Blanco y luz. Le ardían mucho los ojos. Era como si cada fotón fuera un puñal directo a la córnea. Se levantó y todo lo que veía era blanco, le dolía el brazo izquierdo. No entendía nada. Buscó pistas, cualquier rastro pero no encontró nada. Caminó y se topó con una pared, pasó su mano buscando otra y encontró tres más. Estaba en una habitación -más bien en un cubículo- blanca y sin salida.
No quería darse cuenta pero su pulso se aceleró, miró a una pared, miró a la otra y a la otra y a la otra, miró al techo y miró al suelo. Ya quería darse cuenta. Se miró a sí mismo y se palpó el brazo, notaba un bulto en la parte delantera del codo y temió que fuera el de una inyección, esa idea le daba un sentido a cómo había llegado allí, se metió las manos en los bolsillos muy lentamente con miedo a lo que pudiera haber. Notó algo en su mano derecha, un papel con algo escrito
— Reflejo -susurró-
Dio un respingo, se asustó de su propia voz. En ese momento, justo después de su palabra, notó el profundo silencio que habitaba el cuarto y un miedo punzante se metió en su cuerpo, lo atravesó desde los pies y salió por la cabeza dejando tras de sí un escalofrío.
De repente cambió algo. Sabía que había algo nuevo. Se giró y se vio.
Un espejo de aproximadamente 2×0,5 metros se materializó detrás de él, el marco era color caoba y estaba adornado con pequeños hoyuelos, la superficie estaba pulida a la perfección. No recordaba un reflejo tan bien conseguido. De hecho, no parecía un reflejo. Era como si se estuviera viendo en tercera persona, como si su reflejo fuera él y estuviera viéndose a sí mismo.
Dio un paso hacia el espejo, pasó su mano por el marco y por la superficie. Era como si su reflejo lo tranquilizara, o tal vez era el hecho de ver algo diferente al blanco.
— ¿Qué mierda es esto?
Hubo respuesta, en el papel ahora había una frase, pero las palabras estaban escritas al revés: sere nèiuq adreucer. Él sabía lo que tenía que hacer. Colocó el papelito delante del espejo y leyó: recuerda quién eres.
—Mi nombre es Katharis.
Al tiempo que decía esto, su reflejo pasó a ser el de una pelota. La pelota era del tamaño de un balón de fútbol pero era de esas que se compran en la tienda de la esquina, de plástico barato y que se desinfla a los dos días. La pelota era escarlata y estaba manchada por algo que parecía tierra. Su pulso se aceleró. Se sintió profundamente horrorizado con aquella imagen, entró en pánico. Sus pupilas se dilataron y sentía un dolor parecido a la rotura de una costilla justo en la mitad superior de su cráneo. Intentó huir atravesando alguna de las paredes que lo encerraban pero era inútil. Cerró los ojos pero lo perseguía en su mente. Lo dominaba. Gritó hasta quedarse sin voz y lloro hasta que no le quedaban lágrimas. Dejó de verla.
Huele a barro. Abrió los ojos y vio a muchísimas personas. Sentía una conexión con ellas y entonces lo entendió. Ahora estaba en el purgatorio.
—Estoy muerto.
Lunes 22 de febrero. Año 1987. Hora 14:30.
Luna López salió del comedor de su colegio. Ese día se comportó sorprendentemente bien, se había comido todo el puré y se sentía orgullosa. En recompensa, le regalaron una bonita roja y era la envidia de todos sus compañeros. La niña no paraba de sonreír. Estaba esperando a que sus padres llegaran para mostrarles su trofeo. Ellos se retrasaban siempre pero ese día parecía como si se hubieran olvidado de ella.
Lunes 22 de febrero. Año 1987. Hora 14:25.
Katharis Adkamil se dirigía a casa de sus padres. Conducía el coche de su hermano mayor, un jeep que éste había comprado días antes de su boda. Ahora no lo necesitaba.
Katharis había recaído, había fumado una piedra de crack y estaba empezando a sentir el mono. Él lo pasaba especialmente mal, se le nublaba la vista y sentía como si su cabeza fuera a explotar.
Hora 14:45.
Luna se estaba impacientando, todos sus compañeros ya se habían ido y ella estaba sola en la acera de pie y aburrida. Se puso a jugar con su pelota. La hacía rebotar contra el suelo con todas sus fuerzas para que alcanzara la mayor altura posible y luego aterrizara en sus pequeñas manos.
Hora 14:44.
No le quedaban más que doscientos metros. Les pondría alguna excusa barata como que necesitaba dinero para una maqueta de la universidad. Realmente no necesitaba excusa; desde la muerte de su hermano no ponían pegas a ninguno de sus caprichos.
Hora 14:45.
Luna botaba y botaba intentando llegar cada vez más alto, se divertía y ya se había olvidado de que estaba esperando a sus padres. Una pequeña ráfaga de viento desvió su pelota y la dirigió hacia la carretera, desafortunadamente fue en su búsqueda. Katharis no tuvo los reflejos suficientes para esquivarla, se distrajo al ver algo rojo que caía del cielo. El cráneo de Luna golpeó con tanta fuerza el parachoques del jeep, que se desquebrajó como la cáscara de un huevo contra el suelo. Luego todo en negro.
Martes 20 de febrero. Año 2001. Hora 15:58
—Tiene derecho a dar sus últimas palabras.
Una lágrima resbaló por su mejilla, una sola lágrima. Era una lágrima de resignación, de arrepentimiento y de inocencia. Una mezcla de sentimientos lo inundaba pues él no tenía la culpa de haberla matado pero igualmente era responsable.
— Solo pude ver una pelota roja.
Después, el verdugo introdujo la mezcla de químicos que acabarían con él. Primero lo sedarían, luego sus constantes vitales se irían apagando progresivamente hasta la muerte.
Los padres de Luna no pudieron evitar llorar, por fin se hacía justicia. Por fin su hija fue vengada. Pero aún así no podían evitar sentirse culpables.
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