La tormenta asoma en el horizonte. Verla desde el faro me hace sentir que no pertenezco a este lugar, soy tan solo una turista pasajera en busca de maravillas de la naturaleza y he parado para dormir aquí, lastima que solo sea una fantasía.He visto tempestades exactamente 2970 días pero todas son distintas, generadas por distintos motivos, algunas violentas, otras silenciosas. Aun así puedes percibirlas todas si te dedicas a escuchar.A la gente del pueblo no le gusta escucharlas, se asustan del sonido de las olas golpeando las rocas, del viento rugiendo con furia como hacen las serpientes sin veneno para fingir el peligro.A mí me gusta, por eso me mudé al faro yo sola. Nadie lo entendió, mi familia dejó de hablarme y de hablar de mí, como si nunca hubiera existido. Yo lloraba todas las noches, gritaba que no podía ignorar a la Gran Tormenta, ella llamaba a la gente que podía notarla. Se filtraba como un demonio hasta penetrar en lo más profundo de tu ser donde ya no podías ver donde acaba uno y empieza la otra.A la gente del pueblo le incomodaba que yo existiera, “Por ahí va la huérfana que no lo es” les oía susurrar. Siempre fui una niña solitaria aunque no creo que fuera culpa de la gente del pueblo, dudo que fuera culpa de nadie.La gente no me quería y yo tampoco los quería a ellos. Pensé que no podría amar a nadie hasta que la gran tormenta me habló de un muchacho, alguien que también bailaba con ella en secreto, la escuchaba sin que nadie lo descubriera.Por primera vez en mi vida, mi corazón galopó como un caballo corriendo salvaje en la naturaleza, me llevé la mano al pecho y cerré los ojos para escucharlo bien, cuando los volví a abrir, me di cuenta de que las paredes grises tenían muchos matices, había tonos más oscuros y otros casi blancos. Y así, con todas estas emociones que no sabía que podía sentir, me quedé dormida impaciente porque llegará el nuevo día.En la escuela, le pude poner cara al joven. Si no hubiera sido por la gran tormenta, no hubiera adivinado nunca que él también podía oírla. Era un chico solitario como yo, pero pasaba desapercibido, un regalo que por desgracia, no se me había concedido a mí también.Supuse que no querría hablar conmigo ahí, delante de toda esos niños, que de vez en cuando, me observaban para saber el momento de molestarme. Ya me habían quitado mis cuadernos en más de una ocasión, así que me había inventado un código para que no supieran leerlos. Desde entonces, me llamaban E.T. pero aun así era mejor que la alternativa.Me pasé toda la mañana mirando entre los barrotes de aquel lugar, mi mente fuera de aquellos muros del color de la arena sucia, imaginando como sería tener un amigo. Nos vi jugando a piratas, mandando a la quilla a malhechores inventados, contando secretos a la luz de la luna, cosas que nadie más sabía. Y mientras lo pensaba, noté la intensidad del azul del cielo, el verde tan vivo de los campos de cultivo que se divisaban a lo lejos, y me di cuenta de que de nuevo, no me había fijado en todos esos detalles.Al salir de clase, descubrí que tomábamos el mismo camino para ir a casa, así que esperé hasta estar solos. Una vez que me aseguré de que nadie nos veía, dije su nombre en alto. Un nombre tradicional, fuerte pero que de alguna manera era diferente a todos los demás. El chico se paró en seco y se dio la vuelta. Su rostro no delató sorpresa alguna. Al ver mi cara, el muchacho me sonrió y me explico que la Gran Tormenta le había hablado de mí. Me sonrojé al escuchar aquello, era un gran cumplido que la gran tormenta se molestará siquiera. Y fue así, como al comienzo de mis 12 primaveras, hice mi primer, y el que yo entonces pensaba que sería mi primer amigo.Los años pasaron y Jobert (así se llamaba el chico) y yo nos hicimos inseparables. Gracias a la Gran Tormenta teníamos un vínculo que no compartíamos con nadie más. En el colegio fingíamos ser perfectos desconocidos pero una vez no nos veía nadie, reíamos y comentábamos como había ido nuestro día. Era perfecto y me hacía ignorar un poco todo lo que pasaba a mi alrededor.A mis 15 otoños, empecé a sentir algo distinto al ver a Job. Mi corazón daba tumbos como queriendo salir de mi pecho y mi estómago se notaba vació sin importar cuanto comiera. A veces nuestras manos se rozaban y un escalofrío me recorría la espalda. Pensándome enferma busqué respuesta en mis amados libros.En la biblioteca, algo me hizo pararme en la sección de novela romántica y coger un libro. Abrí las páginas al azar y en aquella página se describían mis síntomas. El diagnóstico era indudable: estaba enamorada de Job.Por miedo a perder a mi único amigo decidí guardar ese secreto en mi interior e intentar enterrarlo. La Gran Tormenta se enfadó conmigo por aquello pero decidí no ignorarla por una vez.Todo iba como siempre hasta que llegó el invierno. Ahí ocurrieron dos cosas: Job empezó a fijarse en una de las chicas de clase. Una joven rubia, delgada, popular. Todo cosas que yo no era. La chica casi ni le dirigía la palabra pero cuando lo hacía, Job se ponía rojo y sonreía de oreja a oreja. Yo no entendía que veía en esa chica, ella era guapa pero él tampoco la conocía realmente y su personalidad cambiaba completamente cuando estaba cerca de ella. Pensé que yo nunca trataría de cambiar mi forma de ser por nadie aunque me di cuenta de que lo había estado haciendo inconscientemente desde que lo conocí y decidí ser yo misma. A partir de ahí todo fue cuesta abajo. Discutíamos todo el tiempo y nos fuimos distanciando. Algo se había roto y ni siquiera la Gran Tormenta podía arreglarlo.La segunda cosa que pasó fue las respuestas a mis plegarias. Lo cierto es que antes, cuando estaba sola no sentía soledad pero ahora que sabía lo que era tener compañía, ese sentimiento había hecho un nido en mi pecho y era como un agujero negro que absorbía todo menos esa sensación.Así que, descubrí que aún tenía lágrimas que llorar, y por las noches rogaba a quien quisiera escuchar que ese vacío desapareciera, volver a ser la que era.Maldije mi suerte y me arrepentí de haber conocido a Job y aunque el rencor hacía un hueco en mi mente, no duraba mucho, ya que sabía todo lo que le debía a ese joven de mirada introspectiva.Había perdido toda esperanza ya cuando un día ocurrió algo inesperado. Habían cerrado una de las fábricas de la ciudad para reinstalarla en el pueblo, y junto con aquel edificio de metal, unas cuantas familias se habían mudado allí también. Concretamente 15 familias con 6 niños de mi edad, 4 chicos y 2 chicas. Me quedé maravillada con todos ellos, parecían venidos de otro planeta, con sus peinados y atuendos pertenecientes a esta época. Una oleada de vergüenza me recorrió al darme cuenta de las pintas que debía llevar con mi ropa heredada. Supuse que esos chicos jamás se fijarían en alguien como yo, pero mi pronóstico fue errado como pocas veces pasaba. Una de las gemelas se sentó a mi lado y comenzó a charlar conmigo. Al principio me puse a la defensiva pensando que se estaba burlando, pero su sonrisa parecía genuina. No cabía en mí de asombro ¡alguien se alegraba de hablarme y no le daba miedo que le vieran!Si Gwen se dio cuenta de que la estaban mirando, fingió no notarlo. Yo en cambio, era otra historia. Toda la emoción y felicidad se vio eclipsada cuando me percaté de algo; en cuanto supieran quien era o me conocieran realmente, dejarían de hablarme y pasarían a ignorarme o incluso insultarme.Para mi sorpresa nada de eso pasó. Resultó que en la ciudad, la mayoría podía escuchar a la Gran Tormenta pero había personas que les enseñaban a ignorarla. Gente que había dedicado su vida a estudiarla. A mí eso me sonaba a ciencia ficción pero cuando pregunte en casa, me confirmaron la existencia de esos seres, que se me antojaran fantásticos. También me contaron que el único que había en el pueblo, huyó temiendo por su vida, ya que los pueblerinos lo consideraba un estafador.Aquello lo único que hizo fue despertar mis ganas de escapar a la ciudad donde por fin me liberaría del yugo de la Gran Tormenta y sus cadenas.Por fin, el verano llegó y pudimos descansar de las cuatro paredes de la escuela y las lecciones tediosas.Me las había arreglado para subir mi nota media (uno de los requisitos para mudarse a la ciudad era tener una nota media mayor que 7, mi nota de momento era 6,79).Me olvidé de los temas académicos y me dediqué a disfrutar del verano con mi nueva cuadrilla. Estaba tan distraída que ni siquiera me centraba en escuchar a la Gran Tormenta. Salía todos los días y volvía a casa pasada la medianoche.A pesar de mi apretada agenda encontraba tiempo para estar con Job, que seguía ocupando gran parte de él. De repente, se volvió muy difícil coincidir, ya que él también había hecho amigos nuevos. Él siempre ponía excusas y evitaba ese camino en la conversación, y aunque me dolió sentir que lo perdía, me alegré por él y dejé que siguiera su camino.Y así llegó casi el final del verano. Yo me había divertido, llorado, gritado a pleno pulmón. Y algo más inesperado todavía. Empecé a sentir por Gwen lo mismo que había sentido por Job tiempo atrás. Solo que esta vez era distinto, no era tan fuerte como con Job, pero parecía que ella también sentía lo mismo.Empezó con un simple roce de nuestros dedos meñiques, luego cogernos de la mano, los abrazos se volvieron casi una necesidad y los besos en las mejillas una droga. Nos pasábamos el día juntas.Sabía lo que opinaban los del pueblo sobre las parejas del mismo sexo, pero no me importaba. Ella me aceptaba por como era, y yo a ella, con eso nos bastaba.El día de nuestro primer beso, estábamos en mi cuarto, no recuerdo quien fue la que se lanzó pero cuando nuestros labios se rozaron, se sintió natural. Para nosotras era algo que tenía que pasar.Las siguientes semanas fuimos bajando la guardia, sintiéndonos más cómodas profesando nuestro amor. Todos nuestros amigos lo entendieron y se alegraron.Hubo una persona que no se alegró. Job nos vio besándonos un día, perdió el color y se fue, sin decir nada.Lo siguiente que ocurrió fue al volver a clase. Todos sabían mis secretos, me sentí traicionada.Miré a Job, él no me miró.Sin decir nada me levanté y me dirigí hacía el faro que estaba abandonado.Me instalé ahí y lo convertí en mi hogar. Mis amigos vinieron, tratando de convencerme de que me fuera con ellos, Gwen lloró y me dijo que me quería. Yo sabía que la Gran Tormenta estaba ya muy dentro de mí, esperándome para hacerme uno con ella.Ellos habían llegado muy tarde. No fue solo una cosa lo que me hizo tomar la decisión pero la traición de quien yo consideraba un igual me enseño que no importaba donde fuese, nunca podría ser quien soy. El faro era donde debía estar, esperando mi destino. Mis amigos se fueron a la ciudad. Job nunca me visitó.La gran tormenta vino un día de verano, alcé los brazos y le di la bienvenida. Me sentí caer y después nada. Vi una cara conocida, era Job, queriendo llevarme con él, pero ya era demasiado tarde.
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