Los tiempos de Leopoldo.

Los tiempos de Leopoldo.

Sthill

21/03/2019

Existen personas que poseen la capacidad de enamorarse casi inmediatamente luego de una mirada. Si bien es claro que se trata de una cualidad de dudosa conveniencia, también lo es que un análisis su provecho resulta ocioso, pues cuando esta patología se hace notar, suele convertirse en una condición permanente e imposible de sortear. Al día de hoy, la medicina no tiene respuestas contundentes para este padecimiento.

Peor aún, en caso de hacerse presentes síntomas como; enrojecimiento de las mejillas, taquicardia, o un total y manifiesto desinterés por cualquier otro ente; la situación es ya irreversible. Comenzará, desde ese momento, una trágica cuenta regresiva que será acompañada de actos de creciente insensatez y actitudes autodestructivas que no cesarán hasta que se llegue al punto de la completa enajenación y el exilio definitivo del universo reflexivo.

La condición de enamorado instantáneo no suele ser casual ni caprichosa, por el contrario, es un indicador -bastante certero- de personalidades extremas, sin grises. Esta particular especie de seres humanos es a menudo gente muy feliz, o en otros casos, serios candidatos a morir en las vías del tren un día domingo o lunes feriado. Son los menos.

En la otra esquina podemos encontrarnos con gente como Leopoldo, quien solo conseguía enamorarse de una persona con el transcurso de un tiempo prudencial. Debe advertirse que la longitud del elemento temporal no es inflexible ni rigurosa, sino más bien ondulante. Lo contrario importaría asegurar que son cuantificables los vaivenes de la pasión, y no podríamos admitir de ninguna manera que la ciencia gane ese terreno, de los pocos en que las trincheras del sin-razón siguen firmes.

No obstante, podemos afirmar que existen ciertas situaciones que denuncian los plazos del corazón de Leopoldo, y mediante el análisis de ellas podemos ubicar, sin demasiada precisión, el momento aproximado en el que nuestro protagonista se habría enamorado.

Por ejemplo, de acuerdo a la tesis titulada “Amor est bellum” contenida en el “Manual de psicología del amor infante” del Dr. Balá, podríamos asegurar que Leopoldo ya se encontraba enamorado de su compañera de banco del 2do año de la primaria aquel día que le pegó un chicle en el cabello. Una tarde poco memorable.

El segundo ejemplo requerirá de un estudio más profundo. A saber; consta en fojas 32 del diario íntimo de su primera novia que en su tercera cita Leopoldo le habría dicho “te amo”. Casualmente fue el mismo día que nuestro joven galán perdió su virginidad. Según lo que se extrae del documento, los dichos fueron vertidos luego de consumado el acto, por lo que se descarta que se trate de una falta a la verdad con intensiones persuasivas. Lo que no puede desestimarse es que las palabras hayan surgido como fruto de una emoción por los hechos recientes.

Parte de la doctrina especializada entiende que aun si este fuera el caso, no existen diferencias fundamentales entre un amor de toda una vida y uno de quince minutos. Y que por lo tanto, ese amor era genuino, ya que la brevedad no afecta la naturaleza sentimental de la emoción.

A su vez, los que se pronuncian en contra de enumerar esta historia como uno de los amores de Leopoldo se dividen en dos sub-grupos.

Los primeros son aquellos analistas empecinados en encontrar en todos los amores un carácter común de perdurabilidad. Ello no implica que un amor de veinte años sea el doble de grande que uno de diez -no son tan pretenciosos en su afán de determinabilidad aritmética- pero sí afirman que se requiere una unidad temporal mínima como condición necesaria para la existencia de un amor razonable. En un principio, los autores que defendían esta tesis habían fijado más o menos caprichosamente el plazo de tres meses como requisito sine qua non para considerar un amor como real. Años mas tarde, durante un congreso en la ciudad de París que duró unas dos semanas, decidieron que quince días eran más que suficientes.

La segunda corriente de autores que niegan a la relación con su primera noviecita la calidad de “amor” son más técnicos, más detallistas, y apelan a las formalidades para fundar su negativa.

Estiman ellos que no existen pruebas suficientes para generar certeza en un jurado que se precie de ser medianamente serio, y argumentan que las declaraciones de la noviecita al diario bien podrían ser mentiras argüidas a los efectos de disimular el calor que producían sus hormonas adolescentes y justificar actos impúdicos no tolerados por la iglesia católica, ni por papá, ni –peor aún- sus amigas. Amigas que resultaban ser las fiscales insobornables de la secundaria, y con acceso irrestricto al diario. Pero que sin embargo podían considerar aceptable la situación si existía amor entre los consumantes; una especie de atenuante o excusa absolutoria.

En virtud de lo expuesto, presumen estos autores que la declaración al diario podría no ser verídica, y al no estar suscripta la hoja por Leopoldo, nada puede aseverarse respecto al caso.

Una vez fenecidos los primeros amores, como es de esperar en cualquier persona consciente del dolor, los próximos demoraron un poco más en concretarse.

El quinto amor quedó certificado de modo fehaciente luego de una mañana de extensas conversaciones íntimas y de descubrir en la señorita un ser maravilloso, distinto, magnificente. Según me dijo alguna vez un sabio de bar -o un ebrio de palabras firuleteadas- todos somos seres maravillosos en potencia, pero es condición indispensable que el interlocutor esté dispuesto a encontrar en nosotros dicha calidad.

Los amores subsiguientes de Leopoldo eran aletargados y de intensidad decreciente. En la mayoría de los casos acababan confirmándose solo una vez finalizada la relación.

Leopoldo comenzaba a pensar que -al contrario de la mayoría de las actividades- en los asuntos del amor, la práctica nos vuelve menos hábiles. La experiencia sería, a estos efectos, una desventaja. Arriesgaba que quizás uno se enamora con una mayor intensidad en su plenitud, y probablemente la destinataria de dicho amor sea mejor valuada por nuestra memoria que las otras mujeres que nos aceptaron cuando ya no éramos lo que supimos ser, cuando nuestro encanto se empezaba a gastar. Quizás pueda uno ver su propia decadencia graficada en los amores que ha tenido. Vaya tarea dura tener que aceptar que uno se contamina, se degrada, se vuelve osco, árido. Que ya no es aquel ser puro, liviano, volátil y delicado, que sabía enamorarse sin reparos.

Aceptar amores peores es aceptarse a uno mismo peor, he aquí la importancia fundamental del mejor amor. Es un reflejo del mejor yo.

Leopoldo nunca llegó a enamorarse de su última compañía, es que ya no se soportaba.

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