Estoy en calma y paz conmigo mismo, de repente dejo de escuchar el ensordecedor sonido del conflicto, mi cuerpo se relaja y el piso no se siente tan duro contra mi cabeza y mi espalda, pero reacciono para que mi conciencia vuelva a mi cuerpo. No estoy muerto. Abro los ojos y una luz brillante me golpea de lleno cagándome, mis ojos se mueven de lado a lado buscando orientarme, por el suero a mi lado y el olor del cuarto me doy cuenta de que estoy en un hospital recostado en una camilla. Al estirarme en la cama para acomodarme y aprovechar todo el espacio, no puedo evitar sentir el alivio y la felicidad de haber vuelto de ese infierno, era tal mi felicidad que no pude negarme a sonreír tontamente como quien se enamora.
Llamé a la enfermera y de inmediato vino, ella me reconoció dado que según me comentaba mientras se acercaba, era una «súper hincha de Belgrano», le pregunté que me había pasado y hace cuanto tiempo que estaba en el hospital
– tranquilo hace seis días que estas acá. Te hirieron gravemente en la pierna pero por suerte los enfermeros del séptimo batallón de artillería llegaron justo a tiempo y pudieron salvarte, el torniquete que te hiciste ayudó bastante- dijo mientras sonreía
Luego le pregunté si seguíamos en guerra y en ese momento inclinó la cabeza, y tratando de desviar su mirada me dijo – no, lamento ser yo la que se lo comunique pero hace cuatro días Argentina firmo la rendición ante Gran Bretaña… perdimos-.
Mirándola a los ojos le dije -He visto el horror de las imágenes provocadas por este conflicto sin sentido, he visto a personas siendo asesinadas como si nada, he visto el terror en las miradas de preocupación de mis compatriotas y del enemigo, déjeme decirle que en una guerra no hay perdedores ni ganadores solo hay muerte y desgracia para el ser humano-
La enfermera no dijo nada y con la frente apuntando hacia el piso abandonó el cuarto.
Esa noticia me dejó bastante desconcertado, sentía impotencia al recordar a cada uno de los hombres en mi compañía y no pude distraer a mi mente para que no piense en sus familias, en sus sueños que contaban con la seguridad de volver en sus caras. Estuve toda esa noche con la incertidumbre y la impotencia compartiendo mi almohada, pero en un momento mis pensamientos se vieron interrumpidos por algunas preguntas ¿dónde estaba mi familia? ¿Por qué no estaban allí alegres de verme vivo?
Primero pensé que no estaban porque tenían que venir desde Córdoba, pero luego recordé que hace seis días que estaba en suelo argentino.
Al otro día la enfermera me despertó solo para comunicarme que ya podía irme, salté de la cama y me apuré al vestirme, saludé rápidamente a la enfermera y fui directo a la terminal para volver a casa.
Mientras esperaba al micro, seguí preguntándome “¿Por qué no fueron a verme? ¿Acaso no les habrá llegado la noticia?”, el hombre parado al lado mío me miró con un gesto de soberbia y asco, y murmuró lo siguiente:- perdieron la guerra y ahora vienen a ocuparme el asiento-,miré hacia otro lado tratando de ignorarlo, rogando que ese hipócrita no suba al mismo micro que yo, y gracias a dios no fue así.
Todo el viaje hasta Córdoba pensaba en las caras de felicidad de mis padres al verme, o a los muchachos del club recibiéndome con abrazos y risas, y en el volver a jugar a la pelota dado que tuve que posponer mi sueño para atender el llamado de mi patria.
Llegué a Córdoba después de ocho horas de viaje, destruido y cansado pero estaba en casa. Se me hacia tan agradable al cuerpo el clima de mi pueblo, el sol que se veía en el cielo azul y las únicas explosiones que se escuchaban eran las de los motores de las motos con las que se transportaban los vecinos en mi barrio, la única sangre y carne que se veía era en un simple asado de domingo, y los únicos gritos eran los de las madres que llamaban a sus hijos para que vengan a comer, todo parecía volver a la normalidad.
Toqué la puerta de mi casa entusiasmado por abrazar a mi madre, pero al tocar nadie me abría y ni siquiera respondían. Era extraño dado que mi madre siempre a esta hora estaba mirando la novela tomando mate. Entré por la puerta trasera y en efecto no se encontraba nadie dentro, fui a mi cuarto y deje mis pertenencias sobre la cama, tomé algunas cosas luego fui al baño a ducharme y sacarme el uniforme que tantas miradas de inconformidad había causado en el micro.
Me dispuse a ir al club para saludar a los muchachos. Mientras caminaba, la vecina Inés me saludo desde el porche de su casa, yo la salude desde la vereda pero ella insistió en que me acercara
– volviste Sebita- me abrazó entre lágrimas
-yo también la extrañe Inés, estaba yendo al club dado que mis padres no han llegado todavía- le dije sonriendo,pero cuando me escuchó las lágrimas de felicidad se transformaron en lágrimas de tristeza, me sujetó la cara y con sollozas trabas me dijo
– Sebas tus padres no están en casa porque…. porque se los llevaron… a horas de la madrugada irrumpieron en tu casa y se los llevaron en un auto-
Preocupado y claramente consternado por aquella información pregunté -¿qué? Quiénes? ¿Quién se los llevó?-
-los militares- me respondió rompiendo con su llanto. Incrédulo del hecho la abracé para consolarla y me quedé en silencio sin decir una palabra, lo único que hacia era tragar saliva y sentir como un dolor se deslizaba por mi garganta, mis lágrimas se contenían al borde de mis párpados, y apretaba mis dientes para no dejar escapar algún grito de dolor.
Me despedí de ella y regresé a casa, solo para sentarme en uno de los sillones del living a tratar de digerir lo ocurrido. No podía creerlo se supone que esas personas tienen que protegernos, no hacernos desaparecer sin razón alguna.
No aguanté más y me decidí a buscarlos, así que tomé mi abrigo y me dirigí hacia la comisaría más cercana, pero al llegar y preguntar por ellos lo único que me decían es que no estaban o que no existían, o en algunos casos me derivaban a otras comisarías
Y así me tenían de comisaría en comisaría, ni siquiera les importaba que fuera un combatiente de esa insípida guerra, es más eso era motivo de burlas hacia mi persona.
Cada día que pasaba sin encontrarlos me sentía ignorado y despreciado por la vida, es imposible que me digan que no existen o que simplemente desaparecieron. Hasta que un día Inés golpeó a mi puerta, la invité a pasar pero me dijo que no se iba a quedar por mucho, entonces me comentó
– Sebas hace días que te veo ir y venir, deberías descansar y relajarte un poco, digo es que acabás de volver del kilombo ese y ….- la interrumpí
– solo quiero encontrar a mi familia, son lo único que tengo, mi sueño no significa nada sin ellos-
Inés con tono comprensivo dijo- ya lo se hijo pero vos sabes que las personas que se llevan son muy difíciles de encontrar- y agregó -además puede ser peligroso Sebita mirá si te pasa algo-. Miré hacia el piso en completo silencio, dejándole en claro que no me interesaba mi seguridad , e Inés se retiró.
Esa misma noche un auto se estacionó frente a mi casa, se bajaron cuatro pesados y tocaron mi puerta. Desentendido por el sueño abrí, pero antes de que pudiera reaccionar ellos entraron agresivamente, amenazándome me arrojaron al suelo para golpearme y apuntándome a la cara murmuraban cosas entre ellos, decían “che este se me hace conocido” , “¿no juega en Belgrano?” y otro le respondía “sí sí sí, éste es el nueve em…. como era… Sebas Ortega o algo así”
Que ironía, mi corta carrera en el futbol me había salvado la vida aquella noche. Es cierto eso que dicen de que el futbol está por encima de todo, aunque no tan por encima porque me dejaron vivir con una advertencia que quedo resonando en la habitación y rebotando sobre el piso en el que me encontraba tirado boca abajo
-deja de buscar porque si seguís buscando lo único que vas a encontrar en tu muerte Ortega- y en ese momento sentí el recuerdo de la guerra en forma de dos disparos que soltaron hacia mi espalda antes de retirarse. La sangre se sentía caliente en mi espalda. No podía sentir mis piernas. Me desmayé.
Me desperté en un hospital, sin entender nada de lo que había pasado “¿cómo llegué hasta aquí? ¿quién me trajo?” Cuando de repente Inés entró por la puerta
-Sebita yo te dije que estabas haciendo algo peligroso- y con una mirada de tristeza dijo – y ahora miráte- para posteriormente retirar su dolorosa existencia a través de la puerta.
Traté de acomodarme en la cama pero algo andaba mal, no podía moverme con libertad, mi cadera se sentía dura y mis piernas ni siquiera reaccionaban a mis movimientos. Era un hecho no volvería a caminar y mucho menos jugar al futbol.
Me sentía devastado ya no tenía más nada, mi familia y mi sueño me habían sido arrebatados. Me quedaba en silencio todo el día meditando, buscando alguna respuesta, algún propósito. Pero después de estar cuatro días y cinco noches pensando mirando mis inútiles piernas, después de haber visto el horror de los conflictos y los caprichos del ser humano, y de que las personas por las que arriesgué mi vida me arrebataran todo por lo que mi corazón latía, llegué a la conclusión de acabar con mi amarga existencia.
“Un ex combatiente fue encontrado muerto, en su cuarto en el hospital Rawson, las autoridades aseguran que se trata de un suicidio. El hombre fue identificado como Sebastián Ortega de 19 años, el mundo del futbol llora la pérdida de una gran promesa.”
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