Llegará el día en que cargará el enfermo
su mal y rengueará, con él a su lado,
por cinco pasos fuera de su cobijo.
Llegará el día en que alimentará el débil
su hambre de humanidad. Llenará, a manos
llenas, su negro iris y verá, con olla
roja en rescoldo, la sobra aprovechada.
Irán, entonces, a la par, enfermo y débil,
a saldar cuentas con el consigo mismo en los demás.
Irá el enfermo a la dignidad recobrar,
con una mano en el cuello del estetoscopio y con la otra
tosiendo para adentro sus pastillas,
y dirá, engrandecido por su sufrimiento,
que ha valido la pena.
Entonces ambos lloraran, médico y enfermedad,
y el enfermo se irá, ya sano, a morir.
Irá, tal vez rezagado, ¡qué importa!,
pues es necesitado, el débil a mendigar
el mal ajeno. A pedir un poquito.
Un poquitito, no más, de lo de nadie.
Entonces hallará en bolsas negras en llamas,
regadero de ajeno reciclaje, el reflejo irisado
de su alma en un vidrio roto y se saciará,
lleno de tanto, ¡tanto de sí mismo!
En el descampado, los dos juntos quizás,
ya queriendo sucumbir,
irán a caerse muertos en la misma fosa,
como para no robarle espacio a la tierra,
enmendando así los dos versos anteriores.
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