Después de varios meses de una gran intensidad, el temporal comenzó finalmente a amainar. Los soldados del escuadrón del ejército que logró abrirse paso hasta el refugio, se estremecieron cuando uno de ellos abrió el portón obstruido de la entrada: el hielo y la nieve habían invadido cada centímetro de superficie. En el suelo de la habitación del piso superior encontraron un cadáver, aún sin descomponer. En la mano derecha sujetaba un arma de fuego.

***

Vanessa se deja caer a un lado, cansada y sudorosa. Junto a ella, Andrés continúa boca arriba, respirando agitadamente.

Se miran a los ojos, y en ambos rostros se dibujan dos pícaras sonrisas.

-Ya era hora, ¿no?

-El que se ha tomado su tiempo has sido tú, cabrón -ríe ella.

Se levanta y camina por la habitación, su cuerpo desnudo contoneándose a cada paso. Coge una cajetilla de cigarrillos, enciende uno y le da un par de caladas mientras vuelve a la cama. Se tumba y apoya la cabeza en el pecho de Andrés. Ambos, sin decir nada, contemplan la lámpara parpadeante que pende sobre ellos. Él acaricia suavemente las palabras del tatuaje que Vanessa lleva en el hombro junto a la silueta de un pájaro: Cogito, ergo sum.

-De repente ya no tengo tantas ganas de que nos rescaten -ironiza Andrés.

-No quieres compartirme con nadie más, ¿verdad? -pregunta ella con una mueca divertida-. ¿Es eso?

-Ahora que por fin estamos juntos…

-Llevamos juntos bastante tiempo -replica Vanessa.

-Es posible, pero ahora que hemos, ya sabes, establecido un vínculo, puedo decir que si muero en esta lata de conservas, al menos no moriré solo. Siempre he tenido miedo de morir solo ¿sabes?

-¿Llamas “establecer un vínculo” a hacer el amor?

-Sí.

-Me parece bien -sonrisa apenada-. Pero yo sí que quiero que nos rescaten, Andrés. Me niego a pasar el resto de mi vida encerrada. Alguien tendrá que escuchar la señal de socorro.

-Bajaré ahora a comprobarlo de nuevo, ¿te parece? -se levanta y comienza a ponerse los pantalones-. Y de paso hago la cena. Relájate, la ayuda no tardará en llegar.

-Vale, pero vuelve pronto, que a mí tampoco me gusta estar sola.

Riéndose por lo bajo, Andrés coge unos cuantos libros de la estantería y los apila sobre la cama.

-Lee algo y así te distraes. Tienes novela clásica, filosofía, recetas y… un diccionario de francés.

Antes de salir de la habitación, se agacha y la besa en los labios. Termina siendo un beso más largo de lo que había planeado.

-Espero que no te incomode. Te quiero.

-Yo también te quiero, Andresix.

Su grito de euforia se escucha desde todos los rincones del refugio.

Afuera solo se oye el rugido del viento.

***

La radio instalada es un modelo obsoleto y viejo que aún funciona. Una vez se ha situado, Andrés trastea con las frecuencias del dial pero apenas percibe a intervalos algunas palabras con interferencias. Por enésima vez ese día, se esfuerza en captar algo inteligible al otro lado de la línea.

… la tormenta ha empeorado… brrrf… recomienda… no salgan de…

… el ejército junto con el personal gubernam… saturados de… llamadas urgentes de socorro… repartiendo el tratamie…

-Mierda. ¿Qué coño está pasando?

… ante una situación… brrrf… ataque por parte de…

… expertos lo… brrrf… se reconocen ciertos síntomas de… porque, la paranoia…

Andrés apaga el aparato y suspira, agotado.

-¿Alguna novedad? -inquiere Vanessa desde el pasillo con la voz un poco rasposa.

-Solo capto emisoras locales -replica él-. No hay forma de comunicarse con nadie. Espero encontrar algún circuito interno donde me reciban si sigo probando.

-Tómate un descanso y ayúdame a colgar esto.

Vanessa ha formado un collage sobre una madera con decenas de fotografías de ambos y le ha puesto un marco improvisado. El tablón es tan grande y ella está tan debilitada, que no puede sostenerlo. Andrés -que mantiene un cuerpo fornido a pesar de haber perdido algo de musculatura-, lo levanta hasta colgarlo. Retroceden y lo contemplan abrazados.

-Pues no ha quedado mal.

-¿Eso es todo lo que tienes que decir, tonto? Me ha llevado varias horitas.

-¿Le has dado las gracias a la impresora?

-La acaba de palmar -explica Vanessa, y tose-. Ahora sí que no hay nadie más a parte de nosotros.

-¿Seguro que estás bien? Te noto decaída.

-Estoy bien.

***

Harto de pelearse con la radio, Andrés decide despejar la cabeza preparando una cena de cierto nivel. Puede que no sea experto en telecomunicaciones pero sí es un hábil chef. En apenas una hora ha olvidado su discusión con el aparato y olfatea el delicioso olor que desprende el guiso de carne con patatas. Sirve dos platos y los coloca en una bandeja junto a un par de yogures, media barra de pan y una lata de melocotón en almíbar. Intenta calentar leche pero la cocina de gas ha dejado de funcionar. No importa; es una cena sencilla, bastará para levantarle los ánimos a Vanessa. Cargado con todo, sube las escaleras hacia la habitación.

***

… ¿Alguien… recibe?

-¡Sí! -ruge Andrés, victorioso- ¡Sí!

Se aparta el flequillo con una mano y recoloca sus auriculares con la otra.

-Estoy aquí. ¡Estoy aquí! ¿Con quién hablo?

… no se mueva de donde está. No sabemos cuándo… ayuda…

El gesto de entusiasmo se borra de su cara.

-¿Quién es? ¿Oiga? ¡Necesitamos ayuda!

… ¿Dónde se encuentra?

-¡En el refugio! ¡El refugio que hay en lo alto de La Morena! Estoy con otra persona, enferma. Llevamos atrapados varios meses…

… atención. No se muevan de donde se…

-¿Oiga? ¿Oiga?

…nos encontramos bajo amenaza…. ataque desconocido…

-¡Pero necesitamos ayuda! ¡Hay una persona enferma! ¡Tienen que sacarnos de…!

La comunicación se ha interrumpido. Furioso, Andrés se quita los auriculares y los lanza contra el suelo. Después revienta a patadas la radio.

***

-Mencionó algo de un ataque.

-¿Un ataque…? ¿Militar…?

-Puede ser. ¡Pero la ayuda está a punto de llegar! Ni de coña dejarían tirados a dos esquiadores extranjeros… ¿no?

Vanessa cierra los ojos, se reclina hacia atrás y tose broncamente. El aspecto enfermizo se ha acentuado. Está pálida como el yeso y su cabello rizado, antes vivo y chispeante, se mece ahora casi lacio, apagado. El cuervo que lleva tatuado ya no agita las alas.

-Aún podemos aguantar un tiempo, Vane -trata de consolarla-. He hecho inventario de la despensa. Si racionamos las latas y conservas tal vez duren un par de meses más.

-No sé si yo tengo… dos meses, Andrés.

Él la abraza y aprieta contra sí cariñosamente.

-Mientras estemos juntos, no nos pasará nada, ¿recuerdas?

Por toda respuesta, Vanessa tose de nuevo, y al hacerlo se le marcan aún más las bolsas bajo los ojos.

-Empiezo a preguntarme si todo esto… es verdad, si tú… lo eres.

Andrés, sorprendido, se separa y la mira a los ojos.

-¿Qué estás diciendo, Vane? ¿Cómo no voy a ser de verdad?

Ella alza lentamente el brazo hasta señalar con un tembloroso dedo índice el ventanal. La nieve golpea el cristal con furia y no se distingue más allá de la zona que iluminan las luces del refugio.

-Nada ha cambiado… en todo el tiempo que hemos estado aquí -murmura-. Y me pregunto… si lo que nos ocurre es real, si… llevamos meses encerrados… juntos.

Andrés agarra su mano lánguida, acaricia los dedos con delicadeza y los lleva hacia su cara para posar en ellos la mejilla. El roce le hace estremecer de frío. Una gruesa lágrima asoma en su ojo izquierdo. Hace lo posible por contenerla pero resulta ser la primera de otras muchas y termina gimoteando sobre la mano de Vanessa. Pequeños trazos de agua salada se delinean en su rostro y al llegar a sus labios, le saben amargos.

-Mírame, tócame… Soy yo, soy…

-Pensaba que todo era un sueño, pero es… una pesadilla. Ni siquiera sé… si yo misma estoy aquí… también -Vanessa ha vuelto a cerrar los ojos-. O si simplemente soy prisionera… de mi propia cabeza…

***

-Atención a lo que traigo… -Andrés frena en seco, vacilante, sosteniendo el bizcocho que ha dispuesto en una bandeja-. ¿Te encuentras mejor?

Vanessa sigue en la cama pero se ha incorporado. El cabello opacado le cae en cascada sobre los pómulos. Sostiene un libro abierto en el regazo. No levanta la vista aunque le oye entrar.

-¿Qué?

Le sobresalta el tono de su respuesta, inesperadamente violento.

-Tienes mejor color, Vane. ¿Más tranquila?

-Sí, no te preocupes, Andrés.

Él apoya la bandeja en la mesita de noche y se sienta en el borde de la cama. Con un ademán tranquilizador trata de acariciarle la pierna, pero ella la aparta rápidamente.

-Te he dejado únicamente una hora, Vanessa. Dime por favor qué ocurre.

La joven levanta la barbilla y clava su mirada en Andrés. Sus ojos se vuelven temblorosos y, sin decir nada, echa la cabeza hacia atrás bruscamente y se golpea con la pared violentamente. El libro que estaba leyendo cae al suelo a la vez que vuelve a golpearse contra el duro cemento. Andrés se arroja alarmado sobre ella y la sujeta para evitar un tercer choque.

-¡Dios! ¡Dios, Vanessa! ¿Qué cojones haces?

Ella no replica, su cabeza cae a un lado, pareciera inerte, colgando del cuello como un saco del extremo de una cuerda. Andrés se nota pegajosos los dedos. Las sábanas se han manchado de rojo.

-Joder, joder, ¡Joder!

La levanta y gira con dificultad para separar su cabeza de la pared. Se quita la camisa y presiona la prenda contra la herida en un intento de detener el flujo de sangre. Por suerte, la lesión parece superficial. Como sabe que hay un botiquín en el piso inferior, coloca la almohada bajo la cabeza de la chica y corre escaleras abajo, desesperado, hasta el cuarto de baño. Coge un rollo de vendas, esparadrapo y antiséptico y sale al pasillo, cuando un agudo silbido capta su atención.

La ventana situada frente a Andrés se abre de golpe y el impacto hace estallar los gruesos cristales contra los tabiques laterales. Un viento huracanado, frío como la muerte, penetra arrollador en el refugio. El suelo y las paredes se recubren en unos segundos de nieve y pedazos afilados de hielo. Intenta avanzar hasta las escaleras sujetándose a los muebles. A un lado, el tablón con las fotografías cae al suelo y las imágenes se desperdigan. Estallan una detrás de otra las bombillas de la estancia y el piso queda como sepultado en la oscuridad.

-¡Vanessa!

Reuniendo las fuerzas que le quedan, Andrés se arrastra escaleras arriba. Entra en la habitación y cierra la puerta tras él. Cogiendo aire con dificultad, se da la vuelta para atender a su compañera.

***

Vanessa está sentada sobre la cama, bajo ella una gran mancha redonda carmesí. Mechones negros, que ya no cubren su rostro, se han teñido de sangre. Está blanca como un cadáver, con el rostro sollozante. Sostiene una pistola herrumbrosa.

-Vanessa…

-Dime la verdad, Andrés -murmura ella-. Dime que… que nada de esto es real.

La tormenta arrecia al otro lado de la puerta, que apenas puede sujetar. Helados copos se cuelan bajo el marco y entran en contacto con su piel. Una sensación de frío y vacío comienza a adueñarse de él.

-Dime que… que estás en mi cabeza, Andrés.

-¿Qué…estás diciendo? -replica él, horrorizado-. Soy yo…

-Si ahora te… disparo, despertaré, ¿verdad?

Lloran. La puerta chirría y comienza a abrirse.

-Voy… a despertarme. Te quiero, Andrés.

-No, Vanessa… ¡no!

A Andrés le sucede aquello que más ha temido durante toda su vida. Agarrando con fuerza la pistola todavía humeante, muere solo.

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