Baltzar II

Baltzar II

Kelpo M

19/10/2020

II

Por alguna razón las calles se llenaban de cajas grandes, medias y muy pequeñas en la primera semana del primer mes. Algunas muy coloridas, otras con papel de regalo aún por sus costados, pero, eso sí, todas cómodas para los gatos. Apiladas en las esquinas de las calles, muchos gatos llegaba a dormir una siesta entre tantas cajas de cartón, y si tenían paciencia, por la noche llegarían más con la leyenda «Rosca de Reyes» aunque claro, en esas no se podía dormir, pues estaban llenas de migajas y azúcar, no obstante a algunos gatos les gustaba el pan o morder los niños dios de plástico que algún irresponsable habría dejado olvidado apropósito.

Los niños salían con sus bicicletas, patines o coches electrónicos miniatura para disfrutar aquel día de enero antes de volver a clases. A veces acompañados de los perros domésticos para tener un paseo totalmente familiar, eso a los gatos les era indiferente, su concepción de familia es algo distinta a la que perros y personas tienden a concebir. Eso sí, los gritos de niños y perros no los dejaban dormir a gusto en la mañana y tarde.
 

Aquel día Baltzar se encontraba en el tejado junto con otros compañeros. Dormitaban y bostezaban dejando ver sus grandes dientes con los cuales cazaban pájaros y lagartijas. En un momento de aquel ritual de sueño aparecieron Manchas y Rayas.

–¡Oigan! ¿No han visto de casualidad por aquí a Pelusa? Ayer en la noche dijo que iba a casa y que nos veríamos en la mañana para molestar a Thanos– los demás gatos no dijeron nada. Manchas y Rayas esperaron un par de minutos en silencio–. Creo que de verdad le pasó algo, porque Thanos está muy callado.
–Thanos se fue desde ayer con sus dueños. Salen en las bicicletas y no vuelven en un par de días. Casi siempre es así– respondió Baltzar–. Debe estar en su casa seguramente, los niños están con sus juguetes y a lo mejor lo entretuvieron de más. No se alarmen–. Manchas y Rayas no le creyeron del todo, pero no podían hacer nada. Simplemente se bajaron del techo y comenzaron a maullar buscando a Pelusa.

La noche llegó, todos los gatos se reunieron salvo uno. Se preguntaron si alguien lo había visto, pero no, nadie conocía su paradero actual. El miedo de los hermanos atigrados se hacía cada vez más grande, y decidieron volver a buscar a su amigo, los demás gatos sabían que ellos apenas eran unos cachorros a comparación de los demás, así que no se alarmaron tanto y decidieron que comer lo que les habían dejado en el techo ese seis de enero. 

–¡Eh, Baltzar! ¡Baltzar, despierta!–gritó Botas, que iba acompañado de Misifus. Botas era un felino naranja completamente, Misifus por su lado era color café, muy peludo como él solo. ¿Qué sucede?– dijo un Baltzar que trataba de conciliar el sueño a esas horas de la madrugada, cerca de las seis de la mañana.
-Es Pelusa. Está muerto. Lo encontraron a media calle sin vida, con sangre en la boca y los ojos cerrados, estaba muy mojado. Nadie sabe qué pasó. Algunos gatos dicen que la noche anterior se oyeron maullidos muy fuertes y luego un sonido como el de un palo golpeado algo… –Botas siguió narrando con detalle pero Baltzar dejó de escuchar desde que la palabra muerto salió de el hocico lleno de bigotes de su compañero.
–¿Dónde?
–Tres calles para allá– replicó Misifus moviendo la cabeza hacia enfrente, dando a entender que las calles estaban en esa dirección. Baltzar recordó las calles y los peligros que tenían. Sin embargo, en aquel lugar no había peligro alguno, era una calle segura.
–No puede ser ¿Ustedes lo vieron?
–No tuvimos el estómago, pero de lejos se veía una mancha gris.
–Hay que ir. Quizá no sea él. 

Los tres gatos anduvieron de techo en techo hasta llegar al lugar. Señalaron la ubicación del cuerpo, pero ya no había nada salvo un rastro de sangre y algunos pelos grises que habían quedado. Los felinos se quedaron perplejos, pero su inquietud sería resulta unos segundos después. El rastro de sangre venía de dos direcciones, uno de una casa donde el flujo era muy grande, la pared blanca de la casa donde Pelusa había sido herido por algo o alguien; y el segundo era un camino muy delgado que conducía hasta una señora que llevaba, lo que parecía ser, el cuerpo inerte de Pelusa en una bolsa negra de basura, donde una de las esquinas dejaba caer, gota a gota, la sangre del felino.

El trío se quedó paralizado de horror. No sabían qué hacer, y menos lo la señora haría con el cuerpo. Trataron de moverse pero no pudieron, y con lo que sucedió a continuación los dejó mucho más quebrados, pues la señora tiró el cuerpo de Pelusa a la basura, mejor dicho, le dió la bolsa negra al barrendero que esa mañana, con el sol saliendo, se llevó el cuerpo se su amigo, como si de basura se tratase.

La muy desgarradora noticia corrió entre todos los gatos, que esa misma noche se reunieron a maullar, lo hicieron con profundo dolor en cada maullido, pues su pequeño amigo se había ido para no volver más. 

Esa noche ningún perro ladró.

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