A lo largo de mi vida he visto como el destino juega sus cartas. Un día tuve todo lo que soñé cuando era niña, fui muy feliz. De pronto, ese mundo soñado ya no era más mío. Crecí, tenía que tomar decisiones y me enfrenté a otra realidad, ya no era una niña ni una adolescente. Ya nadie vendría a mi rescate, debía rescatarme yo solita. Me volví más fría ante el dolor pero también más humana. Me enamoré, y me aferré. Me enamoré de una filosofía y de un camino, me enamoré de la gente que me acompañaba, y de sus vivencias. Me enamoré del amor y sus desencuentros. Me enamoré de la idea de un futuro y de quién era al mirarme en el espejo.
Pero, detrás del amor siempre viene la desilusión. Siempre hay un cartel que señala el fin del camino, aunque así no lo quieras. Mi camino se hizo cuesta arriba, cada vez más y más, hasta que mis pies no soportaron la curva y mi respiración se cortó. Entendí que por más amor que exista, si te está matando no es el correcto. Y otra vez, el destino comenzó a jugar. Hoy, estoy aquí jugando con las cartas que me prestó, queriendo creer que puedo marcar un futuro, deseando enamorarme de este camino, de su filosofía, de las personas que están, de las que conoceré, y del amor… ¿por qué no?. Hoy, me miro al espejo y sigo enamorada de quién soy aunque ahora, la vea tan distinta.
Anna sabe que es ejemplo de resiliencia, pero que no es la única, ni lo será.
Quiero seguir pensando que hay algo más, que viene algo mejor y que volveré a encontrarme feliz, completa y entera. Mis ansias y mi espíritu libre me sobrepasan, quizás mi destino final no está aquí. A lo mejor, mi ahora es un tiempo de espera mientras se equilibra mi verdadero piso, porque siento que vendrán más cambios y descubrimientos. La duda me invade, casi a diario, pero si en alguien confío ciegamente es en mí misma, en mi intuición y mi valentía. Nunca me fallé, siempre abracé mis realidades, y mantuve la fe porque:
«La vida puede ser mejor de lo que ha sido hasta ahora».
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