El hombre equivocado

El hombre equivocado

FerEscribe22

25/05/2020

Estaba en mi habitación, sentado en el escritorio de madera junto a la ventana. Era un día nublado afuera. Seguramente la lluvia mojaría mi ropa que se secaba al viento. Luego de lograr la concentración sobre el texto, en el que llevaba aproximadamente tres meses trabajando, sonó el timbre en mi departamento.

Me levanté del asiento acolchonado luego de cerrar mi laptop. Apoyé mis anteojos sobre ella, y salí de la habitación cerrando la puerta.

Mientras recorría el pasillo de varios metros que me separaba del portero eléctrico, me pregunté a quien se le ocurriría tocar el timbre a las dos de la madrugada. Después de todo, había descubierto que en aquel horario podía encontrar la tranquilidad que necesitaba para trabajar en mi próxima novela.

Doble a la izquierda, por donde se extendía otro pequeño pasillo, y me paré a lado del teléfono. Lo levanté:

-Diga…-. Fue lo primero que dije esperando una rápida respuesta.

Por un momento, consideré la idea de que, quien había tocado el timbre, se había equivocado de botón.

– ¿Quién habla? -. Dijo la voz desde el otro lado del teléfono.

Su voz era grave, parecida a la de un locutor.

-Fernando, ¿Usted quien es? -. Pregunté sin preámbulos.

-Busco a Joel -. Dijo sin reparar en mi pregunta.

Fruncí el ceño al escuchar el dato. ¿Quién era Joel? No tenía idea. No conocía a nadie con ese nombre.

-Sepa disculpar, pero acá no vive nadie llamado así-.

Esperaba una disculpa desde el otro lado. Cualquier persona que hubiese notado su error, lo hubiese hecho.

Al no escuchar una respuesta, colgué el teléfono. Apagué la luz que iluminaba el pequeño pasillo, y volví a mi habitación.

Había sido una situación extraña, pero creí que la vergüenza a tocar el timbre equivocado a esas horas de la madrugada le había indicado al sujeto desconocido, que no tenia nada más que decir.

Creí imposible concentrarme nuevamente en la escritura. Cerré la puerta de mi habitación con llave, apagué la luz, y me acosté.

Eran las seis de la mañana. Comenzaba a filtrarse la luz por las maderas de la persiana, cuando sonó el timbre.

Abrí los ojos como platos luego de haber dormido tan solo cuatro horas.

Me levanté de la cama poniéndome las ojotas, y abrí la puerta con la llave. El pasillo estaba oscuro y silencioso.

Caminé hasta el portero eléctrico en la oscuridad. Una vez con el teléfono en la mano, prendí la luz, y esperé que alguien hablara.

Silencio.

Miré al gato negro que me observaba desde la mesa de la cocina, al otro extremo del pequeño pasillo.

– ¿Hola? -.

Se podía oír el pasar de los autos y colectivos junto al murmullo de los transeúntes. Pero ninguna voz. Ninguna respiración.

Esperé unos segundos más, y extrañado, colgué el teléfono.

Me dirigí hacia la cocina para hacerme un Café con tostadas. Prendí la televisión, y puse el agua a calentar.

Mientras cortaba las rodajas de pan, pensaba en el hombre de la madrugada. ¿Acaso había regresado a tocar el timbre?

-Sonó dos veces en cuatro horas, y no se quien es-. Dije en voz alta, aunque me encontraba solo en la cocina.

Disfruté mi desayuno tratando de alejar esa idea de mi cabeza. Quería pensar que solo se había equivocado. Quizás tenia mal anotada la dirección de la casa de un familiar o de un amigo.

Me alegré de poder barajar esa idea. Solo fue un error, y no volvería a pasar.

Volví a mi habitación y me cambié para el trabajo. Ya eran las ocho de la mañana, y si no salía rumbo a la oficina en veinte minutos, seguramente llegaría demorado.

Bajé por las escaleras con mi abrigo en la mano, y salí a la calle.

A mi izquierda, un hombre calvo con ropa de traje me saludó amablemente. Se encontraba sentado al lado de unas plantas decorativas justo debajo del buzón.

-Buen día-. Le respondí sonriéndole, y crucé la calle.

Esperaba el colectivo en la esquina de la vereda de enfrente, cuando la imagen del calvo se me presentó en la cabeza. Trate de recordar la cara del sujeto, que no la había observado detenidamente. Solo recordaba que no tenía cabello, y que vestía un traje reluciente. Brillaba al sol igual que sus zapatos.

Pensé que quizás, él no era el hombre que tocaba mi timbre, que solo se encontraba allí sentado esperando para saludar a un amigo.

¿O en realidad si lo era?

De pronto me di cuenta qué no me sentía muy seguro de esa idea, y por un impulso, me giré a observar la puerta de mi edificio.

Desde donde me encontraba, no lograba ver las plantas ni el buzón, pero, aun así, esperé que el hombre apareciera otra vez.

Pero no fue así.

Solo pude observar a los peatones pasar por delante de la puerta.

Regresé a mi casa luego de un largo día de trabajo.

Cansado, y algo mojado por la lluvia, deje mi mochila en la silla de la cocina y el abrigo en el respaldo.

El departamento estaba oscuro. No acostumbraba a prender la luz si me encontraba solo. Como era de costumbre.

Abrí la heladera y agarré una lata de cerveza, cuando mis oídos se agudizaron al escuchar que alguien golpeaba la puerta de entrada.

Me giré en la oscuridad con la lata en la mano. Cerré la puerta de la heladera, y la apoyé sobre la mesada.

Caminé hasta la puerta, y a través de la perilla, pude observar al sujeto que me había saludado por la mañana.

Me balanceé hacia atrás apoyándome bruscamente sobre la pared de madera sin apartar la vista de la puerta.

– ¡Joel¡-. Dijo el hombre gritando fuertemente, mientras golpeaba aceleradamente la puerta sin detenerse.

Corrí a la cocina en busca de un arma improvisada.

-Se acabo el juego, abrí la puerta -. Insistió el hombre sin dejar de golpear.

Me agaché en la oscuridad sobre la madera, escuchando los golpes y los gritos.

Palpé mi teléfono celular en el bolsillo derecho de mi pantalón, y marqué el numero de la policía en mi celular, dejando el cuchillo de cocina en el suelo.

-Emergencias-. Contestó rápidamente sin dar tono de llamada.

-Hay un hombre golpeando la puerta de mi departamento -.

Pero de repente, antes de que pudiera terminar la conversación, un estallido metálico ensordecedor invadió el ambiente. La puerta explotó volando por el aire.

Me cubrí con los brazos como si fuesen escudos de acero. Pero, aun así, astillas de madera y trozos de metal, golpearon contra mi bruscamente.

Quede tendido en el suelo por unos minutos, mientras todo me daba vueltas. Pude observar al hombre desconocido entrar en mi departamento con un revolver en la mano izquierda, y una especie de detonador en la mano derecha.

Me encontraba inmovilizado en el suelo, en el centro de los escombros.

-Te dije que se acabó -. Repitió el hombre apuntándome directamente a la cabeza con su revolver.

Estaba a pocos centímetros de distancia, parado con las piernas abiertas, y con un brazo recto al costado del cuerpo.

Creí que desgraciadamente, esto iba a terminar como nunca me lo hubiese imaginado. Todo era una equivocación, y ahora, iba a terminar pagando lo que ese tal Joel había hecho.

Cerré los ojos, y acepté lo que iba a suceder. Puse la mente en blanco, y esperé.

Un estallido. Dos estallidos. Un golpe seco y los ruidos de los escombros.

Luego de un instante, sin que sucediera nada, ni sintiera ningún dolor, más que el de los golpes, abrí los ojos y me apoyé sobre los codos.

-La policía y la ambulancia están en camino -. Dijo mi vecino del quinto piso.

Se encontraba parado donde anteriormente estaba la puerta, empuñando un arma con ambas manos, apuntando al cuerpo sobre los escombros.

-Le debía una gran suma de dinero-. Sonrió mirando el cadáver.

– A logrado entrar en el edificio hoy por la tarde -. Hablo agitado. – Aprovechó para instalar algún explosivo en tu puerta para poder ingresar al departamento -.

Miré a mi vecino desde el suelo, sin entender completamente que estaba sucediendo.

-Mi nombre es Joel, nunca nos hemos presentado -. Se arrodilló en su lugar. – Le he dado tu número de departamento, con la idea de que se retirara cuando viera que aquí no vivía nadie con ese nombre-.

Fijé la mirada en el cadáver. Tenia un orificio en el hombro derecho, y otro en la frente.

Escuché las sirenas acercarse.

-Lamento que hayas pasado por todo esto -. Dijo Joel.

Unos minutos más tarde, se había montado una escena del crimen en mi departamento.

No sé qué pasaría con mi vecino, ni con el cadáver. O quien se haría cargo de reconstruir el desastre.

Lo único que sabía, era que la deuda de Joel estaba saldada.

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