La libélula

De repente Sara detuvo su discurso para darse cuenta de que Damiel no le prestaba nada de atención. Se encontraba mirando, perdido, las gotas que resbalaban por la ventana del aula; estaba sentado en su banco de siempre.

-¿Damiel? ¿Seguís en la tierra?- le preguntó Sara, con rabia.

Entonces él, saliendo de su ensimismamiento, respondió bruscamente:

-¿Eh? ¿Qué? ¿Qué me estabas diciendo?

-Te estaba hablando acerca de que todos nos vamos a juntar en la casa de Nacho para festejar su cumpleaños. No vaya a ser que te lo pierdas.

-Ehhh, no… no. Por supuesto que voy a ir- dijo Damiel, sin interés, y volviendo a observar la ventana.

-¿Qué es lo que estabas viendo?- preguntó Sara, dándose vuelta completamente para incorporarse y mirar por la ventana. Pero se decepcionó al ver que no pasaba nada afuera, en las calles de Diamante.

No se sentía nada más que el refresco que hay después de las lluvias habituales de las tardes del mes.

-No entiendo qué estás mirando- dijo ella, al final.

Entonces Damiel, sin que el profesor Gómez pudiera verlo, abrió la ventana del aula lentamente y sacó su mano afuera, al aire. Sin hacer más nada.

-¿Pero, qué estás haciendo?- preguntó ella, como si él estuviera loco.

-Vos sólo mirá qué pasa.

De repente entró su mano del exterior, y cerró la ventana.

En uno de sus dedos se encontraba posada, una libélula.

-¿Eso estabas viendo? Pero si a vos te dan miedo los insectos. Y eso incluye a las libélulas- respondió Sara.

-Bueno, resulta que ahora sí me gustan- afirmó Damiel, logrando mantener en su lugar-. Son bichos lindos.

-¡Callate! Si a vos hasta una polilla te hace saltar de pavor…

Pero justo miró el colgante que tenía la chica que estaba en el primer banco de su fila, y se dio cuenta de algo.

-¿Qué pasa, Sari?-preguntó Damiel, acariciando su libélula.

-Damiel. Cortala. ¿O sea que venís a estas clases especiales de literatura por ella? Ya basta con tu tema- respondió ella.

-¿Qué tema?

Entonces Sara señaló a la chica que hacía unos segundos había observado Damiel tan detenidamente.

-Muy bien. Me atrapaste. No pensé que te tomaría tanto darte cuenta- dijo él.

La chica del primer banco era esbelta, de ojos grises y cabello moreno. Tenía una estatura mediana, y decían que se llamaba Liza Moreno.

-Me gusta la libélula que lleva como colgante ¿Qué problema hay?- respondió Damiel.

-Venís obsesionado por esa chica desde hace tiempo, ya es hora de que dejés ir ese tema. Ella nunca aceptaría andar con vos. …Si de hecho escuché por ahí que tiene novio.

-Rumores nada más. No sabés si es cierto- dijo Damiel, empezando a enojarse, mientras seguía acariciando la libélula que había atrapado en el aire.

-Damiel, ya está. Es obvio que es así, que tiene novio. Deja este tema. No te conviene estar así de ensimismado, cerrado, cuando hay todo un mundo de mujeres disponibles para vos.

-Dejame en paz, ¿querés?- y hubo un silencio- Ahora decime. ¿Cuándo nos juntamos para el cumpleaños de Nacho?

-Es el lunes a la noche. Ya que hay feriado el martes, nos viene bien la fecha- respondió Sari, sin querer cortar el tema que venían discutiendo.

Y entonces sonó el timbre, para alegría de todos los alumnos del profesor Gómez, quienes disimuladamente, intentaban salir del aula apenas pudieran.

-Nos vemos, Sari- dijo Damiel, antes de que Sara pudiera decirle algo, tomando su cuaderno y su mochila.

Todos los días de clase había tres recreos y siete horas de clase. En ninguno de los recreos Sara encontró a Damiel, y en las horas de clase él siempre hacía lo posible por alejarse de ella.

-Ya lo atraparé el lunes. No se va a esconder de mí tan fácilmente- se venía diciendo Sara dos días después. Pero justo después de decir eso, dobló la esquina de uno de los tantos pasillos de la escuela, y lo vio. Damiel estaba sentado en el balcón de la primera planta de la escuela, observando arrobado a la chica de sus sueños a lo lejos, en el patio.

Ella, mientras tanto, conversaba con sus tantas amigas; miraba, observaba, sonreía, reía, se sonrojaba por los comentarios de tantos chicos que le hablaban, y después volvía a conversar de nuevo.

-Mi libélula ¿por qué siempre tiene que estar acompañada de alguien?- murmuró Damiel, cuando Sara se sentó a su lado, para observar lo mismo que él.

-¿Damiel, sabías que las libélulas son “invisibles”?- le preguntó Sara, con seriedad-. Ya se acaba el año, y ya todos nos vamos a estudiar a la facultad, querido amigo. A esta chica no la encontrarás nunca más.

-Quizá el destino me la traiga. Y sé que las libélulas habitan los lugares cercanos a ríos. No será difícil encontrarla entonces. La voy a volver a ver, el año que viene, y entonces…

-Dejá de hacerte el romántico, Damiel. Concentrate en las materias que tenés que aprobar. ¡Ya pareciera que estás a punto de fallar totalmente en al menos tres!- respondió Sara, manteniendo su seriedad.

-¿Y qué importa eso? El amor es vida. No hay nada más importante. Es mejor tener alguien que te apoye, que no tener a nadie y salir primer promedio en toda la escuela. Eso de por sí es triste. Es como estar vacío- le espetó Damiel, volviéndose a enojar.

-A ver decime: ¿cuál es tu plan? ¿Cómo es que pensás andar saliendo con una chica como Liza, que es de las que les gustan salir a divertirse, salir a bailar un poco, mientras que vos sos alguien tímido? Se diría que vos sólo salís en noches de luna llena, como un hombre lobo. No es así? – le preguntó Sara, casi con sarcasmo.

-Si de entre todas las ideas que se me ocurran, hay una que me venga realmente bien a mí, entonces nadie me hará cambiar de idea. – respondió Damiel, perdido entre sus pensamientos, mientras seguía observando la cabellera de Liza Moreno.

-Sos increíble. Verdaderamente lo sos. Y pensar que te llevas a rendir literatura y filosofía. Sos demasiado charlatán- opinó Sara, levantándose para volver a las aulas pues había sonado el timbre de vuelta a clase.

-Vos también sos increíble, Sara- respondió Damiel sarcástico-. Sos mi única mejor amiga en toda la escuela, y nadie me contraría … excepto vos.

-Lamento decirte que eso no es cierto. Todo sexto año, incluído Nacho, han apostado que vas a hacer alguna estupidez y entonces Liza te va a rechazar para siempre- comentó Sara, a lo lejos.

Al escuchar eso, Damiel se levantó también para volver a clase, pero no decir algunos insultos contra el famoso Nacho, su otro amigo cercano.

El lunes sonó el último timbre de la tarde, y todos los alumnos se retiraron. Como si hubiesen sido una sola cosa, todos súbitamente tomaron sus útiles, casi sin ponerlos en las mochilas y salieron del escuela, con bastante apuro. Muchos de los compañeros de Damiel habían sido invitados a la fiesta que se tenía planeada en la casa de Nacho.

-Damiel, nos vemos. Me voy a casa a cambiarme, la fiesta empieza en menos de una hora. No te retrases mucho. Dicen que no están los padres del Nacho, así que creo que vamos a poder tomar algo de alcohol- dijo Sara, con un pequeño brillo en sus ojos.

Circulaban en la escuela varias historias acerca de cómo habían tenido que llevar en algún momento a Sara a su casa luego de alguna fiesta, arrastrándole los pies, pues no podía caminar debido a lo alcoholizada que estaba.

-Tranquila, Sara. No voy a tardar nada, ya tengo toda mi ropa lista, en casa. Solo tengo que ir a preguntarle algo a la profe Estela, sobre el examen de la semana que viene y me voy. Decile al Nacho que me guarde una cerveza para mí- respondió Damiel, mientras le hacía un guiño.

Sara dejó el aula rápidamente, y Damiel salió para encontrarse en su despacho con la profesora Estela, de Matemáticas. Eso quedaba a unas pocas aulas de distancia.

Habló con ella tan solo diez minutos, y entonces se puso en marcha para salir del colegio.

En ese momento, pudo observó a lo lejos la silueta de Liza Moreno, y dijo con melancolía:

-Dios! Si tan sólo tuviera una pequeña oportunidad… Si tan sólo dejara de ser tímido por un segundo…

De repente, por la ventana apareció la misma libélula que había encontrado Damiel la semana pasada. El animalito intentaba con desesperación entrar, pero siempre se golpeaba contra el vidrio.

Damiel se detuvo, sonrió un poco, y abrió la ventana, para dejarla pasar.

El insecto voló hacia el interior del pasillo y se posó en el hombro izquierdo de Damiel, para no moverse más.

-De nada- respondió Damiel.

De repente, se escuchó el estruendo de un ligero rayo a lo lejos. Esto no predecía nada bueno. El chico pudo ver cómo algunas gotas de lluvia comenzaban a caer del cielo. Le dio pánico, realmente. Si llovía, no podría ir a la fiesta de Nacho a tiempo. Corrió rápidamente hacia las escaleras de la entrada del colegio, pero ya era demasiado tarde. Afuera ya llovía a cántaros, como si hubiera habido una sequía de meses de duración.

-¡Qué porquería! ¡Odio esto!- miró a los cielos con total enojo. La lluvia no era nada bueno en esa situación. Es que no tenía que llegar mojado a la fiesta.

-¿No te gusta la lluvia?- preguntó una voz femenina a pocos metros.

-No ahora. Odio cuando…- pero entonces se dio cuenta de que no era una persona cualquiera, la que le hablaba. Liza Moreno estaba apoyada sobre la puerta del colegio, con los brazos cruzados, esperando a alguien, quizás. Damiel no lo sabía bien a ciencia cierta. La sorpresa para él fue demasiado grande-.

-En realidad, es que voy a llegar tarde para una fiesta- dijo Damiel un poco torpemente.

Entonces ella carcajeó un poco y dijo:

-Sí, molesta mucho estar mojado. Perdoná, ¿nos conocemos vos y yo?

-No sé. Creo que nos vimos en las clases de lectura que se dan a la tarde. Soy Damiel- tendiéndole la mano, fingiendo que no la conocía.

Liza lo pensó por un momento, y luego dijo entusiasmada:

-¡Ahora me acuerdo! ¡Sí, te he visto en esas clases! Soy Liza, por cierto. Gusto en conocerte, Damiel. Parece que el profesor Gómez no te tiene mucho cariño, siempre te anda regañando. Pero a mí me gusta cómo lees- y entonces sonrió un poco.

De repente, Damiel tragó saliva lentamente. El corazón le empezó a dar mil latidos por hora. ¿Así que a ella le gustaba su forma de leer? Pero cómo !¡Si hasta tenía problemas para deletrear palabras!

-Gra…gracias. Eso es muy amable. Es algo difícil leer bien, con buena entonación, sin equivocarse. Y más con un profesor como el señor Gómez.

-Ya lo creo. – En ese momento había una profesora cerca que los escuchaba, de apellido Farías. Era profesora de matemática de quinto año. Una mujer muy desconfiada. Por eso, Liza bajó la voz y acercó sus labios al oído de Damiel. Y dijo en un susurro:

-En mi opinión, este profesor Gómez es algo tedioso.

-Bueno, yo tampoco puedo decir que no a eso- opinó Damiel, riéndose un poco, ya en voz alta.

En ese momento, Liza miró por sobre su hombro y dijo con curiosidad:

-¿Te gustan las libélulas?

Entonces Damiel se dio cuenta de que su libélula todavía seguía posada sobre su hombro. Se preguntó porqué no se iba. Ahora le molestaba esta libélula, porque le impedía concentrarse en aquella conversación con la chica que él admiraba tanto.

-Ah, eso. Sí, me encantan. Son insectos interesantes.

-Qué bueno que vos lo pensés así. Porque a mí no me gustan. Me dan miedo.

Y entonces era el turno de Damiel de reírse un poco.

-¿No te gustan las libélulas? Pero, ¿y entonces porque llevás ese colgante?- le preguntó Damiel, con curiosidad. La situación le parecía de lo más raro y cómico.

-Me lo regaló mi madre para mi cumpleaños hace tiempo. Me gusta porque es pequeña, y tiene mucha estética. La aprecio mucho- respondió Liza, como si su colgante fuera su orgullo.

-Sí, supongo que sí. Ésta me la encontré ayer, y era tan linda que me la quedé- dijo Damiel, señalando el insecto que no quería dejar su hombro izquierdo-. Bueno, no me la quedé. Ella decidió quedarse conmigo.

-Eso es curioso, ¿no?- opinó Liza, dando una risita-. Todos esos insectos vagan por Diamante. Y uno cualquiera decide ser tu mascota. Es chistoso también.

-¿Te gustaría tocarla?- la retó Damiel, con sarcasmo.

De repente, ella se alejó un poco, como si se retractara, y dijo:

-No sé. Ya te dije que me dan miedo. Tengo una pequeña fobia a los insectos- respondió Liza, algo temerosa.

Entonces Damiel se acercó un poco a ella, y le dijo:

-Dale, no tengás miedo. No pican. Son bichos bien mansos. No hacen daño. Acercate, y lo vas a ver.

De repente no pudo creer lo que acababa de decir y hacer. Igualmente, la conversación se había puesto cada vez más tonta. ¡¿Hablar sobre insectos?! ¿Quién se pondría a hablar de eso con la chica que le gustaba?

Liza mostró cierta desconfianza ante tal proposición, pero al final cedió: se acercó tanto que Damiel pudo oler el suave perfume que llevaba en la piel, y con cierta dulzura, comenzó a acariciar, cuidadosamente, el cuerpo delgado de aquella libélula que ya no parecía un estorbo para él.

-¿Estás bien? Te ves algo alterado- remarcó ella, cuando se inclinó para atrás de nuevo.

Entonces él sintió algo avergonzado. Parecía que mientras más tiempo se había encontrado ella cerca, más rojo se había puesto Damiel.

-Eh, sí. Perdón. Llevo demasiado abrigo- mintió.

Tenía puesto nada más que una campera y su remera escolar, pero a Liza no le importó. Sonrió de nuevo y dijo:

-Me gusta tu libélula, es suave y tranquila. Como la mía. Decime, Damiel, ¿a qué fiesta vas?

-Voy al cumpleaños que le hacemos a Nacho Ojeda.

-¡Mira que coincidencia! A mí también me invitó a ir a esa fiesta María Fernández, una de tus compañeras. Quizá nos veamos ahí… Ojalá pongan algo de música. ¿Te gusta bailar?- preguntó Liza, de modo seductor.

-Lo siento, no bailo bien.

¡Cómo le hubiera gustado decir que sí!

-Es una lástima. Podría enseñarte si querés.

Entonces el repiqueteo que causaba la lluvia sobre el techo de la escuela, empezó a aminorar, al punto tal que cesó casi por completo, y con una increíble sincronía llegó un fiat gris que se puso a dar bocinazos. También notó que su tan querida libélula voló hasta hacerse “invisible”, según las definía su mejor amiga.

-Me vienen a buscar, Damiel- y entonces Liza se acercó para darle un beso en la mejilla-. Espero verte en la fiesta del Nacho. No faltes por nada del mundo.

Dicho esto, se metió en el fiat, y el auto se alejó, llevándose con él una de las mejores conversaciones que quizá habría Damiel tenido en su vida.

Damiel se puso a repasar todo lo que había dicho, y llegó a la conclusión de que lo último que había dicho había sido una estupidez. ¡Cómo le podía haber dicho que no a Liza Moreno!

Pero miró la hora en su reloj de pulsera, y ya se hacía tarde. Todavía quería volver a verla, a pesar de que había quedado como un tonto.

Así que volvió a casa lo más rápido que pudo; se vistió; se perfumó correctamente y casi voló hacia la casa de su amigo Nacho.

-¡Damiel! ¡Qué gusto verte, hermano! ¿Cómo te va?- dijo, entre el sonido de tantas voces, cuando Damiel tocó a su puerta.

-Bien, bien, Nacho. Feliz cumpleaños.

-Gracias, hermano. Pasá y ponete cómodo.

-Gracias. Perdoná, pero ¿llegó Liza?- preguntó Damiel, sin poder evitar demostrar ansiedad.

-¿Te referís a Liza Moreno? Está en el patio- respondió Nacho, extrañado-. También está Sara, por si querés charlar con ella.

-Sí, sí. Gracias, Nacho- dijo Damiel, con total indiferencia.

Entonces, casi apartó a su mejor amigo con una fuerza bruta, y se puso en camino hacia el patio de su casa.

Sin embargo, Sara apareció de la nada y le preguntó:

-¿Cómo te va, Damiel? Lástima que la lluvia te hizo demorar. Apenas me fui de la escuela lo supe. Qué mala suerte.

-Sí, fue una lástima- mintió Damiel, ansioso-. Perdoname, Sari. Pero tengo que ir a hablar con Liza.

-¿Estás hablando de Liza Moreno?- y entonces Sara se puso reír como loca-. ¡¿Pero de qué estás hablando?! Si casi le tenés miedo a esa chica.

-Resulta que no, la encontré en la escuela cuando comenzó a llover, y resulta que somos bastante parecidos.

-Como quieras entonces, querido amigo. Pero te digo que te vas a chocar contra una pared. Ella es muy poco parecida a vos. No vas a sacar nada, Damiel. Ya te dije- le recordó Sara, volviendo a ponerse seria como la vez en la que había hablado con ella en el balcón.

Damiel no respondió, siguió caminando y encontró a Liza hablando con un grupo de chicas, como era habitual, pero ella no dijo nada al verle llegar.

Él se quedó varios segundos esperando a que ella le saludara, pero no le dirigía ni una palabra.

Entonces decidió tomar la iniciativa:

-Hola, Liza. ¿Te acordás de mí?- le dijo sarcásticamente.

Ella se dio vuelta súbitamente, le miró por medio segundo, y le respondió:

-Perdón, ¿nos conocemos?

-¡Qué si nos conocemos! Soy Damiel, el chico que te encontraste en la entrada de la escuela hace una hora. ¿Pero es que no te acordás de mí?- respondió Damiel, casi riéndose.

-No- dijo secamente, la mujer que hacía un rato le había dado vuelta el mundo.

De repente la cara de Damiel, y se transformó en una gran expresión de sorpresa.

-¿Pero en serio no te acordás de mí? Estuviste conmigo en la entrada de la escuela cuando comenzó a llover.

-Perdoná, no estuve con nadie más que con mi padre en el auto. Logré salir de la escuela antes de que comenzara a llover en el colegio- respondió Liza, completamente extrañada y fuera de lugar-. Lo siento, pero voy a volver con mis amigas. Creo que me estás confundiendo con alguien más.

Y entonces ella se alejó volviendo al pequeño grupo de chicas en el que se había encontrado.

-¿Pero cómo…? No puede ser. Es imposible. ¿Qué es lo qué…?

De repente aquella libélula que se había encontrado en la ventana de su aula en el colegio apareció volando a lo lejos, posándose en la rama del limonero que tenía Nacho, en su patio.

Entonces lo entendió todo… o quizás parte de ese todo.

Estaba seguro de que ella no le recordaba, y también estaba seguro de que no estaba loco.

Se había encontrado con Liza Moreno en la entrada del colegio, pero al mismo tiempo ella se había ido en auto evitando así ser mojada por la inminente lluvia.

No había nada de sentido en aquel razonamiento.

No era posible. Quizá lo había fantaseado todo, era lo más probable.

Lo único que sí había estado con él era su libélula. Ella era lo único que daba algo de sentido a su enigma.

De repente todo se aclaró en ese mismo momento en el que estaba pensando.

Nacho empezó a poner música, y Damiel recordó las últimas palabras que le había dicho Liza, al dejar la escuela:

“Es una lástima. Podría enseñarte si querés.”

Damiel se acercó tranquilamente, y tiró suavemente del codo de Liza, mientras ella seguía hablando con el mismo grupo de gente.

-Quisiera preguntarte algo- le dijo.

-¿Qué pasa?- respondió Liza, ya algo exasperada por sus comentarios.

-¿Te gustaría bailar?- preguntó Damiel, tendiéndole la mano.

Por un momento Liza miró atónita a sus amigas, quiénes no decían otra cosa más que “Qué patético”.

-Verdaderamente, nunca nadie me lo había pedido tan directamente. Será un placer entonces- respondió Liza, con la misma sonrisa que le había dedicado hacía un rato, en su fantasía-. Chicas, nos vemos más tarde. No se preocupen, ya vuelvo.

-No te preocupes, te dejaré volver a ellas- dijo Damiel, sin creer lo que estaba haciendo.

-Bah, tampoco es que las necesite mucho- respondió Liza, cuando se ponían a bailar en medio del comedor de la casa, mientras el resto de los presentes los miraba con gran sorpresa-. Ahora, decime, ¿cómo te llamás? Me parecés conocido vos.

-Creo que me viste en la clase de lectura del profesor Gómez. Soy Damiel. Y te conozco a vos, sos Liza, ¿no?

-Sí. Es curioso, ahora que lo pienso, tenés razón, en la clase del profesor Gómez. ¡Dios, que hombre más tedioso!- opinó ella, mientras se seguían moviendo los dos.

-Cuánta razón tenés- asintió Damiel, sin todavía poder creer todo lo que estaba haciendo-. Es lindo el colgante que llevás, apuesto a que te lo regaló alguien.

-Adivinaste bien. Fue mi madre. Me gusta mucho- respondió ella, dando una risita-. ¿Te gustan las libélulas?

-No mucho, pero me gusta la que se encuentra en tu cuello- hacía tanto tiempo que quería decir eso-. Es pequeña y estética. Es perfecta.

De repente ella sonrió de par en par ante aquel comentario.

-Eres demasiado dulce, Damiel. Y es curioso yo también pienso lo mismo. Pero aún así las libélulas me dan miedo.

Entonces por el vidrio del comedor pudo ver como la libélula que lo había estado siguiendo todo el día, se alejaba volando para no verse más y Damiel opinó:

-Es una pena para los dos. Las libélulas son insectos tan buenos.

No sabía qué había sido real y qué no aquella tarde, pero lo que sí sabía era que el estar bailando con Liza Moreno era de verdad.

Todo por una libélula.

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