Me pregunto qué es lo que pasa. Respiro profundamente y grito. Pero no puedo. Tengo algo metido en la boca. Es una especie de paño. Y me duermo. Cuando me despierto, estoy en una habitación lisa y gris, igual que la de mi sueño, y me encuentro atado a una silla. Miro a mi alrededor y no entiendo nada. En la pared hay un mensaje que probablemente va dirigido para mí: «3-1-5… eres el siguiente». El miedo empieza a recorrer vertiginosamente mi cuerpo cuando suena la cerradura de la puerta y alguien entra, cubriendo el espacio visible de lo que hay detrás. Sigo un poco aturdido de lo que pudiera haber en el paño y no he podido ver bien, ni pensar detenidamente en lo que puede significar esa combinación de números.

Es un hombre que, por sus ojeras y las arrugas de sus mejillas, debe tener 40 años. Su físico le hace parecer del Este de Europa: es rubio, tiene ojos verdes y rasgos balcánicos.

Empieza a hablar y me pregunta mi nombre, el cual curiosamente he olvidado. Lo intenta con mi edad, y el mismo resultado. Me pregunta por mis recuerdos y le digo los números de la pared. Entonces para, recapacita cinco segundos y dice, «necesitamos que recuerde lo último que hizo en su ordenador».

– ¿Cómo que lo necesitamos? ¿Quién lo necesita? – le grito yo. Y me responde que no puede decirlo, pero que es imprescindible para mi continuidad en la tierra.

Escarbo y escarbo y recuerdo algo. Westri Security. Es lo único que me viene a la mente y entonces lo entiendo. Es el nombre de la empresa de mi padre. Pero… ¿qué hace metida en esto? ¿Estará en peligro? Este almacén parece grande ¿Habrá más habitaciones? ¿Estará en alguna de ellas?

Tras una mirada amenazante, y 3 segundos con la puerta entreabierta y su cuerpo en medio, cierra de un golpe la habitación, y vuelvo a encontrarme sólo, buscando una rendija en las paredes, aunque sólo se vean esos 3 malditos números.

Mientras, trato de quitarme las esposas, aunque no son metálicas. Deben de ser grilletes de plástico, goma dura.

Cuando tengo un brazo fuera, empiezo a escuchar un ruido proveniente del pasillo, y localizo dos voces, una femenina y masculina. Ella le está diciendo a él, probablemente el hombre que vino antes, que lo haga, que lo intente, que qué pueden perder, y pienso de nuevo.

No entiendo qué hace la empresa de mi padre metida, aunque igual pidió dinero a quien no debía y ahora le están buscando. Pero menos entiendo qué hago yo aquí. Soy un simple estudiante de informática que dedica su tiempo libre a construir inhibidores de señales, y a venderlos a la policía para sus operaciones encubiertas. ¿Habrán descubierto algún aparato en una misión? ¿Aun así, como iban a saber que eso era mío? No entiendo nada.

Vuelvo a escuchar el pomo de la puerta girar y me coloco como estaba, con un pequeño murmullo de lamento, pues estaba a punto de liberar la otra mano. Trato de evitar su mirada y la silla empieza a hacer un ruido muy desagradable mientras la arrastra.

-Mi nombre es Mikael. Como habrás intuido, no soy español, y eso debería hacerte recapacitar y hablar lo antes posible. Plantéate en tu ordenador, suma esfuerzos, y recuerda. Es una cuestión de vida o muerte.

-No recuerdo nada. No sé qué hago aquí. No sé qué tiene que ver Westri… (me doy cuenta de que no me han preguntado por esto) nada, nada. No sé por qué me dices tu nombre. Ya ni recuerdo el mío.

-Veamos… (saca una pequeña libreta de su bolsillo y lee): Nicolás Giráldez Wellington, edad: 22 años; estudiante de informática. ¿Suficiente? ¿O te hablo de Violetta?

Y entonces, de golpe, recuerdo todo.

– ¡No metas a Violetta en esto, ella no ha hecho nada!

-O sea… ¿que tu sí?

-No, no quería decir eso, me has malinterpretado…

Da un golpe sobre la mesa, y se abalanza sobre mí.

-Voy a ser claro y conciso contigo. Sabemos lo que has hecho. Sabemos lo que le has hecho (señala los números). Y no vamos a dar nuestro brazo a torcer. ¿Algo que decir?

-No, nada. Seguiré diciendo que yo no tengo motivos para estar aquí.

-Pues espera un momento.

No tengo ninguna duda de por qué estoy aquí.

Han capturado a Miguel, que ahora debe estar muerto, y ha debido decir que colaboro con la Policía. Sabía que no podía confiar en él. Lo que no sé es quién está en la habitación de al lado, supongo que él, así que grito su nombre por si acaso sigue vivo, pero no recibo respuesta. Y entonces vuelve a entrar.

– ¿Te suena esto?

Uno de mis inhibidores, roto ya, es depositado bruscamente en el centro de la mesa. Y ahora entiendo los números. El número de serie de la batería es 3JKS1R5. 3-1-5. Me congelo. Se me seca la boca, la sangre se me hiela en un instante, y no me salen las palabras.

-Vale, veo que sí sabes qué es. Pues esto ha sido hallado en una de las esquinas de nuestras instalaciones, junto a diversos aparatos de vigilancia, como cámaras o micrófonos. ¿Tiene algo que decir?

-Yo… esto… me lo han robado. Es mío, pero los fabrico por mi cuenta. Si van a mi casa debe estar patas arriba. Alguien habrá entrado a robar.

-Oh, vaya si está patas arriba… pero es por nuestra culpa. Hemos investigado su apartamento, ¿y sabe qué hemos encontrado? Más micrófonos, más cámaras, más pinganillos.

Vale, ya soy consciente. Voy a morir. Nada de lo que diga va a evitar que eso suceda, así que intento ser lo menos agresivo posible.

-Vale, este día tenía que llegar. No sé a qué corporación ayudas o para la que trabajas, pero transmítele mis disculpas. A un joven le ponen dinero delante… y se pierde.

-Sí, sí, eso ya lo sabemos. Por eso a usted vamos a proponerle un trato por algo mucho más valioso. Su propia vida.

Y entonces saca una pistola de su cintura, de la que no me había percatado, y coloca sus manos encima.

-Si colaboras, vives. Si no colaboras, bueno, ya sabes lo que pasará si no colaboras. No hace falta que lo diga…

Trago saliva, e intento quitar presión de los hombros cogiendo aire con la boca.

– ¿Qué quiere saber?

-Todo. Quién le contrató, a quién investiga… Todo. Pero, especialmente, dónde se encuentra su padre.

– ¿¡Mi padre!? ¿Qué tiene él que ver con todo esto?

-No es de su incumbencia, así que hable. ¿Le ha pedido su padre que fabricara esos artilugios con el fin de espiar a alguien?

-No, no… me contrató la policía. Llegaba un pedido, yo lo hacía… y no me enteraba de para qué se utilizaban. Pero mi padre no ha tenido nada que ver.

-Me parece que… ¡No está entendiendo la situación en la que se encuentra!

Se levanta, coge el arma, grita, y me apunta a la sien con él. Un disparo así te mata al segundo.

-Vale, tranquilo… tranquilo…

Y entonces intento coger el revólver con el brazo que tengo liberado. Los años de MMA han servido para algo. El intento le descoloca y le pilla desprevenido, y me hago con la pistola. Entonces, le apunto, y le digo que se siente.

-No sé qué tendrá que ver mi padre con todo esto, pero vaya a decirle a su jefe que quiero hablar con él.

Se levanta, sale, y vuelve un minuto después con alguien, discutiendo acaloradamente por el pasillo. Yo, mientras tanto, consigo liberar el otro brazo, y apunto con el gatillo a punto de ser apretado hacia la puerta.

– ¿¡Papá!? ¿Qué haces tú aquí? ¿Eres tú quien me ha traído hasta aquí?

-Sí, hijo sí. Baja el arma, por favor. La policía había empezado a investigar mi empresa y estaba cerca de encontrar la forma a través de la cual conseguía duplicar mis ganancias. Tuve que asegurarme de que no sabíais nada.

– ¿Sabíais? ¿Quién más está aquí?

-Tu madre, pero ella no ha podido soportar la presión.

El mundo se para, un disparo resuena en toda la sala, y la palidez se apodera de mí y me desmayo. Esto tiene que ser una pesadilla.

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