Un grito a la oscuridad

Un grito a la oscuridad

clauzca

03/04/2019

No tengo cabeza para escribir, ni para casi nada. Es fácil no tener cabeza o perderla –de acuerdo a cómo se mire- cuando estás desprovisto de cosas básicas como servicio de agua o luz. Soy huérfana de madre, pero también de Estado, el Estado hace tiempo me abandonó, a mí y a millones. Llega por mi ventana un fuerte olor a gasolina, una gasolina subvencionada, prácticamente regalada, son las incoherencias de este país, no tengo agua por las tuberías, pero tengo gasolina gratis. Esa gasolina hoy la uso para alimentar una pequeña planta eléctrica con la que suministro energía para escribir estas líneas. Espero que valga la pena hacer un esfuerzo tan grande, para que luego el teclado no me quede corto. Uno nunca sabe el resultado hasta que otros lo leen ¿me lees? ¿hay alguien ahí? Hace tiempo siento que incluso dios se olvidó que nuestro país existe…

Veo a Neruda junto a mí, bueno, sus memorias. Me llevaron a sitios a los que me encantaría ir, aunque no pueda pagármelos en este momento, ¿teletransportación? Lastimosamente este relato no es de ciencia ficción… Japón, Francia, Chile, España, son algunos de los países que nombra, aunque en este momento cualquier país con un sistema democrático me basta. Cada país tiene lo suyo… si no me he ido del mío, es porque en el único país en el que uno no es inmigrante, es en el propio… y nunca me ha gustado estorbar, es mi pequeño defecto.

Sin embargo, en un país donde prolifera el caos, lo único que subsiste inmaculadamente es la naturaleza. Una montaña imponente adorna la ciudad en la que vivo, unas aves tropicales baten sus alas y adornan sus cielos, sus atardeceres, sus hermosas arenas blancas son escenarios de bellas playas. Lastimosamente no podemos valernos de eso… pudiésemos perfectamente a través del turismo, pero las condiciones actuales no están dadas, en las calles baila la anarquía con los malhechores, la suciedad sale de fiesta con la poca convivencia cívica que hay y nuestros gobernantes solo piensan en perpetuarse en el poder, solo diseñan políticas con ese perverso fin.

Por el simple hecho de vivir aquí ¿tengo derecho a quejarme, no? Un relato a la protesta y la amargura, eso es. Pero no todos los días son infelices. Todavía hay amabilidad en rostros ajados y mal vestidos, algunas veces poco perfumados. Los que dependen de sueldos y salarios solo pueden comer escasamente. El jabón, el detergente, para no decir la colonge, son lujos. Aun así, te abrazan húmedamente, te brindan lo poco que tienen, te ofrecen su café sin azúcar. El azúcar también escasea.

La dulzura aflora de otras fuentes. De almas nobles que resisten y trabajan con las uñas, que muchas veces ni siquiera se quejan. Les gusta su clima caliente, el sabor a papelón con limón, al pescado frito, que no pueden probar pero que recuerdan perfectamente con la esperanza -un poco resquebrajada- que lo quieren volver a degustar.

Porque nadie extraña lo que no conoce. Extrañan no solo el pescado frito. Quizás extrañan un país que ya no existe. Un país en el que nos jactemos de un sistema de transporte público que funcione, con libertad de expresión, con diversidad de productos que consumir, con condiciones de trabajo óptimas, salarios dignos, educación de calidad ¿ese país existió? No lo sé, quizás estoy demasiado joven para recordarlo, pero lo busco, lo excavo; en los libros de historia, en la memoria colectiva ¿y si no existe? quiero crearlo ¡quiero que exista! Para mí, para los hijos que aún no tengo, unos hijos que tengo pavor de engendrar aquí… días cómo hoy, ni siquiera puedo pensar en practicar como voy a hacer esos hijos… no hay cabeza ni para el sexo rudo, ni seguro, ni de ningún tipo.

Voy creando el país en mi cabeza, una y otra vez, le doy forma. Repaso todos los elementos. Abro los ojos pero siguen apagados ¡por supuesto que están apagados! no hay luz. Es un gobierno que a la fuerza nos intenta apagar a todos y aun así, nos resistimos a hacerlo por completo, quizás yo con mi pluma encendida, otros con su voz, con su verdad, con su trabajo. Pero tengo miedo ¿de qué? El sistema te envuelve, te arropa, te adoctrina, te acostumbra. Nadie se puede acostumbrar a vivir sin luz, sin agua, sin transporte… Nosotros nos estamos acostumbrando. Tiemblo de miedo.

Estoy enloqueciendo y nadie me cree. Estoy a tiempo de mantener la cordura. Miro la naturaleza que me da calma, ella me sonríe, está agradecida: hay menos vehículos, menos polución, menos trabajo, menos industrias. Las chicharras que en la ciudad capital se creían extintas, hacen su concierto armónicas. Están felices. La ciudad es nuevamente de ellas. No todo es malo, ¡no todo es malo! Hay que aferrarse a pequeñas cosas. Voy sucumbiendo al sueño. Creo que me dormiré con ustedes, encima del teclado.

Me levanto. La luz del día y su claridad irradian todo. Mi teclado pide a gritos que no pare, pero siento que mi poca lucidez hará que haga un trabajo pésimo ¿para quién escribo? ¿quedará de este país en sombras personas que quieran leer? ¿alguien querrá leerme? …

Ahora puedo usar el día para dormir. Ya no soy tan productiva cómo debería. Hay una paz inusual y abismal. No se oye nada. Es una paz que me transmite inquietud. Mientras toda la ciudad está en paz yo quiero producir sonido. Ahhhhhhhhhhhhhh ¡Quiero gritarle a la oscuridad! Pero solo lo hago en mi mente y en mi teclado. Nunca antes había escrito un grito, es liberador, tanto cómo si lo expulsas. Ahhhhhhhhhhhhhhhh ¡Libertad! ¿por qué siento que más nadie grita conmigo? Porque muchos nos sentimos igual, pero han buscado la manera de callar nuestras voces.

¿Sobreviviré vivir al borde de las emociones todo el tiempo?

¿Podré vivir todo el tiempo con adrenalina en el cuerpo? ¿con miedo?

Descubro un país cambiado todos los días. Un país más deteriorado todos los días…

Estoy agotada. Y debo irme… pero por ahora seguiré aquí… con mis letras.

¡Pam! ¡Auxilioooo! tumban la puerta de mi domicilio. Oigo los pasos de botas fuertes. Requisan toda mi casa. Yo me escondo en el baño, sé que me encontrarán pronto. Los pasos se oyen cerca. A la fuerza, mis pies son arrastrados hasta el sofá, me tumban de espalda y me esposan. No veo una orden de allanamiento ni de registro, pero tampoco pregunto, de nada sirve los protocolos y la legalidad. De reojo, logro ver que comienzan a sacar de unos bolsos negros dólares, teléfonos y una laptop que sé no es mía pero que pronto lo será, a efectos judiciales ¿qué contendrá? Odiaría que tuviese algo escrito con errores ortográficos ¡son capaces!… Sabía los riesgos que implicaba escribir artículos de opinión y ser una voz disidente en una plataforma que para muchos es inofensiva pero ellos no soportan doscientos cuarenta caracteres ¡y yo no me callo nada!

-¿Para quién trabajas? Me grita uno en la cara. Siento su saliva en mi rostro.

Esta gente proyecta. Solo pueden pensar que uno trabaja para alguien, creen que uno es incapaz de pensar por sí mismo.

-No trabajo para nadie.

-¡Mientessss! Me abofeteo. -Dinos para quién trabajas.

Me llevaron hasta un vehículo que me condujo directo hasta una de sus prisiones del terror.

-¡Y no levantes la cara!

El interrogatorio era más bien una confesión forzosa. Pretendían que declarara cosas y delitos que no había cometido. Pero es que en este país existen los delitos de odio y la corrupción espiritual, entonces, cualquier cosa que viene del alma es delito. En ese momento estaba llena de mucho odio. No merecía estar allí por el hecho de disentir y decir lo que pensaba. Pero si odiar es delito, que me condenen ya.

Me dieron unas pastillas. Me drogaron. Desvariaba. Pretendía que repitiera lo que ellos me decían. Estaba agotada. Tenía sed. Estoy hijos de… te quiebran por algún lado. Tienen todas las técnicas para hacerlo.

Llevo dos semanas presa. Cuando el blackout –hasta para las tragedias tenemos términos sofisticados- no tenía luz en mi casa, aquí tampoco hay, la diferencia es que sobra humedad y mal olor, y me degradaron a hacer mis necesidades en público. Quiero llorar, pero estos engendros me quitaron las lágrimas y el derecho a sentirme mal. Ya enfermé del estómago. No como absolutamente nada de lo que me dan, solo espero por la comida que me trae mi familia o la de los demás presos políticos que han creado una especie de comunidad. Mi peor tortura, es todo lo que debe enfrentar mi familia por el hecho de estar aquí. Agradezco que mi madre está muerta. Hasta eso me han hecho agradecer.

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