Reviviendo lo vivido.

Reviviendo lo vivido.

Nakoo

01/04/2019

Ay mi pequeña Marta, ¿Qué nos pasó? ¿Por qué a nosotros? Nos esperaba el mejor futuro; lo teníamos en la palma de la mano. Rozábamos el éxito con la punta de nuestros dedos y de repente nuestros sueños se derrumbaron como un frágil y delicado castillo de naipes; cayendo al oscuro vacío del olvido para siempre.

¿Recuerdas cuando nos conocimos? Sé que es un tópico recordar este tipo de cosas cuando ya no hay marcha atrás y la situación se ha vuelto irreversible pero lo nuestro era real. No era como cualquier otra historia; era la mejor historia de amor que jamás ha sucedido.

Recuerdo ese día como si fuese ayer. ¿Lo recuerdas? Tú estabas con una amiga, ¿cómo era su nombre? ah, sí. Mercedes. Me acuerdo de ella perfectamente. Recuerdo cómo no dejabas de mirarme en aquel bar y cómo yo evitaba aquel contacto visual; siempre he sido muy inseguro de mí mismo. Te dirigiste hacia mí y me preguntaste si estaba solo. ¿Cómo es que una chica tan guapa como tú se decidió de manera tan directa a entablar una conversación con alguien tan corriente y simple como yo? Aún sigo sin entenderlo.

Aquella noche charlamos durante horas; incluso Mercedes se marchó a casa sola porque no le prestamos ninguna atención. He de reconocer que aquello no estuvo bien pero a mi favor debo de decir que en ese momento solo existíamos tú y yo, y nuestro alrededor era como una gran nube borrosa de sombras.

Seguimos viéndonos, cada vez más y más. Cada minuto que pasaba sin ti se convertía en una cadena pesada que me ataba de manos y pies. Solo me sentía libre contigo. A ti te sucedía lo mismo; lo notaba y eso me daba seguridad para seguir a ciegas con esa aventura tan maravillosa. Nuestra aventura.

Nos sentíamos los dueños del mundo; los dueños de nuestro propio destino.

Recuerdo las tardes que pasábamos en el jardín del parque; tumbados sobre la espalda y rozando nuestras cabezas en forma de yin y yang; maravillosa referencia para definir nuestra absoluta dualidad cósmica. Hablábamos sobre millones de locuras que estaríamos dispuestos a hacer; nos reíamos; planeábamos viajes e incluso comentábamos los nombres que recibirían nuestros maravillosos hijos que algún día tendríamos. Pasaban las horas y a mí me parecían segundos. Todo en mi día se reducía a pasar el tiempo contigo, a verte, escucharte, olerte, sentirte.

¿Por qué salió todo mal? Teníamos todo de nuestra parte.

¿Recuerdas aquel viaje que hicimos a Barcelona? Fue nuestro primer viaje juntos. Eramos espectadores de lujo del momento más maravilloso que jamás habíamos vivido. Estábamos en el zenit de nuestra conexión. Nunca me había sentido tan completo; no necesitaba ninguna otra cosa que estar contigo. Incluso el trayecto en el tren fue algo tan maravilloso que lo recuerdo como si fuese uno de los mejores episodios de mi vida: Aquel señor mayor sentado en frente nuestra y sus interminables historias sobre cosas que no entendíamos, la camarera que derramó la bandeja sobre los dos niños que no paraban de corretear por los pasillos y se avergonzó tanto que casi rompe a llorar delante de todos los pasajeros… ¿Lo recuerdas?, no parábamos de reír a carcajadas.

Me enseñaste lo que es el amor desde una perspectiva que nunca más volveré a apreciar; a saber compartir, a poder escuchar y a poder expresarme sin miedos.

¿Por qué me hiciste eso? ¿acaso no era lo suficientemente bueno para ti?

Yo era completamente tuyo y tú tan mía como mi propia respiración; mi necesidad, mi razón de ser. Nunca había sentido un deseo más ardiente unido a una pureza tan superior.

Supongo que agotamos el tiempo; nos consumimos de tanto usarnos o simplemente tus sentimientos hacia mi no eran sinceros; al menos tan sinceros y puros como los que tú me habías hecho sentir.

Empezaste a distanciarte de mí; se enfrió paulatinamente nuestra unión; aquella unión que consideraba inquebrantable. Poco a poco, un muro de cemento se erguía entre nosotros. Yo me esforzaba por comprender la situación pero tú te mantenías en tus trece. Me repetías una y otra vez que no pasaba nada, que todo estaba bien, pero tu actitud dejaba mucho que desear.

Alguien dijo alguna vez que el rostro es el espejo del alma que mora en nuestro interior. A través de ese espejo podía observar como tu alma iba destejiéndose de la mía y empujándola fuera de tu corazón; cómo tus sentimientos se congelaban y cómo los besos, las caricias y los abrazos caían en un saco roto; en el olvido.

Reconozco que estuve un tanto inquieto pero sentía la necesidad de indagar acerca del núcleo de este desmoronamiento. Necesitaba saber el por qué de nuestro declive. Comencé a investigar a escondidas; no era capaz de extraer información alguna de tus ojos; aquellos ojos que una vez demolieron la férrea defensa de mi corazón impenetrable. Ese desconocimiento me provocaba una tremenda frustración. Me hiciste daño; estaba herido como un cervatillo acechado por un cazador que consiguió acertar el primer disparo y que, correteando sin fuerzas, no es capaz de asumir que sus últimos minutos relatan la crónica de una muerte anunciada.

Tú me obligaste a esto; yo no quería. Sabes que desprecio la violencia pero, en ocasiones, no me quedaba otra alternativa que utilizarla para restablecer el orden quebrantado y hacerte entrar en razón. Al fin y al cabo, la estabilidad racional es lo único que nos diferencia de los animales. Sé que no era nadie para privarte de la preciada libertad que tenías pero estaba tan cegado que un impulso sobrenatural me empujó a esta locura. Te seguí y perseguí a cualquier lugar. Te observé y analicé tus movimientos. Leía tu correo, tus mensajes pero sabías que yo estaba al acecho de ese error tan deseado por mi parte y te protegías de ello magistralmente.

¿Por qué él? ¿cómo no fui capaz de imaginarlo? Será porque no me esperaba esto de ti o quizás porque mi confianza en nosotros era absolutamente ciega. ¡Qué idiota fui! Me sentí usado y tan vilipendiado que podía notar como un agujero negro empezaba a corroer mis pensamientos. El caso es que lo encontré; encontré el tumor que nos consumía hasta reducirnos a polvo.

Pasé semanas pensando en cómo poner solución a esto; no podía seguir viviendo así. Me pesaba tantísimo el alma que apenas podía arrastrar mis pies y cada paso era como escalar una montaña hasta la cima.

De repente, me abandonaste. Cansada de mis esfuerzos por mantenernos a flote, decidiste cortar de raíz todo aquello que habíamos sembrado juntos. Todos nuestros sueños se desvanecieron al compás de tus palabras. Sentí como si un frío punzón de hielo atravesara mi cuello al tiempo que congelaba mis sentidos. Solo las lágrimas podían brotar de mi cuerpo vacío.

Marta, en este mundo no somos nadie. Quizá este no era nuestro lugar; quizá nuestras almas no pertenecían a esta realidad y fueron prisioneras durante todo este tiempo. Quizá nuestro destino está en otra parte esperándonos.

¿Escuchas eso pequeña? ya están aquí; vienen a por mí pero no encontrarán nada de nosotros; solo nuestros cuerpos vacíos.

Sé que deberías darme las gracias por haberte liberado de esta prisión pero para mí es suficiente este preciso instante. Tenerte en mis brazos y observar tu rostro por última vez.

¿Acaso hay algo más romántico que liberar dos almas con el mismo filo?

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