La alegría de las cosas que arrojamos al vacío

La alegría de las cosas que arrojamos al vacío

Fer Nievas

07/04/2021

Pienso en vos. Pienso en aquella media tarde que te dije las palabras «te amo» por primera vez. Vos apoyada contra aquel árbol y yo, como un adolescente ciego de amor, rodeándote la cintura con mis brazos y sonriendo, sintiendo que había conquistado todos los miedos posibles al ver tu sonrisa crecer y tu boca soltando un «yo también».
Pienso en vos encerrada en tu habitación. Tu padre gritando en el gran comedor, reclamando quien sabe que cosa mientras tu madre, harta de la repetitiva situación tomaba sus cosas y se largaba de la casa para no volver. Y veo mis manos ahí, limpiando los rastros de lagrimas sobre tus mejillas.
Pienso en la noche que nos escapamos. Esa noche helada de julio en la que nos subimos al auto para buscar algo que nos hiciera bien. La ruta totalmente vacía y oscura nos acompaño durante noches enteras mientras nos íbamos mostrando canciones y heridas. Los ojos tan llenos de lagrimas como de esperanzas puestas en el porvenir de nuestra nueva vida juntos.
Pienso en lo interminable que se volvió ese viaje. Recorrimos casi todo el país totalmente negados a detenernos por nada. Cada pueblo que conocimos nos pareció insuficiente. A todos les encontrábamos algún faltante. Éramos incapaces de resolver nuestro dilema. Anduvimos días y días por rutas vacías hasta encontrar nuestro lugar. Un nuevo espacio donde poder armar una vida juntos. Y lo hicimos. Luego de meses de evadirnos nos dimos cuenta de que el problema no estaba en los lugares que encontrábamos. No. El problema lo teníamos nosotros. Nosotros, que no nos encontrábamos. Nos dimos cuenta de a poco que nos faltaba conocernos. Pero no entre nosotros que ya nos conocíamos bastante. Nos faltaba conocernos a nosotros mismos, descubrirnos.
Los días se iban colando en nuestra rutina y vimos pasar soles y vimos alejarse lunas hasta que la realidad nos golpeo de frente para hacernos entender que para tener una nueva vida debíamos deshacernos de la anterior. No existe espacio para dos vidas en un cuerpo ni en una mente tan solitaria como la nuestra. Es imposible cargar con tanto sobre nuestros hombros.
Detuvimos el auto en medio del desierto y lo hablamos. Discutimos durante horas sobre las ventajas y desventajas de desprendernos de todo con lo que cargábamos. Poco era, es verdad, pero era todo cuanto pudimos tomar aquella noche que nos escapamos. Si tu padre despertaba eso era todo, hasta ahí llegaban nuestros planes.
Cuando por fin nos decidimos, encendimos el auto y no frenamos hasta que encontramos una estación de servicio, de esas que andan perdidas en medio de la nada absoluta y que solo cuentan con un empleado malhumorado al que todo el mundo comprende a su medida. Nadie querría trabajar en la soledad absoluta, atendiendo a viajeros casuales que solo piden cigarrillos y combustible y se marchan a los dos minutos sin decir gracias. Nos acercamos al mostrador cuando el sol del mediodía se alzaba radiante y pedimos un mapa de las rutas. El serio empleado nos señalo uno de esos estantes giratorios en medio del lugar sin decir una sola palabra. Te observe ir y venir en menos de 10 segundos con un mapa enorme en las manos. Solté los billetes sobre el mostrador y el muchacho me devolvió dos o tres monedas sin despegar jamás los ojos de su revista. Nos acercamos al auto y desplegamos el mapa sobre el capot, las rutas estaban marcadas en varios colores, todas se entrelazaban entre si y algunas hasta cambiaban de nombre o numero. Buscamos y analizamos lo que podía llegar a ser un buen lugar para nuestro cometido. Recuerdo quedarme viéndote ahí, totalmente concentrada, recorriendo cada uno de los detalles de tu rostro emocionado. No tardaste ni cinco minutos en decidirte. «Acá» dijiste mientras con tu dedo señalabas el lugar. «Es perfecto» respondí mientras plegaba el mapa y me subía de nuevo al auto.
La desértica ruta fue testigo de nuestro ultimo viaje, lo disfrutamos con música y una charla sobre nuestra idea de amor perfecto. Nos reímos y prestamos atención a cada detalle de nuestras palabras.
Cuando el sol se agotaba y trataba de esconderse de nosotros, llegamos por fin al lugar indicado. Apague el motor y nos quedamos viendo hacia adelante. El precipicio era inmenso, un agujero en la tierra de un tamaño descomunal. Era imposible no quedarse admirado por la inmensidad de aquel vacío. Tu mano llegó hasta la mía en un segundo y tus dedos se entrecruzaron con los míos. Nuestros corazones latían al galope y nuestra respiración acelerada nos indicaba que era el lugar y el momento.
Bajamos del auto emocionados y corrimos hasta el baúl para ver nuestras cosas ahí, solitarias y desordenadas. Primero vos agarraste la ropa y la metiste dentro de la caja grande. Luego la caja la depositaste en el suelo. De los libros me fui encargando yo, uno por uno, bien acomodados dentro del cajón de frutas. Cuando por fin terminamos nos dimos cuenta de que el vacío en el baúl nos daba alegría, esperanzas. Te vi levantar las cajas e imitándote te seguí hasta el borde de aquel precipicio. Juro que nunca voy a olvidar tu sonrisa enorme haciéndole frente a toda esa inmensa nada.
Te detuviste antes de arrojar todo y te quedaste pensando en el libro rojo. «El libro rojo» me gritaste. «El libro rojo no». Solté el cajón en el suelo y revolví los libros hasta que lo encontré. El libro de tapa roja era nuestro único tesoro. Todas nuestras fotos juntos estaban ahí, años y años de encuentros y salidas guardados en un tomo artesanal creado por tus propias manos. Aquel libro rojo es el único registro de nuestra vida anterior que queda. Lo retuviste entre tus brazos con pasión mientras yo levantaba caja por caja e iba arrojándolas al vacío. Con cada cosa que caía yo te miraba a los ojos. Veía como se te iban llenando de lagrimas, pero sabia que eran lagrimas de alegría absoluta. La esperanza de poder empezar una nueva vida te invadía el corazón.
Y ahí nos quedamos. Horas y horas viendo a la luna acercarse para ser testigos de nuestro nuevo comienzo. Nos abrazamos al fin, nos besamos al fin. Y volvemos al auto para alejarnos y encontrar de una vez por todas la vida que queremos. La vida que merecemos.
Quizás mas livianos, quizás mas vacíos, pero nuevos.

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