borrador (Las Mentiras de un Tornado)

borrador (Las Mentiras de un Tornado)

eme

19/08/2020

2 semanas antes del primer momento.

Desperté en medio de la noche. Sudoroso, agitado. La misma pesadilla; viento, árboles, gritos.

Una vez que mi rostro entró en contacto con el lado frío de la almohada me forcé a mí mismo a volver a conciliar el sueño.

A las seis y treinta de la mañana sonó la alarma que me indicaba que era el comienzo de otro día de escuela y sinceramente tenía pocas intenciones de levantarme de la cama, pero, los pasos de mi abuelo que se acercaban a la habitación para corroborar que estuviera preparándome me obligaron a luchar con mis ganas de seguir durmiendo.

Lo vi asomarse a la puerta de mi habitación, se veía alegre, como todas las mañanas. Me miró, sonrió y dijo:

-Buen día. ¿Cómo amaneciste, Mateo?

-Bien, abuelo, ¿vos?

-Muy bien, gracias a Dios. Apurate que se hace tarde.

Una vez que estuve listo para partir, le hice saber al abuelo Carlos y nos subimos en la camioneta. Era una Chevrolet C-10 de un verde oscuro, tenía unos cuántos años y hacía ruidos de los que te hacen pensar que se va a desarmar en cualquier momento, pero coincidía muy bien con mi gusto por los automóviles viejos.

El viaje duraba unos diez minutos, nuestra casa no estaba exactamente en una zona céntrica, era más bien campo. Aun así, no estábamos alejados del Instituto San Agustín.

El frío me azotó la cara cuando me bajé del vehículo y despedí a mi abuelo, pero nunca, jamás, verían a Mateo Arias quejarse del invierno.

El pasillo de la escuela estaba lleno de adolescentes desganados, otros un poco más motivados, y otros a los que habría que explicarles que es muy temprano para hablar así de fuerte. Cuando llegué al aula que correspondía al cuarto año de la secundaria, dejé la mochila frente a la puerta apilada con las del resto de mis compañeros. Observé entre la variedad de múltiples mochilas que había y justo cuando encontré la suya, la escuché llamarme.

-Mateo, acá estoy.

-Hola Juana, ¿todo bien?

-Estoy todo lo bien que se puede estar cuando es lunes y tengo Educación Física a las dos de la tarde.

-Ya deberías ir superando lo de Educación Física. ¿No te parece?

-No te atrevas a insinuar que no es para tanto. Es una absoluta tortura y voy a insistir hasta el día de mi muerte con el hecho de que el sistema educativo debería ser totalmente replanteado.

-Juana, por favor, son las siete de la mañana. Te pido un par de horas de descanso de todas las propuestas que tenés para cambiar el país.

A ella sí le podía decir que se calle, era Juana, nos reíamos, entendíamos perfectamente el humor del otro y era extremadamente reconfortante tener a alguien con quién sobrevivir el martirio que suele ser la adolescencia.

Las horas pasaron, algunos profesores tuvieron la gentileza de decir algo interesante durante los sesenta minutos en los que hablan sin descanso sobre cosas que la mayoría de nosotros no tiene ganas de escuchar. Tal vez, después de todo, Juana tiene razón sobre el sistema educativo.

Cuando sonó el timbre de la una y cuarenta de la tarde ya todos habíamos guardado nuestros útiles y estábamos listos para irnos de esa cárcel sin rejas. Bueno tal vez esté exagerando. No es tan terrible, de hecho, tengo lindos recuerdos.

Me despedí de Juana que tenía que quedarse con el resto de las mujeres para la clase de Educación Física. Sentí pena, sabía que Juana odiaba esa clase con todo su corazón y que sufría en cantidad, pero también sabía que era fuerte y podría soportar otros dos años y medio de partidos de vóley.

-Si querés podés venir tipo cinco a casa- le sugerí a mi amiga antes de que se alejara del todo- si traes la bici, salimos a dar una vuelta.

-Bueno dale, tipo cinco estoy allá.

Cuando bajaba las escaleras de la salida del instituto escuché la voz de uno de mis compañeros.

-¡Eh, Mateo! Esperame.

-¿Cómo andas Nacho?

-Todo bien. Che, te quería hacer una pregunta.

-Sí. Decime.

Nunca se me había acercado Ignacio, o Nacho como le decíamos, a hablarme. Estaba seguro de que me iba a pedir algo, seguramente algún trabajo práctico. Era un chico apuesto, tenía la personalidad suficiente como para que no lo molestaran los más populares del aula y tenía ese toque de humor combinado con coqueteo que hacía reír a las chicas. Era un buen combo en una persona, pero como se habrán dado una idea, no le importaban demasiado sus notas en la escuela.

-Te quería consultar si vos estás en algo con Juana.

Me tomó por sorpresa. Juana no era el tipo de chica que los chicos perseguían y esta consulta tenía connotaciones muy claras. No me sorprendió que pensaran que estábamos saliendo o algo similar. Esos rumores están desde que nos hicimos amigos hace dos o tres años atrás, pero siempre me es muy fácil negarlos.

-No, Nacho, no estamos en nada. ¿Por?

-Es que me parece re linda, pero no me quería meter en terreno ya habitado.

-Por mí no te preocupes.

-Gracias amigo. ¡Ah! Otra cosa, el viernes vamos a hacer una previa en mi casa. Si querés podés venir. Invitala a Juana, obvio.

-Dale, gracias por la invitación.

Previa es lo que llamamos a un encuentro de adolescentes desesperados por tomar alcohol y sentirse mayores.

Finalmente vi la camioneta de mi abuelo y emprendí el viaje de regreso a casa.

11 días antes del primer momento.

-¿En serio querés ir a la previa esa?

-Sí. Dale Mateo, hace un montón que no salimos juntos y le puedo decir a Emilia que nos acompañe. Va a ser divertido.

-¿Emilia? ¿Desde cuándo somos amigos de Emilia?

-Corrección. Yo soy la amiga de Emilia, vos no. Y desde hace un par de meses.

-Bueno como quieras.

-¡Gracias! ¿Qué te parece si esta noche nos encontramos en mi casa y de ahí nos lleva mi mamá?

-Me parece bien.

Esa misma noche, a las 10, dejé el cómic que estaba leyendo y me digné a prepararme para ir a lo de Juana.

Escogí de mi ropero la camisa y el pantalón más nuevos que tenía, mi sentido de la moda era escaso pero suficiente como para no salir de mi casa con una combinación demasiado ridícula.

Me miré en el espejo del baño y deliberé que no había mucho por hacer, así que pasé rápidamente un peine sobre mi alborotado cabello. Pensé ‘demasiado formal’ y lo alboroté nuevamente con las manos. Mucho mejor.

Me eché una última mirada antes de salir del baño. Todo en orden.

De mi mesa de luz recogí un poco de dinero y las llaves.

Le avisé a Carlos que me iba en taxi y que no volvería muy tarde. Nos despedimos y salí a la amenazante oscuridad de esa noche de invierno.

Para ser honesto, estaba emocionado. Era verdad que hacía mucho que no salía con Juana. Tampoco conocía mucho a Emilia y me generaba intriga saber cómo se desarrollaría la noche.

El taxi arribó en mi destino a las once y cincuenta y siete de la noche. Me abrió la puerta Viviana García de Montero, la mamá de mi amiga. Dirigí mis pasos a la habitación y entré sin pedir permiso. En ese momento las vi a las dos, estaban sacándose fotos frente al espejo. Estaban hermosas.

-¡Mateo! Qué bueno que llegaste- exclamó Juana cuando me vio en el reflejo del espejo.

-Hola Emilia.

-Hola- me dijo con timidez. Tenía el pelo cortado a la altura de los hombros y estaba teñido de un rojizo que acentuaba de una muy buena manera la palidez de su piel.

-Señoras y Señores, estamos listos para partir.

La previa estaba ubicada en el extenso garaje de la casa de Ignacio Acosta. La escena era cinematográfica; las luces de colores proyectadas por un pequeño aparato le daban el toque que completaba el ambiente de fiesta. Cuando entramos ya había mucha gente, varios de los invitados se encontraban amontonados en una mesa de plástico llena de vasos y alcohol. También se podían ver pequeños grupos de personas bailando al ritmo de esa música que estaba en tendencia.

Miré a mis amigas y me devolvieron una mirada divertida. Nos dirigimos a la mesa a buscar un vaso y ahí encontré al anfitrión. Hablamos de Juana, pero ella no mostró mucho interés en Ignacio durante el tiempo que estuvimos dentro del garaje. Las cosas cambiaron cuando salimos a tomar un poco de aire. Los oídos me zumbaban por la música que se encontraba en su volumen más alto y la vista me daba vueltas, ya que, hay una pequeña posibilidad de que haya ido demasiadas veces a la mesa de las bebidas. Juana y Emilia salieron riéndose y Nacho venía detrás de ellas con una mancha de un tamaño considerable en su remera.

-Juana, me volcaste todo el trago encima.

-Fue sin querer- respondió entre risas.

-Te perdono porque sos vos.

Yo me había sentado en la vereda y al lado mío se sentó Emilia Barreda. Su labial rojo se había transferido del centro de su boca al borde de su vaso, pero el resto de su maquillaje seguía intacto e igual de favorecedor.

-Les estoy dejando un poco de privacidad, se ve que por fin pegaron onda.

Cuando miré para atrás Juana se había acercado a Ignacio y estaban riendo con sus vasos en la mano.

-Me alegro por ellos.

-Decime la verdad, ¿nunca te gustó Juana? ¿Ni siquiera un poquito?

-Francamente, nunca pude verla como más que una amiga. De hecho, si en un caso hipotético, me gustara y se lo confesara, estoy seguro de que se enojaría conmigo-volví la vista hacia atrás. Ahora las risas habían parado y en su lugar había besos.

-Bueno creo que es muy tarde para confesarle mi hipotético amor.

Señalé con la cabeza el rincón en donde estaban medianamente escondidos mi amiga y el dueño de la casa.

-Qué lindo se debe sentir tener a alguien así, como se tienen vos y Juana. Tan incondicionales- dijo Emilia con un tono entristecido.

-Bueno si sos amiga de Juana, también sos amiga mía.

-Y si no quiero ser amiga tuya, ¿qué vas a hacer?

-Te voy a obligar- dije con una seriedad fingida.

Reímos por un rato hasta que nos acompañó la nueva pareja.

-¿De qué hablan?- interrogó Nacho.

Hablamos los cuatro de temas irrelevantes y entre medio de los chistes me di cuenta de que ahí, con ellos, de noche, sentado en la vereda; estaba bien.

4 días antes del primer momento.

-¿Me pasas lo de Geografía, por favor?

-Nacho, te copiaste los últimos tres trabajos prácticos, ¿no te parece que es momento de hacer alguno vos?

-Qué mal amigo que sos.

-Callense de una vez, que voy por la parte en donde Cronos lanza los testículos de Urano al mar.

-Emilia, ¿justo esa parte te interesa? –preguntó Juana entre carcajadas.

En los días posteriores a la previa, con Nacho, Juana y Emilia, se fue desarrollando gradual y progresivamente un gran vínculo de amistad. Yo estaba totalmente encantado con este nuevo grupo de personas con las que me había cruzado la vida.

Digamos que nunca fui muy extrovertido y siempre me sentí rechazado. Tal vez eso tiene una explicación psicológica relacionada con la ausencia de mis padres, pero no soy ningún profesional y tampoco estoy acá para dar una sesión de terapia.

Como decía, mis habilidades sociales son muy limitadas y con Juana había encontrado un agradable confort. Antes de ella pasaba los recreos con el grupo de los varones más populares del aula, y aunque parece un cliché de película americana, cualquiera que haya asistido a una secundaria en los últimos años sabe que los adolescentes más populares de un curso no son exactamente la descripción de amable.

Por un tiempo ignoraron el hecho de que no estaba los quince minutos de receso hablando de equipos de fútbol o de chicas del último año, pero luego de unos meses les empezó a molestar mi notable diferencia y se dedicaron a hacerme la vida imposible. Ahí es cuando llega Juana al rescate.

Mi amiga era nueva en la ciudad y por más que haya intentado adaptarse a diversos grupos de chicas, fracasó rotundamente. Un día, yo estaba sentado afuera jugando con el celular para distraerme de mi soledad. La chica nueva se acercó. Las pecas que poblaban su rostro de tez morena hacían una perfecta armonía con su nariz de rasgos perfectos y sus pómulos altos. Me hizo un chiste sobre el color de mis medias y desde ese día, fuimos Juana y yo.

Pero ahora, hay dos nuevos integrantes. Nuestros dos nuevos compañeros de aventura. Veo mucha diversión mirándome desde el horizonte.

-¿Escuchaste que va a pasar un tornado por la provincia?

-Si me permitís, tengo que dudar de tus fuentes, Nacho- bromeó Emilia.

-En serio les digo. ¿No ven la televisión?

-No puedo creer que confíes en la televisión. ¿No te das cuenta que los medios de comunicación tradicionales distorsionan la información e imponen el medio sobre sus consumidores? La gente se atonta, le creen a cualquiera.

-Juana, ¿para qué le sirve a la televisión mentir sobre un tornado?-sugerí desafiante.

Cuando tocó el timbre que indicaba el fin del recreo, nos dirigimos al aula para tener la última clase del día: historia.

-Buenos días, chicos.

Nuestra profesora de historia era tan anciana que parecía siempre tener un pie en el más allá, a pesar de esto, era una mujer muy paciente y considerada. Mis compañeros solían aprovecharse de docentes con estas características, pero por alguna razón, eran muy respetuosos con Alicia.

-¿Alguien me haría el favor de buscar los libros teóricos en la biblioteca?

Una vez que estuvimos en disposición de los libros correspondientes se nos fue ordenada la lectura de las páginas relacionadas al siglo XVI. Sin darme cuenta pasé de largo las páginas que debía leer y caí en las relacionadas a los años mil seiscientos. Brujas.

Estoy seguro de que Juana va a enfurecer cuando lleguemos a esa parte de la historia. Por su personalidad, se habrán dado cuenta de que es una feminista radical. Recuerdo haber visto en internet una imagen de un cartel en una protesta, decía: ‘somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar’. Sé que este tópico tiene mucha carga para Juana y honestamente admiro su pasión por los temas sociales, aunque a veces esa misma pasión resulta un poco… intimidante.

A pesar de haberme dado cuenta de mi error en cuanto al tema que debía estar leyendo, todo esto de la magia no pudo evitar llamarme la atención. El libro, aunque estaba narrado con la objetividad característica de un texto histórico, le daba cierto misterio al relato. Al final de la página, vi una sección de bibliografía recomendada. Uno de los libros que figuraban se llamaba “Lo Verosímil en la Historia Mágica”.

Tal vez sería interesante, leer sobre las cosas creíbles de la magia, las leyendas que fueron permaneciendo con el pasar del tiempo.

Esa tarde fui a la biblioteca del pueblo. No quise consultarle a la bibliotecaria mis intereses y recorrí por mi cuenta las diferentes secciones hasta encontrar un estante que al parecer contenía libros relacionados con la magia. Me resultó extraño.

Ahí estaba el libro que estaba buscando. Pero cuando estaba por extraerlo de su posición en el estante, otra cosa llamó mi atención.

Un poco más a la derecha había un libro, su lomo no indicaba título alguno y carecía de autor aparente. Lo tomé y lo inspeccioné. La tapa era de cuero marrón, tenía ilustraciones hechas en tinta dorada que decoraban esa excéntrica cubierta. Lo abrí cuidadosamente y vi hojas sin renglones escritas a mano con tinta negra. Se veía y olía como una reliquia.

Decidí llevarlo a casa.

1 día antes del primer momento.

-¡Pero ese es el día en el que está pronosticado el tornado!

-Ay dale Nacho, no seas cobarde.

Eso escuché antes de abrirles la puerta a Juana y a Nacho. El sol de las cinco de la tarde me acarició rápidamente el rostro y alumbró el interior de mi casa, tiñendo la sala de estar con un naranja propio del atardecer.

-Hola Mateito-saludó Juana.

-Hola, Emilia dijo que llegaba un poco más tarde.

-Le estaba diciendo a Nacho que vayamos mañana al monte que está a unos metros de acá.

-Y por lo que escuché, le da miedo.

-¡No me da miedo! Pero es el día en el que todos dicen que va a pasar el tornado por el pueblo y quiero asegurarme de que sepan en lo que se meten.

Alguien tocó la puerta y supimos por el ritmo clásico de golpes que detrás de ella se encontraba nuestra amiga Emilia.

-Hola chicos.

-Emilia, ¿qué te parece ir mañana al monte que está por acá cerca?- se apresuró a preguntar Juana.

-Me parece bien, no tengo problema.

-Bueno- dije- si quieren, mañana vuelven a esta hora y nos vamos de excursión al monte. A no ser que Nacho tenga miedo- bromeé.

-Esto es lo que me gano por ser precavido- respondió afligido.

-Hola chicos. ¿Cómo les va?

-Hola Carlos. Todo bien- respondieron mis amigos casi al unísono.

Mi abuelo era una de las personas que yo más quería en el mundo.

Él me cuidó desde que mis padres se ausentaron. Es muy reservado, nunca sé bien qué le pasa, qué siente o qué piensa, esas cosas se las atribuyo a su edad y a la forma en la que fue criado. Tuvo una infancia difícil, tuvo que trabajar desde muy pequeño y no tuvo gente a su alrededor que lo estimularan a explotar su potencial. Hasta que conoció a mi abuela. Se conocieron cuando tenían quince (mi edad) y fueron inseparables desde entonces. Mi abuela falleció unos meses antes de que conociera a Juana. La abuela Inés. Esa mujer era el amor de la vida de Carlos. Por alguna razón, no pareció muy afectado luego de su muerte, actuaba más bien con un aire de resignación.

A pesar de todo lo que ha vivido, Carlos es una persona alegre y optimista, y por sobre todo, me ha dado los mejores consejos que he recibido.

Al otro día a la misma hora, Nacho, Juana y Emilia tocaron mi puerta. Estaban muy abrigados y cargaban mochilas que parecían a punto de explotar.

-No nos vamos de campamento chicos, ¿eran necesarias las mochilas?

-Hay que estar listos para cualquier imprevisto- dijo Nacho.

-Bueno déjenme buscar un abrigo y salimos.

Recorrimos varios metros para llegar a nuestro destino. Temimos no estar yendo en la dirección correcta pero ya estábamos muy avanzados en el trayecto como para arrepentirnos y volver.

El viento que parecía cada vez más fuerte incrementaba la sensación de congelamiento que tenía en todas mis extremidades y un manto de nubes grises comenzaba a abrigar el cielo, aun así, mis amigos y yo permanecíamos sonrientes.

-Bueno llegamos por fin. Tan perdidos no estábamos.

-¿Vamos a ver qué hay por allá?- señaló Emilia con el dedo a una zona en donde los árboles estaban distribuidos de tal forma en la que no se veía nada más que troncos, hojas y oscuridad.

A todos nos pareció buena idea, por lo tanto, caminamos viento en contra hacia el misterio de ese terreno.

Seguimos recorriendo el lugar sin encontrar nada muy interesante, y tal vez era que el frío me cargaba de impaciencia pero no sentía que hubiera valido la pena toda esa caminata para ver un par de árboles uno junto al otro. Seguí a pesar de mis pensamientos negativos, traté de apreciar los paisajes pero una sensación de malestar me inundaba todo el cuerpo. No fue para nada repentino, venía sintiéndome de esa forma desde que habíamos llegado al monte. Estaba ahí con otras personas y yo mismo había accedido a hacer ese pequeño viaje, no podía retractarme ahora. Me persuadí a mí mismo para liberar mi mente de lo que me pasaba y me dije que me tenía que distraer, que ya se me pasaría.

-Eu chicos… ¿les parece si salimos de acá? No me siento muy b…

No estaban detrás de mí, no estaban al lado mío. Simplemente no estaban. ¿Cómo pasé desapercibido el hecho de que no estaban ahí?

El tiempo empeoraba cada vez más y era directamente proporcional a mí miedo y mi estado de ánimo.

Grité sus nombres una y otra vez. ¿Dónde se metieron?

Comencé a correr a toda velocidad, debía salir de ahí y encontrarlos. Los busqué y los busqué. Cuando estaba saliendo del monte miré para atrás para obtener más perspectiva y en ese momento los divisé a unos cien metros. Corrían con todas sus fuerzas hacia mí.

Comenzó a llover, con mucha fuerza, el viento nos golpeaba en la cara y nos dificultaba la audición. Debíamos partir en ese momento, todos lo sabíamos.

Cuando finalmente me alcanzaron, gritaron al mismo tiempo ‘¡Dale, rápido!’.

Giré en la dirección opuesta para emprender el camino de vuelta pero me di cuenta de que ya estábamos en problemas.

10 minutos antes del primer momento.

-¡¿CHICOS QUÉ HACEMOS?!

Una figura cónica se vislumbraba a lo lejos, daba vueltas sobre sí misma y desfilaba un marrón grisáceo.

El tornado no estaba cerca pero tampoco estaba lo suficientemente lejos como para darnos tiempo a hacer algo.

-No hay mucho por hacer. No hay nada con lo que protegerse.

-¡Mateo, no es el momento de ser pesimista!- reclamó Juana.

-¡Yo les dije que hoy iba a pasar el tornado! Pero ustedes solo se encargaron de burlarse de mí. ‘Ay qué miedoso Nacho’ ‘Ay Nacho no es para tanto’. Ahora vamos a morir acá y lo peor es que se los advertí.

-¡Definitivamente tampoco es momento de reproches!

-CÁLLENSE TODOS -grito Emilia- TENEMOS QUE BUSCAR UN LUGAR EN DONDE ESCONDERNOS Y ESTAR SEGUROS, DEJEN DE PELEAR O LOS VOY A LLEVAR YO MISMA HASTA LA MÍSMISIMA BOCA DEL TORNADO.

Le hicimos caso a Emilia y corrimos todos juntos para alejarnos cuánto antes pudiéramos de esa bestia que cada vez amenazaba más con no dejarnos contar la anécdota.

Lo último que vi fueron mis amigos corriendo delante de mí.

Comencé a sentir una fuerza que nunca antes había sentido, me levantaba de la tierra y me empujaba hacia atrás. Cuando me di vuelta caí en cuentas de lo tarde que era para escapar.

El momento.

Estaba frente a mí, era una monstruosidad.

Lo único que hice fue tapar con uno de mis brazos mis ojos y los apreté con fuerza como si eso hubiera amortiguado el dolor que estaba a punto de sentir, la tragedia que estaba a punto de vivir. No me quedó más remedio que esperar mi muerte.

Creo que mi muerte está tomando mucho tiempo. ¿Cuánto tarda un tornado en llegar a vos y matarte?

-Mateo… ¿qué demonios estás haciendo?

La voz de Juana me obligó a destaparme y observar lo que cambiaría mi vida para siempre.

El tornado estaba completamente parado, no avanzaba un solo centímetro. Seguía girando pero cada vez con menos fuerza. Sentí que algo de lo que yo estaba haciendo estaba relacionado con todo esto y los destellos de luces azules que salían de mis manos confirmaban mis sospechas.

Miré las palmas de mis manos y esos resplandores curiosos que salían despedidos de las mismas.

Las apunté hacia el tornado y este se desvaneció completamente.

Esperen. Necesito un momento

¿Qué acaba de pasar?

Miré a mis amigos que estaban tirados en el suelo, supuse que habían sido arrojados por el viento que también había tenido la fuerza como para tirar varios árboles alrededor nuestro.

-¿Ustedes vieron lo mismo que yo?

-¿Qué parte?

-La parte en donde paré un tornado y después lo evaporé con unas lucecitas que me salían de las manos.

-Sí, creo que todos vimos esa parte.

Mi abuelo estaba muy preocupado. Me sentí culpable por haberle causado eso.

Me disculpé con Carlos por mis actos irresponsables y acordé con los chicos que íbamos a discutir lo que había pasado en la escuela.

Al otro día me desperté sobre el mediodía.

¡La escuela! ¿Cómo no me había despertado mi abuelo?

Me vestí y caminé hacia el comedor.

-Abuelo, se ve que no me desperté con la alarma del celular pero, ¿por qué vos no me llamaste?

-Ay Mateo, te conviene no ir a la escuela por un tiempo.

-¿Por qué? ¿Sufrió daños durante el temporal de ayer?

Mi abuelo me dirigió una mirada que parecía llena de una profunda tristeza. Dudó antes de decir sus siguientes palabras.

-Eh… sí. Eso es bastante acertado. La escuela sufrió daños y las personas en el pueblo también, al menos eso es lo que dicen en los noticias. Por esas razones; nos vamos a tomar un descanso de la escuela.

-Bueno, como digas.

El día se desarrolló de una forma muy extraña, me sentí nauseabundo todo el tiempo y no podía dejar de pensar en lo que había pasado ayer en el monte. ¿Qué fue eso que hice con mis manos? ¿Cómo logré detener el tornado? ¿Estoy alucinando? Tal vez me estoy volviendo loco y debería pedir ayuda profesional. Pero si estuviera loco mis amigos no hubieran visto lo mismo que yo. ¡Eso es! Tengo que hablar con los chicos, seguro ellos tendrán una explicación para todo esto.

Un par de días después me encontré con los chicos en mi casa. Conversamos toda la tarde acerca de lo que habíamos visto, del tornado, de mis manos, de la suerte que tuvimos.

Noté que mi abuelo Carlos pasaba varias veces por la sala de estar y nos miraba de reojo, parecía asustado. Muy asustado. Una de esas veces, se quedó plantado en el medio del pasillo como si hubiera visto un fantasma, fue en el momento exacto en el que yo exclamé ‘¡Tenemos que descubrir que fue todo eso!’.

-¿Qué haces Mateo? –preguntó mi abuelo-

-Nada, ¿por qué?

-No, por nada.

La situación del día del tornado se me había clavado en la cabeza como un ancla en la arena. Pensaba en eso día y noche, cada minuto de cada hora de mis semanas. La obsesión se había vuelto tal que iba todas las tardes al monte para encontrar la forma de poder hacer eso que había hecho nuevamente. Claramente, fracasé. Cada vez que veía a mis amigos en mi casa (porque por alguna razón se rehusaban a cambiar el sitio de encuentro) terminábamos hablando de eso y ellos solían mencionar que debía parar de darle vueltas al asunto, que me terminaría volviendo loco.

No escuché.

Y qué suerte que no me rendí.

5 días después del primer momento.

Ese día no corría ni una sola corriente de viento, el cielo estaba despejado y el sol brillaba con fuerza, cálido y reconfortante. El frío, natural de esa época del año, enrojecía mi nariz y mis mejillas.

Iba con las manos en el bolsillo, para evitar que me tuvieran que cortar los dedos por un caso severo de hipotermia. Tal vez esté exagerando nuevamente, pero no miento cuando digo que hacía muchísimo frío.

Caminaba al ritmo de mi canción favorita del momento. Si se preguntan a donde iba, pues, volvía a mi hogar luego de haber salido a pasear con Juana. Habían pasado varias semanas desde que no hacíamos algo los dos solos, como en los viejos tiempos. Se sintió muy bien, a pesar de que la veía casi todos los días, extrañaba en cierto punto la intimidad que habíamos construido.

Al llegar a mí casa tomé un paquete de galletitas de la alacena y me recosté en el sofá a leer el libro más aburrido que había leído en meses. Después de unos minutos me negué a seguir sometiéndome a mí mismo a esa tortura y dejé el libro a un lado. No obstante, me quedé con ganas de seguir leyendo, por esta razón fui a la pequeña biblioteca que tenía en mi habitación y comencé a hurgar entre los viejos libros que había logrado acumular con el pasar de los años.

El lomo vacío de letras u oraciones llamó mi atención nuevamente. ¿Cómo había olvidado aquel enigmático libro?

No dudé un segundo en abrirlo y sumergir mis pensamientos en sus narraciones.

‘Estos escritos poseen un poder capaz de lo que pueda cruzar por sus mortales mentes. Tan solo aquellos elegidos por los entes misteriosos lograrán descifrar su cometido’

¿Alguien me podría explicar qué demonios son los entes misteriosos y cómo los obligo a revelarme el cometido de este libro?

Necesitaba más privacidad y un poco de la inspiradora naturaleza para pensar en esto. Metí el libro en una mochila y las galletitas por supuesto, luego caminé a un paso continuo hasta el monte.

Llegué rápidamente, me senté debajo de un viejo algarrobo y continué leyendo con paciencia.

Bueno, seguramente necesiten respuestas. No sé qué tan verídico sería el tema de los entes misteriosos, pero entender el cometido del libro no fue tan desafiante como pensé que podría llegar a ser.

Su objetivo, en pocas palabras (sacadas textualmente del escrito): ‘El que posea los dotes necesarios alcanzará, solo con la práctica analítica de estas teorías, la cima de la potencia de su poder’

Sí, leyeron bien. Está hablando de súper poderes.

2 semanas después del primer momento.

Como podrán deducir; pasé las siguientes semanas poniendo cada gota de mi energía y capacidad intelectual en aquel libro.

Lo leí de principio a fin al menos unas dos veces y había memorizado varios de sus párrafos.

Canalice la energía de su cuerpo y alma de forma que pueda despedir suavemente la misma por cada uno de sus poros y de esta manera vibrará el aire con su poder’

Comprenda el peso de la prioridad que coloca en sus emociones, flexibilice su mente y abra el baúl que contiene la fuerza reservada en una esquina de su inconsciente.’

Dejando de lado todo mi esfuerzo, no había logrado que esas malditas luces salieran de mis manos por segunda vez y esto estaba llenando cada rincón de mi cuerpo con frustración e ira.

-Hola Abuelo.

-Hola, ya que estás acá; tengo que hablar sobre algo con vos.

-Claro, adelante. Soy todo oído.

-No deberías estar yendo tan seguido al monte Mateo, no te hace bien.

-¿Qué tiene de malo el monte Abuelo?

-No tengo que darte explicaciones. Creo que deberías escucharme y obedecer.

¿Qué le pasa a este viejo loco? No me puede obligar a dejar de ir a un lugar inofensivo y sobre eso, no darme las razones de su orden.

-Obedecería con gusto si tuvieras la amabilidad de contarme el porqué de tu planteo.

-Soy mayor que vos y soy tu abuelo. Esos son motivos suficientes para que cierres la boca y hagas lo que es mejor para tu salud.

¿De qué diablos habla? ¿Mi salud? Ya tengo suficiente tratando de decodificar los mensajes encriptados de aquel estúpido libro y ahora también debo descifrar las recomendaciones sin sentido del señor Carlos Arias.

-¿Sabés qué? No tengo nada por lo que obedecerte. El monte es un sitio inofensivo, y me hace feliz pasar el tiempo ahí.

No discutía nunca con mi abuelo y no era algo que estuviera disfrutando, pero de verdad el monte es lo único que me hacía sentir bien en esos días y no le permitiría que me aleje de eso.

Cerré la puerta de mi habitación y me quedé pensando en por qué mi abuelo había actuado de esa forma tan extraña. Ahora que me detengo y reflexiono al respecto; lleva actuando de esa forma desde hace mucho tiempo, tal vez desde el día del tornado.

Unos días después salía de mi casa en dirección al monte cuando escuché gritar a mi abuelo desde la puerta delantera.

-¡Mateo vení para acá!

-No.

-En serio, no seas desobediente.

Me estaba empezando a enojar.

-Siempre fui lo mejor que pude con vos, no quería darte ninguna preocupación. ¿Por qué estás tan empeñado en alejarme de algo que me hace feliz? Ni siquiera entiendo por qué todo este escándalo.

-Tengo miedo Mateo, de que no estés bien desde lo del tornado. Te veo distante. Te veo pasar todas tus tardes en ese lugar y ambos sabemos qué pasó allí.

¿Cómo sabía lo que había pasado?

-No te preocupes abuelo, estoy bien. Te prometo que voy a estar bien.

Me fui, caminé lo más rápido que pude. Llegué al monte. Estaba a punto de tener un colapso nervioso. El pánico inundaba mi cuerpo. ¿Cómo se podría haber enterado mi abuelo sobre mis poderes? Nunca hablé de eso. Él no estuvo ahí.

El libro.

Eso debió haber pasado, descubrió el libro y me notó extraño entonces dedujo lo que pasó.

¿Pensaría que estoy enfermo? ¿Me llevaría a un Hospital Psiquiátrico a resolver mis problemas mentales? ¿Cómo le explicaba a un señor de setenta años que tengo poderes mágicos?

Demasiada preguntas, ninguna respuesta.

Más pánico.

‘Canalice la energía de su cuerpo y alma de forma que pueda despedir suavemente la misma por cada uno de sus poros y de esta manera vibrará el aire con su poder’

‘Comprenda el peso de la prioridad que coloca en sus emociones, flexibilice su mente y abra el baúl que contiene la fuerza reservado en una esquina de su inconsciente.’

Lo repetí decenas de veces en mi cabeza, tenía que usar el pánico, la ira, la frustración como fuente de poder.

Ahí fue cuando lo sentí.

De repente, las palmas de mis manos ardían como si las estuviera apoyando sobre fuego. Cerré los ojos y me concentré. Cada vez me ardían más y más, pero no era algo que hubiera deseado detener. Necesitaba seguir, la energía de la que tanto había leído estaba a mitad de camino, un pie en mi cuerpo y el otro desorganizando la posición de los átomos en el aire.

Abrí los ojos justo en el momento en donde vi las luces que habían recorrido mis pensamientos una y otra vez durante más días de los que pudiera recordar. Las luces eran de un azul frío como cualquier noche de Julio pero se sentían tan calientes como una estufa del inframundo.

Bueno, ahora si me disculpan, tengo que averiguar qué hacer con todo esto.

4 semanas después del primer momento.

Ardor. Luz. Un libro que cae del estante.

Ardor. Luz. Harry Potter y la Piedra Filosofal se desploma en el suelo.

Ardor. Luz. 100 Años de Soledad abandona la pequeña biblioteca.

Había estado perfeccionando mis habilidades durante dos semanas y dios santo, qué divertido era.

Podía hacer todo tipo de cosas con aquellos curiosos destellos azules. Levantaba cosas de no mucho peso, las hacía levitar y moverse por el aire. Podía controlar la dirección del agua de la ducha y podía crear pequeños remolinos con suaves brisas de viento.

Lo más impresionante era que lograba encender en llamas cualquier objeto con mucha facilidad.

Tal vez se pregunten, como tal vez no: ¿Mateo, les contaste a Juana, Nacho y Emilia?

La respuesta sería que sí.

La historia es algo así.

-Juana, mandale un mensaje a Nacho y a Emilia. Vengan a casa urgente. Es muy, pero muy importante.

Al rato estaban del otro lado de la puerta expectantes de la noticia que su amigo había calificado como demasiado prometedora.

No perdí tiempo con explicaciones que no iban a creer.

-Solo callen y presten atención.

Levanté mis manos a la altura de mis hombros, cerré los ojos y apunté al vaso que se encontraba en el extremo de la mesa redonda situada en el centro del comedor.

Ardor. Luz. El vaso se movió lentamente y cayó con velocidad, antes de tocar el suelo lo detuve, lo hice flotar y a continuación, moverse por el aire.

Deberían haber visto las caras de mis amigos. Sus mandíbulas colgaban abiertas en gran medida y no ejecutaban palabra alguna.

-¿Qué me dicen?

-Me parece que lo del tornado, al fin y al cabo, no fue una situación aislada –sugirió Nacho.

-Claramente no lo fue, ya hablamos de esto. Por suerte lograste descubrir la forma de volver a hacer aparecer tus habilidades. –explicó Emilia.

-Y precisamente, ¿cuáles son tus habilidades? –interrogó Juana.

-No lo sé muy bien. Un libro que encontré en la biblioteca colaboró con la dominación de mis capacidades. Pero todavía no logro entender a qué se deben o cuál es el origen.

-Ya lo vas a averiguar.

Un par de días después estaba practicando con mis poderes en el patio trasero.

Ardor. Luz. Pequeño montón de hojas combustiona.

Respiro hondo. Cierro los ojos.

Ardor. Luz. El agua que corre por el grifo se detiene, se re-direcciona y se curva como si fuese metal.

Ardor. Luz. La puerta trasera. Esperen ese no fui yo.

Mi abuelo.

Se queda petrificado y me observa con cierto temor en su mirada.

-Cerrá la canilla por favor.

Se retira tranquilamente e ingresa a nuestro hogar.

¿Acaso no va a decir nada al respecto? Si no me equivoco acaba de verme haciendo uso de mis poderes pero no se atrevió a hacer un solo acote.

Estas actitudes cada vez se tornan más raras. Si sabe lo del tornado, ¿por qué no me interroga? Si sabe que tengo habilidades mágicas, ¿por qué no comenta nada acerca de eso? ¿Acaso no le importa? Todo esto me está cansando.

-Abuelo. ¿Por qué haces como si nada?

Me mira sorprendido, parece confundido.

-¿De qué hablas Mateo?

-Ya sabés, lo que pasó el en monte el día del tornado. Lo que me viste haciendo recién. Necesito que dejes de fingir o lo que sea que estés haciendo.

-¿Qué querés que te diga? Comprendo por lo que estás pasando, es normal. Pero no dejes que te perturbe demasiado, hablá conmigo si necesitas ayuda. Sabés que estoy para vos.

¿Sabe por lo que estoy pasando? ¿Cómo podría llegar a saberlo? El hartazgo me golpea cada vez más hondo dentro de la cabeza, la confusión me digiere los sesos.

No volveré a confrontarlo. No tiene sentido.

No encuentro la llave de mi casa. Revuelvo. Ahí está.

Me pareció por la hora que Carlos estaría durmiendo la siesta, entré sigilosamente.

Lo escuché hablar por teléfono.

-Le repito doctor, no sé qué hacer con Mateo.

La presión me bajó diez pisos.

-Ya lo sé, pero estoy muy preocupado. Mire si se lastima a sí mismo. Se pasa las horas en el monte, leyó el mismo libro por lo menos seis veces.

Silencio.

-Muchas gracias por todo. Nos vemos.

Cómo se atrevía. Consultar sobre esto con un doctor, si sabría por lo que estoy pasando como dijo con sus propias palabras, sabría que esto es algo serio. Imaginen que me vienen a buscar del gobierno, experimentan conmigo como si fuera una rata de laboratorio. Se había pasado de la raya con sus actitudes extrañas y ahora estaba poniendo mi vida en riesgo.

Que quede claro que cambié de opinión acerca de no volver a confrontarlo.

1 hora antes del segundo momento.

Salió de la habitación y empalideció inmediatamente al verme tan cerca de la puerta.

-Mateo no te pongas mal.

Debió haber visto mi gesto horrorizado.

-¿Te das cuenta el riesgo que corro por esa estúpida llamada que hiciste?

-No corres ningún riesgo, en lo absoluto. Te lo prometo.

-No gastes tu saliva prometiendo cosas. Ya no confío en vos.

-No me digas eso, hago lo que creo mejor para vos.

Ardor. Luz. Portazo.

Ardor. Luz. Se abre un cajón.

Ardor. Luz. Una pelota de fútbol cruza la habitación.

Ardor. Luz. Grito.

¿Por qué había hecho eso? ¿Cómo pude dejar que me descubriera?

Estoy en graves problemas. Tengo que escapar.

Mi ropa estaba por toda la habitación. Muchas prendas se encontraban metidas a presión en un bolso de viaje.

Había libros en el piso, la cama estaba deshecha.

Mucho pánico, mucha angustia, mucho miedo. Estaba a punto de explotar. Tenía que contener toda mi energía porque sentía que volaría la casa en pedazos si no lograba manejar las emociones.

Me senté, respiré hondo y pensé que quizás estaba reaccionando fuera de lugar. Quizás no fuese para tanto.

Ese pensamiento lo interrumpió el sonido de la puerta delantera de mi casa abriéndose.

El segundo momento.

-Señor no se preocupe, por favor hágase a un lado.

-Tengan cuidado con mi nieto.

-Indíquenos donde está la habitación de Mateo.

Se abre la puerta de mi habitación y los veo. Los recuerdo claramente. Vestidos con uniformes totalmente blancos. Me toman por los brazos y me piden que los acompañe.

Hago fuerza para escapar. ¿Quiénes son estos hombres?

Tienen más fuerza que un chico de quince años, tienen ventaja. Lloro. Grito.

En este momento necesito mis poderes.

Ardor. Luz. ¿Por qué no les hace nada? Estoy literalmente quemándoles la piel y no tienen la más mínima reacción.

¿Qué está pasando?

Se me nubla la vista.

Todo se vuelve negro.

6 meses después del segundo momento.

-Bueno Mateo. Estoy sumamente orgulloso de vos.

-…

-Mirá, yo sé que el dolor sigue estando ahí pero tenés que darte crédito por lo que has progresado.

-…

-¿Sabés una cosa? Hacía alrededor de tres o cuatro años que no veía un caso como el tuyo. Me refiero, a un caso tan delicado que avance con tanta facilidad.

-Vivo drogado. Debería serles fácil que “avance”.

-Estoy seguro de que a esta altura entendés que acá hacemos lo que es mejor para vos. Los antidepresivos que ingerís cooperan con tu lucidez.

-¿Puede ir al punto? Estoy seguro de que no me citó para contarme que progresé en el tratamiento.

-Bueno de hecho, eso era parte del propósito de este encuentro, pero hay algo más. Esta semana no puede venir tu abuelo.

-¿Le pasó algo?

-Está un poco enfermo, pero es una gripe solamente.

-Bueno. ¿Eso es todo?

-Sí. Eso es todo.

Cuando estaba a punto de cerrar la puerta me surgió la necesidad de resolver la inquietud que había tenido durante los últimos seis meses pero nunca creí que alguien fuera lo suficientemente honesto para responder.

-Doctor, ¿le puede hacer una pregunta?

-Por supuesto.

-¿Por qué no me dejaron seguir como estaba? ¿A quién le hubiera hecho daño que yo siguiera viviendo en esa fantasía?

-A vos Mateo. ¿Pensás que hubieras vivido mucho tiempo más creyendo que tenías súper poderes? En algún momento ibas a tener que aceptar que no pudiste parar el tornado, que no pudiste evitar que tus mejores amigos murieran y que no pudiste controlar la angustia. No podías esperar controlarlo todo, y eso te tratamos de enseñar acá. Que no hay forma de domar el dolor, pero hay maneras más sanas de sufrir.

Me fue suficiente.

Tal vez, por la primera vez en todo el tiempo que había pasado ahí, sentí un poco más de paz.

Y ahí estaba yo, con dieciséis años, caminando por los pasillos de un instituto mental, pensando en Juana y las ganas que tenía de cambiar el mundo, en Nacho y las ganas que le tenía a Juana, en Emilia y su labial rojo. En mi abuelo, en el ardor y la luz, que en lugar de salir de las palmas jóvenes de mis manos, salían de mi alma herida.

Porque ahora, en perspectiva, me parecía más importante aprender a levantar los pedacitos de corazón del suelo que aprender a hacer levitar un par de libros.

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