Quizás ya habían pasado más de dos meses de que estábamos todos en cuarentena por un posible caso, dentro de aquea casa vieja con vigas grandes y fuertes paredes de adobe. Cada quien en su mundo y cada quien en su habitación, habíamos tratado los primeros días de idear diferentes pasatiempos cada uno a su manera. Unos tocaban el piano, otros la guitarra, otros jugaban vídeo juegos y otros leían. La señora de la casa la que nos arrendaba las habitaciones, antes de todo, fue a comprar unas botellas de licor para no caer en locura. En esta casa, existía otra familia que decidió comprar juegos de mesa y los demás como yo decidimos tomar cursos de música o iniciar algún libro.

En fin éramos tres jóvenes universitarios, una pareja con tres hijas, una anciana y una gata lo bastante gorda para correr. 

Pasados ya los veinticinco días de estar encerrados empezamos a notar ciertos comportamientos no muy acordes a nosotros mismos. Las caras cambiaban y la forma de vestirnos ya no presentaba pena entre nosotros. Cuando salíamos a tomar el sol, o, a leer al patio no, nos importaba ya nuestra forma de vestir, escuchamos una que otra pelea de aquella pareja, también escuchamos llantos al teléfono de  Doña Carlota (la dueña de la casa) por sus hijos residentes en España. Nosotros tres, por las tardes nos juntábamos en una pequeña esquina de aquel patio inmenso a fumar uno que otro cigarrillo, hablábamos siempre de que íbamos a hacer cuando todos esto finalizara y si, de, que nos juntaríamos a pesar de ya no hablar más sobre el caso. 

Todo comenzó un diez de mayo cuando encontramos a Doña Carlota llorando por la ausencia de sus hijos para el día de la Madre, nos conmovió el corazón y decidimos organizar un pequeño almuerzo, unas carnes y unas botellas de vino y cerveza.

Estábamos a mitad de la primera convivencia que teníamos después de tantos días de angustia, era raro ya que ninguna sangre nos unía y tampoco alguna historia de amigos, solamente la de una relación de arrendantes y arrendatario. Las caras empezaban a sonrojarse por el alcohol y las risas aumentaban, unos con sueño y otros con ganas de brincar por todas partes, la pareja después de tanto tiempo volvía a sonreír recordaban como se enamoraron y la dueña de la casa lloraba con sus historias, nosotros los estudiantes evadíamos los temas del amor y nos centrábamos en el licor y la comida – Muy rara vez comíamos algo casero y no comida rápida -. La pareja al cabo de ciertas botellas se levantaron y fueron a dormir a sus hijas, volvieron con nosotros y siguieron tomando…

En el calor de los tragos y las carcajadas empezaron a salir historias de fantasmas y de cuentos puramente de la dueña de la casa, después de todo, teníamos; todos, un día para sentarnos a escuchar estas historias que antes nos podían resultar muy aburridas, las horas pasaban y la pareja termino por irse a dormir al igual que nosotros.

Los siguientes días fueron muy amenos y a pesar de que no, nos uniera nada familiar empezábamos a experimentar cierta familiaridad de confianza y risas por la tarde. Desde ese día nos uníamos por la tarde a tomar el café y a platicar sobre lo mismo de siempre.

Pasado ya ciertos días, después, de cierta confianza y risas. La confianza entre mi persona y la novia de Franklin iba aumentando ya que compartíamos los mismos gustos por los libros y la música, por la tarde cuando todos hablaban o jugaban juegos de mesa en el comedor de Doña Carlota. Nosotros nos apartábamos a discutir o dialogar sobre algún libro que acabábamos de leer o queríamos empezar a leer; Solíamos prestarnos nuestros libros y hablar un poco de música y que nos transmitía, todo iba de maravilla.

Franklin un maestro muy conocido de matemáticas no solía pensar lo mismo que su novia y no podían calzar sus conversaciones -ahhh- La literatura y  las matemáticas no siempre iban tan de la mano, pero siempre compartían el amor por sus hijas que eso era lo más fuerte.

Mis amigos Evan y Quique solían dedicarse a otras artes como Pintar y Cantar. 

Con Evan solíamos juntarnos en su cuarto cuando yo me ponía a escribir y el a pintar, solíamos buscar algún tipo de canal en YouTube de música relajante y no hablar más a partir de ese punto, era El, su pincel y sus colores y era Yo, mi lapicero y mis hojas. No hablábamos mucho y eso me agradaba.

Con Quique jugábamos vídeo juegos y cuando lograba confiar en mí, ponía música en su computadora y empezaba a cantar, yo solía no decir nada puesto que lo disfrutaba, quien era yo para decir si cantaba bien o no, lo cierto era de que no me molestaba y eso era suficiente para mí.

Pasaban los días y las botellas de licor que mandábamos a comprar se iban acabando, como también nuestros ahorros. Doña Carlota sentía la locura cerca y empezaba a darle depresión. Evan, Quique y yo tratábamos de darle ánimos y hablarle de lo mucho que íbamos a hacer cuando todo esto acabara pero nunca solía funcionar.

Con Isabel, la novia de Franklin, iba de maravilla, la confianza entre nosotros había crecido de la noche a la mañana como algo totalmente extraño. Aunque cuando sueles compartir tus libros con alguien más cortas un gran camino para llegar a la confianza plena. Bueno lo cierto era que pareciera que ya nos conociéramos de años y eso era fantástico. Ella era muy amable de piel blanca como la leche y de pelo ondulado con un color como el cobre, en las tardes cuando leíamos solía perderme, porque cuando levantaba la mirada, el sol le pegaba a media cara y sus ojos brillaban y su pelo prendía en llamas, no piensen que la describo de esta manera porque quizás me gusta, no es eso, no lo piensen, lo cierto es de que siempre me ha gustado describir a la mujeres de una manera detallada, si me preguntan de su cuerpo pueda que les diga que era lo más cercano a la guitarra de Evan.

Solíamos siempre levantarnos por la madrugada a socorrer a Fany la gata de Doña Carlota, solía siempre enredarse en amoríos con gatos que después de jugar con ella le pegaban y no podía bajarse de los tejados por su gordura, así que ya estábamos acostumbrados a siempre bajarla, lo cierto es de que nunca supimos como lograba subirse hasta ahí.

Una noche quizás ya la media noche, no lograba conciliar el sueño y trataba la manera, que por medio de  la lectura forzarme el sueño pero no lo lograba. Cuando de pronto se empezaron a escuchar los lamentos de Fany la gata, estaba dolida por sus novios y rogaba a gritos que ya la bajáramos del tejado, siendo sincero esta noche no tenía ganas de salir puesto que eso iba a retardar mi descanso, la ignore y seguí leyendo. Los maullidos seguían y los lamentos cada vez se hacían más fuertes, nadie se levantaba, todos dormían. Pasado quince minutos deje de escuchar los lamentos de Fany y creí que por fin alguien la había ido a socorrer, pasaron otros quince minutos y seguía sin escuchar nada, la consciencia se me removió y decidí salir a ver si aún estaba ahí.

Mi sorpresa fue que cuando salí estaba Fany en los brazos de Isabel, herida de una patita, sangraba y se le veía débil, Isabel me dijo que no quiso avisarle a nadie ni a Doña Carlota porque se iba a preocupar, que iba a esperar hasta mañana para contarle lo sucedido, yo tenía unas gazas en mi cuarto así que decidí ir a traerlas, estaba buscando entre mis gavetas cuando escuche que abrieron la puerta de mi cuarto «era Isabel» ,

-que haces le pregunte-

-Tenia frió y estaba oscuro y decidí venir a curar a la gata a tu cuarto

¿Te molesta?

No, no no; solamente que me logre asustar un poco, pasa adelante.

Después de haberle limpiado la patita y puesto la gaza conseguimos una caja lo bastante grande para que entrara y una chamarra por el frió, después de unos minutos quedo completamente dormida y sin quejarse. Hablamos un momento más con Isabel y le ofrecí que tomara asiento, vestía una pijama azul y tenia el pelo amarrado. Empezamos la plática con un pequeño comentario sobre un autor que en lo particular a ninguno de los dos nos había gustado, y de que iba a ser difícil poder continuar la lectura, le pregunte por su novio y dijo que ni se había dado cuenta cuando ella salto de la cama, lo había dejado durmiendo. El sueño se me espanto y la plática fluyo y pusimos un poco de Chopin… A mi parecer algo triste pero para ella lo bastante agradable para una plática de amigos, en el fondo creo que me empezaba a gustar este Chopin. Fuimos por una taza de café y eran ya las dos de la madrugada, debo de confesar que inconscientemente y sin darnos cuenta quizás fue por la gravedad o es que mi cama ya no estaba tan nueva… La parte de en medio nos fue juntando, cuando mi rodilla pegaba con su rodilla sentí lo más parecido a estar drogado o bueno eso es lo que me imagino sentir drogarse, sentía algún tipo de impulso y de nervios. Mi corazón se aceleraba cada vez más y mis manos comenzaban a temblar, la miraba y ella parecía tan normal, quizás solamente era yo el maldito loco.

Sus ojos eran grandes y redondos, parecía que pudiera mirar todo sin siquiera mover la cabeza. De pronto después de ya más de una hora de platica sin sentido, tomo de mi mano y la acerco a sus piernas me dijo que sentía frió y que sintiera lo fría que estaba, en esos pocos segundos lo entendí todo mal y cuando llevaba mi mano a su pierna en un arranque de emoción me le acerque y la bese pensando que eso quería que hiciera, sus labios eran rosas como el chicle, y dulces como un algodón de azúcar… Me siguió besando, por instantes paraba como que si dudara pero volvía a besarme. Sin darnos cuenta pateamos la taza de café que estaba en el piso y se regó, Ella no tenía pantufla y levanto los pies para no mojarse… Decidió acostarse en mi cama me tomo del brazo y seguimos besándonos, se quitó la pijama y su cuerpo de verdad era como la guitarra de Evan, se soltó el pelo y sentía arder con ella, nunca imagine estar así con Ella, tampoco estaba preparado para el momento pero cuando se desvestía cada vez más pensaba en lo mucho que iba a tratar para que ese momento durara lo suficiente, besaba su cintura y su cuello, pasaba de sus piernas a su boca y sentía como nos conectábamos… Fue maravilloso en mi vida nunca imagine pasar por esto yo con veinte años y ella con veintiocho.

Los próximos días dejamos de hablar de libros y hablábamos con nuestros cuerpos todas las madrugadas a las cuatro antes de que todos despertaran, solíamos tomar de pretexto a Fany y solíamos hacer siempre una taza de café, ahora solamente una ya que la otra se había roto, las tardes se habían convertido en madrugadas y las madrugadas en tardes dormía por la tarde para estar despierto por la madrugada, era un pase al cielo y al infierno la que nos jugábamos cada madrugada…

Miguel Angel Méndez Reyna.

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