EL NACIMIENTO DE UN REY

EL NACIMIENTO DE UN REY

The Silence

15/07/2020

—Jesus, nuestros hombres ya están listos —le susurró al oído a su joven señor.

Este sin dudarlo ni por un segundo, dejo el lecho y se propuso a ponerse los cueros y la armadura, pero un cálido abrazo por detrás como impidiendo que lo haga, atrapó sus delgadas extremidades en la epifanía de la desnudes cómplice de la comandante, mientras que con una caricia lo giraba hacia sí y con los ojos dilatados desenfocaba una mirada tierna y lujuriosa. Ella le decía con voz muy reconfortante, esas palabras como la que todo párvulo desea escuchar de su madre en pleno consuelo.

—Vos no tienes por qué ir. Déjame encargarme de todo.

La ceja del joven se alzó con revuelo y un temor rotundo invadió el pensamiento de la comandante, que atinó a sólo soltarlo poco a poco. Después de la excitante noche que acostumbraban tener, volvía de nuevo el miedo, ese miedo de perderlo y no tenerlo en sus brazos otra vez, ese miedo que sentía cuando la miraba con esa mirada fría y deseosa de venganza, ese miedo que se percibe en el aire de cualquier hombre con dolor.

Su familia estaba muerta, la señora y el señor Escalants estaban muertos, Lady Erika cayó en el sur ante la princesa de hierro, las niñas Margarrett y Amelia desaparecieron sin dejar rastro alguno, su casa estaba destrozada. Ni siquiera Elizabeth, que se llenaba la boca del portentoso amor que supuestamente le tenía, se encontraba con él. De hecho su familia, la realeza, fue la causante de la guerra. Era Rebecca lo único que le quedaba, su fiel amante y amiga de toda la vida, con quien podía contar para cualquier situación. Pues habían compartido de todo con ella. Rebecca le había dado todo de ella, su consejo, su voz, su espada, su cuerpo, y hasta estaba dispuesta a darle su vida.

—Soy el señor de los Escalants ahora. Papá, mamá y Ericka han fenecido. Es mi deber Rebecca —le dijo mientras que se desenredaba completamente de sus caricias.

—Solo prométeme que no harás ninguna locura Jesus. Entiendo tu dolor pero no dejes que la venganza se apodere de vos —le dijo con los ojos acristalados, como queriendo desbordar una lagrimilla sobre su pálido rostro—. Soy tu espada, tu amiga y tu mujer — replicó—, y no permitiré que hagas algo de lo que te puedas arrepentir, mi a amor.

—Lo sé, Rebecca. Lo sé.

Las mesnadas estaban en posición frente a unos grandes adarves negros, el albor deslumbraba sobre los almófares de los guerreros y adelante la enseña del alba brillaba radiantemente entre los pendones grises. El príncipe había sometido cruelmente a los Ricce en su campaña de adoctrinamiento. Poco se sabía de la situación que pasaba dentro de la fortaleza, pero era necesaria esta batalla por el posicionamiento estratégico que significaba. El salir victoriosos de la contienda contra el sanguinario de Julius en las heladas negras, les daban una posición ventajosa como los vengadores del alba y un apoyo descomunal de las comunidades del lugar, que eran más famosas por la cantidad de sus hombres que por su entrenamiento militar. Pero eso era trivial para vuestra causa, se necesitaban más hombres y la necesidad de explotar las minas Marianas del lugar para financiar futuras arremetidas contra los sureños, por lo tanto, era necesario el conquistar el levante negro.

—Hijos del albor, mis amigos. Veo en sus ojos el mismo dolor que siento yo en el alma —dijo con una voz fuerte y dura, que producía el sonido más corajudo que jamás se había escuchado en las heladas—. Ayer perdimos hermanos, familias, nuestras tierras. Ayer sangramos, pero hoy la alborada les recordará que aún vive y esta sedienta de venganza ¡Por el Levante!

Y empezó la arremetida. Seguramente todo el oriente escucho la emotiva arenga del joven señor, que inmediatamente cuando comenzaron a luchar, sus tropas se vieron incrementadas por los pobladores del lugar. Rebecca observaba en plena lucha, como Jesus no condonaba a los rendidos hombres de los Lhuz, que suplicaban piedad. La sed de venganza, al parecer, lo había hecho completamente insensible para sus enemigos, no entendía en que momento ese joven sereno y pulcro, se había convertido en un despiadado hombre de guerra, en un asesino. Tanta era la oscuridad que desprendía Jesus, que sus huestes combatían con una fiereza que hasta la misma Cornelia hubiera replegado sus tropas por temor a perderlas. Pues ya no parecían hombres, si no bestias. Desde ese día lo llamaron el cinocéfalo del alba.

Cuando atravesaron las murallas negras, la lid terminó. Entraron al alcázar y se toparon con un menguado Julius que intentaba esconderse dentro de un chiscón del vestíbulo principal. Al ver que su vida estaba completamente perdida, atinó a salir de su escondite y reírse en la cara del alboriente.

—No pudiste aceptar tu derrota y mira a dónde te llevo, de nuevo a mí.

Jesus no aguanto la provocación y de un golpe lo redujo al suelo, empuñó su espada y ante la presencia de todos sus hombres se propuso a darle muerte, pero una brisa veloz, se interpuso con su mandoble, evitando la muerte inmediata del caudillo.

—Esta no es sólo tu guerra, niño. Todo el levante está aquí por este estúpido, y si hozas cobrar venganza por ti mismo, no dudare en retírame con mis tropas, porque aún no eres mi señor – dijo furiosamente la primogénita de los Flowers. Pero una arremetida tremenda en el estómago, que hasta las personas con anhidrosis pudieron sentir, desarmó a la guerrera, hincándose de dolor sobre el marmoleado piso del palacio.

—Cuida tu lengua, perra —dijo Rebecca mientras desarmaba a Jessica de un golpe.

Era cierto que muchos de sus hombres aún no le tenían respeto al joven señor por su inexperiencia en el campo de batalla, y Jessica que a pesar de haber sido la mano derecha de su hermana mayor, todavía no lo consideraba su señor ya que creía que está aún estaba con vida.

Inmediatamente las huestes de los Flowers y sus vasallos se pusieron en posición contra los Escalants por lo sucedido a su señora.

—Alto, les ordeno que bajen las armas —dijo Alfonso Flowers, el único varón de su estandarte. Los hombres al ver la disposición de su señor, bajaron sus lanzas.

—Le imploro, mi señor, disculpe a mi hermana mayor, pues la batalla fue dura y el cansancio obnubila nuestros sentidos. Más le ruego, que vayamos a la siesta pronto y dejemos estos temas complicados para mañana —dijo hincándose sobre suelo.

Jesus un poco más sereno, accedió a lo solicitado. Inmediatamente una blanquiñosa figura, la más bella del recinto, se acercaba hacia el joven señor entre lágrimas y lamentos. Todos los que allí poblaban se arrodillaron ante ella y el comandante de la fuerza de los Ricce la envolvió con pellizones de alta calidad mientras hincaba la rodilla. Era Íngrid Ricce, la última de los Ricce, aún estaba con vida y al parecer había pasado por mucho, esto dificultaba demasiado los planes de los alborientes blancos.

Los días pasaron de reuniones y discusiones entre los orientales, no sabían a quién seguir. Sin duda la presencia de la Ingrit era una problemática conflictiva de lealtades.

Mientras el sur se enteraba de esta situación y planeaban una subversiva campaña al mando de Cornelia. Paso algo sorprendente, un hecho que nadie pudo pensar de antemano, una situación que rompió a la princesa Elizabeth por dentro.

—Rebecca, le pediré matrimonio a lady Ricce. No espero tu ira, si no tu consejo mi amor —dijo Jesus, enfatizando la palabra amor como siempre lo hacía cuando se sentía culpable.

—Tranquilo, es necesario y lo entiendo, además ya estaba preparada para esto desde hace mucho. Vos sabes que estaré a tu lado sin importar que me pase a mí, y esta situación lo demanda mi niño —dijo Rebecca con una lagrimilla en los ojos mientras se acostaban en el catre.

Esa noche el placer se materializó con la gemebunda comandante y un joven señor que azotaba los interminables huertos y colinas que ésta mostraba con sensualidad. El fuego se desbordaba entre la tubería ahíta por el hijo del hombre con tal violencia que hasta parecía quebrárseles la voz en airosos gritos de lujuria. Era una batalla de feromonas que trascendían en calor a pesar del interminable frio de las heladas, donde ninguno se daba por vencido y continuaban en pleno combate singular, hasta que una derrotada comandante se dejó vencer por el niño que ahora era un hombre avezado en las técnicas del placer.

Cuando el sol apenas se dejaba apreciar sobre toda esa muchedumbre de niebla, el joven señor que descansaba en su tienda fue hacia el alcázar y en presencia de todos los señores del albor le propuso matrimonio a la última de los Ricce, abandonando la soltería y el compromiso que le había prometido a la princesa Elizabeth, años atrás. La niña de los cabellos plateados aceptó con gran alborozo. Su mirada triste y desoladora empezó a cambiar, era lo que había soñado siempre desde muy chica, y a pesar de la complicada situación que había pasado, Jesus era lo más cercano a un héroe que había tenido. Esa misma tarde se desposaron ambos ante la presencia de todos los alvorientes. La noticia no tardó en llegar al sur, dónde una figura melancólica se dejaba caer por los fríos pasajes del palacio real.

—Eso no es cierto, no puede ser cierto, Jesus no me haría esto —decía Elizabeth con lágrimas en los ojos, mientras una figura negra pisaba sus pasos.

—Pues es cierto, ayer se casaron y dicen las lenguas que esa misma noche consumió su matrimonio de la mejor manera. Todo levante vio la sabana bermeja en su ventanal —dijo Andrés Rebortn, un caballero amigo de la familia real que desde hace mucho se le había insinuado a la princesa pero esta no le correspondió.

—CALLATE. Él jamás lo haría…

—Deja de obcecarte tú misma, él te abandono, él te odia. Odia tu sangre que asesinó a su familia, ¿crees que aún te ama?

—Si aún lo creo, aún creo que vendrá por mí y yo lo esperaré.

—Eso no será necesario Elizabeth, tu padre me ha dado tu mano. Pronto nos casaremos y tendrás a mis hijos aunque vos no quieras —sentenció el despreciable hombre ante las lágrimas de la joven princesa.

No hace mucho el amor entre Jesus y Eli, era el más puro que había existido sobre la tierra, ellos habían jurado estar juntos a pesar de todo, pero no pudieron mantener el juramento intacto ante todas las adversidades que pasaron. Simplemente era imposible sentir amor en tiempos de guerra.

Llego el día de las sentencia, el ejercito de Cornelia Lhuz aún no llegaba a los muros negros. Jesus supo de su llegada y apresuró el ejecutamiento, ante las miradas deseosas de venganza de los señores del norte. Era cierto que mucho se oponían a la idea de ejecutar al príncipe por fines de negociación ante una posible paz, pero todos por dentro tenían la llama del dolor que ardía en ellos.

—Yo Jesus Escalants preboste de Albor Blanco, te sentencio a muerte, Julius Lhuz, por tus pecados.

El sonido del silencio se alteró con la empuñadura del mandoble en acción, se sintió como la más grande sensación de alivio entre todos los presentes. Entonces el joven Alfonso Flowers saco su espada, la clavo sobre la tierra negra y se hincó ante Jesus.

—Vos has dado justicia al oriente, para mi eres mi rey, ¡El rey del Alba!—dijo el último de Flowers.

Los alborientes uno por uno se miraban con asombro.

—Soy tu espada desde mi primer día hasta mi último día, ¡El rey del Alba! —dijo Rebecca hincándose con una sonrisa

—Pelearé por vos hasta mi muerte, ¡El rey del Alba! —dijo Austin Blockar.

Y uno a uno los señores del alba fueron nombrándolo. El viejo oriente había presenciado ante la sangre y el dolor, el nacimiento de un nuevo rey…

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