—Te dije que volveremos pronto… no necesito una fiesta de despedida.

—¡¡Pues la tendrás!! Aunque solo estemos con nuestras familias… y le diremos a Isabella… ¿Te parece mañana?

—Bien… hablaré con mis padres… Sé que mamá está preparando las valijas, pero imagino que una cena con amigos será algo a lo que no se negará.

Los tíos Marilina y Will llegaron temprano con Isabella y Pía. Un rato más tarde Noah y los tíos Gino y Paloma llegaron también.

La cena transcurrió entre risas y charlas.

Todos íbamos a extrañar a los Tarantino.

Yo no entendía la urgencia del viaje, pero al parecer todos estaban de acuerdo y hasta parecía que escondían algo.

Isabella, Noah y yo, nos levantamos al terminar de comer, y ocupamos los sillones del living, como ya era habitual.

—Fue una buena idea la cena de despedida—comentó Isabella—. Hacía un tiempo que no nos reuníamos.

—Y pasará otro largo tiempo—protesté—. Quizás sean meses, o años, o siglos…

—¡Sol!—exclamó Noah—. ¡Cuántas veces voy a decirte que es un viaje corto, hasta que arreglemos las cosas de mi abuelo!

—Tengo la sensación de que esta despedida será para siempre, que quizás nunca nos volvamos a ver—agregué realmente preocupada.

—Isabella, por favor, ayúdame a convencerla—murmuró Noah.

—No seas tan dramática, Sol—dijo mi amiga haciendo caso a Noah y dirigiéndole una mirada mientras le decía—. No te preocupes, me encargaré de ella mientras no estés—agregó guiñándole el ojo.

—Gracias, confío en ti.

Dos días después los Tarantino estaban rumbo a Italia. Los despedimos en el aeropuerto y regresamos a casa.

Sentí un gran vacío en mi pecho, sin poder quitar de mi mente ese sentimiento negativo de algo me estaban ocultando y que quizás no volvería a ver a mi mejor amigo nunca más.

Iba a extrañar a Noah. Recién se iba, y ya lo extrañaba.

Dos meses después de la partida, papá nos reunió a todos en la cocina. Al parecer había algo importante que debíamos resolver como familia.

El rostro de mamá estaba serio. Y papá intentaba disimular sus nervios. Algo extraño estaba sucediendo.

—Bueno, ¿por dónde empiezo?—dijo en voz baja papá—. Ustedes saben que hace un tiempo comencé un proyecto de investigación… y estoy escribiendo un borrador de lo que podría llegar a ser un libro.

Mamá tomó su mano que estaba sobre la mesa y los dos cruzaron miradas.

—Hay una editorial que quiere publicar este libro. En realidad, son dos editoriales… quieren hacer algunos arreglos, mejorar algunos capítulos…

—Eso es bueno—dije con una sonrisa—, ya comenzaba a pensar que eran malas noticias—agregué relajando mi cuerpo en la silla.

—Sí, bueno…—susurró mamá—. El tema… es que las editoriales están en Rosario.

—¿Y…?—preguntó Bruno que los miraba igual de impaciente que yo.

—Tendríamos que mudarnos por unos meses para poder terminar la investigación y los detalles del libro—soltó papá, como quien tira una granada sobre la mesa y espera que no explote.

—¡¡Mudarnos!! —dijimos a coro con Bruno.

—¡Estamos por terminar el año!! —dije asustada.

—Tengo mi entrega de diplomas, y el viaje de estudios—soltó Bruno afligido—. No voy a irme de Córdoba.

—No tiene que ser ya… Pensamos que podríamos hacer todos los arreglos para mudarnos en febrero. Quizás el tema del libro lleve seis meses o más—explicó papá.

—Van a darnos una casa donde quedarnos por ese tiempo y los inscribiríamos en un colegio cercano—comentó mamá.

—¿Y la iglesia?—preguntó Bruno preocupado.

—Ya estuvimos buscando algunas iglesias por la zona, donde podremos asistir el tiempo que estemos en Rosario—respondió mamá.

—Veo que ya tienen todo bien pensado—murmuré enojada.

—Sol, es una oportunidad única—agregó papá—. Entiendes que he trabajado diez años en esta investigación y sería un sueño hecho realidad el poder publicar mi libro… además de que van a pagarme muy bien y regresaremos a Córdoba apenas terminé el proyecto… lo prometo.

Sabía cuánto amaba papá su trabajo, y lo importante que era aquella investigación. En su mirada suplicante pude comprender cuánto significaba aquella oportunidad para él. Esperaban contar con nuestro apoyo para tomar aquella decisión.

—¿Qué piensan?—preguntó mamá—. ¿Podríamos hacer como familia este sacrificio por papá?

Bruno me miró de reojo. Creí que esperaba que yo hablara primero. Quizás esperando que me negara a ir y así poder juntos ser los rebeldes. Me sorprendió cuando tomó la iniciativa.

—Yo te apoyo, papá. Empezaré el secundario en un nuevo colegio… acá o donde sea, y si puedo ayudarte a cumplir este sueño, iré a Rosario.

Mamá tenía lágrimas en los ojos de la emoción.

En un instante los tres pares de ojos se posaron sobre mí.

—¿Sol?—preguntó mamá—. ¿Qué dices?

¿Qué podía decir? ¿Acaso sería la mala que frustrara los sueños de papá? Había perdido al único aliado que podía tener. Eran tres contra uno.

—Está bien—solté con seriedad—, pero prometan que podré jugar al fútbol en un club, hace tiempo que les vengo pidiendo y siempre hay una excusa… prometan que en Rosario lo intentaremos.

Los dos se miraron y sonrieron.

—Está bien. Entonces… comenzaremos los preparativos de la mudanza—agregó mamá.

En cinco meses estaríamos viviendo en Rosario.

Noah todavía estaba en Italia.

Al parecer los trámites habían llevado más tiempo de esperado.

Hablábamos de vez en cuando y me relataba sus actividades en Nápoles, donde había comenzado a estudiar y trabajar. El tío Gino también había conseguido un trabajo provisorio como chef y su estadía se prolongaría otros meses más. Temía que nunca regresaran, que se adaptaran a la vida en Italia y decidieran mudarse definitivamente.

Necesitaba de mi amigo en este momento difícil. Necesitaba sus consejos, sus abrazos. Tener que dejar mi casa, mi escuela, la iglesia… era algo demasiado abrumador para mí.

Sufría su ausencia en estos días, y ahora me iría con mi familia a vivir a otra provincia y también perdería a Isabella. Rogaba que Noah regresara a la Argentina antes de que nos mudáramos.

El viento comenzaba a sacudir mi vida. Las hojas se pusieron amarillas.

El otoño estaba llegando.




OTOÑO

Otoño…

El viento que despeina mis cabellos,

los colores ocres y amarillos

que predominan en los árboles

las hojas secas que vuelas por las calles…

El sol que tímidamente acaricia con sus rayos…

Otoño me recuerda a cambios…

También a pérdidas, a dejar cosas que amamos,

para ir a lugares nuevos y desconocidos.

A recibir los golpes del viento en las mejillas,

a sentir las lágrimas caer como la lluvia…

El otoño de mi vida, llegó en forma sorpresiva.

No me dio tiempo a buscar la ropa de abrigo,

a agregar las frazadas en la cama…

a barrer la vereda de las hojas secas.

Llegó con su viento que todo lo arrasa, como un remolino,

que todo lo mezcla y confunde…

Hasta las ideas y pensamientos más profundos.

El otoño fue confuso, melancólico…

Por momentos, tuve días tan cálidos,

que parecieron verano…

Pero solo por momentos…

tan fugaces, tan efímeros,

que al poco tiempo me recordaron

que el verano había quedado atrás, lejos, muy lejos,

y debía pasar mucho tiempo en mi vida para que regresara…

Era otoño, y debía acostumbrarme

a vivir en esta nueva estación.

Debía acostumbrarme al viento,

a las hojas volando, al desorden,

a las pérdidas…

a los cambios.

El otoño había llegado

para quedarse por un largo tiempo.


CAPITULO 2

MI OTOÑO

No me gustan los primeros días de clases.

Menos me gusta comenzar en un nuevo colegio, donde no conozco a nadie y todos me miran como a un bicho raro.

Mientras camino por el pasillo lleno de estudiantes, siento las miradas de todos posadas sobre mí, y eso me espanta.

Cuando mi padre decidió aceptar esta propuesta de trabajo, sabía que el cambio afectaría a toda la familia. Mudarnos a una nueva ciudad es algo difícil y doloroso. Sobre todo para mí.

En Córdoba tenía a mis abuelos, primos y tíos, aquí no conocemos a nadie. Estamos solos.

Rosario es una bonita ciudad. No puedo quejarme por eso.

Las dos semanas que llevamos viviendo aquí, hemos podido recorrer gran parte de la costanera y los paseos principales, aunque solo desde el auto.

Papá realiza un trabajo de investigación y está escribiendo un libro sobre las conductas del comportamiento humano, tarea que puede facilitar su doctorado en psicología; y el centro de investigación CONICET, aprobó y apoyó su proyecto, y financiará económicamente la publicación de su libro.

Mamá trasladó su consultorio y comenzó a atender algunos pacientes en casa, hasta que consiga algún puesto fijo en una escuela o gabinete psicopedagógico.

Mi hermano menor comenzó primer año del secundario, así que para él, el cambio era inminente, ya sea en Córdoba o acá en Rosario; debía abandonar sus compañeros del primario para comenzar esta nueva etapa. Como período de adaptación comenzó las clases tres días antes y ya tiene nuevos amigos. Por lo cual, apenas bajamos del auto corrió hacia ellos dejándome sola.

«Gracias, Bruno, por apoyar a tu hermana mayor».

Levanto la mirada del suelo mientras sigo caminando, solo para confirmar que las miradas de varios estudiantes siguen sobre mí.

Odio ser la nueva. La que no conoce a nadie.

«Ser la chica nueva apesta».

Me miran como si fuera de otro planeta, como si nunca en su vida hubieran visto a una chica de cabello rizado a la cintura, ojos verdes y de baja estatura, sí, así soy yo. Mi piel blanca pintada de pecas que cubren mi rostro, mi cara un poco redondeada, boca pequeña y nariz respingada.

Las extrañas expresiones en sus rostros hacen que vuelva a pasar mi mano por mi cabello, pensando que quizás llevo algo extraño como una hoja o escarabajo encajado en él. Reviso mi uniforme nuevamente, quizás lo coloqué mal o hay una parte fuera de lugar… quizás me coloqué una media de cada color o me manché la pollera con algo en el desayuno.

Gracias a Dios todo está en orden.

Entonces… ¿por qué nadie puede brindarme una sonrisa y un saludo como una persona civilizada?

Al continuar mi camino por el largo pasillo, me quedo mirando un gran cartel del equipo de fútbol de la escuela y sus días de entrenamiento. Estoy distraída leyendo cuando recibo un fuerte impacto de costado y termino de rodillas en el suelo.

—¡Oh, perdón! ¡Lo siento!—exclama un muchacho de cabellos rubios y ojos muy claros. Toma mi brazo y me ayuda a levantar—. Soy un torpe, realmente no te vi—continua con su disculpa sin que yo haya podido decir ni una palabra.

Las miradas de varias chicas están sobre nosotros en este momento y me hacen sentir más avergonzada. Sus ojos celestes se detienen de repente y frunce su ceño como si hubiera descubierto algo extraño.

—¿Eres nueva?—suelta de golpe con una simpática sonrisa dibujada en su rostro. Solo asiento con mi cabeza, al parecer las palabras no salen de mi boca. —¿Cómo te llamas?

—Sol—digo suavemente mientras acomodo en mi hombro la mochila y recorro con mi mirada al apuesto muchacho. Tiene hermosos ojos celestes y un largo y ondeado cabello rubio.

—Un gusto, Sol…—responde haciendo un gracioso saludo.

El fuerte sonar del timbre interrumpe nuestra charla y me señala que debo entrar en mi aula.

—Nos veremos pronto—dice a modo de despedida y sale corriendo por el pasillo.

«No me dijo su nombre. ¿De qué curso será?», me preguntó aún inmóvil en mi lugar.

Por su estatura… calculo que debe ser de sexto. Aunque en mi interior, quiero que sea de cuarto, para poder compartir el curso con él.

Camino buscando mi aula. Ya quedan pocos chicos en el patio. Entro con timidez.

Recorro con la vista buscando un asiento vacío, preferentemente uno que se encuentre al fondo del salón, donde pueda pasar desapercibida el resto del día.

Camino por el pasillo entre las sillas, hasta el final del aula, y tomo el último banco. Dejo mi mochila en el piso y me siento.

Observo por la ventana, y el gran patio se encuentra completamente vacío, todos los alumnos han entrado en sus aulas.

Regreso la vista al curso y observo como todos se saludan.

La mayoría, se conoce del año anterior, recuerdo que era lindo ese momento de reencontrarse luego del período de vacaciones.

«Ahora apesta».

Un grupo de chicas me observa y conversa entre sí, todas ríen. Sobre todo una chica rubia, muy bonita. Imagino que se burlan de mí… no lo sé.

Intento ignorarlas.

Dos muchachos se ubican en los bancos delante del mío.

—Hola, chica nueva—dice el más delgado de ellos—. Soy Javi. ¿Cómo te llamas?

—Sol.

—¿Soledad? ¿Solange?—preguntó el otro.

—Simplemente Sol.

—Ah… ¿como la nota musical?

—Aja—afirmo.

—Hola, Sol, yo soy Timo, de Timoteo—bromea.

Reí ante su comentario.

Javi y Timo resultaron ser bastante piolas y amables. Hasta ahora, los único dos que notaron mi existencia y me saludaron.

El profesor no tardó en llegar y, sin demasiado protocolo, comenzó la clase de Física.

Escribió un montón de cosas en el pizarrón.

No me gusta estar al fondo, por mi altura, siempre los de adelante bloquean mi visión.

Intento copiar, aunque no logro ver la pizarra completa.

Timo es bastante alto y grandote, y justo está en dirección a la pizarra.

Ruego a Dios que el profesor no borre, ya que aún no he podido anotar todas las consignas.

Cuando suena el timbre del primer recreo, me quedo y me acerco a copiar las cosas faltantes.

—No puedes permanecer en el aula—me dice la muchacha alta de cabellos rubios y lacios que se reía de mí al comienzo de la clase—. Quizás no lo sabes porque eres nueva, son las reglas.

—Termino de copiar estas cosas y salgo—respondí intentando ser amable, aunque ella no lo era conmigo para nada.

Bajo la mirada a mi carpeta y continúo intentando completar las consignas.

Por el rabillo del ojo, la vi dirigirse al pizarrón. Tomó un borrador y comenzó a pasarlo con rapidez por toda la pizarra.

—Espera… ¿Qué haces?—cuestioné enojada.

—No obedeces las reglas, así que… ahora no tendrás nada que copiar.

La miré sorprendida por tal mala actitud. Cerré mi carpeta y caminé hacia mi banco.

«Perfecto, acabo de llegar y ya me gano una enemiga»

Salgo al patio, donde la mayoría se encuentra en pequeños grupos conversando. Pequeños grupos a donde no pertenezco.

Camino hasta la sombra de un pequeño árbol y saco mi celular del bolsillo.

Tengo un mensaje de papá.

—¿Cómo va ese primer día? ¿Muchos nuevos amigos? Gracias por tu esfuerzo y buena actitud. Te amo. Papá.

Sonrío ante sus palabras.

«»Muchos Amigos», seguro».

Hasta ahora, solo he logrado dos saludos amigables y una crítica enojosa de la rubia antipática.

—Estoy bien, superando la primera hora de clases—le respondo—. También te amo.

Papá y yo tenemos una estrecha relación, casi más cercana que con mi mamá. Conversamos por largas horas ya que tenemos muchos temas en común. Miramos algunas series de Netflix juntos y desde muy pequeña tenemos el ritual de despedirnos cada día con un tiempo de oración y charla en mi cuarto.

Sé que con mi hermano hace lo mismo, pasa primero por su habitación y luego llega a la mía.

Espero con ansias ese tiempo donde solo estamos él y yo.

De pequeña me encantaba que me contara historias de la Biblia o me leyera algún Salmos. Luego sus preguntas me hacían pensar mucho en cómo Dios me hablaba a través de estos pasajes.

Mamá se asomaba en la puerta y nos observaba mientras los dos reíamos y hablábamos.

A medida que fui creciendo las visitas de la noche fueron distanciando y cambiando, papá ya no leía, pero sí me preguntaba por mis lecturas, y luego orábamos juntos.

Mis padres siempre han estado cercanos y atentos a todo en mi vida. Estoy agradecida por tenerles.

Esta mudanza significa mucho para papá.

Luego de años de investigación y estudio, su sueño de este libro se hace realidad. Pero para eso es necesario que como familia hagamos este sacrificio.

Como psicólogo, siento que papá siempre está analizando mis actitudes, amistades, respuestas… A medida que crecí y tomé conciencia de esto, evité comentarle algunas cosas y nos distanciamos un poco.

Antes le contaba absolutamente todo lo que me pasaba y sentía, pero ahora, ya no puedo. Siento que no me entendería.

Él lo sabe. Un día hablamos sobre el tema. Me dijo que hay una parte de mi intimidad que está bien reservarme. Que lo respetaba, pero que siempre puedo confiar en él.

El timbre suena sacándome de mis pensamientos y anunciando que debo regresar al aula.

Camino hacia la puerta y, nuevamente, la rubia y yo, nos cruzamos intentando entrar las dos al mismo tiempo por la estrecha puerta.

Sus ojos me miran con bronca, como si le hubiera hecho algo.

La dejo pasar primero. No quiero discutir con ella.

Vuelvo a tomar mi lugar en el fondo del aula.

Una profesora de unos cincuenta y tantos años entra en el aula provocando un rotundo silencio a su paso.

Aurelia Castro. Profe de Historia. Así se presenta.

Todos parecen respetarla, más bien temerle.

Castro saluda y comienza casi de inmediato su clase.

Mientras está hablando, camina por los pasillos entre las filas de sillas, llega a mi lugar y detiene en su narrativa.

—No sabía que teníamos una alumna nueva—comenta, mientras sus ojos marrones me escanean de arriba abajo—. ¿Cuál es su nombre?

—Sol—respondo con timidez—. Sol Taylor.

—¿De qué escuela viene, señorita Taylor?

—Del Colegio Luterano de Córdoba.

—Ah… lo imaginé por su tonada… bien, espero que se ponga al día con nuestra materia, no voy a volver a dar los contenidos anteriores, le sugiero que pida una carpeta del año pasado, así no atrasa al resto del curso…

—Lo haré, profesora—respondí en un susurro.

Sentí que mi corazón saltaba de mi pecho de los nervios que tenía ante su dura presencia, además de todas las miradas del curso sobre mí.

—Ya tendremos tiempo de conocernos, pero le advierto que soy muy estricta en el cumplimiento y prolijidad de los trabajos… Espero tome en serio mi materia.

Se alejó en silencio por el pasillo y luego continuó la clase.

«¡Vaya primer día he tenido!»

En la hora siguiente conocí al profesor de Matemáticas, Aníbal Núñez. Un hombre joven y simpático, bastante buen mozo… pude notar las miradas y suspiros de muchas de mis compañeras.

Lo mejor del día fue cuando tocó el timbre final y pude salir de ese horrible colegio. Rumbo a mi casa.

Mi casa… bueno, el lugar a donde vivimos, porque mi casa está en Córdoba a 400 km de distancia. Esa siempre será mi casa.

Aunque ya hace casi un mes que nos mudamos, todavía no me acostumbro a vivir aquí.

La casa nueva es muy linda y moderna, con grandes ventanales de vidrio y ambientes amplios. Los dormitorios están en la planta alta, abajo hay una amplia cocina, un gran comedor, un baño y una cochera para dos autos.

Está ubicada en una gran avenida, a unas seis cuadras de la escuela y a dos de la costanera. En el barrio Lisandro de la Torre, en el Norte de la ciudad.

El jardín no es muy grande, pero tiene unos bonitos arbustos y plantas con flores que le dan un toque cálido.

Al llegar a la puerta, recojo un sobre que el cartero ha dejado en la entrada. Es para papá, del Instituto CONICET.

Abro la puerta y me dirijo a la cocina, sintiendo que estoy en una carrera de obstáculos, esquivo todo lo que hay por el piso.

Todavía quedan cajas sin abrir apiladas por toda la casa.

Mamá intenta, de a poco, poner en orden las cosas, pero debemos esperar el resto de los muebles, que llegarán el fin de semana.

—¿Qué tal ese primer día de clases? —pregunta mamá mientras pica unas verduras para el almuerzo.

—Mejor hablemos de otra cosa—respondo dejando mi mochila sobre una silla y caminando a la heladera para tomar algo fresco.

—¡Vamos! ¿Tan terrible ha sido? —insiste.

—Imagina algo terrible, multiplícalo por tres y elévalo a la décima potencia…

—¡¡Qué exagerada y fatalista!! ¿Quién eres? ¿Y qué hiciste con mi hija? —dice mamá bromeando—. Volveré a repetirte que tienes que darle una oportunidad a este lugar… Sol, todos hemos hecho sacrificios… será por un tiempo, lo hacemos por papá…

—Lo sé, mamá, y hago mi mejor esfuerzo…—respondí siendo sincera.

—Las cosas mejorarán, pronto tendrás muchos amigos ¡y todos los chicos del curso te amarán!—exclamó siendo tan optimista que ni ella lo creía.

—Sí, seguro—respondí alejándome hacia la escalera que llevaba a mi dormitorio.

«Todos me amarán».

Llegué a mi cuarto y me dejé caer de espaldas sobre el colchón.

¿Por qué tuvo que complicarse tanto mi vida?

La pequeña iglesia a la que asistimos casi no tiene adolescentes de mi edad. En la escuela, nadie me habla…

Necesito a Isabella y a Noah.

Tomo mi celular y escribo un WhatsApp.

—S.O.S. amigo, te necesito—le escribo.

Pero como es normal en Noah, no responde, y quizás pasen dos días hasta que lo haga.



CAPITULO 3

SOL DE OTOÑO

Una semana de clases había transcurrido.

Las cosas no habían cambiado demasiado.

La mayoría del curso permanecía ignorando mi presencia, sobre todo las chicas.

Algunos varones se habían acercado a saludar y había conversado con ellos, pero con urgencia necesitaba una amiga.

La única con la que había formado una cercana relación, era con Micaela, la muchacha que atendía la cantina. Ella tenía unos 25 años, muy simpática y divertida. Allí pasaba casi todos los recreos, escapando de la soledad y la indiferencia de mis compañeros.

—Hola, Sol—dijo Mica al verme entrar por la puerta de la cantina.

—¿Cómo va todo por aquí?

—Muy tranquilo, siempre el primer recreo es así—me explica—. ¿Cómo vas con las chicas del curso?

—Igual—le respondo sentándome en una banqueta frente al mostrador.

—Seguramente es por Cristal. Ella domina al grupo, si le pareces una amenaza…te mantendrá lejos de todas.

—¿Yo una amenaza?—cuestioné asombrada

—Claro, Sol, eres bonita, simpática y la novedad…

—No hablas en serio. ¡¡Cristal jamás se podría sentir amenazada por alguien como yo!!—dije riendo por sus palabras.

—La conozco desde que venía a primaria, siempre actúa de la misma manera… Otras chicas han sufrido lo mismo que tú.

Un grupo de muchachos entraron a la cantina haciendo bullicio y riendo en voz alta. Por sus remeras de la promo identifiqué que eran de sexto año. Me alejé un poco para darles lugar a comprar.

—Hola, Mica—dijo uno de ellos—, queremos dos gaseosas y un paquete de galletas.

Cuando levanté la vista desde mi lugar, me encontré con la mirada del rubio, ese con el que choqué el primer día.

—Sol, ¿verdad?—dijo mientras se acercaba hacia mí—. ¿Cómo has estado?

—Bien—respondí con timidez.

—¿Qué te parece el colegio? ¿Te has adaptado?

—Me cuesta todavía.

Su ceño se frunce y sus ojos se achinan. Me mira extraño y luego dice.

—No eres de Rosario… ¿verdad?

—No—respondo bajando la mirada—. Soy de Córdoba.

—¡Una cordobesa!—dice sonriendo e imitando mi tonada de forma divertida.

—¡Gael!—grita uno de sus amigos llamando su atención—. ¡Nos vamos!

«Ahora sé que su nombre es Gael».

—¡Los alcanzo en un momento!—responde y regresa la mirada hacia mí.

—Soy Gael Serrano, un gusto tener a una cordobesa por aquí, me encantan las cordobesas—dice en forma seductora.

Mica me mira con una sonrisa cómplice y me guiña un ojo.

—Algún día… podríamos… salir ¿qué dices?

Lo miro sorprendida. No puedo creer que este chico, que acaba de conocerme, ya me está invitando a salir. Nunca me había pasado algo así con un chico. Menos con uno tan lindo.

—No lo creo—respondo.

Veo sorpresa en su rostro, como si nunca en su vida una chica se hubiera negado a salir con él.

—Okey—rasca su nuca como desconcertado—. Quizás más adelante, cuando nos conozcamos mejor—agrega mordiendo su labio para frenar la amplia sonrisa de su boca—. Nos veremos pronto, Sol.

Cuando sale de la cantina, Mica suelta una risa y agrega:

—¡¡Cristal morirá de bronca!!

—¿Por?

—Gael era su novio, terminaron hace unos meses, se comenta que él la cortó… al parecer ella quiere regresar… lo persigue en forma insistente.

«Oh, lo que me faltaba, un motivo más para que Cristal me odie».

El domingo en la iglesia estuve sola casi todo el tiempo. Bruno se hizo amigo del hijo del pastor, y andaban juntos para todos lados.

Unas señoras muy amables se acercaron a saludarme y también dos chicos jóvenes. Pero las únicas dos chicas adolescentes que hay al parecer son muy amigas entre ellas y no se mostraron interesadas en incluirme, me saludaron de compromiso y luego de unas pocas palabras se marcharon.

Siento que todo está en mi contra desde que llegamos a Rosario. Las chicas de la escuela me odian, y también las de la iglesia.

«Nada me sale bien».

En Córdoba tenía muchas amigas en la iglesia y en la escuela. Siempre he sido sociable y extrovertida. Me sentía feliz y segura.

En unos pocos días, todo ha cambiado en mi vida, nada parece resultar bien.

«¿Por qué me pasa todo esto a mí? Dios me debe estar castigando por algo malo que hice… o tengo algo malo», pensé.

No tenía ganas de regresar a la iglesia. Ni tampoco de ir al colegio. Quería encerrarme en mi cuarto hasta que papá terminara la publicación de su libro y pudiéramos regresar a casa, a Córdoba, a mi vida normal y feliz.

«Dios, ¿por qué no me envías un rayo del cielo y acabas con mis sufrimientos?».

Papá estaba abocado a terminar el libro.

Desde muy temprano en la mañana se encerraba en su escritorio y pasaba horas leyendo y escribiendo.

Por las tardes su editor y él trabajaban en las correcciones, a veces en casa y otras en el instituto. Llegaba por las noches, agotado.

El nuevo ritmo de actividades de Rosario nos había distanciado bastante.

Por momentos sentía que también había perdido a mi familia, y eso me ponía triste y melancólica. Lo único que hacía era encerrarme en mi cuarto, escuchar música, hacer mis tareas o mirar televisión durante largas horas. Salteaba las comidas, porque odiaba tener que recalentarme un plato de comida y almorzar sola.

«Ahora sí puedo comprender a aquellos que sufren depresión, sé exactamente lo que se siente no querer levantarse de la cama, no querer enfrentar la vida y las personas».

Mamá fue la primera en notar mi decaimiento y cambio de humor. Casi no hablaba y hasta mi apetito también estaba desapareciendo.

—¿Te inscribiste en el equipo de fútbol?—me preguntó una tarde al verme tirada frente al televisor.

—No lo sé, quizás sea una mala idea—respondí sin ánimo.

Hasta había perdido el interés de inscribirme y jugar. Veía todo de forma negativa y pesimista.

—¡Vamos, Sol!—insistió—. Siempre has querido formar parte de un equipo, ¿por qué no lo intentas? Quizás te sorprendas y hagas nuevas amigas allí. No puedes pasarte todo el día encerrada en casa…

Mamá tenía razón.

Sabía que no estaba bien.

«Mi estilo de vida es patético, y debe cambiar».

A la mañana siguiente, en el primer recreo, fui hasta el gimnasio y me anoté en el equipo de fútbol femenino. Con ese solo paso, mi humor cambió. Puse mis expectativas en aquel grupo de chicas que no conocía, rogando que allí pudiera encontrar las amigas que no tenía.

Las prácticas del equipo comenzaron unos días después.

La escuela está inscripta en la LIFUS (Liga de Fútbol de Colegios Secundarios), y participaba de competencias a nivel provincial y nacional. Eso me incentiva a entrenar y prepararme para dar lo mejor.

Los entrenamientos serán tres veces a la semana y los partidos y campeonatos, los días sábado por la mañana o tarde.

Estoy tan emocionada. El fútbol es una de mis grandes pasiones. Siempre soñé con jugar en un equipo estable, y no solo en los campeonatos de la iglesia una vez al año o en un partido de campamento.

Luego de la escuela, almuerzo en la cantina y me dirijo al vestuario para cambiarme y prepararme para el primer entrenamiento.

Al entrar me encuentro con varias chicas de mi curso.

—Hola, Sol—dice Leila al verme llegar.

—Hola—les digo mientras comienzo a sacarme el uniforme.

—¿Te inscribiste para el equipo de hockey?—pregunta Nair, una de las amigas de Cristal.

—No, vine al entrenamiento de fútbol.

—¡Fútbol!—exclama Leila—. Ese deporte es muy violento, ¿no tienes miedo a quedar como una machona?

Sonrío ante su comentario.

—Me gusta el fútbol.

—Pero ese equipo nunca ha ganado nada, son unas perdedoras—explica Nair—. En cambio, nosotras tenemos el título de campeonas provinciales.

—Cuando en junio vayamos a las olimpiadas en Santa Fe, terminarás llorando con ellas, como todos los años, nunca han ganado nada—exclama Leila.

—Todas las futbolistas son unas brutas y ordinarias—murmura Nair.

—Chicas, chicas… no molesten a la nuevita—se escucha desde el otro lado de la puerta del baño.

«Conozco esa voz. Es Cristal».

Abre la puerta con su vestimenta de hockey puesta y debo admitir que le queda muy bien. Parece una modelo de ropa deportiva. Cristal es alta y delgada, sus largas piernas lucen muy bien con aquella pollera pantalón y las medias rosas hasta sus rodillas. Lleva sus rubios cabellos recogidos en una coleta y se ve bien aun sin maquillaje.

Camina pasando a mi lado con aires de grandeza. Mira a sus amigas y comenta: —Creo que será bueno verla traspirar y correr con ese grupo de perdedoras. Cada quien a donde pertenece—una arrogante sonrisa en su rostro hace que mi estómago se estruje.

De pronto, siento ganas de tirar de sus hermosos cabellos rubios y darle un fuerte golpe en esas delicadas mejillas rosadas y perfectas.

«¿Qué me pasa? yo no soy así, yo no pienso así».

Bajo la cabeza y continúo guardando mi uniforme y sacando de la mochila unos shorts, una camisera y mis botines.

Se miran escandalizadas y Cristal les hace seña de que salgan.

—Vamos, chicas, dejemos a la nueva ponerse su uniforme de muchachito— y todas rieron.

Cierro los ojos con fuerza y cuento hasta diez para no responder a su insulto.

Gracias a Dios todas se fueron del vestuario y puedo terminar de arreglarme para ir al entrenamiento.

Al llegar a la cancha de fútbol veo en una punta el equipo de varones haciendo pre calentamiento.

Todos corren y saltan sobre la línea detrás del arco.

Rápidamente distingo a Gael entre ellos. Sus cabellos claros brillan bajo el sol de esta hermosa tarde de marzo.

La entrenadora toca el silbato, llamando al grupo de chicas justo en el arco contrario.

Me acerco con timidez. Son unas quince chicas de diferentes cursos de la escuela.

Valeria es nuestra entrenadora. Lleva tres años con el equipo. Se presenta y nos pregunta nuestra posición en la cancha. La mayoría son defensoras y medio campistas.

—Bueno, Sol, eres nueva en el equipo… ¿cuál es tu posición?—me pregunta.

—Soy delantero, pero juego en medio campo también.

—¡Un delantero!—exclama una de las chicas.

—¡Justo lo que necesitamos!—agrega Valeria entusiasmada—. Nunca hemos tenido nadie que se sienta cómodo en esa posición—me mira y entiendo que su preocupación es mi baja estatura.

—Soy pequeña pero veloz—le aclaro y ella sonríe—, digamos que Messi no es muy alto, y eso no le impide ser el mejor del mundo—agrego y todas ríen. Ya me caen bien estas chicas.

Corremos alrededor de la cancha, luego hacemos unos ejercicios de estiramiento y comenzamos a practicar pases de a dos.

Al terminar el entrenamiento, he conocido a Jazmín y Antonella, son de sexto año. Las dos son simpáticas y se mostraron muy amigables. También Luz y Dana, ellas son de tercero. Mara y Vicky son de quinto y llevan varios años en el equipo.

Esa tarde llego a casa cansada, pero feliz. Este grupo de chicas serán mis amigas. No importa que en mi curso no tenga ninguna amiga. Sé que puedo contar con este equipo y ya quiero jugar con ellas en un verdadero partido.

...

Luego de un mes de clases las cosas siguen igual.

Cristal y las chicas de mi curso me tratan como si tuviera una enfermedad contagiosa. Javi y Timo dicen que están celosas.

«¿Celosas de mí? Es una locura».

Los entrenamientos van cada día mejor. Comenzamos a entendernos cada vez más y a hacer jugadas preparadas. Valeria está muy contenta y dice que cree que este año podemos mejorar el nivel del colegio en la tabla de posiciones, donde siempre estamos cerca del final de tabla.

En el recreo voy nuevamente a la cantina.

Mica está atendiendo a un montón de chicos amontonados, así que me dirijo a un rincón donde pueda estar tranquila cerca de una ventana. Ojeo mi celular y me distraigo con eso. Pero unas voces cercanas llaman mi atención.

Levanto la vista y en una mesa cercana a donde estoy se encuentran Gael y un par de amigos. Están tomando una gaseosa y riendo. Gael está de espaldas, así que no puede verme.

Cristal llega con Leila y Nair. Acercan unas sillas y se instalan cerca de los chicos. Ellos se muestran felices de su presencia.

—Quería invitarlos a una fiesta que voy a hacer el fin de semana—decía Cristal sonriendo—. Ustedes no pueden faltar. Será una noche super divertida y habrá buena música y tragos…

—¡Seguro! Allí estaremos—respondieron casi a coro.

—Pueden traer algunos amigos del equipo de fútbol—agregó Nair—. ¡Nos encantan los futbolistas!

Ellos rieron.

—Espero que vayas, Gael, mi madre te extraña y le encantará verte—agregó Cristal acercándose a él y tocando sus cabellos.

—No creo que pueda—responde sacudiendo la cabeza para sacar la mano de la rubia.

—¡Vamos, Gael! Claro que puedes ir—insistieron los muchachos.

Cristal se acerca aún más y susurra algo a su oído. Le da un beso en la mejilla y se retira.

Leila y Nair la siguen como perritos falderos.

Hubiera querido ver el rostro de Gael. ¿Qué le habrá dicho Cristal? ¿Iría a la fiesta?

«¿Por qué debía importarme lo que hicieran?».

El equipo recibió la invitación de un colegio cercano para unas olimpiadas que sería en dos semanas, donde participarían cuatro colegios de la zona. Sería en fútbol femenino y masculino, hockey femenino, vóley masculino y femenino.

Valeria reforzó los entrenamientos. Así que esas dos semanas nos quedamos todos los días después de clases. Los varones también, así que nos cruzábamos seguido con Gael en los entrenamientos.

—Hola, Sol.

—Hola, Gael, ¿cómo van los entrenamientos?

—Bien, ¡Augusto nos está matando!—comentó secando su frente con una toalla.

Los dos caminamos hacía un recipiente de agua fresca al costado de la cancha.

—Te he estado observando… Eres buena—dice mientras tomamos agua.

—Me defiendo—respondí con una sonrisa—, también eres bueno.

—Ah, sí, eso dicen—susurra son aires de ganador—. Debo hacerle honor al puesto de capitán.

—¿Qué tal los equipos que enfrentaremos? ¿Cuál crees que es el rival más fuerte?

—El Santo Tomás—me explica—, en ese colegio casi son todos federados y juegan en clubes de primera. Entrenan muchísimo. El año pasado perdimos la final contra ellos. Sobresalen en todos los deportes.

—Puede ser que este año no tengan tanta suerte.

Un fuerte silbato nos interrumpe y debemos regresar al entrenamiento.

El día del campeonato nos reunimos muy temprano en la escuela y todos los equipos subimos a un colectivo que nos llevará al predio donde se realiza el campeonato.

Valeria nos da algunas indicaciones antes del primer partido. Todas estamos nerviosas, ya que será la primera vez que enfrentaremos a rival en este año.

Los varones ganan su primer partido 3 a 2 contra el colegio de Fátima, las chicas de hockey van empatando en el primer tiempo. Y nuestro partido comienza.

Llevamos veinte minutos cuando Jazmín, nuestra capitana, recibe un golpe en el tobillo y queda lesionada.

«No podemos tener tanta mala suerte», pienso con bronca.

Ella es una excelente jugadora, además de organizarnos en la cancha y generar las jugadas.

Antonella recibe la cinta de capitana y continuamos jugando. No nos entendemos, perdemos pelotas en media cancha y nuestros pases terminan en los pies de las rivales siempre.

Al terminar el primer tiempo perdemos 1 a 0.

Valeria nos alienta con sus palabras. Jazmín llora de impotencia, porque su dolor en el tobillo continua y lo más seguro es que no pueda jugar ningún partido. Siento que deberíamos acomodarnos diferente en la cancha, quiero decir algo, pero el referí toca nuevamente el silbato y comienza en segundo tiempo.

Mi mente no deja de repasar las jugadoras contrarias. No son buenas. Ellas cometen muchos errores también. Necesitamos aprovecharnos de eso.

Me acerco a Anto, le digo que vamos a hacer la jugada preparada. Abre los ojos como platos.

—¡Sin Jaz no vamos a poder!

—Lo intentaremos. Necesitamos hacer un gol.

Le hago señas a nuestra arquera para que saque con fuerza hasta nuestra posición. Miro a Dana y Vicky que corren por el lado derecho de la cancha, y Anto me sigue por el izquierdo llevándose mi marca y dejándome el espacio libre para patear al arco.

La arquera se adelanta a taparme, en ese momento, cruzo la pelota al extremo contrario del área donde Dana la frena y baja, sin demorar Vicky se adelanta de su marca patea directo al arco.

—¡¡¡Goooool!!!—festejamos todas a coro abrazadas en el área.

El equipo de varones que observa el partido festeja desde la tribuna con nosotras. Valeria nos apura a regresar al partido. Aún quedan unos diez minutos de juego.

—Bien, Sol, ¿qué hacemos ahora?—me pregunta Antonella.

—Vamos a ganar este partido—respondo con firmeza y todas afirman.

Cinco minutos después anotamos el segundo gol y ganamos el partido.

Valeria está feliz. Se abraza con Jazmín al costado de la cancha. Los muchachos aplauden y nosotras estamos felices de ganar nuestro primer partido.

Ya está oscureciendo cuando regresamos al colegio. Los varones quedaron en segundo lugar, perdieron la final contra el Santo Tomás, tal y como Gael lo predijo.

El equipo de hockey obtuvo el primer puesto y Cristal está feliz de llevar la copa nuevamente al colegio.

Nuestro equipo perdió la final contra el Santo Tomás por penales. Nos sentíamos felices de no haber perdido ningún partido, y solo perder la final en los penales. Si hubiera jugado Jazmín de seguro ganaríamos.

—Hey, Pulga—me gritó un chico desde el fondo del colectivo—. ¡Eres la revelación de este campeonato!

Sonreí ante su comentario, y cruce miradas con Gael, quien me brindó una amplia sonrisa.

Todos aplaudieron y silbaron.

La cruda y fría mirada de Cristal no pudo opacar mi alegría.

Me sentía feliz.

Desde que llegamos a Rosario, sentía que nada me había salido bien.

Pero ahora, en este momento, las cosas comenzaban a acomodarse en mi vida. Pondría todo mi esfuerzo en el equipo de fútbol. Había encontrado mi lugar.

Bajamos del colectivo frente al colegio. Todos nos sentíamos conformes con los resultados.

Cristal y sus amigas estaban conversando y sacándose fotos con su trofeo y palos de hockey, haciendo poses.

Caminé en busca de mi mochila para irme a casa, y al pasar cerca de ellas, Cristal estiró su palo entre mis piernas para que tropezara y caí de rodillas al suelo.

—Cuidado, pulgosa—dijo riendo mientras se alejaba.

—Hey, ¿estás loca, Cristal?—escuché decir a una voz grave detrás mío y de inmediato sentí una mano firme que me ayudaba a levantarme—. ¿Estás bien?

Gael me ayudó y regresó su dura mirada a Cristal.

—Fue un accidente—se defendió encogiéndose de hombros.

«Golpearé a esa chica y le quitaré esos bonitos dientes», pensé completamente furiosa.

—Ven, déjame ver tu rodilla—dijo Gael acompañándome a sentar en un escalón de la vereda.

—No es nada—respondí sacudiendo la arena incrustada en mi piel—, he recibido peores.

Los dos reímos.

—No sé qué le pasa a esa chica—comenté—, desde que llegué no ha parado de atacarme.

—Así es Cristal… nunca he podido entenderla—confesó—. Tiene un alma malvada, demasiado cruel e insensible… es completamente superficial… y dominante.

Sentí que se estaba desahogando conmigo. Quizás por eso las cosas entre ellos no habían funcionado.

—Creo que no he hecho nada para merecer todo su odio…

—No necesita razones, ella siempre actúa así con las personas, hasta con Nair y Leila que son sus amigas, siempre las humilla… no entiendo porqué permanecen a su lado.

Los dos nos ponemos de pie.

—Bueno, debo regresar a casa, mis padres se preocuparán—agrego mientras intento caminar.

Un quejido involuntario sale de mi boca. La rodilla me duele bastante.

—¿Estás bien? ¿Quieres que te lleve hasta tu casa?

Levanto la vista sorprendida de su ofrecimiento. Gael sonríe. Me señala el auto estacionado frente a nosotros.

—Mi mamá vino a buscarme. Podemos llevarte hasta tu casa—aclara rápidamente.

—No quiero molestar…

—No es molestia. Vamos.

Los dos cruzamos la calle y subo al auto, donde una mujer muy bonita y simpática me sonríe también.

—Mamá, ella es Sol. Se golpeó su rodilla. ¿Podemos llevarla hasta su casa?

—Hola, Sol—saluda amablemente—. Seguro, hijo, ¿cómo salió el partido? —le pregunta interesada.

—Perdimos la final—le comenta.

—¿Contra el Santo Tomás?

—Así es…

—¿Estás en el equipo de hockey?—me pregunta mirando por su espejo retrovisor.

—No, en el equipo de fútbol—respondo.

—¿Y cómo salieron?

—Segundas… también perdimos contra el Santo Tomás.

—Vaya… qué pena chicos. Bueno… ¿Dónde es tu casa, Sol?

Le indico la dirección y al mirar por la ventanilla, veo que los ojos de Cristal están fijos en nosotros, observando detenidamente la escena y echan chispas de bronca.

Un sentimiento de satisfacción me inunda el pecho.

«Lo siento, Cristal, tu jugada salió mal. Yo gano esta vez».

El lunes siguiente al campeonato me preparo para mi nueva tortura diaria: ir al colegio.

Camino aquellas cuadras bajo el tímido sol de otoño, y así me siento. Apagada, débil. No soy la chica feliz y segura de hace meses atrás. Ni siquiera tengo las fuerzas para enfrentarme con la rubia antipática de Cristal. Sigo caminando lentamente. Si no me apuro, llegaré tarde y recibiré una nota de la preceptora. Así que, preparo mi mente para los maltratos de Cristal y sus amigas, me mentalizo a recibir las miradas acusadoras de todo el alumnado que me sigue mirando como bicho raro…

En la entrada me encuentro con Antonella. No saludamos y caminamos juntas. Al vernos, Jazmín corre a nuestro encuentro.

—¿Cómo está tu pierna?—le pregunto apenas llega cerca.

—Bien, Sol, solo fue un golpe, con unos anti-inflamatorios y hielo todo pasó.

—Me alegro tanto. Creo que podríamos haber ganado… si no te hubieran lesionado—afirma Antonella.

—Seguro que sí. En las olimpiadas de junio seremos campeonas—dice Jazmín festejando y me abraza.

Dana y Vicky se acercan y juntas caminamos por el largo pasillo. Somos el equipo de fútbol femenino. Siento que las miradas de todos son diferentes. Me saludan al pasar por el pasillo y sus sonrisas son amigables. Todo a mí alrededor me confunde.

«¿Acaso entré a otro colegio?».

Los muchachos del equipo de fútbol nos saludan al pasar frente a ellos.

—Hola, Pulga—exclaman varios de ellos.

—Hola, chicos—respondo sonriente.

—¿Cómo está tu rodilla?—me pregunta Gael Serrano.

Las chicas me miran confundidas.

—¿Qué te pasó, Sol? ¿Estás bien?—preguntan casi a coro.

—Solo un tropezón contra un palo de hockey—explico encogiéndome de hombros.

—¡Cristal!—exclama Jazmín y todas se miran enojadas.

—Me alegro que estés bien—afirma Gael con una sonrisa—. Nos vemos en el entrenamiento, Pulga.

«Suena tan bien cuando él lo dice».

Seguimos por el pasillo y al oír el timbre nos despedimos. Cada una se dirige a su curso.

«No es tan malo el colegio después de todo», pienso mientras mi pecho se inunda de confianza.

Confianza que dura poco tiempo. Ya que, al entrar al curso, un gran cartel en el pizarrón dice: Cordobesa Pulguienta.

«Sé quién escribió estas palabras».

Mi día vuelve a ser como todos los anteriores. El sol vuelve a ser tibio y apagado como en otoño. Siento que mis “hojas de confianza” caen al suelo, amarillas y secas.

Cristal vuelve a ganar. Sigue haciendo amargas mis horas en el curso y se ha encargado de opacar mi poca alegría en la escuela.


CAPITULO 4

LLUVIA DE OTOÑO

El celular vibra en mi bolsillo.

Número desconocido. Dudo si atender o no.

Varias veces en esta semana el mismo número me ha llamado y decidí ignorarlo. Pensaba que podía ser Cristal o alguna de sus amigas para seguir atacándome o insultándome como los hacen cada día en persona.

Decido atender y ponerlas en su lugar para que dejen de molestarme.

—¿Sí? ¿Quién es?

—¡Por fin atiendes mis llamados!—exclama la voz de mi mejor amigo del otro lado de la línea.

—¿Noah?

—Sí, soy yo, tengo un nuevo número. He intentado hablarte en varias oportunidades, pero no me atiendes. ¿Me estás ignorando?—pregunta.

—No sabía de quién era este número… ¡Te he extrañado tanto! ¿Cuándo regresas?

—En unas semanas quizás. ¿Qué tal Rosario?

Suspiro con fuerza pensando en la respuesta. Quizás unos días atrás hubiera dicho «terrible», pero después del campeonato, algo había comenzado a cambiar.

—Mejor… —respondí.

—¿Mejor? eso suena a malo… ¿qué está pasando?

—Digamos que no fueron muy amigables al comienzo… pero tengo nuevas amigas ahora y estoy en el equipo de fútbol.

—¿En serio? ¡Qué bueno! Por fin se cumplió tu deseo de jugar en un equipo… ¿Y la iglesia? ¿Cómo se han adaptado?

—Es una iglesia pequeña, no hay muchos jóvenes… los domingos me aburro, y estoy sola…

—Pronto te adaptarás. Lo importante es que sigas buscando a Dios, que no te alejes de sus caminos.

Noah siempre tenía esas palabras justas que te hacían reflexionar.

Dios no había estado muy presente en estos días en Rosario. Me sentía un poco enojada con él por haber tenido que dejar mi casa, mi iglesia y ciudad para venir hasta este lugar.

—Sol, estoy estudiando mucho la Biblia en este tiempo, ya que no tengo muchos amigos en Nápoles, decidí hacer de Dios mi mejor amigo. Le cuento mis cosas, escucho su voz al leer su palabra y disfruto su compañía y presencia cada día. Deberías probar hacer lo mismo, que Dios sea tu mejor amigo.

—Qué bueno, Noah, me alegro tanto por ti. Yo necesito amigos de carne y hueso… te extraño.

—¿Has hablado con Isabella?

—Charlamos hace un par de semanas. ¿Pasó algo malo?

—No, solo que… estaba preocupada. Dice que te notó triste y deprimida.

—Es que, las primeras semanas no fueron buenas, me estoy adaptando—expliqué.

—Me alegro que todo estés mejor…. Bueno, mi Sol—dice, provocando que una sonrisa se dibuje en mi rostro—. Te llamaré pronto.

—Dale, Noah. Esperaré tu llamada.

—Dios te bendiga, amiga.

Quería decirle algo igual, pero me costaba nombrar a Dios.

«¿Qué me está pasando? Nunca me había sentido así».

Valeria nos hizo hacer nuevos ejercicios de entrenamiento. Me dolían las piernas de tanto correr. Pensar en las olimpiadas en Santa Fe nos llenaba de ilusiones y expectativas.

—Chicas, perdón si he sido muy dura con ustedes. Pero quiero que estemos en un buen estado físico, necesitamos ser veloces y resistentes si queremos ganar. Eso es todo por hoy, nos veremos el viernes.

Caminamos hasta los vestuarios con las pocas fuerzas que nos quedan. Al entrar, para nuestra desgracia, el equipo de hockey estaba terminando de usar las duchas.

—¡Oh que terrible olor que traen todas!—exclamó Nair—. Parecen una manada de chivos mojados.

Cristal y su séquito de amiguitas soltaron una risotada.

—Perdón por no traspirar con olor a fresa como ustedes—respondió Dana, y nosotras reímos.

—Eso se llama ser femenina y usar buen desodorante—respondió Cristal con sarcasmo—; pero no lo entenderían, está fuera de su alcance.

Leila y Nair soltaron una carcajada festejando las palabras de Cristal.

—Vamos, chicas, desocupemos el baño para el equipo de la Pulguienta—agregó dirigiendo su aguda mirada hacia mí—. Por favor, dejen todo limpio y ordenado cuando se vayan… Saben lo que es limpio y ordenado, ¿verdad?

Nadie respondió nada.

«Por hoy te dejo ganar, Cristal, pero me cobraré cada una de tus palabras», pensé con toda la bronca contenida.

—Esa rubia desteñida es la maldad en persona—exclama Vicky cuando quedamos solas en el vestuario.

—Yo no sé cómo la aguantas, Sol—me pregunta Jazmín—. Todos sus ataques son contra vos.

Quizás era el momento de decir que yo era cristiana, por eso actuaba diferente, pero no quería alejar a estas nuevas amigas por causa de mis creencias. Así que opte por otra respuesta.

—No la aguanto—dije con bronca—, solo que no quiero rebajarme a ser como ella.

—La próxima vez, yo voy a arrancarle todos esos finos cabellos de su cabeza—agregó Luz, y todas reímos.

Otro domingo más. Asistir a la iglesia se había vuelto algo aburrido y tedioso.

Mientras el pastor hablaba, mi mente estaba en el equipo de fútbol, en las jugadas, en las palabras hirientes de Cristal y en Gael Serrano.

Ese chico estaba cada vez más presente en mis pensamientos.

Nos veíamos todos los días en la escuela, algunas veces cruzábamos una charla sobre los entrenamientos y los futuros partidos de las olimpiadas en junio. Sabía que estar cerca de él era un ataque directo a Cristal. Su mirada y bronca al vernos juntos era mi mejor recompensa.

Además, Gael era el galán que cualquier chica quería a su lado.

Al terminar la reunión, quería irme lo antes posible. Mamá y papá siempre tenían alguien con quien conversar. Por mi parte, me recluía en algún lugar solitario hasta que papá me llamaba para irnos.

Las personas de la iglesia siempre eran atentas y amables con todos. Me saludaban con cariño y buscaban algún tema de conversación. Yo solo quería huir y alejarme de allí lo más rápido posible.

—¿Qué opinan del mensaje de hoy?—preguntó mamá.

—Estuvo bueno—respondió Bruno—, sobre todo los ejemplos que dio sobre su juventud.

—¿Qué opinas, Sol?—cuestionó papá.

—Sí, lo mismo que Bruno—dije rogando que no preguntaran nada más, porque ni sabía de qué trató el mensaje. No tenía ningún interés en escuchar, nunca me había pasado estar ausente de mente en un lugar como hoy en la reunión.

—Creo que deben tener en cuenta estos consejos que Daniel compartió. Los amigos son muy importantes en esta etapa de sus vidas, pero tener malos amigos puede llevarlos a alejarse de Dios y sus caminos—explicó papá, que creo que descubrió que no había prestado nada de atención al mensaje.

—¿Cómo va tu amistad con Vanesa y Flavia?—preguntó mamá.

«¿Quiénes son Vanesa y Flavia?», me pregunté, y de inmediato comprendí que se refería a las dos chicas de la iglesia con las que ni me hablaba.

—Bien —mentí.

—Quizás podrías invitarlas un día a casa—sugirió mamá.

—Sí, podría ser—respondí para evitar un largo sermón de su parte si llegaba a decir que no.

Los días fríos de mayo hacían más duros los entrenamientos.

Comenzamos a reducir los horarios de las prácticas hasta las seis de la tarde, para que pudiéramos regresar a nuestras casas antes de que se hiciera de noche.

Ese viernes al salir del vestuario, choqué con Gael.

—Perdón, Pulga, no te vi—dijo a modo de disculpa.

—Es porque soy pequeña—expliqué riendo.

—Oh, no, no dije lo de pulga como una ofensa, lo sabes, ¿verdad?

—Sí, Gael, no te preocupes.

—Con los muchachos creemos que eres la versión femenina de Messi. Por eso lo de Pulga…

—Wow, qué honor. No creo que sea para tanto.

—Es en serio, Sol. Tienes un talento especial.

—Bueno, lo mismo puedo decir de ti.

—No es lo mismo—dijo meneando la cabeza—, debo practicar mucho para lograr mis jugadas, y los días que no entrenamos en el colegio, yo refuerzo mi entrenamiento en casa, pero veo que a ti te sale de forma natural… tus pases… tu visión del juego en la cancha… creo que deberías ser la capitana del equipo.

—¿Qué dices? ¿Estás loco?

—No, solo digo la verdad. Las chicas te respetan… te miran y buscan para las jugadas, cuando Jazmín salió de la cancha, no fue Anto la capitana, eso quedó claro… creo que le diré a Valeria.

—No, por favor. Creo que Jazmín hace un buen trabajo.

Caminamos juntos hasta la salida de la escuela.

—¿Puedo acompañarte hasta tu casa?—preguntó al llegar a la vereda.

—¿Tu mamá no viene a buscarte?

—No, iba a tomar el colectivo, pero… puedo tomarlo cerca de tu casa… si no te molesta…

Sus palabras me sorprendieron grandemente. ¡Claro que quería que me acompañara a casa! Pasar tiempo a su lado era lo que más quería desde que lo conocí.

Gael me mira esperando una respuesta.

—Entonces, será bueno caminar acompañada hasta casa—respondí.

Pude ver que una sonrisa se dibujaba en su rostro.

Caminamos unos metros en silencio. No un silencio incómodo, de esos que te hacen sentir mal, sino disfrutando de la compañía del otro.

Yo tenía tantas preguntas que quería hacerle. Principalmente en cómo había terminado su relación con Cristal y si aún seguía enamorado de ella.

Nuestras miradas se encontraban de vez en cuando, ninguno de los dos se atrevía a decir nada.

—¿Te gusta vivir en Rosario?—preguntó Gael rompiendo el silencio.

—Me estoy acostumbrando… Fue duro al comienzo. Extrañaba mi escuela, mi casa… mmm

«Iba a decir mi iglesia, pero prefiero callar».

—Imagino que no es fácil adaptarse a un lugar nuevo…

—Sí… y menos con alguien como Cristal en el curso—afirme, intentando llevar la conversación hacia el rumbo que yo quería—. Ella siempre me trata muy mal y no deja que ninguna de las chicas del curso sea mi amiga… todavía no sé qué le hice—agregué encogiéndome de hombros.

—No hace falta que le hagas nada. Ya te dije que Cristal es así. Le nace ser mala. Hay algo oscuro en ella, algo que te arrastra hacia su maldad… Por eso terminamos.

—¿Ustedes eran…?

—Salimos por un tiempo—aclaró, no dándole el título de “noviazgo” a lo que habían tenido y eso me alegró.

—Pero… ¿la querías?

—Es complicado, Sol… ella es linda… me dejé llevar por esa apariencia…

—El lobo con piel de cordero—dije sonriendo.

—Así es… ella tiene una apariencia bella, pero un interior horrible. Durante los meses que estuve a su lado, me convertí en una persona mala y despiadada como ella… me avergüenza admitirlo, no era lo que yo quería ser, pero… Cristal siempre logra lo que se propone… Es difícil oponerse a sus caprichos… Terminé dañando a muchas personas y sufriendo la pérdida de mis amigos… alejé a tantas personas…

—Todos le obedecen porque le tienen miedo.

—Yo no. Ya no la dejaré manipularme más. Sabe que sus manejos no funcionan conmigo. Y ahora estoy tratando de ser una mejor persona, de rodearme de gente buena.

Me alegré de escucharlo tan decidido.

—Me agrada estar contigo, Sol. Eres una buena chica, con un buen corazón, tienes un brillo especial.

Bajé la mirada avergonzada. Nunca nadie me había dicho tan lindas palabras.

Estábamos llegando a la puerta de casa, iba a despedirme cuando la mirada de Gael se encontró con la mía y sentí un fuerte cosquilleo que me recorría todo el cuerpo.

—Sol…—dijo suavemente—, si te invito a salir… ¿aceptarás esta vez?

—No lo sé—respondí dudando—, ¿cuál sería la invitación?

—¿Quieres ir al cine? ¿Te gustan las películas de Marvel?

«Vaya este chico sí que dio justo en el blanco».

—¡Me encantan! Las he visto a todas.

—Bueno, entonces… ¿te parece si vamos juntos a ver la última?

—Mmmm, me gusta la idea—respondí sin pensarlo dos veces.

«Es una locura… ¿Porqué acepté?».

Sabía que sería muy difícil que mis padres me dejaran ir sola con un muchacho al cine. Ya pensaría en algo. Pero no iba a perder la oportunidad de salir con Gael Serrano.

—Entonces… ¿el sábado?

—¿Mañana…?

—Si ya tienes planes… podemos dejarlo para otro día.

—No, me parece bien… ¿Puede ser temprano?

—Seguro, buscaré una función en la hora de la siesta, ¿te parece encontrarnos en el shopping?

—Sí, genial… hasta mañana.

Nos despedimos y me quedé allí como una tonta mirando cómo se alejaba.

«¡Tengo una cita con Gael Serrano!».

Papá llevaba semanas encerrado en su escritorio terminando los últimos detalles y correcciones del libro. Solo salía para comer, o para ir hasta el centro de investigación CONICET para hablar con su editor.

Mamá tenía sus horarios completos en un nuevo consultorio en el centro. Dejaba el almuerzo preparado para que comiéramos al regresar de la escuela y llegaba a casa por la noche. Seguí con poco apetito, odiaba comer sola, y tener que calentar mis comidas. Prefería solo picar una fruta o alguna galleta.

Golpeé la puerta del escritorio y abrí despacio, encontrando a papá con la mirada fija en su computadora.

—Hola, papá, ¿puedo pasar?

—Hola, Solcito—dijo desviando su mirada a mi persona—, ¿qué tal el entrenamiento?

—Bien…

—¿Has visto a Bruno?

—No, recién acabo de entrar, seguro está en su cuarto o jugando a la play.

—¿Puedes encargarte de preparar algo para que meriende tu hermano?, estoy terminando unos detalles y no quiero dejar a la mitad el trabajo.

—No hay problema, papá—respondí como hija obediente—. Quería… pensaba… ir mañana al cine con unos compañeros de la escuela…

«Mentira a medias, en realidad es un solo compañero».

—¿Qué quieren ver?

—La nueva película de los Vengadores… ¿me dejarías ir?

—¿A qué hora?

—Temprano, papá… Vamos a ver las funciones y la idea es que sea por la siesta… iremos al shopping

—Por mí no hay problema… ¿puedes preguntarle a mamá cuando ella regrese?

—Está bien…

«Solo necesito el permiso de mamá, sé que ella hará más preguntas».

No fue tan difícil después de todo. Tenía el permiso de papá, que era un gran paso.

Luego de algunas preguntas exhaustivas, mamá accedió a que saliera con “mis compañeros del colegio” pero que regresara a casa antes de las 20 horas.

Me sentía tan feliz.

Debía buscar algo bonito para ponerme.

Quería verme bien para Gael.

Mi celular comienza a sonar y en la pantalla aparece el nombre de Isabella.

Me tiro sobre la cama y atiendo a mi amiga.

—Hola, Sol—escucho la voz emocionada de mi amiga—. Te extraño tanto.

—Isabella, ¡qué lindo escucharte! Hacía mucho que no hablábamos.

—Es que me tienes olvidada… se ve que has conseguidos nuevas amigas en Rosario…

—Pero ninguna como tú—interrumpo su conclusión errada.

—Sí, bueno, eso sería imposible, porque soy única en el mundo—exclama divertida.

—Yo también te extraño.

—¿Cómo va la escuela?

—Bien, estoy en el equipo de fútbol.

—¡Qué bueno! Es lo que siempre quisiste.

—Hay un grupo muy bueno de chicas, nos estamos haciendo amigas…

—¿Y en la iglesia? —me pregunta.

—Ese es otro tema… es una iglesia pequeña, con pocos chicos y chicas de nuestra edad…

—Oh, qué pena…

—No hay reunión todos los sábados, como en Córdoba, solo alguna de vez en cuando y tiene cultos generales los domingos… y son bastante aburridas.

—¡Amiga! ¡Eso es terrible! Por lo menos no vas a enamorarte de ningún rosarino que te haga quedar allá—agrega riendo.

No le respondo y mi silencio es justo lo que Isabella necesita para descubrir que sí hay alguien.

—¿Qué pasa, amiga? —interroga—. ¿Acaso estás enamorada?

Dudo en mi interior si contarle sobre Gael y estos nuevos sentimientos que crecen en mi interior. Ella es mi mejor amiga, y muchas veces hemos compartido de chicos de la escuela que nos gustan… así que me arriesgo y comienzo a contarle.

—Es un chico de la escuela…

—¡Vaya! —responde.

—Se llama Gael, es el capitán del equipo de fútbol…

—Guau, suena a alguien atlético… ¿Es de tu curso?

«Y aquí viene el sermón de Isabella. La conozco lo suficiente».

—Es de sexto año.

—¡Sol! —exclama sorprendida.

—¿Qué tiene de malo, Isa?, es solo dos años más grande… ¿Nunca te enamoraste de alguien mayor?

—Claro que sí y lo sabes, pero era alguien de nuestra iglesia, los chicos de la escuela… es otro tema…

—Gael es diferente. Deberías conocerlo. Es respetuoso y atento, tiene una mirada clara y pura…

—Y no es cristiano, supongo.

—No, no lo es.

—Amiga, ten cuidado. Las amistades y noviazgo con el mundo son una de las principales causas de apartarse de Dios.

—Isabella, no voy a ponerme de novia, ni voy a apartarme de Dios. Es solo que no puedo negar lo que siento.

—¡Aléjate de ese chico! Si sigues cerca de él, las cosas se pueden complicar… intenta sacarlo de tu corazón antes de que sea demasiado tarde.

—Bueno, mejor hablemos de otra cosa… ¿Ya regresó Noah? ¿Has tenido novedades de él?

—Hemos hablado seguido estos días. Llegan la próxima semana.

—¿Así que han hablado seguido?… ¿Pasa algo entre ustedes?

—No lo sé… es extraño… siempre vi a Noah como un buen amigo… pero desde que se fue a Italia, nuestras charlas telefónicas y los mensajes…

—¡Estás enamorada de Noah!—exclamo con fuerza.

—Te digo que no lo sé. Quizás cuando regrese y podamos compartir tiempo cara a cara se aclaren estas dudas que me inquietan.

—Ustedes harían una bonita pareja.

—¿Lo crees?

—Por supuesto.

—¿Y eso… no te molesta? —pregunta Isabella con voz entrecortada.

—¿Por qué habría de molestarme?

—Creí que estabas enamorada de Noah. Ustedes siempre han tenido… una relación tan cercana…

Al escucharla me quedo pensando en sus palabras.

Noah siempre fue mi amor platónico.

Desde pequeña, soñaba con que un día íbamos a ser novios, y luego casarnos.

Amaba a Noah, y lo admiraba. Una mezcla completamente platónica. Porque nunca nadie podría igualarse a él.

Conocía su corazón y pensamientos, lo puro y sincero que era. Sabía que, quien tuviera la dicha de estar al lado de mi amigo, sería alguien completamente afortunada, porque Noah es de esas personas que te aman, te protegen y darían su vida por ti.

Siempre tuvo muchas chicas enamoradas de él. En el colegio, en el barrio y en la iglesia. Eso no me extrañaba, porque además de tener un corazón tierno y bueno, Noah tenía una hermosa apariencia.

Delgado, con la tez trigueña, sus cabellos castaños y unos hermosos ojos grandes de color avellana, con largas pestañas que eran la envidia de cualquier chica.

Noah pegó el estirón en la adolescencia y yo quedé pequeña, apenas si llegaba a su hombro.

Sus facciones se volvieron finas y rectas, y sus hoyuelos en las mejillas siguieron dándole ese toque tierno a pesar de dejar de ser un niño.

Nunca fue del tipo deportista, sino más bien del bohemio e intelectual. Dedicado a la lectura y la música. Con un ritmo tranquilo en su andar y pacífico en toda su personalidad.

Jamás lo vi interesado en ninguna chica. O por lo menos, no hablaba de eso conmigo.

Siempre de perfil bajo. Evitando ser el centro de atención, aunque bien podría haberlo sido.

Aunque teníamos la confianza de hablar de todo, sentía que Noah me ocultaba algo, una pequeña sombra en su mirada me hacía intuir que mi mejor amigo tenía un pasado misterioso que yo ignoraba.

Nunca hablamos de su familia, ni de esos primeros años de vida, antes de llegar a la casa de los tíos.

Sin embargo, cada detalle en él resultaba especial, aún su lado misterioso.

Lo amaba. Sí, había estado enamorada de mi mejor amigo… Pero ahora… Gael Serrano ocupaba mis pensamientos y emociones.

—¿Sol?—me interrumpe Isabella—, ¿estás ahí?

—Sí, sí, te estaba escuchando.

—¿Te pregunté si Noah te gustaba?

—Para nada, Isabella. Eres libre de enamorarte de él—respondí.

Miré el reloj y ya estaba en hora de salir hacia el cine. No quería hacer esperar a Gael

—Amiga, tengo que dejarte… estoy retrasada…

—Está bien, Sol. Hablaremos en otro momento.

—Te extraño, Isabella y te quiero mucho.

—Y yo a ti, amiga. Nos vemos pronto.

Me apuro a terminar de arreglarme, la ropa me queda demasiado suelta, al parecer he bajado algunos kilos y no lo sabía… Busco algo que me quede un poco mejor y salgo corriendo hacia la parada del colectivo. Es la segunda vez que voy a tomar un micro estando en Rosario. Hace unas semanas atrás fuimos con Bruno hasta el shopping y buscamos en internet los recorridos, descubriendo que justo la línea que pasa frente a nuestra casa nos deja a unas pocas cuadras.

Al bajar del colectivo, me detengo en una vidriera. No para ver la mercadería, sino para repasar mi apariencia como en un espejo.

Tengo puesto unos jeans rotos en las rodillas, con una camisa a cuadros rosa, azul y violeta, con unas botas negras acordonadas y llevo un saco tejido de color negro. Mi cabello está suelto y las ondas caen como cascadas sobre mis hombros.

Me puse un poco de labial rosa y algo de rímel.

Me siento conforme con mi apariencia, y espero que a Gael también le agrade.

Al llegar me dirijo directamente a los cines, donde quedamos encontrarnos. Hay muchísima gente, no solo por ser sábado, sino porque es el estreno de la película.

Busco con la mirada entre la multitud, pero no logro encontrarlo. Una gran decepción se apodera de mí.

«¿Y si él no viene? ¿Y si se arrepintió de salir conmigo? ¿Si solo era una forma de burlarse?».

Hasta por un segundo pensé que Cristal podría haberlo manipulado para invitarme y luego dejarme plantada.

Mi mente podía ser muy imaginativa y rápida en momentos así.

Tan tonta me sentí, que hasta tenía ganas de llorar.

Bajé la mirada a mi celular buscando algún mensaje de disculpa, pero nada, no había ningún mensaje.

«Soy una tonta. Ingenua y boba», me dije a modo de reproche.

¿Cómo pude ser tan ilusa al pensar que el chico más guapo de toda la escuela, el capitán del equipo de fútbol, iba a fijarse en alguien como yo?

Siento que mis ojos comienzan a picar, poco tiempo más podré contener las lágrimas.

Quiero salir corriendo. Quiero regresar a casa, meterme bajo las colchas de mi cama y dormir por tres días seguidos, y olvidar que estoy en Rosario, olvidarme mis odiosos compañeros de curso y de Gael Serrano.

Me doy la vuelta para salir de la sala de cine, cuando de golpe, frente a mí, se encuentran Nair, Leila y Cristal.

«Lo único que me faltaba».

Las tres lucen como típicas modelos de revistas. Traen polleras de jean cortas, botas hasta la rodilla, blusas de color pastel y unas camperas cortas hasta la cintura. Parece que se pusieron de acuerdo con su ropa para combinar hasta en los colores.

—Hola, pulguienta—dice Cristal al verme ante ellas—. ¿Qué haces por aquí? ¿No sabía que permitían pulgas en el cine?

—Vine a ver la película de Los Vengadores—le respondo.

—Escuché que ya no hay más entradas—dice Nair sacudiendo las de ellas al aire.

—Pobrecita, tendrás que conformarte con ver Frozen—se burla Leila y las tres se ríen.

—¡Qué triste que seas tan patética de venir sola al cine! ¿Acaso ninguna de las “machotas” de tu equipo disfruta de venir a ver una buena película? —agrega Cristal con una sonrisa triunfal en el rostro.

Mi corazón late con fuerzas en mi pecho. Es una mezcla de bronca, impotencia, tristeza, dolor… no sé cómo describirlo.

Siento que mis piernas están clavadas sobre aquel piso alfombrado de la sala de cine, y aunque quiero salir corriendo de allí, no puedo.

—Hasta me das lástima, pulguienta—agrega Cristal dando un paso hacia adelante y tomando mí barbilla—. Siempre estarás así de sola, nadie te quiere, nadie será tu amiga.

De golpe, su mirada cambia, y la veo retroceder un paso hacia atrás. Siento una mano sobre mi cintura y una respiración cerca de mí oído.

—Lamento la demora—dice Gael depositando un beso en mi mejilla y buscándome con la mirada.

Las tres amigas se quedan con la boca abierta.

Cristal sacude su cabeza incrédula de lo que ve, pero no logra disimular el odio y bronca que siente.

—¿Te estaban molestando?—me pregunta mirándome a los ojos, y sé que ha visto esas lágrimas contenidas.

—No, estoy bien—respondo mientras bajo la mirada.

—Hola, Cristal—le dice en forma seca y fría—. Hola, chicas.

—Hola, Gael, seguimos teniendo el mismo gusto de películas—afirma la rubia, quien no va a darse por vencida—. ¿Podríamos sentarnos juntos si quieren?

Y su ofrecimiento hace que mi estómago sienta ganas de devolver todo el almuerzo.

«¡Por Dios! ¡Que Gael no acepte!», digo en mi interior.

—No, gracias. Preferimos que cada quien siga por su lado—responde mientras toma mi mano entrelazando nuestros dedos—. ¿Vamos, Sol? Aún debemos comprar algo para comer.

Quiero responder. Quiero decir algo. Pero todavía estoy tratando de asimilar todo lo que acaba de suceder.

La mano de Gael me arrastra a seguirlo. Mientras mi mirada y la de Cristal se encuentran y puedo ver las chispas y cortocircuitos en el aire.

Una sonrisa se dibuja en mis labios al ver la bronca de la rubia.

Una sonrisa de triunfo.

«Gael será mío, Cristal», quiero gritarle en la cara.

Y aunque sé, que es solo una salida de amigos, no quiero dejar de disfrutar ese dulce sabor de patearle el trasero a Cristal.

«Sol uno- Cristal cero».

Gael se detiene a comprar un balde de pochoclo y unas gaseosas.

—No tenías porqué defenderlas—me dice cuando nos detenemos en la fila del cine—. Sé que te estaban molestando.

—¿Y qué caso tenía?—respondo levantando mis hombros—. Ellas y sus palabras solo pueden dañarme si las dejo—respondo y Gael sonríe.

—Eres demasiado buena, Sol. Tienes un noble corazón, pero ten cuidado, porque Cristal te dañará aunque no quieras.

«Vaya que sí lo sé».

Esos minutos que pasaron hasta que él llegó habían dolido como espadas clavadas en el pecho; y cada mirada de Cristal me hacía sentir más insignificante. Pero podía ser fuerte. Contaba con la amistad de Gael, y eso era el golpe más bajo que Cristal podía recibir.

Nos sentamos en el medio de la sala.

No volteé a mirar dónde se ubicaron Cristal y sus amiguitas, pero por sus voces y risas, sabía que era unas filas detrás de nosotros.

Conversamos hasta que las luces se apagaron por completo. Y luego comenzó la película.

Cada tanto desviaba mi mirada hacia Gael.

El resplandor de la pantalla iluminaba sus ojos celestes dándole un brillo especial.

Como la película era demasiado larga hicieron un break en el medio para poder ir al baño y comprar algo más de comida.

Temía encontrarme a Cristal y a sus amigas, así que caminé un poco hasta unos baños más alejados de nuestra sala.

Cuando regresé, Cristal estaba hablando con Gael.

Nair y Leila no estaban. Los dos se veían bien juntos. No podía negar que hacían una bonita pareja.

Sentí que yo sobraba. Ellos estarían mejor si yo me iba.

Sabía que era exactamente lo que Cristal quería que sintiera y pensara.

Y no iba a dejarla ganar.

Caminé decidida y sonriente hacia ellos. Estaban conversando.

—Siempre pensé que cuando estrenara esta película vendríamos juntos, como a la anterior—estaba diciendo ella muy sonriente—, aunque fue poco lo que vimos aquella vez… ¿lo recuerdas? —comentó guiñándole el ojo.

Gael no sonrió ante su comentario. Bajó la mirada casi como avergonzado de que escuchara aquella información.

—Creo que elegiste bien en venir con la Pulga—afirma dirigiendo su mirada hacía mí—, con ella verás la película completa. Que la disfruten.

«Punto para Cristal», me digo mentalmente.

—Lamento mucho que tuvieras que escuchar eso—dijo Gael enojado—. Ella sabe bien cómo manipular y herir a los demás.

—Está bien.

—No, nada está bien. No me gusta que todo el tiempo se burle de ti, te agreda con las palabras, y siento que todo es por mi culpa.

—Ella me odia desde el primer día de clases. No solo es porque somos amigos… así que no te preocupes. ¿Vamos a ver la película? Quiero saber cómo termina.

—Gracias por ser tan comprensiva. Me agrada estar contigo, de verdad.

«Sí, claro, porque soy una buena amiga con la cual ver la película completa… Sol uno – Cristal uno».

Al terminar, nos dirigimos al patio de comidas a comprar un helado. Caminamos por los pasillos en silencio, mirando las vidrieras.

En mi mente estaban las palabras de Cristal, sus agresiones y miradas. Tanta bronca sentía que no podía disfrutar la presencia de Gael caminando a mi lado.

—¿Segura de que estás bien?—preguntó Gael.

—Sí.

—¿Te gustó la película?

—Estuvo mortal—exclamé sonriendo—, cada nueva que veo me sorprendo de lo bien pensadas que están todas… y cómo se relacionan…

—Eres una fanática en serio.

—Claro que lo soy.

—¿Y el fútbol? ¿Desde cuándo te gusta?

—También desde pequeña.

—¿Jugabas en algún equipo de Córdoba?

—No, siempre quise jugar… pero… en mi colegio no había equipos.

—¿Y dónde jugabas?

«Aquí, debería venir la parte, en que le digo que voy a una iglesia, y que allí era donde jugaba», pienso mientras seguimos caminando.

—Jugaba con unas amigas —respondo sin dar demasiados detalles y ruego que no pregunte más sobre este tema.

—Es asombroso que juegues tan bien y que nada más lo hicieras de forma recreativa.

—¿Y? Gael Serrano… ¿desde cuando tu amor por el fútbol?

—Desde siempre. Mi mamá cuenta que desde que aprendí a caminar comencé a patear, que pateaba todo. Hasta los autitos. Así que dejaron de comprarme juguetes, porque los rompía a patadas.

Los dos reímos.

—Así que torturabas juguetes—afirmé.

—Se podría decir que sí… Cada cumpleaños recibía tres o cuatro pelotas de fútbol… y yo era feliz con ellas, más que con un auto a control remoto.

—Apasionado por el fútbol desde chiquito.

—Bueno podemos decir que ya tenemos dos cosas en común… el fútbol y Marvel.

—Así es.

Compramos el helado y seguimos conversando.

El tiempo a su lado parecía detenido.

Hablamos del colegio, de lo que pensaba estudiar en el futuro, de sus sueños, de su familia, del equipo de fútbol.

La hora había avanzado y yo debía regresar a casa.

Caminamos hasta la parada del colectivo.

El cielo está completamente gris. Oscuros nubarrones amenazan con dejar caer su contenido sobre nosotros.

Allí estábamos los dos, parados detrás de una larga fila de personas, esperando que llegara el micro de mi línea para despedirnos.

—Ha sido la mejor cita de mi vida—confiesa Gael con una sonrisa.

—Sí, claro—dije con ironía.

—Lo digo en serio—exclama poniendo una mano en su corazón y parándose justo frente a mí—. Nunca había conversado tanto con alguien, ni me había sentido tan bien en compañía de una chica… Eres especial, Sol. Tienes… algo diferente a todas las chicas que he conocido.

Me quedé sorprendida ante sus palabras. ¿Acaso estaba hablando en serio? ¿Era yo especial?

«Mi madre diría en este momento: es porque tienes a Cristo en tu corazón».

¿Sería eso posible? Yo ni siquiera había mencionado a Dios ni mis creencias.

—No pareces creerme…—dice bajando la mirada.

—Es que… seguramente has tenido muchas citas y muchas películas en mejor compañía… no creo poder compararme con ellas…—agregué refiriéndome a Cristal y su cometario, pero sabiendo que la lista de novias de Gael era más extensa.

—Por eso… es la mejor—responde—, porque no puede compararse a ninguna, ¿sabes? Ninguna de esas chicas con las que salí se mostró interesadas en conocerme, en hablar de lo que siento y pienso… ninguna de ellas fue sincera al contarme de su vida, ni mostrarse tal como son…

Gael avanza un paso acortando la distancia entre nosotros y yo siento que el aire me falta en los pulmones.

Levanta su mano y corre un mechón de mi cabello detrás de mi oreja. Nuestras miradas están conectadas de una forma especial. Intensa. De golpe unas finas gotas de lluvia comienzan a caer.

—Me gustas, Sol. Quiero conocerte más, quiero que me conozcas…

«No puede ser real. Esto no me está pasando a mí».

Una frenada cercana a nosotros nos indica que el colectivo ha llegado y las personas en la fila comienzan a subir.

—Tengo que irme—susurro.

—Lo sé—dice pasando su mano por mi mejilla—. ¿Nos vemos el lunes en la escuela?

—Nos vemos.

No quiero irme.

No quiero subir a ese colectivo.

No quiero alejarme de él.

Miro nuevamente el celular y son las 20:15.

Tengo dos mensajes de mamá y una llamada perdida. Va a regañarme al llegar, pero ya no me importa.

Miro nuevamente a Gael, y subo, o tendré graves problemas en casa y no podré volver a verlo.

Camino por el pasillo hasta un asiento en el fondo. Cuando me siento, miro por la ventana y su mirada sigue fija en mí. Esos ojos celestes me miran de una manera especial y quiero quedarme allí para siempre, frente a esa mirada.

Levanta su mano en señal de saludo y una hermosa sonrisa se dibuja en su rostro. El colectivo arranca y suelto el aire retenido en mí pecho.

Hace frío, pero yo me siento como en primavera. Hay viento, y una suave lluvia otoñal que moja las calles y empaña el vidrio de mi ventana… pero para mí, es el mejor día del año.



CAPITULO 5

HOJAS AMARILLAS

El domingo se hace eterno. No he recibido ningún mensaje de Gael.

Desde que nos despedimos el sábado no he tenido señales de él. Lo que me hace dudar de sus confesiones y sentimientos.

Sigo pensando que está jugando conmigo.

Tuve que escuchar el sermón de mamá al llegar media hora más tarde de lo pactado. Pero el saber que la película duraba tres horas, aplacó un poco su enojo y comprendió mi demora.

Las reuniones de la iglesia parecen pasar en cámara lenta.

En mis pensamientos solo puedo desear que sea lunes.

Jamás deseé tanto que llegara un lunes como en este momento. Aunque hay un cierto temor de cómo reaccionará Gael frente a toda la escuela.

No sé si será igual, o prefiere mantener nuestra amistad en secreto.

Al terminar la reunión Flavia y Vanesa se acercan para invitarme a una reunión de jóvenes en su casa. Mamá me sonríe y se compromete a llevarme el próximo sábado.

No me siento convencida, pero tampoco tengo alternativa. Debo aceptar y sonreír para que no reciba otro sermón.

Por fin llegó el lunes.

Caminé aquellas cuadras con rapidez. Ya quería llegar a la puerta del colegio. Ya quería encontrarme frente a frente con Gael y mirarlo a los ojos, para saber si lo vivido el sábado había sido producto de mi imaginación o si era real.

Sentí que el corazón se iba a salir de mi pecho cuando crucé la puerta de entrada y la figura de Gael fue lo primero que apareció en mi campo de visión.

«¿Me estabas esperando?».

—Hola—dice con una amplia sonrisa.

—Hola—respondo mordiendo mi labio para impedir que la sonrisa ocupe todo mi rostro.

—¿Qué tal el fin de semana?

—Mmmm… Bueno…

—¿Solo bueno? —pregunta, y entiendo que habla de la salida del sábado.

—Sí… digamos que podría haber sido mejor…

—Ah, bueno… eres exigente—afirma y los dos reímos.

—La pase muy bien el sábado—agrego para dejar clara mi respuesta.

—Yo igual… no sabía si escribirte… no quiero que te sientas presionada… ni acosada…

Suelto una risa y lo miro incrédula.

«¿Acosada por Gael Serrano?».

—Entonces… ¿te molestaría que te escriba por WhatsApp?

—No, Gael. Me encantaría que me escribieras.

«Es tan tierno que no lo puedo creer».

—¿Te molesta si te acompaño hasta tu curso?

—Para nada. Será todo un honor ser escoltada por usted, señor Serrano.

Sus ojos celestes se iluminan.

Caminamos uno al lado del otro en silencio, cruzando una que otra mirada. Mi corazón amenaza con salir de mi pecho.

Llegamos hasta la puerta del curso y la felicidad se termina al ver a Cristal con su perfecta sonrisa contemplándonos.

—Hola, chicos. Muy buena la película, ¿verdad?—comenta. Gael y yo nos miramos, esperando el golpe que siempre la caracteriza—. Desaparecieron apenas terminó… ¿no se habrán portado mal ustedes dos? —pregunta con asombro—. No pensé que fueras tan fácil, Pulguienta—agrega con voz fuerte y noto que varios chicos del curso escuchan su comentario y voltean a mirarme.

Siento que la sangre se me congela. Desvío mi mirada a Gael.

«¿Qué van a pensar todos de mí? Ahora soy una chica fácil».

Mi felicidad siempre dura un suspiro dentro de las paredes de la escuela.

Cristal vuelve a ganar esta partida.

Estoy por avanzar hacia el curso, resignada y golpeada, cuando esa voz grave que tanto me gusta responde.

—No todas son tan fáciles como tú. Sé que estás celosa… por eso solo voy a decirte esto como una advertencia: Dejar de agredir a Sol, porque ahora ella tiene quien la defienda. No querrás tenerme de enemigo Cristal.

—¿Qué quieres decir? —cuestiona la rubia enfurecida.

—Creo que eres inteligente como para sacar tus propias conclusiones—exclama Gael con voz fuerte para que todos escuchen—; y quien se meta con ella, se mete conmigo.

Me mira a los ojos como tratando de descifrar mis pensamientos.

Estoy asustada por todo lo que acaba de pasar, porque no sé si entendí bien lo que significan sus palabras.

Gael me abraza y susurra a mi oído: —Hablaremos en el recreo.

Asiento sin decir palabra, y entro al curso ante la mirada atenta de todos mis compañeros.

Cristal me fulmina con la mirada y sé que la guerra está declarada.

Al tocar el timbre, camino con temor hacia el patio.

Busco con la mirada a Gael.

Necesitamos hablar. Necesito aclarar estas dudas y ansiedades que me han atacado durante toda la hora de clase.

Mientras cruzo el patio me encuentro con Gael.

Me señala la cantina y los dos nos vamos caminando en silencio.

—Hay demasiadas personas—le susurro cerca de su oído.

Me arrastra hacia atrás del mostrador.

—Hola, Mica, necesitamos hablar en un lugar tranquilo… ¿podemos pasar al depósito?

—¿Está todo bien? —pregunta Mica mirando mi cara de pánico quizás.

—Sí—le respondo—, necesitamos un lugar tranquilo.

—Gael—advierte Mica poniendo un dedo sobre el pecho del muchacho—, no juegues con ella.

—Jamás—dice muy seguro—, prometo que solo serán unos minutos.

Mica nos deja pasar y entramos en un cuarto silencioso donde hay un montón de cajas apiladas.

—¿Aquí traes a todas tus conquistas? —le pregunto cruzándome de brazos y paseando con la mirada por todo el lugar.

—No… y lamento que pienses así.

—¿Qué quieres que piense?—suelto de golpe—. La verdad no sé qué pensar, Gael… ¿Qué fue todo lo de la entrada? ¿Estás jugando conmigo?

—No, jamás te lastimaría—dice acercándose a mi lado—, solo quiero protegerte, no quiero que Cristal te lastime…

—¿Por qué? —pregunto desafiante.

«Quiero saber qué siente. Quiero que, si hay un “nosotros”, me lo diga».

—Porque me gustas, Sol. Te lo dije el sábado. Y no logro sacarte de mi cabeza… eres importante para mí…

Lo miro asombrada. «¿Acaso escuche bien? ¿Dijo que le gusto?»

—Sé que no eres como las otras chicas, por eso no sé cómo actuar contigo, no sé cómo decirte esto… ¿Quisieras ser mi novia?

«Guau, que alguien me pellizque, no puede ser cierto lo que acabo de escuchar».

Mi silencio lo desconcierta.

Me alejo unos pasos y pienso qué voy a decirle.

Claro que me gusta y quiero ser su novia. Es como un sueño hecho realidad. Pero yo nunca he estado de novia, jamás he besado a un chico…

«Oh, ¿Qué voy a hacer? Se que esto está mal, muy mal».

—¿Sol? —dice confundido ante mi reacción—. Pensé que sentías algo por mí…—agrega frustrado. Lleva sus manos a la cabeza y me da la espalda.

Siento que debo decir algo.

Que necesito que conozca lo que me está pasando.

—Gael…

Se voltea y me mira desconcertado, sus tiernos ojos celestes me suplican una aclaración.

—Yo… nunca he tenido novio… jamás he besado a nadie… no sé cómo funciona esto de las relaciones…

—¿Hablas en serio?

—Sí… tengo miedo de no ser lo que crees… lo que esperas… No sé cómo ser la novia de Gael Serrano… y tengo miedo de… que termines arrepintiéndote de lo que acabas de pedirme.

Avanza con un paso rápido y queda justo frente a mí. Con su mano sostiene mi barbilla y me obliga a mirarlo.

—Sol, eres todo lo que quiero de una chica. Jamás me voy a arrepentir de pedirte que seas mi novia. Eso es si aceptas… porque todavía no me has dicho que si.

—Está bien, Gael… seré tu novia.

Siento su mano apoyada en mi mejilla y con su pulgar delinea mi labio inferior.

«Aquí es la parte que viene el beso».

Estoy aterrada y creo que Gael lo nota.

—Dejaremos el primer beso para un lugar y ocasión más romántica—me susurra cerca del oído.

Escuchamos el timbre de finalización del recreo y debemos apurarnos y regresar a nuestras aulas.

—Entonces, ¿oficialmente eres mi novia? —me pregunta como dudando.

—Lo soy —afirmo con una sonrisa.

Salimos del depósito, Gael se despide hasta el próximo recreo y Mica me mira expectante.

—¿Qué pasó ahí dentro?

—Me pidió que fuera su novia—le digo sorprendida de mis propias palabras.

—¿¿Y??

—Le dije que sí.

Mica me abraza feliz.

—¡¡Felicitaciones!! Hacen una hermosa pareja. Gael es un gran chico.

Camino hacia mi curso como en cámara lenta.

«¿Qué acabo de hacer? Está mal. Esta no es la forma correcta, ni la persona correcta, pero… ¿Por qué, si es incorrecto, se siente tan bien?¿Por qué Gael es tan tierno y bueno conmigo si no es el hombre correcto?».

Alejo estos pensamientos de mi cabeza, e instalo uno nuevo:

«Estoy de novia con Gael Serrano».

A la salida, como todos los lunes, tenemos entrenamiento.

Valeria nos hace correr y practicar nuevos ejercicios. Faltan pocas semanas para las olimpiadas de junio y debemos prepararnos lo mejor posible.

Gael me espera para acompañarme a casa.

Al terminar, me dijo al vestuario, y cuando entro, el equipo de hockey completo está allí.

Se callan al ver entrar.

Necesito sacar mi mochila y lavarme un poco. Quiero salir de allí lo más rápido posible.

—Les digo que Gael es excelente besando, el mejor que he besado hasta el momento ¿No lo crees, Sol?—dice Cristal para sacarme de mis casillas.

Decido no responder, hacer como que no he escuchado nada.

—Yo creía que eras una mosquita muerta—agrega caminando hacia donde me encuentro—, pero has jugado bien tus cartas, y debo admitir que no sé cómo lo hiciste, pero lo atrapaste en tus redes… Creo que eso es lo que le atrae de ti, lo inocente y simple que eres…

Sigo ignorando sus palabras. Termino de lavarme y estoy por salir cuando Cristal se interpone en mi camino.

—Eso es lo único que me consuela, que cuando se aburra de tu simpleza e inocencia, volverá a buscarme, porque yo puedo darle lo que necesita.

Nuestras miradas se encuentran y siento tanto odio por esta rubia como jamás en mi vida por otra persona.

—Necesito que te muevas—le digo con firmeza—. Gael me espera para acompañarme a casa.

La sonrisa se borra de su rostro y se hace a un lado.

—Disfruta esta pequeña victoria, Pulguienta, porque muy pronto voy a quitarte esa sonrisita del rostro, y solo tendrás lágrimas cuando Gael regrese a mi lado.

Avanzo con rapidez quiero salir de allí antes de que Cristal siga apuñalándome con sus palabras.

Me reprocho por no poder responder de la misma manera. Quisiera tener palabras agudas e hirientes para ella también.

«¿Qué me pasa?¿Desde cuándo pienso de esta manera? Yo no soy así».

Gael me acompaña caminando hasta casa. Vamos de la mano, a paso lento, conversando del entrenamiento, de las olimpiadas… llegamos a la esquina de casa y nos detenemos.

—Voy a extrañarte—me dice mientras besa el dorso de mi mano.

—Nos veremos mañana en la escuela—respondo.

—Lo sé…

—Bueno, entonces, hasta mañana.

Gael me retiene de la mano. Sé que quiere avanzar, un beso es algo simple y común para él, mientras que yo, siento que estoy a punto de cometer un error del cual voy a arrepentirme por el resto de mi vida.

Estoy a punto de entregarle mi primer beso.

«Es solo un beso», me digo mientras siento que Gael se acerca.

«Es mi novio, seguro que esto iba a pasar».

—Sol, no tengas miedo—me dice al notar el pánico en mi rostro—. Voy a esperar a que estés lista. No voy a obligarte a nada.

Doy un paso brusco y me abrazo a su cintura. Es lo más tierno que pudo decirme.

—Gracias—le digo apoyando mi rostro en su pecho.

Nos quedamos así unos segundos y luego me separo de él. Debo llegar a casa o mamá sospechará.

—Tengo que irme, se ha hecho tarde.

—Nos vemos mañana, Pulga.

—Nos vemos.

Y así nos despedimos en nuestro primer día de novios.

Falta una semana para las olimpiadas.

Valeria reúne al equipo y nos da algunas planillas con autorizaciones para que firmen nuestros padres. También informa sobre las posiciones y titularidades del equipo para los primeros partidos.

—He decidido que Sol sea la nueva capitana. Creo que todas estamos de acuerdo que su mirada de las jugadas y rivales es la más completa y todas la respetan, así que tenemos nueva capitana.

Todas las chicas aplauden. Me encuentro completamente sorprendida por la decisión de Vale.

—Gracias por darme este privilegio. Espero poder cumplir mi rol y llevar a este equipo a la final de las olimpiadas y si es posible, entrar al campeonato nacional.

Todas gritaron y aplaudieron.

Así terminó el entrenamiento del viernes.

Gael se acerca y besa mi frente mientras me abraza.

—Oh, ¡que melosos!—gritan las chicas casi a coro—. ¡Vayan a besuquearse a otra parte!!

Valeria se acerca con la cinta de capitán y me la entrega.

—Te la ganaste—dice orgullosa.

—¿De qué me perdí? —cuestiona Gael

—Tu novia es la nueva capitana del equipo—dice Dana.

—¡Son la pareja perfecta! ¡El capitán y la capitana de los equipos de fútbol juntos! ¡Es de novela! —exclama Vicky.

—Felicitaciones, Pulga—me dice Gael con una sonrisa tan linda. Algo que desconozco se apodera de mí, porque estoy a punto de cometer una locura.

Me pongo de puntillas y lo sorprendo uniendo nuestros labios en un corto beso ante las miradas de todas las chicas del equipo.

Se sorprende ante mi reacción, pero no tarda en responder y abrazarme con más fuerzas.

—¡Qué asco! —gritan nuevamente las chicas—. ¡Consigan un lugar solitario!

Cuando nos separamos Gael está sorprendido y confundido a la vez.

Salimos tomados de la mano hasta la vereda, acompañados de todo el equipo. Ya en la vereda nos despedimos y al comenzar a caminar, se frena de golpe y sin que lo espere, se acerca plantando un beso nuevamente en mis labios.

—He deseado tanto ese beso—susurra con su frente pegada a la mía—, de verdad no quería apurarte…

—Bueno, yo… simplemente me dejé llevar… ¿te molestó que te besara?

—¡Me encantó que me besaras! Quiero que me beses todos los días de mi vida—dijo con voz fuerte, haciendo que las personas voltearan a vernos.

—Estás loco…

—Sí, estoy loco por vos.

Y volvió a besarme, allí en medio de la calle.

«Mi primer beso. Así tan fácil se lo había entregado a Gael Serrano».

El sábado no pude ver a Gael en todo el día. Por la noche, mamá me llevó a la casa de Flavia donde sería la reunión de jóvenes.

Éramos ocho en total. Cinco chicos y tres chicas.

Comimos pizza, jugamos a las cartas, y luego Raúl nos compartió un pensamiento de la Biblia.

Los mensajes de Gael no paraban de llegar a mi celular.

Fui al baño varias veces, solo para responderle.

Ya quería que fuera lunes nuevamente.

Aquellos chicos y chicas no eran malos, pero simplemente no estaba conectada a ellos. No los conocía, y tampoco estaba dispuesta a poner de mi parte para hacerlos mis amigos.

Lo mejor de la noche fue cuando mamá llegó a buscarme a eso de las once, después de que le había enviado varios mensajes.

—¿Qué tal la reunión? —preguntó entusiasmada.

—Bien—respondí evitando dar detalles.

—¿Solo bien?

—Comimos, jugamos a las cartas, dieron un mensaje… nada del otro mundo…

Me miró extrañada de mi respuesta. Luego de una pausa preguntó:

—¿Estás bien, hija?

—Sí, mamá.

—Te noto un poco fría y distante. ¿Pasó algo de lo que quieras hablar?

—No pasó nada importante—mentí—. Estoy bien.

«Nada está bien».

Sabía que mentirle a mi madre no era lo correcto, sabía que tener una mala actitud con los chicos de esta nueva iglesia no era lo correcto, y que ser novia de Gael Serrano tampoco.

Algo me carcomía en mi corazón al pensar en estas cosas, quizás era remordimiento. Alejaba lo más posible este tipo de pensamientos justificando a mi propia conciencia de que no era tan grave, que no le hacía daño a nadie y que, al fin y al cabo, era mi vida y podía ser libre de elegir lo que quería.

Dios me había dado esa libertad y me sentía tan feliz al lado de Gael.

«¿Cómo algo que me hace tan feliz puede ser malo?».

De solo pensar en perder a Gael, mi pecho se estremecía.

Recorrimos las calles sin hablar mucho más. Mamá hacía algunos comentarios, intentaba sacar tema de conversación, pero yo permanecía inundada en mis propios remordimientos.



CAPITULO 6

GOLES EN OTOÑO

Llegaron las olimpiadas.

Viajar a Santa Fe por un fin de semana era una experiencia nueva. El desafío mayor había sido conseguir el permiso de mis padres.

Valeria y las chicas hablaron con mi madre por teléfono y le rogaron que accediera a este viaje.

Gracias a mis buenas notas y “fama de hija ejemplar”, mis padres aceptaron. Digo fama porque en estos últimos meses he estado lejos de ser la hija que ellos creen.

Salimos el viernes por la mañana de la puerta de la escuela, el equipo de hockey femenino, los equipos de fútbol femenino y masculino junto con sus entrenadores y algunos docentes.

Con Gael nos sentamos en el primer asiento, junto a Valeria y Augusto. Como capitanes de los equipos teníamos que tomar decisiones y recibir algunos consejos de nuestros entrenadores.

Charlamos gran parte del viaje y reímos por los comentarios divertidos del chofer.

Las dos horas se pasan rápidamente.

Al llegar a Santa Fe, nos instalamos en un predio del gobierno donde se albergaban todos los deportistas. Almorzaremos temprano algo liviano, ya que a las dos de la tarde será la ceremonia de inauguración y seguido a eso comenzarán los partidos.

Gran cantidad de chicos y chicas de toda la provincia se encuentran caminando por las calles. Cada uno vistiendo su uniforme como equipo.

Gael pasa su mano sobre mi hombro mientras nos dirigimos a la cancha principal.

—Me encanta estar aquí contigo—dice a mi oído con una hermosa sonrisa en su rostro—. La verdad, no me importa si ganamos o perdemos, solo quiero disfrutar de estos días a tu lado.

Sus palabras hacen que sienta que mis pies no tocan el suelo.

—También me encanta estar a tu lado… pero yo quiero ganar—respondo, y los dos reímos.

—Si perdemos tendrás que consolarme—dice haciendo un gesto gracioso con su boca—, necesitaré miles de besos para sentirme mejor.

—Y si ganas… estaré tan feliz que te daré miles de besos también.

—Ves, por eso me da lo mismo ganar o perder—dice antes de darme un beso en medio de la calle llena de estudiantes.

«Lo sé, somos dos cursis enamorados, y me encanta».

La ceremonia termina y Valeria nos junta a las chicas para una charla.

Cada partido es importante para pasar a la fase siguiente.

Hoy tenemos tres partidos y si ganamos mañana pasamos a cuartos de final y semi… y el domingo por la mañana es la final.

Terminamos el primer partido ganando 3 a 2.

Nos apuramos a ir hasta la cancha exterior, donde los varones están terminando su segundo partido. Van empatando 1 a 1.

Las chicas comenzamos a gritar y a alentarlos.

Quedan cinco minutos para el final cuando Gael se acerca peligrosamente al arco y un defensor lo patea directamente en su tobillo haciendo que caiga dolorido al piso.

—¡¡Penal!! —gritamos todos desde la tribuna.

Quiero correr hasta donde Gael se encuentra tirado en el piso y ver que esté bien.

Se levanta rengueando y el árbitro señala el punto del penal.

Quedan dos minutos.

Augusto le hace señas a Victor de que patee. Pero Gael se adelanta y ubica la pelota. No dejará que otro ejecute el penal.

Toma carrera, y todos dejamos de respirar por unos segundos, hasta que vemos la pelota entrar con toda velocidad en el arco y golpear con fuerza la red. Nuestras voces se unen en un grito de ¡¡¡Gooool!!

El equipo masculino tiene dos victorias consecutivas y eso le da la oportunidad de que, aun empatando su siguiente partido, pasen a cuartos de final.

Abrazo a Gael cuando se acerca a la tribuna.

—¿Cómo estás? ¿Te duele la pierna?

—Es solo un raspón, nada que un par de besos no puedan solucionar—agrega guiñándome un ojo—. ¿Cómo salieron ustedes?

—Ganamos 3 a 2. Hice dos goles.

—Vamos empatados entonces, yo hice los dos goles del partido.

Valeria nos avisa que nuestro siguiente partido está por comenzar.

Los muchachos tienen un descanso de una hora hasta el tercer partido del día, así que nos acompañan y serán nuestra hinchada.

Valeria nos junta al costado de la cancha y nos ordenamos igual que en el partido anterior.

Terminamos el primer tiempo empatadas, sin poder hacer goles.

Todos mis tiros pegaron en los palos.

Estoy completamente enojada conmigo misma.

El equipo ha hecho bien los pases y las llegadas al arco, pero no logro concretar ninguna definición.

Gael está sentado detrás del banco y en el entretiempo me llama.

—Tienes que probar cambiar de lado con Jazmín. Si entras por derecha tendrás más apertura del arco—me explica—, la defensora que te marca es zurda, y será más fácil desmarcarte de ella.

«Tengo el mejor novio del mundo», pienso mientras me explica la jugada.

Me alejo de él y le transmito al equipo la sugerencia de Gael y a todas les parece bien.

Comienza el segundo tiempo.

Saca el equipo contrario.

Cuando logramos recuperar la pelota y cruzar mitad de cancha, Jazmín se cruza en diagonal al lado izquierdo y yo avanzo por el centro, pero buscando la derecha del arquero.

Dana recibe el pase de Jaz en el área grande y gira para darme el pase. La defensora interpone su pie y la pelota se eleva por el aire. Corro dejando detrás a la defensora y cabeceo.

Veo la arquera saltar y tratar de agarrar la pelota que pasa entre sus manos.

—¡¡¡Gooool!! —gritan a coro.

—¡Grande, Pulga! —grita Emanuel.

—¡¡Esa es mi chica!! —exclama Gael saltando.

Terminamos ganando 2 a 0.

El siguiente partido de los muchachos está a punto de comenzar.

Lo ganan con facilidad 3 a 0.

Regresamos a los albergues felices de haber obtenido tres victorias y pasar a la siguiente ronda.

—Eres una gran capitana… hiciste un excelente trabajo en la cancha—me dice Gael.

—Gracias por tus indicaciones, gracias a ese cambio táctico pude hacer el gol.

—Lo hubieras hecho lo mismo de alguna manera. Tal como en los otros partidos—dice mientras me da un beso rápido.

—Necesitamos urgente una ducha—le digo haciendo un gesto gracioso—, los dos tenemos un fuerte olor después de los tres partidos.

—Sol… ¿Podrías prestarme shampoo?

—Seguro. Ven a buscarlo en un rato.

—Okey, nos vemos pronto, con mejor aroma—bromea—, así puedo besarte sin que apeste.

Quedamos con los chicos del equipo en juntarnos después de darnos unas duchas y salir a comer algo para cenar a una pizzería del centro.

Busco mis elementos de limpieza y la ropa.

Las chicas tenemos duchas comunes en un edificio cruzando el patio. Eran los vestuarios del gimnasio municipal.

Al entrar a las duchas nos encontramos con el equipo de hockey. Ellas también ganaron sus partidos y pasaron a la siguiente fase.

Cristal sale envuelta en un toallón rosa y su cabello mojado está suelto sobre sus hombros.

—Felicitaciones, Pulgosa, escuché que estás haciendo quedar bien a nuestra escuela—dice con su sarcástica sonrisa.

—Felicitaciones para ustedes también. Escuché que ganaron los tres partidos.

—Como siempre—afirma Nair.

—Esta fase es pan comido—agrega Leila.

—Chicas… podríamos dejar de lado las diferencias por un tiempo—sugiero intentando de apelar a una tregua—, ya que somos de la misma escuela, y tratar de mantener la paz.

Nair, Leila y Cristal se miran y sueltan una sonora carcajada.

—Lo siento, Pulga, pero somos de convicciones firmes. No toleramos a las machonas—responde Cristal.

—Sol—la voz de Gael se escucha desde la puerta—, ¿me prestas el shampoo?

Estoy buscando el frasco en mi mochila cuando veo a Cristal caminar hasta la puerta, aun envuelta en su toalla y se asoma.

—Hola, Gaelito, felicitaciones por ganar los partidos.

—Hola, Cristal—responde con normalidad.

Mi sangre comienza a hervir. Esa chica no tiene ni una pizca de pudor.

Busco el shampoo y salgo de prisa.

—¿Porqué no te vistes, Cristal?—le digo mirando con bronca sus ojos claros y chispeantes.

—¡Ay, Pulga! No te preocupes, Gael ya ha visto todo este cuerpito, no le sorprenderá hacerlo nuevamente, hasta quizás lo esté deseando…

Y al escuchar sus palabras siento que mis piernas van a dejarme caer al suelo en cualquier momento.

Gael la mira con odio y rápidamente me busca con la mirada.

Yo suelto el shampoo y entro al baño con rapidez.

—¡Sol, espera…! —es lo último que le oigo decir con claridad.

Mientras me alejo, los escucho discutir.

No voy a quedarme para seguir siendo humillada por ellos.

Entro rápidamente a una ducha, porque no quiero hablar con nadie del equipo. No sé si las chicas llegaron a escuchar las palabras de la rubia, de todas formas, no voy a quedarme a llorar frente a todas.

Cierro la puerta y las lágrimas comienzan a caer.

Mi mente imagina a Cristal desnuda frente a Gael y tengo ganas de vomitar.

Siento que caigo por un precipicio sin fin.

Me dejo caer sentada en el piso y apoyo mi cabeza contra las rodillas.

«¿Qué esperabas Sol? Gael tiene diecisiete años… ¿Acaso creías que seguiría virgen hasta el matrimonio? ¿Acaso piensas que es como Noah o el resto de los muchachos de la iglesia?».

—Sol, ¿estás bien? —pregunta Dana.

—Sí. Quiero estar sola.

—Gael está en la puerta. Quiere hablar con vos—dice Vicky.

—No quiero verlo. No lo dejen entrar.

Escucho a las chicas murmurar entre ellas. Puedo imaginar sus rostros y sentimientos de lástima por mí. Las duchas se abren y en silencio comienzan todas a bañarse.

Luego cierran. Se cambian sin hablar demasiado.

Aún permanezco aquí. Llorando. Sintiéndome una niña tonta.

—¿Sol? —escucho decir a Jazmín del otro lado de la puerta—. Gael está como loco… no se ha movido de la puerta. Quiere entrar a verte…

—No quiero hablar con él.

—¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué te hizo Cristal? No le hagas caso…

—Nada… esta vez, no es su culpa.

—¿No vas a ir a la pizzería?

—No. Vayan ustedes. Me quedaré a dormir. No tengo hambre.

—¿Quieres que me quede contigo?

—No… Estaré bien.

Escucho que Jazmín sale del baño y decido ducharme.

Las lágrimas siguen cayendo de mis ojos.

Dejo que el agua caliente me golpee la espalda.

Termino de cambiarme lentamente, sin poder sacar de mi cabeza las palabras de la rubia y la mirada de Gael.

Guardo mis cosas y al salir, me encuentro con Gael parado frente a la puerta. Se interpone en mi camino.

Bajo la mirada porque no quiero que me vea llorar e intento tomar el camino hacia la pieza.

Rápidamente se acerca y me detiene del brazo.

—¿Podemos hablar?

—No quiero hablar ahora.

Me obliga a mirarlo y mis ojos ya están llenos de lágrimas.

—Lo siento—dice con preocupación—. De verdad, Sol, no quería lastimarte, ni hacerte llorar.

—Pues ya es tarde…

—Si te hubiera conocido antes, si hubieras llegado antes al colegio… todo en mi vida sería diferente. Yo sería diferente… porque a tu lado, siento que todo en la vida es diferente…

No quiero escucharlo. En mi mente solo puedo imaginarlo al lado de Cristal, besándola y tocándola.

Sacudo su agarre de mi brazo y le dirijo una dura mirada.

—No quiero hablar ahora. Por favor, quiero irme a dormir—le exijo con firmeza—. Mañana… mañana hablaremos.

Y me alejo con rapidez, dejándolo parado allí en medio del patio.

No tengo hambre, mi estómago se cierra otra vez.

Cuando suena el despertador siento que mi cuerpo está débil y golpeado. Casi no dormí en toda la noche. Y las lágrimas fueron mi fiel compañía.

—¡Vamos, chicas!—dice Vale con entusiasmo—. A desayunar que nuestro primer partido es las diez de la mañana y tenemos que hacer un precalentamiento.

Las miradas de todas las chicas del equipo se depositan en mí. No dicen nada, pero sé que están preocupadas.

—¿Cómo te sientes? —me pregunta Jaz sentada en la cama a mi lado.

—No voy a mentirte… no es mi mejor día.

—Cristal es una arpía. Nunca creas en lo que ella diga… Intenta escuchar a Gael… ustedes se quieren—me aconseja con cariño.

Llegamos al desayuno y lo primero que encuentro al entrar es la mirada de Gael.

Parece que tampoco ha dormido en toda la noche. Hay ojeras bajo sus hermosos ojos celestes, su mirada es triste y un gesto preocupado se refleja en su rostro.

Se sienta a mi lado y el resto de los chicos entiende que necesitamos estar solos.

—Te ves terrible—dice con sinceridad.

—Lo mismo digo—respondo mientras revuelvo mi café con leche.

—¿Sigues molesta?

—Molesta no. Decepcionada—digo sin levantar la vista.

—Quiero aclararte que no es lo que estás pensando. No me enorgullece lo que voy a decir, quisiera poder volver el tiempo atrás y cambiarlo…—se escucha triste y arrepentido—. Solo estuve con Cristal una vez. Y luego de eso…

—Gael, no quiero detalles—aclaro levantado mi mano e intentando cortar su relato. Realmente no quiero escucharlo.

—Por favor… déjame explicarte…

—No creo que pueda seguir con esto—le digo acerca de nuestra relación.

—¿Qué dices?

—Que estoy confundida… que quiero tiempo…

—No, Sol, por favor—dice con lágrimas en los ojos—. Yo… lo siento, de verdad eres importante para mí, nunca sentí esto por nadie.

Levanto la mirada y me derrumbo ante sus ojos cristalizados.

—Siento que no puedo competir con ella—le digo explicando mis sentimientos.

—No necesitas competir con ella—me aclara—. Tú ya ganaste. Eres mil veces mejor que Cristal, soy diez mil veces más feliz a tu lado que lo que fui con ella…

Cada una de sus palabras derrite y elimina mi enojo.

Quiero abrazarlo y besarlo de nuevo.

—Sol… es ella la que no puede competir contigo—dice mirándome con tristeza y desesperación.

Valeria interrumpe nuestra charla con un silbato que nos indica que debemos ir al entrenamiento.

—Esta charla no ha terminado—aclara Gael—. Lo nuestro no ha terminado.

Salimos de ahí directo a la cancha donde comenzamos los tiros de calentamiento.

—¿Estás bien, Sol?—me pregunta Vale que ha notado mi ánimo.

—No dormí bien anoche, y me duele un poco la cabeza—respondo.

—¿Has comido bien?—cuestiona apoyando su mano en mi espalda—, estás muy delga Sol.

—Estoy bien, no tengo apetito.

—Si te parece, podemos poner a Jaz de capitana y que descanses en este primer tiempo. Vemos en la marcha, si es necesario entras a jugar.

—Estoy de acuerdo.

El primer tiempo me quedo en el banco. Las chicas están haciendo un excelente trabajo, pero les cuesta llegar al arco.

Faltando veinte minutos para terminar Valeria me pone a precalentar al costado de la cancha. Justo en ese momento Vicky le da un pase a Dana, y ella se adelanta con un pase cruzado a Jaz y anotan un Gol.

Todas gritamos desde afuera y festejamos.

No es necesario que entre a jugar, y realmente agradezco ese tiempo para poder aclarar mi mente y recuperarme.

Al terminar vamos hacia la cancha donde los muchachos están jugando y van perdiendo 3 a 1.

Augusto grita desde el banco a los chicos que corran. Al parecer está muy enojado con el equipo.

Víctor, que está sentado como suplente, me mira de reojo.

—Gael está haciendo que pierdan el partido—dice mirando hacia otro lado—. No sé lo que pasó anoche entre ustedes… pero nunca lo había visto de esa forma… Eres importante para él… en serio, Sol. Eso está a la vista… si es por la loca de Cristal… te puedo asegurar que Gael nunca la quiso…

Las palabras de Víctor calman aún más mi enojo.

—¿Qué puedo hacer ahora?

—Solo decirle que lo perdonas. Que te interesa… desafíalo de alguna manera para que reaccione o estamos fuera del campeonato.

El árbitro suena el silbato dando el final del primer tiempo.

Mi mirada se centra en Gael. Lo veo caer sentado en el césped y llevar sus brazos a la cabeza.

Lo veo frustrado. Confundido.

Mientras la mayoría de los jugadores se reúne junto a Augusto.

Aprovecho el entretiempo y camino por la cancha hasta llegar junto a Gael y me siento allí a su lado.

—Estás jugando pésimo—le digo chocando nuestros hombros.

—Ya no me importa el partido, ni el campeonato…—dice bajando la cabeza.

—¿Y yo?—le pregunto—. ¿Ya no te importo?

Levanta la mirada.

—Lo único que me importa es estar con vos.

—¿En serio?

—¿Lo dudas?

Le sonrío con mis labios apretados y su mirada cambia.

—Vamos a poner las cosas así—digo a modo de desafío—. Este partido parece perdido, casi como lo nuestro… ¿verdad?

Gael me mira confundido.

—Si logras revertir este resultado… si regresas a jugar como siempre… olvidaré todo lo sucedido, las cosas volverán a ser como antes.

—¿Me estás chantajeando? —dice con una sonrisa.

—Te doy una oportunidad.

Me mira en silencio. Sus ojos celestes se iluminan con esperanza.

—No voy a desaprovecharla—dice animado—. Voy a ganar este partido.

Al ponernos de pie, nuestras miradas se encuentran, sé que, ganen o pierdan, ya lo he perdonado.

—Solo te daré un adelanto como incentivo—agrego acercándome y besando sus labios.

Los gritos y abucheos del equipo nos hacen cortar el beso y reír a los dos.

—Tienes que ganar este partido—le digo al separarnos.

—Seguro… Gracias, Sol.

Me alejo con una sonrisa en los labios, y con mi ánimo renovado, con ganas de jugar el próximo partido y ganar estas olimpiadas.

Los muchachos juegan como nunca los segundos cuarenta minutos. Logran el empate. Y deben definir por penales.

Valeria nos llama para ir a la semi final. Quiero quedarme a ver estos penales, pero nuestras rivales no esperaran.

Es nuestro partido decisivo. Al igual que los muchachos, necesitamos ganar para pasar a la final mañana.

Entramos a la cancha… y del otro lado se encuentra el Santo Tomás.

Son el equipo que nos ganó la final anterior por penales.

Valeria nos reúne y alienta con sus palabras. Nos recuerda alguno de los errores y puntos débiles de nuestras contrincantes.

Comienza el partido.

El primer tiempo está peleado. Ninguno de los dos equipos logramos anotar. Y solo quedan diez minutos.

Escuchamos gritos de afuera de la cancha y vemos a los muchachos festejar. ¡Han ganado!

Gael se ve feliz.

Saber que ganó por mí me llena de una satisfacción y alegría.

Me saluda desde la tribuna y arroja un beso al aire con su mano extendida.

Necesito poner todo mi esfuerzo para anotar un gol antes que termine este tiempo. Sé que puede ser desequilibrante comenzar el segundo tiempo ganando por un tanto.

Miro a las chicas y les hago seña de que vamos a hacer nuestra jugada preparada.

Con Jazmín dentro de la cancha, esta vez nos organizamos mejor. Dana avanza y da un pase directo a los pies de Jaz en el área grande.

—¡Marquen a la diez! No la dejen patear—grita su entrenadora desde el banco.

Cruzo en diagonal por la izquierda llevando a dos defensoras en mi carrera. La arquera se acomoda frente a mí con sus manos abiertas esperando que patee. Entonces le doy el pase a Dana, quien recibe la pelota. ¡Goool!

Todas corremos festejando.

Terminamos el primer tiempo 1 a 0.

En el entretiempo, me acerco a la tribuna y sin decir nada Gael me abraza con fuerzas.

—Pulga —me dice al oído provocándome cosquillas—, gracias por darme una nueva oportunidad.

—La ganaste en buena ley—le digo cuando nos separamos del abrazo.

—¿Puedo…?

Se a lo que se refiere. Y antes de que lo pregunte, me cuelgo de sus hombros y lo beso.

—Tuve tanto miedo de perderte—me dice al separarnos.

—Debo regresar al partido.

—Tienes que hacer otro gol en los primeros diez minutos—agrega Gael—, eso las dejará desmoralizadas y sin ánimo, será como un golpe de nocaut.

—Lo intentaré.

—Hazlo para mí—me dice desafiante—, dedícame ese gol.

Le brindo una amplia sonrisa. Quiero hacer ese gol para él.

Comienza el segundo tiempo.

Las chicas de Santo Tomás juegan con más fuerza. Golpean a Dana y cometen varias faltas.

El árbitro parece favorecerlas y no sacar ninguna tarjeta ni dar sanciones por sus golpes.

Siento más bronca por aquella injusticia.

Faltan tres minutos para terminar y Antonella choca contra una de ellas en nuestra área y les cobran un penal.

—¡Es injusto! —gritamos todas—. Ellas se han cansado de pegarnos y no les cobras nada.

El árbitro se enoja y saca la tarjeta roja y expulsa a Antonella, dejándonos con diez jugadoras y empatando 1 a 1.

Estoy furiosa. Siento que está comprado este partido. La única alternativa es hacer un gol. Si llegamos a penales, perderemos otra vez contra ellas.

Ya no queda tiempo, así que al sacar del medio, me dirijo sola al arco.

Paso a las tres chicas que tengo en frente y corro hacia el arco. Mi mirada está fija entre esos dos postes blancos. Estoy en la línea del área. Nunca he pateado desde tan lejos del arco.

Freno la pelota y con todas las fuerzas que la impotencia, bronca, injusticia y todo lo que tengo guardado me da, pateo la pelota.

La veo seguir la trayectoria hacia el arco y decido cerrar los ojos.

De golpe un estallido de gritos que viene de la tribuna me hace estremecer.

Y siento los brazos de mis compañeras alrededor de mi cuello.

—¡¡¡Gooooool!!!

Abro mis ojos y al mismo tiempo el árbitro suena el silbato dando el final del partido.

Todos los compañeros del colegio que estaban en la tribuna entran corriendo a la cancha y se abrazan con las chicas.

Gael llega a mi lado y me abraza con fuerza.

—Gracias a ese gol—grita con euforia—, ¡están en la final!

Nos abrazamos y festejamos con todos.

Ha sido un día agotador. Luego de las duchas el cansancio de todo el día cae sobre mi cansado cuerpo. Siento que mis ojos se cierran solos.

Cenamos algo en el comedor del albergue y nos vamos a dormir.

Gael me da un beso corto.

Los dos estamos igual de cansados. Mañana será la final. Los tres equipos del Instituto hemos llegado a las finales.

Debemos descansar.

Las tres finales se jugarán de manera simultánea.

Así que no podremos alentar a nuestros compañeros.

Las chicas recibimos la acostumbrada charla de Valeria. Pero esta vez es diferente.

—Estoy tan orgullosa de ustedes—nos dice con una sonrisa—. Para mí, ya somos campeonas, sin importar el resultado del partido. Hemos llegado tan lejos… las he visto crecer como jugadoras y como equipo y me siento muy feliz por eso. Sé que todas quieren ganar… yo también lo quiero… pero lo más importante es que les mostremos que somos un equipo unido y que hemos luchado para llegar hasta aquí. Algo que para ellas fue sencillo…

—¿Lo dices porque nos enfrentaremos contra las tres veces campeonas? —pregunta Vicky.

—Sí, y porque muchas de ellas son jugadoras profesionales. Para la escuela, ya es un orgullo que seamos segundas… ahora vamos a divertirnos y a mostrar que nos hemos preparado de la mejor manera para llegar hasta aquí.

—Vamos a divertirnos y a ganar este partido al mismo tiempo—digo con voz fuerte alentando a las chicas.

Todas nos abrazamos en ronda y estamos listas para la final.

El equipo contrincante está parado en la cancha y con solo ver el porte y tamaño de esas chicas, ya me siento intimidada.

«Vamos, Sol, no puedes volverte cobarde en este momento».

Sonrío mostrando confianza. El equipo me necesita fuerte y decidida, no asustada y apocada.

Nos paramos en la cancha y el árbitro suena el silbato, dando comienzo al partido.

Estas chicas son rápidas, además de ser enormes de tamaño, y saber muy bien lo que hacen en la cancha.

Nuestra arquera ha sacado más de diez tiros directos al arco, y nosotros todavía no hemos podido pisar el área chica.

He corrido por toda la cancha. Mis piernas se sienten cansadas. Pero no voy a rendirme. Ninguna de nosotras va a rendirse.

Terminamos el primer tiempo y el partido sigue empatado 0 a 0.

Vale nos alienta. Dice que estamos jugando excelente. Que sigamos así. Yo siento que debemos hacer unos cambios. Si seguimos jugando igual, van a marcarnos un gol en cualquier momento.

—Tenemos que cambiarnos de lado—le digo a Jaz—, y reforzar la izquierda de la cancha—explico—. Dana y Anto tienen que mover la pelota por el lado contrario, porque hemos tenido pocos tiros al arco, debemos intentar llegar desde afuera y por el centro. Trataré de quitarme la marca y necesito el pase en el punto del penal.

Todas asienten.

Espero que mi idea funcione. Necesitamos ganar. Por Valeria, por la escuela y por nosotras como equipo.

Entramos al segundo tiempo bastante cansadas.

Ellas parecen venir de un día de spa. Ni siquiera están cansadas.

Nuestras llegadas al arco son inútiles. Su arquera es muy buena y ha tapado todos mis tiros.

—Quizás debamos ir por el empate—sugiere Jaz.

Sé a lo que se refiere. Pero no quiero llegar a los penales. Aunque parece ser nuestra única opción.

Nunca me gustó jugar a defendernos y simplemente evitar que nos hagan un gol. No voy a quedarme detrás de medio campo para bloquear su juego.

—Jaz, tenemos que hacer un gol…

—Lo sé, pero estoy agotada.

—Último esfuerzo, amiga—le pido.

Asiente y las dos salimos corriendo.

Anto da un pase largo. Una defensora saca la pelota fuera de la cancha y es nuestra oportunidad de un córner.

Dana va a patear y con Jaz nos ubicamos en el área chica, cerca de la arquera.

Escucho el silbato del árbitro y veo la pelota volar por el aire. Necesito llegar a cabecear. Doy un paso adelante y paso delante de la arquera. Siento el fuerte impacto en mi cabeza, y caigo de frente al suelo.

Demoro unos segundos en reaccionar.

Jaz se acerca gritando.

—Gooool, amiga, lo hiciste.

El resto del equipo llega a nuestro encuentro para festejar.

Aún faltan diez minutos.

—Ahora sí podemos jugar a defensa—le digo a Jaz con una sonrisa.

Retrocedemos y bancamos el resto del partido sacando al pelotazo cada uno de sus tiros.

Cuando suena el silbato final caigo rendida sobre el césped.

Estoy cansada.

Mis piernas ya no responden. Pero estoy feliz. ¡Hemos ganado!

¡Somos las campeonas del torneo provincial!

Dana me levanta tomando mis manos y todas nos abrazamos y lloramos de alegría.

Valeria se une a nosotras.

—¿Saben algo de los chicos? —pregunto.

—No, su partido todavía no ha terminado—responde Valeria.

—¡Vamos!

Juntas corremos hasta la cancha donde el partido parece haber terminado.

Augusto tiene a todos los muchachos en ronda.

—Van a penales—nos explica Victor—. Empataron 2 a 2.

Nos ubicamos en la tribuna cerca del arco donde se ejecutarán los penales.

Mi mirada se cruza con la de Gael y sé que está cansado. Todos los chicos lo están.

Los penales son bien ejecutados, hasta ahora todos han hecho gol. Van 4 a 4. El equipo rival patea y pega en el travesaño y sale. Sabemos que Emiliano tiene que hacer el gol para ganar.

Toda la responsabilidad recae sobre sus hombros.

El resto del equipo está de pie abrazado esperando la ejecución.

Emi toma carrera y le pega a colocar en el lado izquierdo. Pega en el palo y entra. Todos gritamos y saltamos.

—¡¡Ganamos!! —grita Augusto y se abraza a los suplentes.

Las chicas corremos hacia el arco donde todos saltaron sobre Emiliano.

El viaje de regreso es una fiesta completa. Todos en el colectivo estaban felices. Los tres equipos del Instituto salieron en primer puesto.

Augusto, Valeria y Trini, le entrenadora de las chicas de hockey, están completamente felices.

—¿Estás feliz? —le pregunto a Gael.

—A tu lado siempre soy feliz—dice mientras me abraza.

—Hablo en serio, te pregunto por los resultados del campeonato—digo restando importancia a sus dulces palabras.

—Y yo te respondo en serio. Me daba lo mismo ganar o perder, te lo dije el día que llegamos… Tú iluminas mis días.

Lo miro y no puedo creer que tenga al novio más maravilloso del mundo.

Al llegar a casa estoy tan cansada que solo quiero entrar a mi cuarto y dormir un día seguido.

Luego de probar unos pequeños bocados de la cena y contarle a mis padres sobre los partidos y nuestra victoria, subo a mi habitación y me recuesto en la cama aun vestida.

Mi mente repasa todos los acontecimientos del fin de semana. Me siento tan afortunada por tener a Gael en mi vida. Me dolió enterarme de lo que pasó entre Cristal y él, pensé que no podría perdonarlo… hasta sentí por momentos que era la oportunidad de dejarlo y hacer las cosas bien. Pero lo quería, estaba enamorada y por estar a su lado quizás estaba dispuesta a perdonar eso y mucho más.

Unos golpes en la puerta llaman mi atención.

—Puedo pasar—me dice papá abriendo la puerta.

—Sí, claro.

—Quería que oráramos juntos—agrega.

Lo miro asombrada. Ahora que lo pienso, no he tenido una oración en mucho tiempo. Es más, no he pensado en Dios en todo el fin de semana.

Papá se sienta en el borde de la cama.

—Estoy muy cansada—le digo tratando de evitar el momento.

—Bueno, solo déjame orar por ti, y puedes dormirte después.

Cierro los ojos, y papá apoya su mano en mi espalda.

Mientras lo escucho orar mi corazón se siente hecho trizas.

«Dios mío… ¿acaso todavía escuchas mi voz? Soy una farsante, una pecadora».

Papá termina de orar, me da un beso en la frente y sale de la pieza.

Me siento mal. Sé que en mi vida hay muchas cosas que no están bien… cosas que debería dejar, cambiar… un ardor en el pecho me hace querer llorar.

«¿Qué me está pasando?».

Mi celular vibra en mi bolsillo.

—Sueña conmigo, Pulga—dice el mensaje de Gael.

Una sonrisa se dibuja en mi rostro. Pienso en Gael y lo que compartimos este fin de semana. Rápidamente olvido los sentimientos de culpa y remordimiento.

—Sueña conmigo, Gael —le respondo.



CAPITULO 7

ENGAÑOS OTOÑALES

Regresar al colegio después de ganar el campeonato es algo extraordinario. Todo el alumnado ha preparado banderas, papel picado y gritan alentando a cada uno de los equipos cuando vamos llegando a la escuela.

En la formación de izado de bandera, la directora hace pasar a cada equipo con sus trofeos para felicitarnos.

Las chicas del equipo de fútbol me entregan el gran trofeo para que lo levante ante toda la escuela.

Y allí estamos. Cristal con su trofeo, Gael con el de los varones y yo.

Un escalofrío recorre mi espalda al vernos a los tres ahí. Mientras todos aplauden intento disfrutar de este tan merecido triunfo. Pero unos celos terribles me inundan al recordar las palabras de Cristal y su cercanía con Gael.

Luego de un tiempo de festejos, cada uno debe ir a su curso porque los profesores continuarán con las clases.

Aurelia Castro entra al aula y el ambiente queda en completo silencio. Comienza a dar la clase, escribe en el pizarrón y explica un tema nuevo.

Miro a Cristal allí tan sonriente sentada en el banco y no puedo evitar odiarla y sentir completo desprecio por ella.

Con solo dieciséis años ha tenido relaciones sexuales.

En realidad, ese no es mi problema. Mi problema es que justo haya sido con Gael, mi Gael.

Si bien he decidido dejar de lado este incidente y seguir mi relación a pesar de esto, mi mente no puede olvidarlo.

Últimamente, cada abrazo o beso que Gael me da, pienso que antes la abrazaba a ella, la besaba a ella… y eso me genera sentimientos horribles.

—El lunes próximo tendrán una evaluación sobre este tema—agrega Castro—, estamos próximos a cerrar un trimestre, así que les sugiero que estudien.

Miro la pizarra y no entiendo nada.

Suelto un suspiro frustrada. Tengo que buscar a alguien que me explique esta materia.

Al salir al recreo, Gael me está esperando.

—Buenos días—me dice con una amplia sonrisa—. ¿Cómo has estado?

—La primera hora fue terrible—explico—. Aurelia Castro explicó tema nuevo y no entendí nada… y el lunes tomará evaluación.

—Si quieres puedo ayudarte—responde—, siempre me fue bien con Castro. ¿Qué tema es?

—Revolución Industrial… creo.

—¿Por qué no vienes a casa una tarde que no tengamos entrenamiento? ¿Podemos estudiar juntos?

—La propuesta suena muy interesante…

—¿Te parece el jueves? Podemos irnos desde la escuela y almorzar juntos…

—Suena muy bien.

Gael se acerca, me abraza y me da un beso.

—¿Sol?—escucho decir con una voz muy conocida—. Mamá va a matarte.

Corto el beso con Gael y me encuentro con Bruno parado justo frente a nosotros.

«¡Soy tan tonta que olvidé que mi hermano está en el mismo colegio!»

—Bruno, déjame explicarte…

—¿Tú… y Gael? ¡No puede ser cierto! ¿Qué le viste a mi hermana?

Miro a Gael, quien sonríe divertido ante los comentarios de mi pequeño hermano.

—¿Podrías dejarme sola con mi hermano?—le pido—. Nos veremos en el próximo recreo.

—Bien, hasta pronto, cuñadito—le dice pasando por el lado de Bruno.

Mi mente se pone en blanco. ¿Qué voy a decirle? ¿Y si me acusa con mamá? Terminaré tres meses de penitencia.

—Escucha… no le digas nada a mamá.

—¿Estás loca? Gael es dos años mayor que tú… además ya sabes lo que piensa nuestros padres sobre los noviazgos a nuestra edad.

—Bruno, te lo pido por favor. De verdad Gael me interesa… solo te pido que no digas nada.

—¿Quieres que les mienta a nuestros padres?

«Oh por Dios, estoy por pedirle exactamente eso».

—No, no… solo te estoy pidiendo que no les cuentes… si ellos te preguntan: ¿Sol está de novia con un chico de la escuela? Entonces puedes decirles que sí, pero mientras te pregunten: ¿Sabes algo de Sol? ¿Le pasa algo a tu hermana? Entonces solo no les cuentes.

—Digamos que es lo mismo que mentir.

«Vaya, mi hermano es bastante sincero».

—Bruno, haré lo que quieras. Si necesitas que haga tus tareas, o que limpie tu pieza… lo haré, pero por favor… guarda este secreto.

Su cara cambió ante mi chantaje.

A esta altura no me importaba lo que tuviera que hacer para poder seguir en esta relación con Gael.

—Ahora eres la oveja negra de la familia—me dice con una amplia sonrisa—. Siempre pensé que algún día me mandaría una macana y sería el rebelde, el hijo perdido… me alegra que ganaras ese puesto—lo dice como una broma, pero sus palabras me calan profundo.

—Bien, soy la oveja negra—admito.

—El tío Alex estaría orgulloso, ya tiene sucesor en la familia.

Me quedo allí parada, reflexionando en sus palabras.

«Acaba de compararme con el tío Alex».

El timbre toca con fuerza sacándome de mis pensamientos y regreso a mi aula. Ahora tengo una nueva preocupación en mi cabeza. Bruno.

En la hora de la cena papá nos contó que el original del libro estaba listo. Pronto comenzarían el proceso de impresión.

Una revista lo había citado para una entrevista acerca de su libro y todo parecía marchar bien con su trabajo.

Mamá nos comenta que había hablado con la tía Paloma y que ya estaban en Córdoba.

—Y tengo una buena noticia, sobre todo para Sol—dice poniendo un poco de suspendo—. Noah vendrá el fin de semana. Se quedará sábado y domingo en casa. ¿No te alegra?

«Oh, no. Noah vendrá a Rosario, y yo quiero desaparecer del planeta».

—Sí, mamá—respondo.

Aunque en realidad me preocupa la presencia de Noah. ¿Cómo voy a ocultarle mi relación con Gael? ¿Se dará cuenta de que algo en mi ha cambiado?

Esperaba que no fuera así.

—Mamá, el jueves tengo que terminar un trabajo con una compañera del curso al salir del colegio, ¿puedo ir?

—¿Cuál compañera?

Hasta ese momento no había pensado ese detalle. Mamá sabía que con las chicas de mi curso no tenía una buena relación, y nunca había ido a la casa de ninguna.

—Cristal—agregué.

—¿Cristal? ¿Acaso no es la chica que te molestaba?

Uh, había olvidado que en algún momento le conté sobre las palabras hirientes de la rubia.

—Sí, es cierto, pero después de las olimpiadas… ya somos más amigas.

—Bueno, me parece bien—responde—, solo que no regreses muy tarde.

«Y aquí estoy, mintiendo de nuevo».

Bruno me mira achicando los ojos, como descubriendo que no es verdad, pero no dice nada.

«Tendré mucha tarea esta semana», pienso al recordar mi chantaje.

Me estaba metiendo cada vez más y más en un enredo de mentiras del cual no sabía cómo iba a salir.

El jueves a la salida del colegio Gael me estaba esperando.

—Me encanta que vengas a mi casa—dice con una amplia sonrisa—. Mi mamá estaba feliz cuando le dije que te llevaría a comer.

—¿En serio?

—Siempre le cuento de ti, y las cosas que compartimos. Sé que se llevarán muy bien. Vamos a ir en el colectivo, porque mamá prefirió quedarse preparando el almuerzo en vez de buscarnos.

—Me parece bien.

Luego de un corto viaje, llegamos a la casa de Gael.

Es una casa bonita, muy prolija y con hermosas flores en el jardín.

Entramos y lo primero que percibo es un fresco aroma a limpio, seguido del olor a la comida casera.

—Pasa—me dice Gael—, puedes dejar la mochila en el sillón.

Lo sigo en silencio.

Entramos en una pequeña cocina, donde su mamá está atareada picando una ensalada.

—Hola, Sol—exclama mientras deja lo que está haciendo y se seca las manos en un repasador—. Me alegra mucho que vinieras.

—Hola, señora Serrano, gracias por la invitación.

—Soy, Nora—me dice riendo—. Jamás nadie me ha llamado señora Serrano, prefiero que me digas simplemente Nora.

—Bien, Nora. Gracias por invitarme.

Gael se dirige hacia su madre y le da un beso cariñoso.

—Eso huele fantástico… ¿hiciste pastel de papa?

—Tu preferido.

—Gracias, ma.

—Bueno, si quieren cambiarse los uniformes, en diez minutos comemos.

—Puedes usar el baño—me dice Gael señalando una puerta en el pasillo.

—Bien—digo buscando mi mochila.

La mamá de Gael es una hermosa mujer. Tiene los ojos celestes, igual que él, solo que su cabello es oscuro.

No le he preguntado por su padre.

Miro los muebles alrededor y no hay ninguna foto de ellos. No hay fotos familiares… es extraño.

Me cambio rápidamente y regreso a la cocina, donde Nora está poniendo la mesa. Le ayudo a acomodar los platos.

—Gael está tan feliz—me dice con una sonrisa—. Nunca ha traído una chica a casa, ni siquiera me ha hablado de sus anteriores conquistas… pero lleva un mes entero hablando de ti.

Me sorprende escuchar aquellas palabras.

«¿Nunca trajo a Cristal?… Punto para Sol», me digo mentalmente.

—Gracias por hacerlo tan feliz—me dice.

Gael entra al comedor con un atuendo cómodo y relajado. Lleva una buzo con capucha y una babucha negra que le queda muy bien.

Los tres almorzamos y pasamos largo rato charlando.

—¿No comes más? —me pregunta Nora—, puedes enfermarte, es muy importante la alimentación a su edad.

—Hoy comí un sándwich en la escuela—digo como excusa—, en general almuerzo muy poco.

—Bien, pero deberás comer todo el postre que preparé.

Nora nos sirve un delicioso postre de chocolate con crema y me esfuerzo por terminarlo. Luego lava los platos y Gael pone la televisión con un poco de música.

Reímos y conversamos de las olimpiadas y lo bueno que estuvieron los partidos. Tenemos que estudiar, pero ninguno de los dos tiene demasiadas ganas.

Nos sentamos en el sillón de la entrada y saco mis carpetas para intentar que Gael me explique el tema de historia.

Terminamos abrazados y besándonos sin estudiar nada.

Cuando veo la hora, ya es tarde y debo regresar a casa.

—¿En serio tienes que irte? —protesta.

—Mi mamá es muy exigente con los horarios… no quiero terminar castigada.

—Bien… vamos te acompañaré.

Caminamos hasta la parada, mientras lo hacemos aprovecho para sacar mis dudas sobre su familia.

—¿Puedo hacerte una pregunta personal?

—Claro que puedes, Sol, somos novios—aclara como si fuera tan normal.

—¿Tu padre?—suelto de golpe—. ¿No vive con ustedes?

—No, mi padre… tiene otra familia… viene a casa algunos fines de semana de visita…

—Entonces ¿tus padres estás separados?

—No… es difícil de explicar.

Lo miro expectante.

—Mi padre está casado, y tiene otros hijos… vive con ellos.

—Oh…

—Cuando mi madre lo conoció ya estaba casado… ellos estuvieron juntos y mi mamá quedo embarazada…

—Pero se hizo cargo y te dio su apellido.

—Podríamos decir que sí.

—¿Puedes ser más claro?

—Mi mamá accedió a vivir así, nosotros somos… la otra familia.

Mi mente no podía procesar todo aquellos que Gael decía.

—Sé que puede sonar extraño… pero mi mamá lo ama y no quiere dejarlo…

—Pero… su otra familia… ¿sabe de ustedes?

—No. Ellos no deben saber de nosotros.

—Eso está mal, Gael.

—¿Por qué? ¿Quién dice que está bien y que está mal?

«Dios. Quise decirle que así no debían ser las cosas. Ni ese era el modelo que Dios tenía para la familia, pero me callé».

—Tú mamá es una mujer hermosa, podría tener un hombre que la amara y fuera fiel a ella solamente, y no tener que compartir a tu padre con otra mujer.

—Es su decisión. Yo la respeto.

—¿Es decir que tienes hermanos…? ¿Los conoces?

—No. Sé que son mayores que yo. Dos mujeres y un varón. Pero mi padre dice que conocerlos complicaría todas las cosas. Así que yo solo sigo con mi vida.

—Me parece una locura.

—¿Por qué? Es su decisión… Son adultos y pueden hacer lo que quieran con sus vidas.

—Quieres decir que… ¿te parece bien?

—Sí.

—Entonces… ¿para vos, estaría bien que yo tuviera otro novio? Es decir… compartirme con otro chico.

—Jamás—respondió con firmeza—. Soy bastante celoso. Que respete la decisión de mi madre no quiere decir que piense igual que ella. Si otro chico llegara a besarte…—dijo apretando los puños de sus manos.

—Eso no pasará—aclaré para tranquilizarlo—. Pienso en tu mamá… ¿No le dan celos?… ¿no le molesta compartir a tu padre?

—Creo que está acostumbrada a que es así, que lo de ellos es algo oculto.

—¿Tu padre no sale con ustedes?

—No.

—¿No han tenido vacaciones familiares o salidas a comer?

—No.

—¿Y los cumpleaños?

—Viene y cenamos en casa los tres juntos.

—Ay, Gael, es tan complicado…

—Ellos son felices así, es lo que eligieron. No voy a meterme en el medio. Y espero que la vida de mis padres no afecte nuestra relación… ¿Estamos bien?

—Sí, Gael. Nos vemos mañana en la escuela.

Nos despedimos con un beso, justo cuando llega el colectivo.

Mientras las cuadras avanzan, no puedo dejar de pensar en lo que Gael acaba de confesarme sobre su familia.

Siento una opresión en el pecho terrible.

Su vida está muy lejos de lo que Dios quiere.

No puedo dejar de pensar en Nora, y los diecisiete años que lleva viviendo como la otra. Teniendo que esconder su relación, sin poder salir a pasear con su esposo, sin tener juntadas con amigos, sin vacaciones en familia.

Todo porque eligió mal.

«Igual que vos Sol», me digo en reproche. «A escondidas, sin poder compartirlo con tu familia y amigos, sin poder salir en público». Intento callar a mi conciencia diciendo que lo mío con Gael es diferente.

Camino hasta mi casa aún pensando en todas estas cosas.

Agradezco que mamá no está cuando regreso, porque ya se ha hecho tarde.

—¿Todo bien con Gael?—me pregunta Bruno.

—¿Qué dices?

—¿Crees que soy tonto? Toda la escuela sabe que Cristal y vos son enemigas, ni pueden verse… ¿y le mientes a mamá sobre hacer un trabajo en su casa? Yo no te creo nada, seguro estuviste con Gael a los besos—dice haciendo gestos con la boca.

—¿Le dirás a mamá?

—No lo sé…—dice pensativo—, todo depende de cómo quede ordenado y limpio mi cuarto… y el trabajo de Arte que debes terminar.

«Me lo merezco».

Estamos en la terminal de ómnibus esperando a Noah. Su colectivo llegará pronto.

Una extraña mezcla de sentimientos me embarga. Estoy feliz de ver a mi mejor amigo después de más de ocho meses… pero a la vez siento un peso, porque sé que no soy la misma.

Desde la llegada a Rosario, mi vida espiritual está en picada.

Noah y yo hablamos mucho sobre lo que viví en esos primeros días. Pero cuando las cosas con Gael se concretaron, evité hablar con él y contarle lo que estaba pasando.

Cuando lo vi bajar del colectivo, me costó reconocerlo.

Estaba diferente. Noah también había cambiado. Su peinado, su forma de vestir. Se veía más alto, más maduro.

Antes jamás se fijaba en su apariencia. Nunca fue de vestir a la moda o tener un corte de pelo actual.

Mientras se acerca, veo sus ojos brillantes, los hoyuelos en sus mejillas y su sonrisa amplia y encuentro a mi mejor amigo.

—Mi Sol—dice abriendo los brazos y envolviéndome en un fuerte abrazo—, te extrañé tanto.

—Me estás asfixiando, Noah.

Me suelta y saluda a mamá y Bruno. Minutos después estamos bromeando y recordando viejas épocas mientras llegamos hasta casa.

—La casa es hermosa—comenta Noah—, y muy amplia.

—Sí, estamos cómodos—responde mamá—. Iré a la cocina a preparar el almuerzo, ustedes pueden quedarse aquí en la sala.

Los tres nos dejamos caer en los sillones del living.

—Rosario es muy lindo—dice Noah—. ¿Ya se han adaptado? ¿Cómo van las cosas en la escuela?

—Bien… Nos hemos adaptado bastante—le respondo.

—Sí, Sol es la mejor adaptada—agrega Bruno y yo lo fulmino con la mirada.

—Pensé que no tenías muchos amigos—comenta Noah prestando atención a mi hermano.

—Es la capitana del equipo de fútbol femenino y acaban de ganar el torneo provincial… Sol es muy popular en la escuela y tiene muchos amigos… buenos amigos.

—No exageres, Bruno—regaño a mi hermano.

—Me alegra, Sol, es bueno que tengas amigos—dice Noah. Entonces las cosas se están acomodando… espero que no piensen quedarse a vivir en Rosario para siempre.

Viéndolo de esa forma era verdad, las cosas se estaban acomodando. Y hacía tiempo que no pensaba en regresar a Córdoba. Es más, no quería regresar… no podía dejar a Gael… ¿Qué iba a hacer?

El libro de papá ya estaba por imprimirse… y eso significaba que pronto nuestra estadía en Rosario terminaría.

No quería continuar la conversación con el tema de la escuela y mis amigos, debía sacar a Bruno de la charla, o terminaría metiendo la pata y diciendo de mi relación con Gael.

—Hermanito, ¿por qué no nos dejas ponernos al día con Noah?—digo haciendo señas de que se vaya—. ¿No tienes nada de tarea por hacer?

—La verdad que no… ya tuve bastante ayuda con mis trabajos—dice recordándome que ayer me pasé la tarde haciendo su tarea.

—Bueno, entonces ve a jugar con tu videojuego…

—No me molesta que se quede —dice Noah, él siempre tan conciliador y paciente.

—Hace mucho que no conversamos… necesitamos un poco de tiempo—insisto, y Bruno protestando se levanta del sillón.

—Está bien, pero después Noah tendrá que jugar un partido de play
conmigo—agrega mi hermano.

—Prometido, enano—le responde entusiasmado.

Bruno sale de la sala dejándonos allí solos sentados en los sillones.

—Has cambiado tu corte de cabello… y tu vestimenta—digo buscando alejarnos del tema escolar lo más posible.

—Sí, bueno… en la iglesia, en Nápoles… hice nuevos amigos… una de las chicas, estudiaba diseño de indumentaria… la moda es algo importante allí, así que, fui su modelo para algunos trabajos, creo que necesitaba un nuevo look—me explica.

—De verdad te ves distinto.

—Gracias. Tú también—me dice.

—Yo estoy igual—agrego—no he cambiado ni mi vestimenta, ni mi corte de cabello.

—Es cierto… pero de alguna manera… no eres la misma—dice con seriedad.

La sonrisa se borra de mi rostro y me siento descubierta.

Noah ha cambiado exteriormente, pero sigue siendo ese chico dulce y tierno, con una mirada trasparente y pura, además de ese sentimiento positivo de la vida.

Yo estoy igual exteriormente, pero he cambiado.

Ya no pienso, ni siento las cosas que antes sentía. Mi mirada ha cambiado. He dejado a Dios fuera de mi vida, he tomado malas decisiones… ¿Tan evidente es?

—¿Qué te ha pasado?

Bajo la mirada y no respondo.

¿Qué voy a decirle?

«Estoy de novia, le he mentido a mis padres, estoy chantajeando a mi hermano… no quiero ir a la iglesia… ya no oro, ni leo la Biblia».

Mi silencio crea un momento incómodo entre nosotros. Algo que nunca nos había pasado desde que nos conocemos.

—Está bien, Sol… si no quieres hablar de eso… lo entiendo. Pero algo te está pasando… yo te conozco… cuando quieras hablar…

Mamá entra a la sala con unos sándwiches.

—Vayan picando algo hasta la hora del almuerzo.

—Gracias, Tía—responde Noah.

—Esta noche hay encuentro juvenil—comenta mamá—, sería lindo que vayan juntos.

—Sí, ya quiero conocer tu nueva iglesia y los chicos de tu grupo.

—Pensé que mejor nos quedábamos en casa, así podemos charlar y ponernos al día… los encuentros juveniles no son muy emocionantes por aquí—le explico.

—¡Vamos! No puede ser tan terrible. Podemos ir un rato y regresar temprano—agrega Noah.

—Hija, sería bueno que vayan. Solo serán unas horas, antes tienen toda la tarde libre para conversar, pasear y mañana también.

—Bien… iremos—respondo, pero no estoy para nada convencida.

La tarde se pasa entre recuerdos y preguntas.

Noah me cuenta todo sobre su viaje, la casa de su abuelo, su curso de chef en un prestigioso instituto de Nápoles. También la visita que hizo a la casa de los tíos Andrew y Giuly en Cataluña, ellos tienen un hijo de nuestra edad que se llama Jimy, un par de veces vinieron a Argentina cuando éramos niños. Me relata que ahora son buenos amigos y compartieron muchas cosas en ese tiempo que estuvo en Europa. Los tíos planean viajar el próximo año a Córdoba.

También hablamos de Isabella, las cosas que hicieron cuando regresó de Nápoles…

Terminamos hablando de la iglesia en Córdoba, de los ministerios y nuevos proyectos misioneros.

Habla con pasión, no solo de la iglesia y el ministerio, sino de Dios, de su obrar en la vida de las personas, de su poder sin límites a nuestra disposición…

También habla de sus sueños, sus anhelos, las cosas que quiere estudiar el año próximo… de lo que haremos cuando regrese con mi familia a vivir nuevamente a Córdoba, de aquellas cosas que soñábamos cuando éramos niños…

Noah es un muchacho especial. Siempre lo fue. Completamente optimista, con esa mirada positiva y asombrosa de la vida… pareciera que no ha tenido derrotas, que no ha sufrido los golpes de las pruebas… que su vida sigue en verano, ese eterno verano del que he despertado hace tiempo.

La hora ha avanzado y debemos prepararnos para el encuentro juvenil. Voy a mi cuarto y al revisar mi celular, tengo más de treinta mensajes de Gael.

Me tomo un minuto y los leo y respondo.

—Estoy con un amigo de Córdoba. Vino de visita por el fin de semana, vamos a salir esta noche—le explico.

Veo que lee mi mensaje, pero no responde.

Seguramente no le gustó que me salga con un chico

«Tantas mentiras en mi vida y se me ocurre decirle la verdad justo a Gael», me digo como reproche.

Ya tendré tiempo el lunes para arreglar las cosas con mi celoso novio.

Papá nos lleva hasta la iglesia. Quedamos en regresar en un taxi cuando la reunión termine.

—Es pequeña—dice Noah mientras caminamos hasta la puerta.

—Te lo dije—respondo.

Al entrar nos encontramos con Flavia, Vanesa, Misael y Raúl están conversando y preparando las cosas para la reunión.

Nos saludan muy animados y aprovecho para presentarles a Noah.

Mi mejor amigo rápidamente comienza a hablar con Raúl y Misael. Admiro la facilidad que tiene de simpatizar con personas que apenas conoce.

Unos minutos más tarde llegan dos muchachos más y una chica que nunca había visto.

Raúl nos avisa que vamos a ver una película y después debatiremos sobre ella con una guía de preguntas.

Antes de que la película comience, otros dos muchachos llegan a la reunión.

—Estas muy callada—me dice Noah mientras nos sentamos—. Esas chicas parecen simpáticas, ¿no has intentado ser su amiga?

—No congeniamos demasiado…—respondo sintiéndome incómoda con sus preguntas—. Me parecen un poco superficiales e hipócritas…

—¿Qué dices? Acabo de conocerlas y me parecen muy buenas chicas… No eras de juzgar a las personas… ¿Desde cuándo hablas así de otros?

Me avergoncé de mis palabras. Nunca le había dado a Vanesa, ni a Flavia la oportunidad de mostrarme cómo eran, en realidad, nunca había demostrado interés en ser parte de ese grupo.

Parece que Noah había notado esto sin necesidad de que se lo dijera.

La película comenzó y eso evitó seguir escuchando los reproches de mi mejor amigo.

La trama era muy interesante. Se trataba de un grupo de amigos que va en un auto y tienen un accidente. Imaginariamente, los cuatro mueren. Cuando llegan al cielo, en la entrada solo uno de ellos puede pasar. Un chico que es cristiano.

Los otros tres irán a un juicio.

Ellos miran a su amigo enojados porque él consigue entrar al cielo, mientras que ellos no pueden.

En el juicio, el abogado, que es el diablo, presenta todas las acusaciones de la vida de estos muchachos. Todas las mentiras, engaños, burlas…

Ellos son culpables. Tienen que pagar la condena y serán llevados al infierno.

Antes de entrar a su castigo, los tres amigos acusan al cristiano de que él también mintió, engañó, se burló junto con ellos… ¿Por qué entonces es declarado apto para entrar?

Entonces aparece Jesús, y dice que el cristiano una vez en su vida se arrepintió de todas esas obras malas y que Jesús pagó el castigo de él y de toda la humanidad para que no tuvieran que ser juzgados.

Los tres amigos comienzan a llorar porque serán echados al infierno, dicen que ellos son muy jóvenes, que nunca pensaron en la muerte, que pensaron que tendrían más tiempo para resolver su eternidad…

Mientras son llevados hacia el infierno, por unos malvados guardias vestidos de negro, se encuentran con el cristiano en un pasillo y le reprochan que nunca les contó, que nunca les habló de Jesús, que no les dio la oportunidad de creer y ser salvos.

El cristiano termina llorando. Ve como sus amigos son llevados al infierno y comienzan a sufrir de dolores y oscuridad, mientras que él permanece allí observando y grita muy fuerte.

De golpe siento una opresión en mi pecho y el aire me falta en los pulmones. Nunca había pensado que Gael, Dana, Jaz, Vicky, Anto… y el resto del equipo, sino conocen a Cristo… ellos irán al infierno.

¿Y si cuando llegan… me culpan de que nunca les he hablado, de que nunca les he advertido? Tendrían completa razón, porque ni siquiera saben que soy cristiana.

La película continúa. Después de ese desesperado grito, el chico cristiano despierta y todo era un sueño. Nada de lo que había pasado era real.

Se seca las lágrimas y sale corriendo de su casa hacia la escuela y comienza a predicarles a todos sus amigos.

Algunos se le burlan, pero otros lo escuchan y creen en Jesús.

La película termina desafiando a los cristianos a no permanecer callados ante aquellos que nos rodean… un día llegarán al final de sus vidas y si no recibieron a Cristo, terminarán condenados en el infierno.

Raúl nos separa en grupos pequeños y cada uno debe responder una serie de preguntas.

Noah va para un equipo y yo para el otro.

Me mantengo en silencio.

Mientras Vanesa, Misael y el resto del grupo opina y responde, yo sigo pensando en mis amigos… en Gael.

Veo a Noah, hablando en su grupo. La chica nueva está llorando y escuchando a mi amigo. El resto del equipo mantiene sus cabezas agachadas como en oración.

Raúl se acerca a nuestro grupo y nos dice:

—Carolina está preguntando cómo puede hacer para ir al cielo. Dios habló a su vida a través de la película, dice que ella no tiene a Cristo en su vida y quiere ser salva. Tú amigo le está predicando. Oremos por ella, para que el Espíritu Santo obre en su corazón—termina diciendo.

Mientras todos oraban, me detuve a contemplar a Noah. La facilidad y sencillez con la que le hablaba a esta nueva chica.

¿Por qué no podía ser como él? Tener ese don de poder compartir lo que creía…

«¿Y qué crees?», me preguntó mi conciencia, «¿cómo vas a compartir con otros, si no puedes obedecer, ni vivir las cosas que Dios pide?».

Me sentí tan hipócrita, tan falsa.

Salí hacia el baño ocultando mis lágrimas.

Sabía que necesitaba un cambio en mi vida. Debía dejar a Gael. Debía predicarles a mis amigos. Tenía que dejar de mentirles a mis padres… Eran demasiadas cosas. Sentía que era indigna del perdón de Dios. Que necesitaba ordenar un poco mi vida y luego podría presentarme ante Dios para pedirle perdón.

Me lavé la cara y cuando regresé al salón todos estaban sonriendo y rodeando a la chica nueva. La abrazaban y felicitaban.

Su rostro se veía diferente. Su mirada era distinta a la que tenía al entrar.

—¿Estás bien? —pregunta Noah.

—Sí.

—Mentirosa—agrega buscando mi mirada—. ¿Estuviste llorando?

Bajo mi cabeza avergonzada de que me descubriera.

—Sol… ¿Qué pasó? —volvió a preguntarme.

«Debo pensar algo creíble, para que Noah no insista, él se dará cuenta si le miento».

—Estoy pensando en mis amigos de la escuela que no conocen de Cristo, y no les he predicado… me siento mal por eso—era verdad, una verdad a medias.

—Bueno, eso puede cambiar… todavía tienes la oportunidad de hablarles.

—No es tan fácil, Noah.

—Tampoco es tan difícil. Solo tienes que contarles lo que Cristo hizo en tu vida y como le recibiste en tu corazón…

—No me salen las palabras… quisiera tener esa pasión que tienes al compartir el evangelio…

—Yo solo cuento mi experiencia… sin Cristo, hoy sería el más terrible de los pecadores, estoy seguro de que mi vida hubiera terminado tan mal…

—¿Qué dices, Noah? Eres el chico más bueno que conozco.

—Gracias a Cristo… pero el mal ha estado cerca muy cerca de mi vida…

Lo miré extrañada.

«¿Acaso había algo que no conocía de mi amigo?».

Raúl nos llamó para comer unas pizzas y luego hicieron unos juegos en ronda.

Cuando todo terminó tomamos un taxi a casa y nos fuimos directo a dormir.

Allí acostada en mi cama pensaba en la película e imaginaba a mis amigos en ese juicio, todos siendo declarados culpables, todos echados al infierno y culpándome de no haberles contado nada.

Comencé a llorar.

No podía parar. Era culpa, remordimiento, dolor, tristeza… nunca me había sentido así.

Me quedé dormida en esa angustia, sintiendo que no tenía salida ni solución.

El domingo fuimos a la reunión por la mañana y regresamos a almorzar a casa. Mientras mamá sugería que llevara a Noah a conocer el shopping se me ocurrió una genial idea.

«Llamaré a Gael para que nos encontremos en el shopping y le presentaré a Noah».

Sería como un encuentro casual. Los presentaría y luego inventaría alguna excusa para sacar el tema de la película de anoche y que Noah pudiera predicarle. ¡¡Era el plan perfecto!!



CAPITULO 8

LA ÚLTIMA HOJA

El domingo llamé a Gael y le dije que nos encontráramos en el patio de comidas del shopping, que iba a presentarle a Noah, pero con la condición de que no le dijera que era mi novio.

A Noah le propuse ir a conocer el shopping y merendar algo allí.

Le comenté que muchos de mis compañeros sabían ir allí los fines de semana, que justo un amigo puso en su estado que estaría paseando y sería lindo poder presentarlos.

—Me gustó mucho la reunión de anoche—comentó Noah mientras nos dirigíamos hacia el shopping.

—Sí, estuvo buena—respondí sin demasiado entusiasmo.

—Raúl y esos chicos me agradan… creo que tienen pasión por los perdidos, esa chica Carolina tenía necesidad de Dios y pudo saciar la sed de su alma…

Seguí escuchando sus palabras y esperaba que, al encontrarnos con Gael, Noah pudiera predicarle y Gael entendiera y aceptara el mensaje.

—¿Quién es este amigo que encontraremos? —me preguntó intrigado.

—Es… el capitán del equipo de fútbol—respondí.

«Que no me haga más preguntas, no quiero mentirle a Noah, aunque ya lo hice armando todo esto».

Caminamos por algunos pasillos del shopping, mirando vidrieras y riendo, hablando de cualquier cosa. Cuando se hizo la hora del encuentro con Gael, caminamos hasta el patio de comidas.

Apenas entramos, divisé a Gael sentado cerca de un gran ventanal. Se veía tan lindo con esa camisa a cuadros y esos jeans ajustados.

—Allí está mi amigo—dije a Noah señalando la ventana.

Caminamos en silencio.

—Hola, Gael—dije saludando a mi novio con un beso en la mejilla.

—Hola, Sol—respondió serio y con una mirada extraña en su rostro.

—Te presento a Noah—dije señalando a mi amigo.

Los dos se dieron la mano y cruzaron una sonrisa forzada.

—Me alegra que puedan conocerse—les digo ante el silencio de los dos—. Noah es mi amigo desde que somos niños—le explico a Gael—, éramos vecinos.

—¿Juegas al fútbol? —le pregunta Gael a Noah.

—No.

—¿Eres hincha de algún equipo?

—No me gusta el fútbol.

—¿Y cuáles son tus pasatiempos?

—La cocina y la música.

—¿Acaso eres gay?

«Oh, por Dios», exclamé en mi cerebro con fuerza.

—¡¿Gael, que dices?! —solté sorprendida.

—No soy gay—respondió Noah cruzando su mirada conmigo.

—Perdón, es solo que… por tu ropa fina, peinado de moda, y que no te guste el fútbol… pensé…

—Está bien—comentó Noah, restando importancia—, así que… ¿eres el capitán del equipo de fútbol?

—Sí desde hace dos años. Este año iremos a los nacionales… la Pulga y su equipo también.

—¿Pulga? —me cuestionó mi mejor amigo sorprendido.

—Sí, como la pulga Messi—aclaró Gael—. Sol es muy buena, el equipo femenino nunca había llegado a una final, y menos ganado.

—Guau, parece que hay muchas cosas que ignoro.

—Gael exagera.

—Solo digo la verdad —agrega encogiéndose de hombros—. Sol es una chica especial… ¿acaso no la conoces?

—Bueno. ¿Qué vamos a merendar? —les pregunto cambiando de tema.

—Yo un tostado y una gaseosa—responde Gael.

—Para mí lo mismo—adhiere Noah.

—Okey, entonces, iré a comprar y ustedes pueden seguir conversando… Noah podrías comentarle de la película que vimos anoche.

Los muchachos me dieron el dinero y los dejé allí solos, para que pudieran hablar.

«¿Habrá sido buena idea juntar a Gael y Noah?».

Desde la fila del negocio los podía ver conversar. Noah hablaba y Gael simplemente escuchaba.

Deseaba que mi amigo le estuviera predicando.

Quería con todas mis fuerzas que Gael fuera salvo, pero no por las razones correctas.

Quería que él pudiera creer para que mis padres lo aceptaran como mi novio, quería que creyera para no sentir culpa ni remordimiento al estar con él, y para que, en un futuro, si llegaba a morir, no pudiera decir que nunca tuvo la oportunidad de escuchar.

Mis razones eran muy egoístas. Solo pensando en lo que me convenía.

Avancé hasta el lugar de hacer los pedidos y ordené las tres gaseosas y los tres tostados. Pagué y la muchacha preparó la bandeja con todas las cosas.

Al voltear, vi a Noah y Gael discutiendo.

«¿Qué está pasando?»

Apuré el paso y cuando me vieron llegar, los dos hicieron silencio.

—¿Todo bien? —pregunté al sentarme.

—Sí, perfecto—respondió el rosarino.

El rostro de Noah estaba transformado. No volvió a decir ni una palabra. Y evitó mirarme a los ojos.

Comimos casi sin decir palabra. El ambiente era realmente tenso.

—¿Dónde quedan los baños? —preguntó Noah poniéndose de pie.

Le señalé el lugar y cuando estuvo lo suficientemente lejos dirigí toda mi atención a Gael.

—¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué discutían?

—Nada importante.

—¡Vamos, Gael! ¿Qué fue lo que pasó?

—Si me das un beso te lo diré.

—No.

—¿Por qué no?

—No quiero que nadie nos vea.

—¿Por qué todavía no les has dicho a tus padres y amigos sobre nuestra relación?

—Es complicado…

—¿Cuán complicado?

—Muy complicado, Gael… no puedo explicarte ahora.

—A veces no te entiendo…

—Lo hablaremos en otro momento…

—Siento que me ocultas cosas… ¿pasa algo que deba saber? ¿te pasa algo con ese chico?

—Es que…

«Soy cristiana, y no debería ser tu novia».

Desvié la mirada y Noah venía caminando del baño, así que dejé mi explicación para otro momento.

Terminamos de merendar y nos despedimos de Gael.

Mientras regresábamos caminando por la vereda hacia la parada del colectivo noté la incomodidad de Noah.

—¿Qué te pareció Gael?

No respondió de inmediato. Caminó pensativo. Creo que buscando las palabras.

—Me mentiste—soltó de forma fría y dura—. Me engañaste para que conociera “casualmente” a alguien de tu escuela… ¿Por qué no decirme que era tu novio?

Mis piernas amenazaron con fallarme y dejarme caer al piso ante esas palabras.

—¿Qué dices? —murmuré.

—No me mientas más, Sol. Gael lo dejó muy claro. Me advirtió que me alejara de vos, que no te iba a compartir, que eras de él… solo suya… y que se yo cuantas barbaridades más…

«Maldito Gael».

—Yo…

—No digas nada, porque de verdad que no sabría si es verdad o mentira—agregó haciendo que mis ojos se llenaran de lágrimas—. Jamás pensé que podrías ser capaz de algo así…

«Soy la peor persona del mundo».

—¿Tus padres lo saben?

Negué con la cabeza gacha.

—¿Ustedes… han… estado jun…?

—No —solté antes de que pudiera terminar.

No podía creer que Noah llegara a pensar eso de mí.

«¿Por qué me duele tanto? En realidad, me lo merezco».

—Me mientes, le mientes a tus padres, te enredas en un noviazgo con un chico mayor… ¿Quién eres?

Sus palabras nunca habían sido tan duras. Noah siempre había sido tan dulce y cuidadoso conmigo, y ahora se mostraba tan distante, tan cruel.

—¿Te das cuenta del lío en el que estás…? Es algo que excede a las mentiras… te has rebelado contra Dios mismo… y si no te alejas pronto de todo esto, vas a terminar muy lastimada, muy dañada.

—Lo sé…—dije avergonzada de todo lo que había hecho.

—¿Lo sabes? ¿Y por qué sigues haciendo lo mismo? ¿Por qué no terminas con ese chico? ¿Por qué no les dices la verdad a tus padres?

—Gael me entiende, es bueno conmigo… y yo… no es como nos han dicho, Noah… no es tan malo… soy feliz…

No pude continuar porque se formó un nudo en mi garganta y las lágrimas me nublaron la vista.

Noah permaneció en silencio unos segundos y después agregó.

—¿Feliz? ¿Crees que eres feliz?

Otro silencio se produce entre nosotros.

—¿Recuerdas cuando tuvimos ese congreso de jóvenes en Alta Gracia? —sus palabras eran tranquilas, aunque se notaba que estaba poniendo todo de su autocontrol para no gritarme—. Allí el predicador dijo una frase que no he olvidado, y grafica todo esto que sientes, decía así: El diablo te ofrece mucho, te da poco y te quita todo. ¿Crees que es correcto aceptar cosas que vienen del diablo porque te hacen feliz?… pues prepárate, porque el diablo te dará muy poco y te quitará todo.

Sabía que tenía razón en todo lo que me decía. Pero me resistía a dejar a Gael, estaba enamorada de él.

—¿Sabes lo que me preocupa?… —preguntó reflexionando en voz alta mientras seguía caminando—que estás mal, y sabes que estás mal y pareciera que te gusta estar mal… ¿Porqué continuas en ese camino?

No le respondí. ¿Qué iba a decirle? ¿Qué quería a Gael y me gustaba estar a su lado, que me sentía querida e importante frente al equipo y mis compañeros por salir con el capitán del equipo?

Noah no lo entendería.

Continuamos en silencio.

—¿Le contarás a mis padres? —me atreví a preguntar luego de unos minutos.

—Sol… tú tienes que decirles a tus padres…

—No puedo… no ahora…

—Si no se los dices, yo les diré.

—Noah, ¡no puedes hacerme esto! ¡Eres mi amigo!

—Y porque soy tu amigo, es que voy a hacerlo.

—Si les cuentas, no me dejarán jugar más al fútbol, estaré castigada… ¡todo será un desastre!—agregué llorando.

—Y todo será para tu bien, aunque no te puedas dar cuenta ahora.

«No puedo permitir que Noah les cuente a mis padres».

—Si les dices… no volveré a hablarte, dejaré de ser tu amiga—amenacé.

De golpe Noah se detuvo en medio de la vereda y volteó a mirarme.

—¿No te das cuenta? Porque soy tu amigo es que debo hacerlo. Estás caminando hacia un precipicio con los ojos vendados y en algún momento llegaras al borde y vas a caer… No voy a permitir que eso suceda. Quiero creer que si fuera al revés… si me estuviera por caer… no lo permitirías, ¿verdad?

—Claro que no. Pero yo estoy bien… Gael es un buen chico. No es como el resto…

—Creo que no puedes ver las cosas claramente, necesitas ayuda, Sol.

Tomamos el colectivo y llegamos a casa en silencio.

Corrí a mi habitación y me encerré. Necesitaba estar sola.

Me sentía enojada con Gael. Había arruinado todo al contarle a Noah sobre nuestra relación.

«¿Por qué no aprovechas esta situación y lo dejas?», me decía mi conciencia.

Quizás era la oportunidad perfecta.

Cuando bajé a cenar, papá estaba sentado a la mesa con Noah. Sus miradas me indicaron que algo le había contado. Me sentí completamente expuesta y a la vez enojada con mi mejor amigo.

Tomé mi lugar en la mesa ante la atenta mirada de ellos.

—Noah me estaba contando algunas cosas que me preocupan…—dice papá con su mirada inquisidora—. Sé que la adaptación a Rosario no ha sido fácil… y eso ha afectado tu relación con Dios… sabes que puedes hablar conmigo de estas cosas, no tienes que enfrentarlas sola.

—Lo sé, papá.

Miro a Noah de reojo. No sé que le habrá contado.

—Entiendo que la soledad es difícil, y has hecho amigos que no te convienen… y que nos has mentido algunas veces para salir con ellos…

«No se lo dijo».

Noah baja la mirada. Y yo me preparo para escuchar el sermón.

—Estoy decepcionado, no te creí capas de algo así…—es lo primero que dice y siento una punzada en el pecho. Recuerdo las palabras de Bruno: Eres la oveja negra de la familia, serás la sucesora del tío Alex, y me duele saber que es cierto todo lo que dicen.

—Sabes que puedes contar conmigo y con tu mamá para cualquier cosa—dice tratando de sonar más a psicólogo que a mi padre, y eso me molesta, porque ahora viene su análisis psíquico de mi error—. La presión de todo lo sucedido, los cambios, los rechazos en la escuela, te han llevado a tomar malas decisiones… me preocupa, Noah está afligido porque nos has ocultado salidas y otras cosas que prefirió no contarlas, porque es tu amigo… Sol… no voy a tolerar las mentiras, ni los engaños.

—Lo sé, papá—afirmó intentando no llorar.

—Si hay algo que estas ocultando y quieras decirme ahora… —agrega con firmeza.

Cruzamos miradas nuevamente con Noah.

—Me alejaré de mis amigos—respondo, aunque me niego a dejar a Gael.

—Hija, queremos lo mejor para ti. Noah es tu amigo, no sientas que te ha traicionado… los buenos amigos deben advertirnos cuando ven que cometemos un error…

«Sí, claro».

Mamá interrumpe nuestra charla al llegar con las pizzas listas. Por ahora, ignora todo lo sucedido, su humor cambiará por completo cuando papá le cuente que he mentido y tengo “malos amigos”.

—¡Bruno, a comer! —grita desde el pie de la escalera.

Nos sentamos a cenamos sin hablar demasiado. Mamá cruza algunas miradas con papá, ya presiente que algo no está bien. Noah solo responde a las preguntas que mamá hace. Bruno intenta mejorar el ánimo de todos contando alguna cosa graciosa. Pero yo permanezco en silencio.

Luego de terminada la comida papá lleva a Noah hasta la terminal.

Nos despedimos con pocas palabras. Sigo molesta porque habló con mi padre, aunque una parte de mí entiende que hacía lo correcto, y estoy agradecida de que no mencionara a Gael.

Me entrega un pequeño papel antes de marcharse y veo en sus ojos una mezcla de tristeza y desilusión; imagino que ve en los míos: necedad, orgullo y resentimiento.

Así nos despedimos.

Me quedo en casa con el pretexto de tener que repasar para el examen de mañana.

Entro en mi cuarto y abro el pequeño papel que solo dice:

<<Creo que debes contarles sobre Gael o tomar la decisión de dejarlo.

No olvides: “El diablo te ofrece mucho, te da poco y te quita todo”

Solo quiero lo mejor para vos. Te quiere, tu amigo Noah>>

Lo miro por unos segundos y lo meto en mi cajón de la mesa de luz.

«Son unos traidores. Gael y Noah».

Aunque mi corazón sabe que la única culpable, la única traidora en todo esto, soy yo.

No puedo concentrarme en estudiar. Las palabras de papá, los reproches de Noah, el silencio de Gael… todo da vueltas como un remolino de viento en mi cabeza.

Le escribo a Gael, con la esperanza de que podamos arreglar las cosas.

—¿Hola? No has vuelto a escribirme—digo en mi primer mensaje a modo de reproche.

—¿Ya se fue tu noviecito cordobés? —responde y casi puedo escuchar el tono de sarcasmo en sus palabras.

«¿No puedo creer que se haga el ofendido?».

Tiro mi teléfono sobre la cama y comienzo a llorar, me siento una tonta, no encuentro salida a todo lo que me está pasando. Intento orar, pero ya ni eso puedo hacer. Siento que mi oración apenas si llegaría hasta el techo. Me quedo dormida en algún momento sin darme cuenta.

El lunes llego al colegio y evito cruzarme con Gael. Yo soy la que está enojada y ofendida con él. No va a venir con histeria y celos.

Entro en el curso con rapidez casi justo sobre la hora del toque de timbre.

Castro entra unos minutos después con las hojas del examen.

Saluda con la prepotencia de siempre y reparte banco por banco las pruebas a realizar.

Allí estoy yo, mirando esa hoja con las preguntas, y no sé ninguna respuesta.

Nada.

No tengo nada para escribir.

Intento mirar la hoja de Javi o Timo, pero no puedo.

Todos están escribiendo.

Todos parecen haber estudiado.

Mi mente está tan en blanco que ni siquiera puedo armar una falsa respuesta.

Firmo la hoja.

Me pongo de pie con las lágrimas cayendo por mis mejillas y entrego mi examen.

La mirada de desaprobación de la profesora no hace más que calar profundo en mi alma.

Salgo al patio y comienzo a llorar. No solo por el examen. Lloro por mis malas decisiones, por las mentiras, por pelear con Noah, por hacer que mi hermano mienta… Lloro por todo…

Levanto la vista y contemplo un árbol en medio del patio. El viento del otoño le ha llevado todas las hojas, pero allí en la parte más alta, una pequeña hoja amarilla se aferra a la rama, negándose a caer, sujeta con su último aliento.

Una suave brisa sacude mi cabello, y al levantar nuevamente la vista, veo desprenderse la hoja del árbol y caer por el aire.

Así me siento. Voy en caída libre.

Ya no me queda nada.

He perdido a mi mejor amigo.

Gael está enojado.

Tendré un cero en historia. Y me llevaré la materia.

Mi padre está desilusionado de mí.

Mamá me dio un largo sermón al escuchar todo lo sucedido y fue más dura que papá en el castigo y las prohibiciones de salidas.

El otoño se está acabando. Junio se acaba.

Ya no hay hojas amarillas.

Siento que el invierno está llegado a mi vida.

Y tengo miedo por esta nueva estación. Nunca he enfrentado un invierno… un invierno en el alma… ya puedo sentir el frío.

Al tocar el timbre del recreo las lágrimas se han secado, aunque mis ojos están un poco hinchados y enrojecidos. Aún permanezco de pie en el mismo lugar mirando esa pequeña hoja amarilla tirada en el suelo.

Una sombra se proyecta en el piso.

Al levantar la mirada, me encuentro con Gael a unos metros de distancia.

—¿Podemos hablar?

Lo miro y no sé que responder.

«Tengo que terminar con él, es el momento oportuno», digo alentándome a hacer lo correcto.

Avanza unos pasos más y queda muy cerca de mí.

—¿Estás bien, Pulga? —susurra mirando mi rostro.

Siento un nudo en la garganta. Quiero decir algo, quiero decirle que se acabó, que no podemos estar juntos, pero las palabras no me salen.

Gael avanza un poco más y me abraza.

Apoyo mi rostro en su pecho y vuelvo a llorar.

—¿Qué pasó? ¿Cristal te hizo algo? —pregunta preocupado—. Sol, dime qué te pasa…

Quiero explicarle, pero son tantas cosas… ¿Qué voy a decirle?

—Lo siento, lamento lo del sábado, no quiero que llores—agrega a modo de disculpa—. Me volví loco al verte con ese tipo bien vestido… pensé que te perdería… lamento haberle dicho lo nuestro… ¿eso te trajo problema con tus padres?

Tragué el nudo que se había formado en mi garganta. Me sequé las lágrimas con el puño de mi campera.

Gael me miraba realmente preocupado.

—Perdón, Sol. Por favor, perdóname—insistía mientras acariciaba mi rostro.

Volví a abrazarme a su pecho y sentí sus brazos que me rodearon.

Quería quedarme allí para siempre.

Sentía que en medio de todo lo malo, Gael era lo único bueno que tenía.

El timbre del recreo no sorprendió allí abrazados en medio del patio.

Antes de marcharse a su curso depositó un beso en mis labios.

—Todo estará bien—dijo con voz dulce y tranquila—, hablaremos en el próximo recreo.

Regresé al aula afligida por no haber podido terminar con él, por no haber tenido la valentía de decirle que no podíamos seguir juntos.

«No voy a poder dejarlo, lo quiero demasiado».

Así fue, no tuve el valor. Simplemente seguí adelante. Mintiendo más, engañando y hundiéndome más en mis malas decisiones.

La confianza de mis padres no era la misma. Mamá me buscaba todos los días en el auto a la salida de la escuela o de los entrenamientos, y tenía prohibidas las salidas y encuentros con cualquier amigo fuera de la escuela. Revisaban los mensajes de mi celular, las conversaciones de WhatsApp y mis redes sociales.

También me daban regularmente un sermón sobre las consecuencias del pecado y que debía cambiar y buscar a Dios, mamá lo hacía durante nuestros viajes en el auto, y papá por las noches al despedirse en mi cuarto antes de dormir.

Sus palabras, en vez de sensibilizar mi corazón, me generaban rechazo y mayor dureza. El pecado se había arraigado en mi interior.

Noah me habían escrito mensajes casi todos los días. La mayoría eran versículos bíblicos o frases. Seguía insistiendo que debía dejar a Gael.

No respondí a ninguno. Pensé que dejaría de escribir.

La relación con Gael había vuelto a la normalidad, seguíamos siendo novios. Le había contado que mis padres no estaban de acuerdo y que debíamos ser cuidadosos, y solo podríamos vernos en el colegio o en los entrenamientos.

Le confesé que era cristiana. Que toda mi familia iba a una iglesia. Que por eso no aceptaban que estuviera de novia con alguien que no fuera cristiano.

Lo tomó de forma natural y no hizo más preguntas, así que no hablamos más del tema. Me sentí aliviada en cierta forma al confesarle sobre mi religión, porque eso era para mí, solo una religión.

«Es triste reconocerlo, pero no hay Jesús, Señor, Salvador, Mejor amigo… No tengo una relación con quien me ha salvado y rescatado y ha dado su vida en la cruz por mí».

En el tiempo de vacaciones de julio me vi poco con Gael.

Fueron una tortura esas dos semanas separados.

Al regreso de clases para finales de julio, volvimos a estar juntos y recuperar el tiempo perdido.

<<No puedes hacer nada bueno para que Dios te ame más, ni nada tan malo para que te ame menos. Porque Dios es amor y te ama y acepta como eres. Sol… Dios no está lejos, está a una oración de arrepentimientos de distancia. Te quiere, tu amigo Noah. >>

Los mensajes de Noah seguían llegando y sacando lágrimas al leerlos. Pero aún así no le respondí.

Con el equipo estábamos a unas semanas de las eliminatorias nacionales. Para los primeros días de septiembre viajaríamos a San Miguel de Monte en Buenos Aires, donde se realizarían los partidos clasificatorios.

Valeria reforzó los entrenamientos. Estábamos completamente decididas a dar lo mejor y clasificar en un buen puesto.

Mis únicos momentos de felicidad eran dentro de la cancha o los recreos al lado de Gael.

El resto de mi día, era triste, aburrido, frío… cada vez más frío.

El lunes nos entregaron las libretas de calificaciones con el cierre del segundo semestre. La miré espantada. No solo tenía un uno en historia, que bien merecido estaba. También había bajado el promedio en Física y Biología.

«Mamá va a matarme».

Escondí el informe en mi mochila.

«No puedo dejar que lo vea».

Se lo mostraría el lunes siguiente a las eliminatorias, de otra manera, sabía que no me dejarían jugar esos partidos.

Un día después de los entrenamientos, Jaz estaba llorando. Me acerqué a ella para saber que le pasaba.

—¿Qué pasa, amiga?

—Es mi abuela… está muy enferma… mi mamá me acaba de avisar que van a llevarla al hospital.

—Uh… lo siento…

Hacemos una pausa. Jazmín está muy afligida. Quisiera tener palabras de aliento para ella en este momento, saber cómo ayudarla.

—Sol… ¿crees en Dios? —me pregunta.

Me quedó impactada de que ella saque ese tema.

—Sí… ¿Por qué lo preguntas?

—¿Qué crees que pasa después de la muerte? Es decir… la gente que muere… ¿A dónde va?

Imagino que está preocupada por su abuelita.

«¿Qué debo decirle?».

—Quizás pienses que estoy loca—agrega antes de que pueda responderle—, pero me gustaría creer que hay algo más después de la muerte… que si mi abuela muere… algún día podré volver a verla.

—La Biblia dice que Dios nos hizo seres eternos. Aunque nuestro cuerpo muera, nuestro espíritu tiene una eternidad… y las decisiones que tomemos en nuestra vida determinarán el lugar donde pasaremos la eternidad… puede ser en el cielo con Dios, o en un lugar de castigo lejos de Dios…

—¿El infierno?

—Sí, la Biblia también habla del infierno.

—Las personas malas serán castigas allí, ¿verdad?

Me quedo pensativa. Quisiera recordar los versículos bíblicos y poder decirle a Jazmín todo lo que la Biblia dice… pero no los recuerdo…

—Jaz… quizás al infierno vaya gente que se cree buena…

—¿Qué dices? ¿Dios no enviaría a alguien bueno a un castigo?

—Dios dice que todas las personas somos pecadoras. Todas hacemos cosas malas, es cierto que algunas hacen más cosas malas que otros… pero ante Dios no hay nadie que sea perfecto…

«Me siento extraña hablando de estas cosas. Algo que antes era común en mi antiguo colegio y con mis compañeros. ¿Por qué en Rosario había elegido ser otra persona y comportarme de esta manera?».

—¿Entonces todos vamos a terminar en el infierno?

—No —respondo con urgencia, necesito explicarle—. El hijo de Dios vino al mundo para mostrarnos el camino al cielo y como presentarnos ante Dios…

—¿Cómo sabes tanto? ¿Eres evangelista?

«Aquí llega el momento de decir una verdad entre tantas mentiras».

—Sí, Jaz, voy a una iglesia con mi familia.

—Ah…—responde sorprendida, quizás extrañada de que nunca le haya contado antes—. ¿Y qué me decías del hijo de Dios?

—Jesús es el único camino para llegar a Dios.

Hablamos un rato más y quedé en traerle un Nuevo testamento para que le lleve a su abuelita.

Me sentí bien de haber podido compartir con Jaz sobre Jesús. Me hubiera gustado conocer más la Biblia, y hablar como Noah…

Ahora podía comprender qué lo impulsaba a hablar a las personas sobre la Salvación en Jesús. Noah era sensible a la necesidad de otros, yo en cambio sentía vergüenza de contarles a mis amigas que era cristiana, estaba ignorando que necesitaban conocer de Jesús.

La última semana de entrenamiento me esforcé por llevarme bien con mis padres y hacer las cosas que me pedían. De esa manera accedería a que viajara.

El miércoles por la tarde al terminar el entrenamiento, Valeria nos dio las autorizaciones para el viaje. Saldríamos el viernes por la mañana hasta el sábado por la noche. Debíamos presentar todo al día siguiente.

Con las chicas del equipo caminamos hacia los vestuarios conversando animadas y con grandes expectativas de estos partidos, al entrar al vestuario, para nuestra desgracia, el equipo de hockey estaba allí.

—Chicas, salgamos antes de que se nos pegue el olor a perro mojado —gritó Leila recogiendo sus cosas y caminando a la puerta.

—Cada vez huelen peor—agregó Nair tapándose la nariz.

—Tomen—agregó Cristal arrojando un desodorante—, tengo otro en casa, creo que ustedes lo necesitan más.

El resto la siguió riendo.

—Odio a esta rubia antipática—gritó Jaz.

—¿Ellas también viajarán el fin de semana? —pregunté.

—Sí, el equipo de Hockey, los muchachos y nosotras—respondió Antonella.

—Tendremos que soportarlas dos días, ¡qué tortura! —dijo Dana poniendo sus manos en el pecho.

—Nosotras debemos enfocarnos en ganar esos dos partidos para calificar entre los primeros y ser cabeza de zona—les comenté.

—Es la primera vez que el colegio clasifica a los nacionales, ¡un gran logro equipo!—afirma Luz y todas aplaudimos.

Antes de despedirnos, saco de mi mochila dos Nuevo Testamento y se lo entrego a Jaz.

—Uno para tu abuelita y otro para ti —le digo extendiendo los pequeños libros.

—Gracias, Sol. Me hizo muy bien hablar contigo el otro día.

—Me alegro… cuando quieras volver a charlar…

—Seguro.

Nos despedimos y al salir del vestuario Gael me está esperando. Me sonríe y sus ojos celestes se iluminan.

Da unos pasos hasta llegar a mi lado y me abraza.

—Hola.

—Hola.

Sus manos aprietan mi cintura haciéndome cosquillas y sonrío.

—¿Estás más flaca? —me pregunta.

—No… ¿Qué dices?

—Sol… no serás una de esas chicas histéricas por el peso…

—¡¡Jamás!! Quizás sean los nervios de todo lo que está pasando en mi casa… no he tenido demasiado apetito últimamente.

—¡No vayas a enfermar!

—Prometo cuidarme.

—Te extraño—murmura en mi oído.

—Yo también.

—No me alcanza con solo verte en los recreos—dice sin soltarme—, ya quiero que sea viernes y podamos compartir juntos el viaje y los partidos.

—Aprovecharemos cada minuto juntos… yo también te extraño… pero ahora tengo que irme, mi mamá seguro está afuera…

—Sólo un minuto más—me ruega apretando su agarre.

—Un minuto y nada más.

<<Hay caminos que al hombre le parecen derechos, pero su fin es camino de muerte. ¿Qué camino estás siguiendo? ¿Sigues mintiendo a tus padres? ¿Ya dejaste a Gael? Oro por ti cada día, para que tomes la decisión correcta. Te quiere, tu amigo Noah>>.

Una lágrima se me escapa al leer el mensaje de Noah.

«Estoy en un mal camino, sigo mintiendo, sigo engañando… no he podido dejar a Gael».

No respondo el mensaje. Y sé que mi silencio es respuesta suficiente para que Noah entienda que todo sigue igual.

El jueves me preparo para ir a la escuela. Estamos desayunando y recuerdo los papeles del permiso.

Saco varias hojas de mi mochila para extenderlas a mamá que las firme, y veo caer al suelo el informe de calificaciones.

Mamá lo recoge y su rostro cambia al contemplar cada nota.

«Estoy muerta».

—¿Qué significa esto? —me pregunta señalando las notas de Historia y Física que son las más bajas.

—Prometo que las levantaré.

—¿Cuándo te entregaron este informe?

—Ayer… me había olvidado—miento.

—¿Sol?… Este informe tiene fecha de hace una semana. ¿Lo estabas ocultando?

—Mamá…

—Acabas de mentirme en la cara… ¿Más mentiras? ¿Qué te pasa?

—Yo…

Bruno baja corriendo las escaleras e interrumpe nuestro incómodo momento.

—Vamos que llegaremos tarde—dice tragando una tostada y tomando rápidamente el café con leche.

Un duro silencio se instala en la cocina y mi mirada está fija esperando su reacción.

Mamá dobla las hojas del permiso. Firma el informe de la escuela y agrega: —Avísale a Valeria que no irás a ese viaje. Estás castigada.

—Pero mamá, ese partido es muy importante…

—¿Sabes lo que es realmente importante? ¡Decir la verdad!, ¡ser honesta!, ¡cumplir con tus tareas!, ¡aprobar todas las materias!… ¡Obedecer a Dios!! ¡Eso es realmente importante! El fútbol y el equipo, no son lo más importantes, o no deberían serlo.

—Mamá por favor…—respondo, y comienzo a llorar.

—¡No llores! No voy a cambiar de idea. Así que no insistas.

Un nudo se ha formado en mi estómago. Salgo de casa sin desayunar. Bruno sale corriendo y se adelanta camino a la escuela.

Camino despacio, estoy llorando… sé que llegaré tarde de todos modos.

«Odio mi vida. ¿Por qué todo lo malo tiene que ocurrirme a mí? ¿Cómo voy a decirles a Valeria y al equipo que no iré?».

Entro a la escuela y camino directo al aula. La clase ya ha comenzado.

Al salir al recreo me encuentro con Gael.

—Mañana a esta hora estaremos viajando, podremos pasar dos días completos juntos—comenta entusiasmado, y siento que mi corazón se rompe en pedazos.

—No iré—suelto de golpe.

—¿Qué dices? ¿Estás bromeando?

—Reprobé tres materias, y mi madre me castigó—explicó con lágrimas en los ojos.

—¡¿Qué?! No… no puede ser. ¿Por qué tu madre no te castiga con otra cosa? ¿Acaso no sabe lo importante que es este partido?

—No sé cómo decirles a las chicas… ¿Qué va a decir Valeria?

Gael está muy enojado, camina de un lado a otro y se queda pensativo.

—No les digas. Quizás tu mamá cambie de opinión…

—No lo hará. Ya me advirtió que nada cambiará.

—El equipo no podrá ganar sin ti. ¡Tienes que ir!

—Gael, ¿no me escuchaste?…

—Puedes escaparte—sugiere y lo miro incrédula de lo que acaba de decir—. El colectivo sale a las cuatro de la mañana… cuando tus padres despierten ya estaremos demasiado lejos…

—¿Estás loco? ¡Me internarán en un convento!—digo en broma—, o viviré en una penitencia perpetua.

—Bueno, pero habrás jugado el partido… solo piénsalo, Sol…

—¿Y la autorización?

—Dile a Valeria que la olvidaste, y la traerás mañana.

—¿Y la firma?

—Sol… la falsificas… ¿nunca firmaste por tus padres?

«No. Nunca. Es lo único que me faltaba para defraudar completamente a mis padres».

En el almuerzo no probé bocado, fuimos a la cantina, pero no pude comer nada; Gael terminó comiendo mi porción de tarta. Tenía un nudo en el estómago que me impedía tragar. Durante el entrenamiento me siento sin fuerzas. Mi mente y mi cuerpo están completamente agotados.

—¿Estás bien? —me pregunta Valeria al terminar de entrenar.

—Me siento cansada, no he comido bien durante el día, creo que son los nervios previos al partido.

—Descansa, te necesitamos bien para mañana.

Terminó el entrenamiento.

No le dije nada a Valeria ni al equipo de mi castigo.

Comencé a considerar el plan de Gael como una posibilidad.

En mi mente comienzo a planear todo: Como salir por la ventana, como llegar hasta la puerta de la escuela… necesitaba practicar la firma…

«¿Cómo puedo estar pensando esto en serio? ¿Tendré el valor de hacerlo?».

<<Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni va por el camino de los pecadores, ni hace causa común con los que se burlan de Dios, sino que pone su amor en la ley del Señor y en ella medita noche y día. Ese hombre es como un árbol plantado a la orilla de un río, que da su fruto a su tiempo y jamás se marchitan sus hojas. ¡Todo lo que hace, le sale bien! Salmo 1 ¿Cómo están tus cosas? Te extraño. Tu amigo Noah>>

Mamá me busca como todos los días. Intenta sacar algunos temas de conversación, pero yo solo respondo lo indispensable.

—Algún día, cuando tengas tus propios hijos, vas a entenderme—dice cuando estacionamos frente a casa—, no es fácil ser padre, poner límites y castigos… no creas que me gusta verte sufrir…

«Eso parece».

—Sol, quiero que entiendas que todo lo que hacemos con papá es por tu bien, porque no queremos que pagues las consecuencias de errores más graves en tu futuro.

«Claro, por eso hacen desdichada mi vida ahora».

—¿Qué dijo Valeria y las chicas del equipo? —pregunta.

—No quiero hablar de eso, mamá—respondo saliendo del auto y cerrando la puerta con fuerza.

Camino lo más rápido que puedo a mi cuarto.

Me doy una ducha y me recuesto en mi cama.

Me siento débil. Mi estómago exige algo de comer. Recuerdo que, con los nervios y angustia del día, no he probado bocado. Pero no quiero cruzarme con mis padres hasta la hora de la cena, así que, me obligo a dormir un poco, para recuperar las fuerzas y permanecer despierta por la noche para poder escapar.

«Escapar… jamás imaginé que yo podría hacer una cosa así».

Bruno golpea la puerta de forma insistente haciendo que despierte sobresaltada. Todo se ve oscuro.

—Mamá dice que bajes a cenar—grita con fuerzas del otro.

—Ya bajo—le respondo mientras me siento al borde de la cama.

He dormido un par de horas. Realmente las necesitaba. Me siento con más fuerzas. Bajo las escaleras despacio y escucho a mamá y papá discutir en la cocina.

—¿Qué vamos a hacer, Cris? Cada día está peor…

—Se le pasará… es una crisis de la adolescencia.

—¡No me vengas con esas idioteces!, ¡esto es serio!… Sol está rebelde, completamente cerrada y negada a escucharnos… ¡Nos miente en la cara!

—Si nos escucha, le tomará un tiempo hasta que vuelva a ser la de antes.

—¡Por Dios, Cris! ¿Te estás escuchando? Ella no está bien. Deja de minimizar las cosas… nos ha mentido y engañado, está distante y fría, ya no lee su Biblia, no quiere ir a la iglesia… hasta ha perdido el brillo en sus ojos… ¿Acaso no lo ves?

—Mariel…

—Nunca debimos venir a Rosario—dice mamá y se produce un silencio.

—¿Quieres decir que todo esto es mi culpa?

«¿Mis padres discutiendo?».

—Solo digo que las cosas han cambiado… nunca estás en casa… no tienes tiempo para nosotros…

—Estoy aquí.

—Hace meses que no tenemos una salida en familia.

—¿Y todo es mi culpa? También estás ausente mucho tiempo trabajando muchas horas en tu consultorio…

—Porque necesito salir y hacer algo. No conozco a nadie en esta ciudad, también extraño a mis amigas y mi familia…

—Mariel, no quiero discutir…

—Nunca quieres discutir, pero ya estoy cansada, Cris… y los problemas con Sol han sido demasiados… Ya no puedo más…

—¿Qué quieres que haga?

—No lo sé… es que… ella era tan feliz en Córdoba, tan alegre y dulce… hablaba con nosotros, nos reíamos juntos… ¿Cuándo dejamos de ser esa familia?

«Yo también me lo pregunto. ¿Cuándo dejamos de ser esa familia? ¿Cómo llegué a convertirme en lo que soy?».

—Pronto regresaremos a casa… en un mes terminan el libro y saldrá a la venta…

—En un mes… quizás la hayamos perdido—dice mamá en un sollozo.

—Todo estará bien, por favor no llores—escuché decir a papá.

«¡Lo que me faltaba! Mis padres peleando también por mi culpa».

Bruno me encuentra allí en la escalera.

—¿Qué haces? ¿Estás espiando?

—Mamá y papá… estaban discutiendo… nunca los había escuchado pelear así…

—¿Qué escuchaste? ¿Por qué discutían?

—No sé, Bruno… solo discutían…

—Bueno, bajemos a cenar, muero de hambre—dice mi hermano.

Nos sentamos en silencio y mamá trae la comida a la mesa. Veo sus ojos rojos, su mirada triste y mi estómago se cierra. Ya no tengo hambre.

Bruno enciende la tele y comemos casi en silencio, mirando un programa de concurso de cocina.

Apenas si puedo tragar unos bocados de pizza.

Ayudo a mamá a lavar los platos y dejar acomodada la cocina. Nos despedimos y me voy a mi cuarto.

Me tiro sobre mi cama y unas notificaciones entran en mi celular. Número desconocido.

Sé que es Gael.

* Hola, Pulga. ¿Vas a venir al viaje?

*¿Pudiste firmar los papeles? Las chicas te necesitan…

* Quiero compartir este viaje a tu lado…

«¿Qué voy a hacer?».

Miro la hora del celular. Son la 23:15. El colectivo sale de la escuela a las cuatro de la madrugada. Serán largas horas de espera.

Papá golpea la puerta de mi pieza minutos antes de la medianoche. Entra y se sienta al borde de mi cama.

Me mira pensativo. Ya estoy preparada para otro de sus sermones.

—Mi Sol—dice apoyando su mano en mi pierna—, te quiero tanto, hija… nunca dudes de mi amor… A veces puedo parecer ocupado, distante… pero ustedes son lo más valioso que Dios me ha dado… tu mamá, tu hermano y vos… son mi vida… lo sabes, ¿verdad?

Imagino que sus palabras tienen que ver con la discusión que tuvo con mamá, con los reclamos sobre su ausencia.

—Lamento que todo se haya complicado al venir a Rosario… De verdad, nunca quise lastimarlos o hacerlos sufrir.

Siento que mis ojos pican, y que las lágrimas pronto saldrán sin poder contenerlas.

—Lo sé, papá—respondo.

Se acerca y me abraza. Y ya no puedo contener las lágrimas.

—Lo siento tanto—dice con gran pesar, como si fuera su culpa.

—Yo lo siento, papá—digo llorando.

—Todo saldrá bien, hija—susurra a mi oído mientras frota mi espalda con sus brazos—. Mi Sol, le pido tanto a Dios que todo vuelva a ser como antes…

«Yo igual, papá, de verdad quisiera regresar el tiempo».

Se despide dándome un beso.

Me quedo allí, aún con las lágrimas saliendo de mis ojos, y en mi corazón siento una punzada.

Una lucha terrible se desarrolla en mi interior.

Los mensajes de Gael siguen llegando.

Saco los papeles del cajón de mi mesa de luz. Tomo una lapicera y comienzo a probar en una hoja imitando la firma de mamá.

«¿Qué estoy haciendo?».

Cuando logro hacerla lo más parecida posible, tomo la autorización y respiro profundo antes de poner aquella firma falsa.

Apago la luz de mi pieza, para que mis padres no sospechen. Uso la linterna del celular para preparar lo que necesito.

Busco mi mochila y preparo mi uniforme del equipo, los botines, algo de ropa extra y unos ahorros de dinero.

Me tiemblan las manos cuando estoy guardando todo.

Una parte de mi quiere detenerse, hacer lo correcto. Pero otra parte, está cegada, y quiere correr al lado de Gael y del equipo.

Aquellas horas pasan lentamente, son como una eternidad.

Miro el celular y marca las 3:30hs.

Sé que tengo unos quince minutos caminando hasta el colegio, y debo llegar con tiempo para que Valeria reciba mis papeles.

He repasado más de cien veces la forma de bajar por la pared del vecino que tiene unas molduras salientes, y como saltar a la vereda sin ser vista desde la habitación de mis padres.

Abro la ventana despacio, con cuidado de no hacer ruido, y me preparo para salir, el aire frío golpea

Mi rostro… pongo un pie sobre el marco de la ventana y me sujeto con los brazos de ambos costados.

Impulso mi cuerpo hacia afuera… y en ese mismo instante, siento como si una mano invisible me empuja hacia adentro y caigo de espaldas al piso.

Miro hacia todos lados confundida, pensando que quizás alguien me tiró de la mochila, quizás mamá o papá, pero estoy sola en mi cuarto.

Un escalofrío me recorre todo el cuerpo y comienzo a llorar. Es como si pudiera sentir una presencia invisible allí conmigo que me retiene.

«Dios mío… ¿Qué estaba por hacer?».

Entorno la ventana con cuidado, no cierro por completo para no hacer ruido, dejo la mochila y me tiro sobre la cama aún llorando a más no poder.

Minutos después el celular vibra con insistencia.

Son mensajes de Gael. Después es una llamada de Valeria. Mensajes de las chicas del equipo.

No los respondo. Ni siquiera los abro para que no sigan insistiendo.

Miro Instagram, en donde comienzan a publicar algunas fotos.

Jaz y Dana sentadas en el mismo asiento, debajo decía: “Vamos por la victoria”.

Vicky había publicado una selfie desde adelante donde se veía el pasillo y los rostros asomados de varios chicos y chicas del equipo.

Al mirarlas lloré aún más.

«Debería estar ahí, debí posar con Dana y las chicas».

Seguí mirando.

Cristal había subido una foto con Leila y Nair. “Juntas siempre… las más bellas” y otra con Gael, que debajo decía, “No te preocupes, Sol, yo voy a cuidarlo muy bien”.

Siento que me golpean sus palabras y mi bronca aumenta.

Tiro el celular lejos de donde estoy.

No quiero seguir torturándome, no quiero sentir, no quiero.

«¿Por qué todo lo malo tiene que pasarme a mí?».

Me quedo dormida sin darme cuenta, en algún momento de la madrugada, cansada de llorar.

Siento frío, mucho frío. Me duele la espalda, todo el cuerpo… pero más me duele el alma. Me abrazo con fuerza, intentando sentir un poco de calor, pero estoy sola, estoy triste, le fallé a Dios, les fallé a mis padres, he fallado a todos, me fallé a mí misma.

Siento que ha llegado el frío. Es invierno.

Continuará…

Todavía nos falta el invierno y la Primavera… si quieres saber como sigue esta historia deja tus comentarios!!

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS