Otro de esos sueños.

Otro de esos sueños.

NICO

02/02/2021

Eduardo tenía por entonces 50 años, se estaba volviendo canoso, barrigón, un poco encorvado, nostálgico de lo que fue en la juventud. Hacia 22 años que vivía junto a Victoria, en un pequeño departamento de calle Alvear, cerca de Salvador del Carril. En ese lugar tuvieron a su único hijo, que en ese entonces tenía 20 años.

Ese viernes, Eduardo había terminado de trabajar varias  horas antes de lo acostumbrado. Hacía años que no salía temprano. Decidió, entonces, tomar algo en un bar entre Avenida Rivadavia y  Balcarce. Mientras daba los primeros sorbos al café, pensó en proponerle a su mujer salir esa noche. Podrían comer algo en boulevard, ir al cine y, si quedaba tiempo, podían pasar por un telo de calle Belgrano. Termino de un sorbo su infusión e hizo una seña a  la moza.

-¿Me traes la cuenta, querida?

 Cuando la joven se acerco a cobrar, Eduardo se dio cuenta que era hermosa. La mujer más bella que había visto nunca. No podía dejar de verle el escote de reojo. Tenía los pechos turgentes, firmes; jóvenes. Los ojos verdes, llenos de vitalidad, y los cabellos atolondrados. Pagó la cuenta, dejando el vuelto como propina y salió a la calle. “Una mujer como esa –pensó-, solo puede existir en los sueños de los hombres”. Sintió el sol de la tarde en su rostro y comenzó a caminar hacia su departamento.

Eran las 17 hs, llegaba más de 3 horas antes de lo acostumbrado. Justo en ese momento, en la puesta del edificio, se encontró con un nuevo vecino. Según su mujer, hace dos semanas se había mudado a un departamento del piso 3.

-Buenas tardes Edu –le dijo el joven-. Que hermosa tarde para caminar.

Ya habían conversado algunas veces.  Especularon un rato sobre los posibles resultados futbolísticos del fin de semana ya que iba a disputarse el clásico Santafesino. Sabaleros y Tatengues se enfrentarían, nuevamente, en el verde césped. El Bichi Fuertes estaba haciendo magia en el cementerio de los elefantes. “Ese jugador –dijo para sí Eduardo, mientras despedía al joven e ingresaba en el edificio-, su manejo de la pelota, solo puede existir en los sueños de la hinchada”.

Subió al ascensor y pulso el botón con el número 6, mientras se preguntaba si Susana estaría esa tarde. Era amiga de su mujer y madrina de su hijo, todos los viernes por la tarde ella visitaba a Victoria. Ella y su mujer se conocían desde el jardín de infantes, siempre fueron muy unidas, y disfrutaban juntarse a charlar de las locuras de su juventud. El ascensor se detuvo y el descendió. Camino unos pasos en dirección a la puerta y, al introducir la llave en la cerradura, sintió la voz de Susana, acompañada por una voz nueva, masculina. “Un novio nuevo –pensó mientras sonreía-. Espero que a este le guste el futbol”. Eduardo la conocía muy bien, cada 6 meces exactos, Susana les presentaba un novio distinto, así que esto no le sorprendió.

Abrió suavemente la puerta, esperando encontrar a los tres tomando mates y comiendo algo de la panadería de la esquina, pero la mesa estaba vacía. Sorprendido e intrigado, Eduardo volvió a escuchar las tres voces, acompañadas por sonidos extraños. Venían de su habitación. Con miedo, acerco su ojo a la cerradura. No estaba preparado para dar crédito a lo que descubrió esa tarde; sus ojos no daban crédito a lo que veían. Se apartó de la puesta, no se atrevió a abrirla.

Eduardo retrocedió, no se atrevió a abrir la puerta, caían lágrimas por sus ojos, no podía creer lo que estaba pasando. “La misma pesadilla de siempre –se dijo-. Todo cuadra.” Era imposible que saliera temprano de trabajar; era imposible la hermosura de esa camarera; imposible que Colon tuviera un jugador como Esteban Oscar Fuertes. Era imposible, debía ser otro de esos sueños. Nada de todo esto podía ser real.

Ya había soñado con mujeres que parecen diosas y con jugadores que de otro mundo. Él ya había tenido pesadillas en las que su mujer lo engañaba y él la descubría. Todos tenían siempre el mismo final. Eduardo, se arrojaba por la terraza del edificio y al sentir la briza y acercarse al asfalto, abría los ojos, sobresaltado, junto a su mujer, mientras ella dormía y un hilo de baba caía por la comisura de su boca.

Sin titubear, con un deseó por volver a su realidad monótona pero serena, salió corriendo del departamento. Subió a la terraza del edificio, estaba decidió poner fin a esa escena de su subconsciente, producto de sus miedos e inseguridades mundanas. No lo pensó ni un segundo, simplemente, se dejo caer. Percibió la briza fresca en su rostro. Se sintió volar. Se sintió libre. Se imagino con su mujer junto a él, hermosa como siempre, a pesar de los años. Se imagino dándole un beso como todas las mañanas. Entonces, un segundo después del salto, abrió los ojos y vio el pavimento.

Etiquetas: cuento pesadilla sueño

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