Andrea
-Muy bien, Gitto. Escriba su nombre acá, por favor- me decía la secretaria de la directora de la secundaria, aparentemente sin mucho interés. Liza era su apellido, y era nueva en lo que hacía. La secretaria anterior había renunciado hace tiempo.
Muy cómico era ver cómo solía dejar caer papeles u olvidarse de agendar cosas. Luego, se la veía completamente nerviosa, probablemente con temor a ser despedida.
La directora no era muy buena que digamos.
Otro día más en la secundaria del colegio San Marcos.
Y entonces me incliné sobre la mesa y firmé sobre el cuaderno, habiendo perdido cuenta de las veces que me había inclinado de la misma manera y había escrito mi nombre en ese montón de hojas, teniendo en claro que una vez más había sido amonestado por alguna tontería hecha en clase.
Mis viejos y mis amigos ya no sabían qué hacer conmigo. Habían intentado enviarme a ver a un psicólogo, pero… les tengo una noticia, queridos amigos: para mí, la terapia es una verdadera porquería. O quizá, solamente es algo que “no va” conmigo. Yo no sé qué es lo que soy, realmente.
Pero primero les resumo la historia de mi vida, solo para que sepan un poco quién es el que les está hablando.
Mi nombre es Joaquín Gitto, y he estado en tantas escuelas que ya no me acuerdo. Soy malo para recordar nombres. Es que yo sólo soy así. Siempre he sido problemático y nada me viene bien. Y, para colmo, las escuelas de San Luis son muchas y todas diferentes.
Nací hace diecisiete años, y el hecho de que todavía no he elegido una carrera universitaria para seguir, sigue siendo motivo de peleas con mis viejos. Ellos siempre dicen:
-¿Pero, es que no hay nada que te interese? ¿Las Ciencias Exactas, algo de Ciencias Humanas, Administrativas? ¿Nada de eso te va?
Y yo tan sólo no sé qué responder. Me siento tan, tan viejo… y eso que todavía no he planeado mi vida. Lo peor de todo es que ni siquiera me importa.
En fin, esto que les cuento me pasó en el invierno del 2010, y para ser cortés no les diré los insultos que merecía el tiempo frío que hizo.
Me acuerdo que todo comenzó en la última hora de la clase de Literatura que tuvimos. Aquélla era a su vez la última clase antes de las vacaciones de invierno. Cosa que a mí me fascinaba, porque al fin y al cabo, ¿A qué estudiante no le gusta descansar después de una dura temporada de estudio?
Apenas sonó el último timbre de aquel día, todos saltamos de alegría; aquella misma alegría que se desvaneció cuando la profe nos dijo, completamente entusiasmada:
-Ya que estamos estudiando todo lo que se trata el arte de el escribir, ¿Qué les parece escribir una novela corta de tan sólo diez hojas?
-Bien, muy bien- Respondieron todos, porque a un profesor nunca se le puede decir no. Decirle que no siempre trae consecuencias, por lo general malas.
Yo por mi parte no pude contener una evidente cara de malhumor. Hacía tiempo que las clases se me hacían cada vez más pesadas en el colegio, sin ninguna razón aparente.
Así que así salí del aula, y luego me dirigí hacia el portón de salida, cansado y agobiado.
Mi amigo de casi toda la vida, Héctor, se encontraba esperándome allí. Él había sido una vez compañero mío pero en otro colegio del cual no me puedo acordar. Después, aunque me fui de ese lugar, seguimos siendo amigos.
-¿Cómo anda todo, Joa?- Me preguntó, sonriendo sarcásticamente. Siempre sabía que cuando yo traía esa cara tan larga es porque estaba muy estresado.
-Demasiado mal. Encima tengo que escribir algo para lengua, y simplemente soy malísimo para escribir cosas. Siempre se me olvidan los acentos, y no sé dónde van las comas y los puntos.
-Vos simplemente te hacés problema por todo. De seguro tenés algo interesante para contar.
-¡Pero qué decís! Nunca he tenido nada interesante en esta vida- Respondí yo, con esa tonada negativa mía tan común.
-¡No jodás! ¿No podés escribir acerca de las diferentes escuelas en las que has estado? ¿Algo sobre la cantidad de novias que has tenido?- entonces paró de hablar por un segundo, reflexionando sobre lo que me acababa de decir.
De repente sonrió y dijo:
-Bueno… en realidad novias, nunca. Si cada vez que vas a una fiesta hacés cada cosa, vos.
Ese comentario me animó un poco, y hasta sonreí. Él tenía razón. Nunca había tenido un amor en mi vida. Yo simplemente solía pensar… y de hecho todavía pienso, que estoy mejor solo.
-Sí. Quizá tenés razón.
-¿Qué la tengo? Siempre te tengo que traer arrastrando hasta tu casa después de cada fiesta- Y entonces su cara se tornó preocupada- Pienso que tenés que aflojarle un poco al alcohol, Joa. Por favor.
-Calmate, que desde que volvimos de nuestra última parranda, mis viejos casi estuvieron a punto de no dejarme salir nunca más, menos mal que me perdonaron- Dije mientras nos parábamos a esperar que pasaran unos autos por la calle Pringles.
-Me alegro. No quiero meterme más en líos por tu culpa- Me dijo con reproche.
Y entonces cruzamos la calle y le pregunté:
-¿Adónde vas ahora?
-Tengo que ir a la universidad de San Luis. Mi hermana me pidió que le buscara un par de cosas que se olvidó en la facultad de física.
-¡Pero eso está lejísimo!- Le reproché yo está vez.
-Y bueno, Joa. Te lo hago fácil: o me acompañás como buen amigo, o te podés ir a tu casa, que encima queda en la misma dirección- Me dio a elegir, Héctor. Con total sentido de la persuasión. Había perdido la cuenta de cuántas veces había estado en mi casa.
Y así transcurrió nuestro día. Caminamos como locos, durante todo aquel trayecto que nos separaba de nuestro destino. Creo que fuimos por la calle Constitución hasta casi el final. No sé. Simplemente soy malo para medir y todo eso. Por eso Geometría es mi materia más odiada. Creo que ser arquitecto es lo último que querría ser en mi vida.
Para colmo cuando pasábamos por la Escuela Normal Mixta, nos encontramos con todos los chicos de la promoción de sexto año que nunca faltan cuando se quiere hacer algún escándalo tonto por la calle. Y pensar que voy por ese camino. Solamente me falta un año para estar en sexto año y andar como esos chicos. Alocado. Eso me repugna. Mis viejos no me criaron para hacer eso. El año que viene no me vincularé con mi promoción de esa manera. No me importa que sólo había estado con ellos un par de años.
Por fin pasamos la terminal de colectivos y nos fuimos directamente a la facultad de la que me hablaba Héctor.
No había muchas personas. Yo en realidad no sé a qué hora empiezan a dar clase las personas ahí.
-Héctor, ¿Podemos hacer esto rápido, que encima ya me está entrando hambre?- Le rogué a aquel pibe tan sólo dos centímetros más alto que yo.
-Tranquilo, hermano. Que esto será rapidito.
Y entonces pasamos por un montón de aulas y oficinas. Francamente, ni me fijé que decían los que estaban puestos en el frente de cada puerta. Estaba tan cansado que solo seguí a Héctor hasta una de esas tantas grandes aulas que yo había visto. Solo que esta era un poco más pequeña.
-¿Acá estudian computación o algo así?- Pregunté yo, observando el conjunto de computadoras apagadas, bastante modernas, que yacían sobre estantes. Cosa que me extrañó un montón.
-No lo sé. Verdaderamente solo ella me pidió que viniera acá y le buscara no se qué mochila.
-Perdoná que te lo diga, ¡pero no entiendo cómo puede ser tu hermana tan despistada de perder cosas así por acá!- Y entonces volví a mirar a mi alrededor- Ni te molestés en buscar. Ya se lo han llevado todo, de seguro.
Y entonces me echó una cara de gran reproche.
-¡No seás tan negativo! Ayudame a buscarlo, ¿Querés?
-Está bien, está bien- Dije, con total desinterés en lo que íbamos a hacer.
Miramos por entre las computadoras de más abajo, por sobre todas las mesas de aquella aula tan rara. Aun así las computadoras que usaban parecían bastante interesantes.
Me llamó la atención un montón teclados y una computadora, del año 1990, que habían dejado en una esquina. Pura tecnología que para pibes como yo nos parecerían prehistóricas. Solo que esta computadora no parecía tan vieja. El material del que estaba hecha era viejo, pero se parecía mucho a una computadora portátil. Lo que me intrigaba demasiado.
-Hey, mirá esto- Y entonces los señalé la computadora vieja-. ¿De qué marca te parece que es?
Entonces Héctor se acercó y comenzó a observarla un poco más detenidamente, habiendo ya encontrado el motivo por el que estábamos ahí.
-Creo que es una IBM. Bastante copado, te diría.
-Para mí no. No me gustan las cosas antigüas- Y entonces me puse de pie, habiendo perdido interés por esa computadora, repentinamente- Y si lo fuera, ¿No te parecería que parece bastante moderna para ser una IBM?
-¿Por qué lo decís? ¡Si vos no sabes nada de computación!
-¡¿Estás ciego?! ¿No ves que…
-¿Se puede saber quiénes son ustedes?- Preguntó una chica que justo se apareció por la puerta. No parecía de la facultad. Parecía más bien de último año de secundaria.
-Nosotros somos solamente chicos que venimos a buscar algo. ¿Y vos?- Pregunté yo.
Entonces ella, con total sospecha se acercó a ver qué era lo que nos fascinaba tanto, y respondió:
-Me llamo Andrea Aaron ¿Se puede saber qué andan haciendo con esa computadora? Esa es una computadora vieja que nos mandaron de Buenos Aires hace varias décadas porque ya estaba inservible. Por favor, no la toquen.
-¿Esto es una IBM?- Preguntó Héctor, tratando de ver quién era el que tenía la razón de nosotros dos.
Andrea simplemente se rió, sin razón aparente.
-¿Saben qué? No sé de qué tipo es. Soy hija de uno de los más antigüos profesores de química que trabajan acá, y simplemente nunca le puse demasiada atención a estas cosas- Y entonces se calló por medio segundo-. Quizá lo sea, no lo sé.
-Pero es imposible eso. No puede ser una de esas computadoras. ¡Mírenle el estilo!- exclamé.
-Me da igual- respondió ella con total desinterés-. Escuchen, ya están por tener otra clase acá. Por favor, váyanse. Sea lo que sea que han venido a buscar llévenselo y salgan.
-Muy bien- dijimos los dos al mismo tiempo.
Y entonces ella se fue, y Héctor recogió la mochila de su hermana, y me dijo:
-Ya está, Joa. Nos vamos. Recogé lo tuyo, y vayámosnos.
-Está bien- respondí yo, asintiendo.
Al día siguiente nos encontramos de nuevo.
Mi madre siempre le invitaba a almorzar los sábados, y también siempre se quedaba toda la tarde. A veces para ayudarme con las tareas.
Y cuando terminábamos de ver televisión, o de jugar a la computadora, solíamos recostarnos en el césped del patio trasero de mi casa, y hablar de cualquier tontería que se nos ocurriera: de la cantidad de chicas con las que habíamos estado, de nuestros planes para el futuro, de lo difícil que nos resultaba la escuela, y cosas así.
-No sé qué vas a hacer está noche pero yo me voy a la fiesta de despedida de una promoción de la que ni siquiera sé de qué escuela es. ¿Y vos?
-Yo… No sé. Creo que está noche no saldré a ningún lado- contesté, dubitativo.
-Claro, claro…-respondió Héctor, sin la menor intención de creerme-. Es raro de vos. Hace mucho que no tenés un sábado en el que no salís a hacer algo a la noche.
-Hey, claro que no. Ha habido algunos en el que me he quedado en casa- Contesté yo, sin poder ocultar el hecho de que estaba mintiendo.
-¿Qué es lo que me estás ocultando? Si es una chica te entiendo, hermano- Y entonces me guiñó un ojo.
-Bueno, porque sos mi amigo te cuento- Contesté, completamente dubitativo.
Entonces busqué mi mochila, que no la había tocado desde el mediodía del día anterior, la abrí, y sin que mis padres se dieran cuenta ya que estaban mirando televisión, le mostré a Héctor la…
-¡¿Cómo te atreviste a traerte la computadora de la que estábamos discutiendo?!- Me contestó, bien enojado.
-Es que… Me dio curiosidad. Estaba esperando el momento para encenderla y probarla. ¿Quién sabe? Quizá haya algo interesante dentro.
-¿Pero estás completamente tomado? Eso pertenece a la universidad…- Y entonces se calló para tomar aire, porque estaba hiperventilando-. Nos van a matar.
Yo negué con la cabeza.
-¡Ay, no seas tan negativo! Después la puedo devolver. Ni se van a dar cuenta. ¿Qué les va a importar una computadora vieja?
-No sé si escuchaste, Joa. ¡Pero es inservible! ¿Para qué te la traés si no sirve más? No, simplemente te has vuelto loco.
-Callate, ¿Me haces el favor? Quiero encenderla, pero no encuentro ningún botón para eso.
Entonces Héctor me la quitó de las manos, con gran reproche, la observó apenas un poquito, le tocó una parte y la encendió sin realizar esfuerzo alguno.
-Gracias.
-Más te vale que tenga algo copado- Me dijo, con un tono verdaderamente hostil.
Entonces vimos la pantalla encenderse, pero todo estaba de negro y no había programa. Cosa que no nos sorprendió, porque el año pasado había visto un documental sobre las primeras computadoras.
-¿Ves? Ni siquiera sabés cómo podés usar una de estas.
Entonces simplemente usé eso que parecía el mouse de la computadora el cual me confundía mucho, porque la computadora en sí era rara, y empecé a tocar cualquier cosa que se podía ver en la pantalla.
Pero sólo un programa de repente se activó y nos dejó ver una pantalla que se parecía bastante al chat normal.
Y yo entonces, con una sonrisa de satisfacción y euforia, exclamé a Héctor:
-¡Ja! ¿Viste que funciona? Me muero de ganas de ver qué hace esto.
Entonces con el teclado escribí la palabra “Hola” en español. No pensaba que alguien en otro idioma me contestaría.
Esperamos un buen rato. Pasaron quince minutos… veinte minutos… treinta minutos… treinta y cinco minutos…
-Joa, por favor. Devolvamos esto, no quiero meterme en…
“Hola” se vio de repente en la pantalla.
Y como que el corazón nos dio un vuelco. De repente la espera había valido. Aunque mentiría si dijera que siempre había tenido fe en que alguien respondería.
Estaba a punto de saber quién era.
“Soy Joaquín Gitto. ¿Cómo te llamás?” Escribí en aquella computadora tan rara.
“Me llamo Andrea. ¿De dónde sos?” Me respondió la máquina.
Y entonces hasta Héctor me guiñó un ojo.
“Soy de la capital de San Luis” Respondí. Ojalá hubiera tenido algún emoticón para poner.
De repente la computadora se calló por unos minutos más, pero el mensaje vino igual.
“¡Mira qué coincidencia! Yo también soy de San Luis capital ¿En qué grado o año estás en la escuela?”
“En quinto año ¿Y vos?” Respondí. No tardé ni un segundo en escribir ese mensaje.
Hasta Héctor estaba que no podía contener el corazón.
La máquina se hizo esperar otra vez.
“Jaja, yo estoy en sexto año de la escuela San Marcos”
“¡Mira que coincidencia! ¡Yo estoy en la misma escuela! De seguro te conozco ¿Cuál es tu apellido?” Pregunté con total ansia.
Y la respuesta tardó al menos quince minutos en llegar. Héctor estaba que no podía quedarse sentado.
La respuesta llegó en el mismo instante en el que se sentó.
Y simplemente no pudimos evitar levantarnos y dejar la habitación del terror y desconcierto que nos agarró.
“Mi apellido es Aaron. Quizá conocés a mi padre que es profesor en la UNSL”
. . .
-Tenemos que hacer algo- Me comentaba Héctor en la puerta de la escuela el lunes al mediodía, mientras todos los estudiantes de mi escuela se encontraban charlando sin tener la más mínima intención de escucharnos.
Francamente, en la calle nunca nadie te pone atención.
-Estoy de acuerdo. Pero… ¿Qué es lo que querés hacer?- Pregunté yo, mirando cómo se reían un grupo de minas de cuarto año.
-Podríamos…- Y entonces se calló para pensarlo por un segundo-. ¡Ahí está! Podríamos volver a la facultad y preguntar por esa mina. ¡El padre quizá ni sea real!
Y entonces fue mi turno de pensarlo por un ratito y respondí:
-Muy bien. Hagamos eso.
Y sin esperar ni un segundo más, salimos con paso rápido hacia la universidad en la que habíamos visto a aquella chica.
En el camino no nos poníamos atención, sólo hablábamos si era necesario, y casi ni le poníamos atención a lo que pasaba alrededor nuestro.
Por fin, cansadísimos, llegamos hasta la facultad en la que estudiaba la hermana de Héctor.
De hecho fue una casualidad que la encontramos saliendo de la misma.
-¡Che! ¿Qué hacen acá ustedes?- Nos preguntó, bastante sorprendida.
-Nada. Venimos a hacer un pequeño trámite- Respondí yo.
-¡Pero qué trámite vas a andar haciendo vos, Joa! Si ni siquiera tenés en mente lo que vas a estudiar- Me contestó, riéndose para sí.
-Mili, venimos a encontrarnos con la hija del profesor Aaron- Respondió Héctor.
Entonces la cara de Milagros se puso completamente seria y desconcertada.
-¿Vos te referís a Andrea? ¿La hija de mi profe de Química?
-Sí- respondimos los dos, impacientes.
-Bueno, pueden ir a buscarla. Pero les sería imposible, porque ya está enterrada. Murió en un accidente de auto cuando tenía diecisiete años.
OPINIONES Y COMENTARIOS