Yo creo que se lo ha pasado bastante bien. No sé cuántas veces habré recorrido este camino, pero esta vez no se me ha hecho tan largo. Me gasté todo el dinero en la cena y me quedé sin nada para el taxi. Llevaré unos treinta minutos andando pero se me ha pasado volando. Supongo que será por ir pensando en otra cosa.

Había quedado con ella en la plaza cerca de su casa, que está a tomar por saco de la mía, pero bueno, así le pillaba bien a ella. Menos mal que me puse una camiseta normal debajo de la camisa blanca para frenar el sudor. Entre la caminata y los nervios, hubiera parecido un dálmata con lunares húmedos en los sobacos. Siempre sudo mucho cuando estoy nervioso. Solo me vino bien esa vez que me quedé atascado en las vallas del instituto, la primera y única vez que me salté una clase. No la vi llegar, llevaba allí un ratillo, no quería hacerla esperar, con lo que me costó preguntarle si quería ir al restaurante nuevo que han abierto, el Zai Jaín. Sabía que le gustaba la cultura china, así que si no lo pasaba bien conmigo por lo menos el sitio le gustaría. Yo creo que se lo ha pasado bastante bien. Se acercó por detrás y me tocó el hombro.

-Perdona, ¿tienes un cigarrillo? – me pregunta un chaval mientras espero a que el semáforo se ponga en verde. Como estoy pensando en mis cosas ni le he oído acercarse.

-No, lo siento, no fumo. – le miro a la cara, al menos lo que tiene al descubierto, y me encojo de hombros un poco para pedir perdón por no fumar. Qué tonto.

No dice nada, ni me mira. ¿Por qué debería sentirme culpable por no fumar? No me pasa en otras situaciones. Aunque bueno, esa vez que me ofrecieron un poco de coca por la calle también contesté con un “no, gracias”. Qué silencio más incómodo. El chico este no se ha movido. Parece una estatua de esas que, en cuanto dejes de mirarlas, se mueven, como los ángeles llorosos de Doctor Who. Qué friki. A ver si cambia el semáforo y puedo… Por fin. Verde. Sigo andando. Vuelvo a pensar en ella.

Cuando me dí la vuelta para mirarla me quedé en blanco. Me tuve que disculpar porque estuve callado durante lo que debió ser una eternidad. Boquiabierto, como un pez fuera del agua. Estupefacto, los ojos como platos. La luz del restaurante era muy relajante, como una manta semitransparente de color rojizo que envolvía a todas las parejas que comían y hablaban.

-Está guay el sitio, me gusta – me dijo.

Yo estaba a años luz. Solo la veía a ella y cómo su cara quedaba iluminada, como si mis propios ojos hubieran desarrollado algún tipo de autoenfoque. Todo lo demás estaba borroso excepto ella. Nada más importaba.

-Ay perdón, gracias, tú también me gustas – le dije. Ella se rió. Ahora que lo pienso es normal que se riera.

Pues sí que pasa rápido el tiempo cuando vas pensando en otra cosa. Ya he llegado al túnel. Estos halógenos siempre deslumbran como luces de interrogatorio.

-Perdona – Suena la voz del chico de antes. Ya me he disculpado por no llevar cigarrillos, supongo que está llamando a otra persona.

-¡Oye! – Esa palabra marca la diferencia entre educado y cabreado.

Me doy la vuelta para ver si me está llamando. Viene hacia mí con un paso acelerado. Avanza como si no pesase, pero sus pasos se hacen eco como los de un gigante en el túnel. No tengo cigarrillos. Me coge del brazo firmemente.

Después de confesarle mi amor de esa forma tan cutre en el restaurante, ella se rió y me cogió de la mano. Me puse aún más nervioso y me removí en mi silla, como si me hubiera dado un escalofrío de los que te sacuden el cuerpo entero. Me sequé rápidamente como pude en mi servilleta y le agarré con la otra mano. Solo un poco para que notase que quería sujetarla un segundo. Luego la soltaría justo antes de que empezase otra vez a sudar como un pollo. A ella le dio igual. Cogió la carta.

-¿Qué te apetece? – me preguntó.

-Pues no sé, la verdad. – no me había parado a pensar en qué iba a comer. Como hubiera dicho yo mismo a los quince años, «solamente tengo hambre de amor». Qué cursi.

-Ay, ya sé. Mira, ¿no te recuerda esto a lo típico de las pelis cuando se esconden detrás de un periódico o algo así?

-Ah, sí. – me reí y la imité, escondiéndome detrás de la servilleta blanca que había utilizado para secarme.

-Pues vamos a jugar a algo, que sea como un misterio, ¿sabes? Yo elijo algo para ti y tú algo para mí. Tú primero.

Me parecía algo divertido pero a la vez estaba acojonado, ¿y si elegía algo que no le gustaba? ¿Y si era alérgica o peor aún, vegana? Diría que es bastante atrevida, pero no tanto supongo. Cogí el menú con tanta prisa que me tiré la copa de vino encima. Qué torpe soy. A la mierda la camisa. Bueno, podría haber sido peor. Ella cogió su servilleta rápidamente y la sujetó contra mí. El vino frío, sus manos tan calientes, tan delicadas.

La miré a los ojos antes de despedirme de ella, cuando me dio ese beso que no me esperaba. Ese beso dulce que sabía a tiramisú. La miré a los ojos y sonreí.

-Avísame cuando llegues a casa, que a ti te queda bastante camino para llegar, ¿vale? No sé tú, pero yo en cuanto llegue voy a caer rendida en la cama. – así se despidió. Con un beso y su risa. Yo creo que se lo pasó bien.

Ahora es distinto. Tengo el costado húmedo de nuevo, pero noto calor, no frío. Un calor palpitante. Estas manos no son delicadas, me están haciendo presión, mucha presión. El vino casi ha desaparecido, pero mi camisa se está manchando de nuevo.

Le miro a los ojos al chaval con quien me había disculpado antes por no compartir ese maldito vicio, asesino, da un paso hacia atrás. Está sujetando algo en la mano y no es un cigarrillo.

Me estoy cayendo. Oigo correr al chaval de la navaja, haciéndose eco hacia el final del túnel con mi cartera vacía en sus manos. Las luces se vuelven de un tono rojizo. Como una manta, caen sobre mí. Estaba muy guapa hoy.

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