Según cuenta la leyenda, los ángeles existen.

En el inicio de todo, después de lo que los humanos llaman el «Big Bang», ellos también fueron creados, y llegaron a un mundo que luego recibiría el nombre de “La Tierra”. No comprendían su propia existencia, como un bebé que acaba de nacer, y se limitaban a mirar hacia ese mundo, que les parecía algo limitado, pero a la vez fascinante y hermoso, por todos los cambios que ocurrían en él.

Pasaron incontables años simplemente mirando, sin ningún tipo de acción, mientras intentaban entenderse a sí mismos. Fue complicado. Imagina que de repente surges de la nada, estás solo, y no tienes respuesta para las millones de preguntas que te planteas. Aunque ellos en realidad no estaban completamente solos. Se tenían los unos a los otros, pero todos estaban en la misma situación. Poco a poco fueron descubriendo pequeñas cosas. Se dieron cuenta de que tenían la capacidad de compartir su consciencia. También podían fusionarse y separarse a placer, y por eso no se sabe el número exacto de ángeles que hay, ni siquiera ellos lo saben. Fueron aprendiendo de lo que ocurría a su alrededor, adquiriendo conocimientos sobre ese mundo que observaban, bebiendo de él. Pero lo que más deseaban era visitarlo, bajar a su superficie. Los ángeles no eran corpóreos, pero querían notar las plantas a su alrededor, sentir el aire sobre sus cabezas. Soñaban con estar debajo de una de esas grandes tormentas que sacudían el planeta, no verla desde lejos como hasta entonces.

Seres curiosos los ángeles.

Durante mucho tiempo, todos sus intentos fueron en vano. Ninguno de ellos consiguió acercarse lo suficiente como para quedarse satisfecho.

Poco a poco, nació la vida. Primero en las grandes masas de agua que habían surgido en la superficie, que formarían los océanos y mares que ahora conocemos. Pero luego, fue arrastrándose hacia afuera. Evolución lo llamaron. A los ángeles les costó apreciarlo porque, en sus inicios, era algo tan pequeño para ese mundo que pasaba desapercibido, pero quedaron fascinados. Sus ansias de llegar al planeta quedaron reemplazados por el deseo de cuidar de esas pequeñas formas de vida que iban cambiando con el paso del tiempo. Se dieron cuenta de que, deseándolo, podían provocar cambios alrededor. Si divisaban una ola gigante que iba a llevárselos a todos mar adentro, podían influir en el océano para hacer desaparecer esa amenaza, o al menos, disminuirla y poder salvar a algunos de sus queridos seres.

Y así pasaron los años. La vida cambiaba, cada vez más compleja y fascinante, y ellos observaban y vigilaban. Llegaron a pensar que esa era la razón de su existencia, cuidar de esos seres desde la distancia. Hasta que surgió una forma de vida que les causó más fascinación que las demás. Los humanos. Al principio no parecían nada especial, pero fueron cambiando y los ángeles pronto se dieron cuenta de que esos nuevos seres eran diferentes. Pensaban. Los demás seres funcionaban solo por su instinto, pero los humanos pensaban y llegaban a hacerse las mismas preguntas que los ángeles tuvieron en sus inicios. “¿Quiénes somos?” “¿De dónde venimos?” “¿A dónde vamos?” Esto les hizo sentir también cierta empatía por ellos. Sus esfuerzos fueron dirigiéndose cada vez más a esta nueva especie. Buscaban protegerlos, aunque nunca llegaron a descuidar al resto de los seres. Poco a poco, los humanos empezaron a venerar a seres divinos, superiores a ellos, que los protegían pero también les castigaban si se portaban mal. Los llamaban dioses. Llegó un momento en el que todo lo que ocurría se lo atribuían a ellos. Estos seres superiores eran los ángeles. Obviamente no sabían el aspecto que tenían, son incorpóreos, una esencia, pero los hombres eran materialistas, así que les representaron de diferentes maneras que, además, iban cambiando a lo largo del tiempo, dependiendo de las ideologías y culturas que iban apareciendo.

Durante mucho tiempo, esto fue todo lo que tuvieron. Los humanos por un lado, los ángeles por el otro, pero relacionados entre ellos. Hasta que algo cambió. Ninguna de las dos partes sabe exactamente cómo ocurrió. De repente, la esencia de un ángel desapareció, dejó de ser visible para los demás y tras un breve instante volvieron a divisarla, allá a lo lejos, en su preciado mundo, en el interior del vientre de una mujer embarazada. Nada se sabe de esta dama. No queda nada de ella, solo su recuerdo entre los ángeles, no porque fuera una figura importante en la historia o hiciera grandes cosas para la humanidad, sino porque fue la primera capaz de cumplir el sueño que todos ellos tenían desde hacía tanto tiempo: visitar su querido planeta. Dio a luz a una niñita totalmente sana, aparentemente normal. La niña creció, y a sus veinte años de edad, la esencia del ángel en su interior despertó.

Ese fue también el despertar de la magia en La tierra.

Así, se dieron cuenta de que podían bajar a su preciado planeta, en el interior del cuerpo de un humano. Durante las primeras décadas de vida pasaban desapercibidos, pero luego su esencia divina se manifestaba. Hace mucho que nadie ve a uno de ellos, pero, según cuentan, eran hermosos. Tenían alas. Dos hermosas y maravillosas alas blancas, llenas de pureza y luz, con las que podían surcar los cielos y observar a los humanos desde lejos, aunque no tan lejos como los otros ángeles que no estaban en el mundo.

Movían la magia del planeta, y los hijos que tenían con sus compañeros humanos eran criaturas extraordinarias. Ahora los llamamos seres mitológicos, fantásticos pero existieron tiempo atrás, y algunos aún siguen en La Tierra. Hablamos de fénix, dragones, hipogrifos… Luego otros se parecían más a los humanos, como las sirenas, los hombres lobo, los vampiros o los centauros. Pero lo más importante fue que también despertó la magia en el interior de los humanos. Los ángeles ya se habían dado cuenta antes de llegar al planeta de que estos seres no eran simples animales como los demás. Tenían algo que los hacía especiales, y descubrieron que era esa chispa de magia que dormitaba en su interior. Al principio se pensaba que solo algunos la poseían, pero no, estaba en todos ellos, en algunos despertaba en su niñez, en otros cuando ya eran adultos, y en otros no llegaba a manifestarse nunca. Los llamaron magos. No sabían de dónde provenía su poder y, por supuesto, no sabían utilizarlo. Pronto empezaron a reunirse y así surgieron las primeras escuelas de hechicería, donde todo ser mágico, no solo los magos, eran bienvenidos. Un refugio para poder entender y desarrollar su poder.

Los ángeles se sentían muy orgullosos, aunque preferían no intervenir y dejar que todo siguiera su curso, pero siempre estaban cerca para poder vigilar. Les gustaba mantenerse en secreto, y, a simple vista, solo se podía identificar a un ángel por las dos cicatrices que las alas dejaban en su espalda al desaparecer.

Nunca hubo un mayor avance en la humanidad que durante esa época. Juntos, humanos, con su gran intelecto; magos, con sus diferentes poderes; y el resto de las criaturas mágicas, convivían en paz y trabajaban codo con codo para el bienestar de todo ser viviente del planeta, supervisados por un ángel en La Tierra. Construyeron ciudades increíbles, en armonía con la naturaleza; consiguieron energía, materias primas, todo lo que necesitaban, gracias a la magia.

Pero esa paz no podía durar eternamente.

Hace mucho tiempo, uno de los ángeles se volvió oscuro. Desarrolló una mentalidad totalmente distinta a los demás. Anhelaba la época en la que los humanos los veneraban como dioses, y detestaba tener que trabajar con ellos. Los consideraba inferiores. Las criaturas mágicas y los magos eran diferentes, porque, según él, tenían algo de ángel en ellos, pero los humanos no eran nada.

Nadie lo vio venir. Consiguió esconderse de los demás ángeles y, cuando se dieron cuenta, ya era demasiado tarde para detenerlo. Cuando el cuerpo mortal de un ángel muere, su esencia vuelve al lugar en el que se encuentran desde el inicio de los tiempos. Este ser oscuro consiguió poder secuestrar una parte de esa esencia, lo suficientemente pequeña como para que pasara desapercibida en un principio, pero lo suficientemente grande como para adueñarse de su poder, para que no pudieran influir en el planeta desde su plano astral y, lo más importante, no dejar que volvieran a bajar a La Tierra en otro cuerpo humano.

Demasiado tarde. Cuando se dieron cuenta de que no podían regresar a La Tierra, ya era demasiado tarde, y eran pocos, muy pocos, los que conservaban su esencia intacta. Todos ellos intentaron hacerle frente al ángel oscuro, pero él ya era muy fuerte. Tenía demasiados poderes y no tuvieron ninguna oportunidad de vencerlo.

Ya no queda ninguno.

Ningún ángel puede bajar ya a La Tierra. Ningún ángel puede ayudar a sus queridas criaturas. Están condenados a verlas sufrir, sin poder intervenir. Al principio los humanos se sentían desconcertados. Tenían miedo de no recibir ninguna respuesta de ningún ángel, de no haber visto a ninguno en mucho tiempo. Luego empezaron a odiarlos porque pensaron que los habían abandonado y pasaron de considerarlos dioses a demonios, seres crueles y malvados que disfrutaban dañando a las personas y viéndolas sufrir. Incluso persiguieron a las criaturas mágicas, haciéndolas casi desaparecer.

Poco a poco, los humanos los fueron olvidando y consiguieron, por sus propios medios, salir adelante, aunque dañando gravemente al planeta y a muchas de sus criaturas.

Ahora, ya no queda casi nada, casi nadie. Y los seres mágicos que aún están en la Tierra se esconden. Por miedo. Por desconocimiento. Porque no saben lo que son.

Y el ser oscuro aún está por ahí. Con sus poderes, provoca grandes catástrofes que dañan gravemente a la humanidad, pero de momento prefiere esconderse. No se sabe a qué espera. Quizá se esté preparando, o igual simplemente está saboreando el poder antes de dar el golpe final, ya que no hay nadie en el mundo que pueda hacerle frente.

¿O sí?

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