Lucas abrió con fuerza la puerta de la calle y salió de su casa con los audífonos en las orejas. Mientras de atrás una mujer gorda, con varias canas en su cabeza y el rostro arrugado lo siguió hasta el cordón de la verdea profiriéndole insultos tras insultos de las bajezas más horribles.
A Lucas le tenía sin cuidado todo lo que pudiera estarle gritando su madre. Ya estaba harto de intentar probar su inocencia por haber perdido su reciente trabajo. Trabajo que, dada a las condiciones sociales de su vida, necesitaba urgentemente. Si bien cuando era más joven, estaba dispuesto a pelearle a su progenitora. A discutirle a muerte sus razones y explicarle porque eran justificadas, aun si ella no lo entendiera, con poder decirlas, Lucas se liberaba de aquella presión que se siente cuando no dices todo lo que quieres decir. Ahora, no viejo ni mucho menos, pero si ya maduro, a los 23 años no tenía ganas de seguir con las mismas discusiones que jamás llegaban a nada. Solo quería llegar a la esquina de su cuadra a sentarse con Pepe, Beto y el negro a tomar unas cervezas. Era lo único que podía distraerle luego de un terrible día.
Lucas había conseguido aquel puesto como mozo en El New Time que está ubicado en la plaza 9 de julio, gracias a un anuncio de “se busca mozo experimentado” que estaba pegado en uno de sus ventanales. Lucas llevaba casi un año buscando un empleo fijo, pues los trabajitos o “changas” como se dicen en Argentina a los empleos temporales o de un día, no le alcanzaba para ayudar a su madre a sostener su familia.
Su padre había abandonado el hogar cuando apenas era un niño de 11 años. Dejando así a su madre, Sara Funes, con cinco bocas, y otra en camino, que alimentar. El poco dinero que ingresaba era del trabajo de lavandería que realizaba y de la venta de empanadas que hacían los fines de semana. Pero la muerte de su hermano mayor, Jorge, hacía unos 4 años, había sido un duro golpe tanto emocional como en lo económico. Por consiguiente, Lucas se transformó en el mayor, y por lo tanto en el hombre de la casa, por lo que ahora le correspondía a él ayudar a su madre a criar a sus tres hermanas y a su hermano menor.
El problema es que él no había aceptado esa responsabilidad si no hasta hace un año. Decidió, por voluntad propia abandonar la secundaria y ponerse a trabajar en un bar como mozo junto con un amigo que lo recomendó. Pero jamás logro asentarse. Y así deambulo de changa en changa gastándose todo lo que ganaba en placeres mundanos.
Hasta que cumplió 22 años y su madre enfermara del estómago. Unas enormes piedras que amenazaban con obstruirle el páncreas, le dejo internada en el hospital público por casi un mes. En ese lapso tuvo que ocupar sus pocos pesos en dar de comer a sus hermanos, pero estos no siempre eran suficientes y, en más de una ocasión, tuvo que recurrir al truque con los vecinos. La humillación que sentía por ello le había abierto los ojos. Se hizo las grandes preguntas que todo joven teme hacerse o que de alguna forma le causan malestar, ansiedad, y en casos más severos, depresión. ¿Qué harás de tu vida? O peor ¿Qué estas haciendo con tu vida?
Era en lo que pensaba mientras se dirigía a la esquina. ¿Qué haría ahora que había perdido aquel buen trabajo? Ni siquiera el hecho de que había cobrado su sueldo y unos 2 mil de indemnización lo dejaban tranquilo como si le había ocurrido en tiempos anteriores. Incluso en ocasiones se ponía feliz de haber cobrado y de que ya no volvería más a ese odioso empleo. Pero ahora era diferente, su mente había cambiado, aquellas preguntas existenciales habían llegado para quedarse. Después de despilfarrar todo lo que tenía ¿qué haría? Un joven como él, sin conocidos a los que pedirle un buen trabajo y sin secundario completo, no tenía muchas posibilidades.
Cada paso que daba en la vereda de tierra lo acercaban hasta unas risotadas y vitoreo de los pibes. Allí estaban, sentados en el cordón con una botella de cerveza. Beto su mejor amigo, pepe, el negro y Raúl un tipo con el cual evitaba juntarse demasiado, pues tenia la infamia de ladrón.
Allí pasó el resto de la tarde conversando riéndose a los gritos y fumando marihuana. Mientras cada uno de ellos relataba sus anécdotas de la semana, las botellas de cerveza iban apareciendo más y más.
Ya con el alcohol encima Lucas empezó con tristeza a contar como su patrón el Sr. Nicolini, un cincuentón de rostro colorado, avejentado y de cabeza calva, lo había despedido como un perro de su restaurante y que, encima, su madre lo culpaba por no poder mantener una fuente de ingresos tan necesarios.
En ocasiones anteriores ya había presenciado actitudes por partes de su patrón que comenzaban a darle un sentido. Un ejemplo de esto fue cuando una mañana atendió a una joven parejita que llegaban al New Time a desayunar. Cuando Lucas se disponía a atenderlos, su jefe lo tomo del hombro y le dijo, secamente que no, que mejor atendiera a aquella otra señora que recién había entrado al restaurante. Tiempo después se enteró, por comentarios de sus compañeros que el joven era uno de los sobrinos del jefe. La sensación que tenía desde hace un tiempo era que, a su jefe, él, no le agradaba. Podía verlo en su despectiva mirada, aunque esta estuviera camuflada de buenas palabras. Lo sentía cada vez que el Sr. Nicolini le reclamaba cosas que a otros no. O cuando no lo incluía en las conversaciones que este tenía con otros mozos. Pero ¿qué razón tendría un tipo bien acomodado y con empleo estable para que le desagradara un joven de los suburbios, de tez morocha y que, a pesar de haber cometido tantos errores, buscaba redimirse en este último tiempo?
Lucas no se equivocaba porque, de hecho, al señor Nicolini no le agradaba. La primera vez que este lo vio entrar por las puertas del New Time se dio cuenta de que este trabajo no era para él. No era nada en especial, pues el muchacho cumplía con sus deberes sin queja alguna. Pero algo en él continuaba haciéndole ruido al Sr. Nicolini. Esa pinta de joven de barrio y ese rostro de ojos rasgados.
—este pibe, Funes, es un villero Marta, no me agrada que se pasee por mi local así— le comento a su esposa una vez en la cena. Tiempo después, una llamada telefónica y una conversación amistosa con un amigo de la infancia que le pedía trabajo para su hijo había bastado para decidir el destino de Lucas.
La primera vez fue difícil, primero aguantar el nerviosismo y el miedo. En un robo, un sinfín de cosas podían salir mal. Después estaba dominar aquella sensación de culpa. El rostro de la pobre señora que había forcejeado con ellos en un intento desesperado de retener su bolso. Obviamente jama podría contra la fuerza de dos hombres más jóvenes que ella. El llanto y los gritos del susto que se había pegado, habían dejado a Lucas bastante perturbado.
—no te hagas drama loco, después te acostumbras— le dijo Raúl.
Lucas no tenía idea de que eso podía transformarse en su nueva adicción. Los golpes de adrenalina en el momento de actuar eran, de hecho, bastante placenteros. Eso cada vez que lograban cumplir sus objetivos.
Así comenzó el romance entre Lucas y la delincuencia. Su débil y manipulable espíritu se abrió a esta nueva sensación. Al final logro encerrar todo gajo de honestidad, en busca de alguna forma de esperanza en un mejor porvenir y sumado al gran resentimiento por los golpes de la mala suerte que casi lo habían dejado en el nocaut económico.
Pero el destino, si es que existe, es incierto. Algunos consideran que no estamos predestinados a nada, que todo eso que llamamos destino, no es más que el efecto causa y consecuencia de las decisiones que tomamos. Y la decisión ahora, era dar un “gran golpe.” El objetivo era una tienda en avenida Jujuy. Un negocio abierto las 24 horas. La noche era perfecto camuflaje. El plan era sencillo. Entrar con unas armas de segunda mano que habían conseguido de un ex prisionero amigo de Raúl. Entrar rápido, amenazar a la cajera y pedirle todo el dinero de la caja. La información confidencial, decía que aquel local había tenido buenas ventas este mes.
El plan habría sido perfecto, de no ser por el último percance.
La suerte otra vez jugaba en contra de Lucas, pues el muchacho que habría ido a comprar en su auto, tenia alma de justiciero. Había presenciado la acción desde su Peugeot 301. Era de una familia que valoraba mucho el trabajo y detestaba a los ladrones. No se quedaría con las manos cruzadas. Saco de la guantera su calibre 22 y, mientras salía del auto, apunto a los ladronzuelos. Raúl fue el primero en verlo e inició la balacera mientras intentaba salir. El Joven respondió el fuego. Lucas se escondió detrás de las exhibidoras dentro del negocio. Esta acción condujo a la confusión del joven y su posterior desenlace fatal. Con la creencia de que solo se trataba de un criminal, el joven dio la espalda a la entrada y siguió tirándole a Raúl al tiempo que este corría hasta el final de la esquina devolviendo el fuego. Para ese entonces la adrenalina ya había culminado en el interior de Lucas, solo estaba atento a salir de allí con vida. Intuyo que el justiciero no tenía la mirada posada en la entrada del local. Y aprovechando que su compañero lo distraía desde la esquina, salió del local y antes que el joven pudiera voltearse, Lucas le disparo en alguna parte del dorso.
De repente el ruido de los disparos desapareció. Raúl ya no estaba, se había perdido entre la calle de la esquina y los pasajes de los barrios aledaños, lo había abandonado. Lucas alcanzo, con las piernas débiles, a correr. No sin antes darse la vuelta, solo para ver el cuerpo del joven en el suelo desangrándose. Mientras corría con el arma en la mano, cada tanto se daba la vuelta como si esperara que aquella imagen de un joven en el suelo desangrándose desapareciera. Como si buscara que todo aquello no fuese real. Cuando llegó a la esquina, las fuertes luces azules y rojas lo encandelaron, el ruido de un bocinazo lo detuvo. Los oficiales salieron de la patrulla con arma en mano y en menos de 2 minutos lo tenían en el suelo esposado.
Allí esposado, con la rodilla de uno de los policías apretando su hombro pudo ver toda le escena desde esa posición. Gente curiosa acercándose, el momento en que otra patrulla llego junto a la ambulancia. Los paramédicos no pudieron hacer demasiado, el tiro fue limpio y la trayectoria de la bala había rasgado los órganos en su camino. No había nada que hacer. En tanto del otro lado, llegaba un taxi por el cual una mujer salió de allí gritando por su hijo. Intento tocarlo, pero los médicos la contuvieron. Y luego salió un hombre con la cabeza medio calva con unos pelos grises y blancos y un rostro avejentado y colorado. Ese rostro era totalmente familiar para Lucas, aunque no pudo verlo bien pues los policías lo metieron rápidamente dentro del móvil. Pero Lucas no se equivocaba. Pues cuando bajo su esposa en estado psicótico, el señor Nicolini bajo del taxi solo para ver el cadáver de su hijo allí en el suelo.
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