Un hombre que puede percibir el espectro de luz con un solo ojo, se mira en un pedazo de espejo roto, colgado en la pared gris llena de humedad. Se sienta en un colchón viejo y pesado, entrelaza las manos, juega con el cabezal de color de un alfiler. Busca debajo de su cama de lata un recoveco donde guarda un celular gris descascarado. Le pide a su compañero de celda que lo ayude a ingresar a internet, su único vistazo de lo que pasa afuera.

De repente eso ya no basta.

Aquel hombre delgado, sin fuerzas, carcomido, sostiene firmemente ese teléfono. Piensa entre muchas otras cosas, en Juliana.

Tiene la sensación de haber estado en ese lugar antes, en ese limbo de malestar emocional, de molestar-emocional. Y cuando se siente mal, su mente le juega la mala pasada de volver al inicio.

Su padre era un albañil humilde, menudo, débil, sin carácter. Su madrastra no toleraba verlo jugar por los alrededores del rancho. Chanchos, caranchos, pozos anchos. Su madre era alemana, paya de mirada amable, sin legado que proteger. Simplemente desapareció. Años más tarde viajó a Buenos Aires a buscarla, pero nunca la encontró.

“La vida no discrimina, la vida te roba, te quiebra, te rompe, te rasga. Si puedes sobrevivir, será robando, quebrando, rompiendo y rasgando. Y si estoy equivocado, Dios no lo quiera, yo pagaré por mis pecados. Pagaré por cada uno de ellos.

Esperaré. Pagaré por ello, espero que la vida mejore. Esperaré.”

La primera vez que Patricio, el hombre de un solo ojo, deseó algo ajeno, era una bicicleta roja. Había pasado tiempo desde que él y su hermano habían sido expulsados del rancho. Su hermano se empecinó con la idea de un trabajo. Consiguió poner una carnicería por sí mismo un poco más adelante. Para Patricio no era necesario todo ese trabajo. La agobiante idea de vivir una vida corriente lo asfixiaba.

Patricio sólo miraba aquella bicicleta roja, que no podía tener. Decidió cambiar ese hecho y simplemente la tomó.

La velocidad con la que corrió esa vez se fundió con aquel paisaje. Las imágenes pasando rápidamente, los árboles girando en su propio eje, dejando todo atrás. Ese efecto desdibujado del movimiento, sus piernas en automático, una pesadez en el pecho, como vivir una cámara lenta. Descarga de no sabe qué. Adrenalina disparadora, impunidad adictiva.

Solo fue el comienzo. Conoció a esa parte de sí mismo que justificaba sus impulsos. Aquella parte que consuela los recovecos en carne viva, abiertos por el paso del tiempo. Aquella voz tranquilizadora que balancea la inevitable tiranía del ego. Conoció el poder de una navaja, un tiro ficcional en una pistola de juguete.

Un tiro nunca disparado, un tiro que aún amenaza la memoria de quien se topó en su camino. Aquel que sin importar el paso de los años, se ahoga en las posibilidades, se inunda en el miedo. Manos frías, temblores, mareos y una pastilla naranja que adormece el dolor. Una persona que se sentó en el asiento de las víctimas y que se dió cuenta que nunca obtendría una retribución válida. Una de las cuantas que buscó en el brillo de los ojos de Patricio arrepentimiento sincero, y sólo se encontró con dos agujeros negros, llenos de nada, de todo, de vacío, de algo inmensamente inexplicable.

Esos tiros se dirigieron, también, a una serie de mujeres. Hechizadas con una suerte de encanto y amor incondicional. Todas pospusieron la alarma reiteradas veces para quedarse con él.

Cuando Juliana nació, lloró. Eso rompió el corazón de Patricio.

Cuando Juliana creció, lloró. Pero Patricio nunca se enteró.

Juliana fue la primera de sus tres hijos. Todos de distinta madre.Y una de las cuantas personas que pasaron por su vida como si fuera un pestañeo.

Juliana le contestaba las llamadas siempre, corría a toda velocidad al verlo, se fundia en su abrazo, odiaba ser separada de él. Ahora que han pasado 20 años no tiene noticias de ella. Ella nunca se encuentra cuando él puede llamarla.

¿Cuándo te das cuenta de que tus afectos no son más tus afectos?

¿Quizás cuando éstos se toman la libertad de estallar en ira? ¿O cuando se dan el derecho a recriminarte las heridas que les inferiste?¿Tal vez cuando lloran maldiciendo tu nombre?

No.

Tus afectos no son más tus afectos cuando tu existencia ya no es relevante en sus vidas. Lo contrario al amor no es el odio, sino la indiferencia. Lo contrario al amor no fue el odio, sino haber olvidado. Lo contrario al amor no fue el odio, sino haber tirado lejos a una persona.

“El amor no discrimina. El amor te roba, te quiebra, te rompe, te rasga. Si tienes la oportunidad, será mejor que lo observes, lo adores, lo admires, lo tomes. Y si estaba equivocado, que dios lo perdone. Es solo que él esperaba que la vida mejorara. Él debe pagar por sus pecados. Pagará por cada uno de ellos.”

La primera vez que Patricio, el hombre de un solo ojo, se entregó a la naturaleza dionisíaca era un simple juego. El gusto por aquellos menjunjes en pequeñas dosis, empaquetados tan minúsculos, tan chiquitos, tan efímeros, fue acrecentando con el paso del tiempo y el aumento del dolor por vivir.

A Patricio le dolía la vida. Pasaba así largas horas escapando de ella hacia otras dimensiones. Había veces que no regresaba. Pero por alguna razón su conciencia no lograba dormirse por completo.

“La vida no discrimina. La vida te roba, te quiebra, te rompe, te rasga. Si tienes la oportunidad, será mejor que la observes, la pienses, la sientas, la ames. Y si estaba equivocado, que dios me perdone. Es solo que esperaba que la vida mejorara. Yo prometo pagar por mis pecados. Pagaré por cada uno de ellos.”

La primera vez en al agujero fue una ligera advertencia, las siguientes veces fueron una costumbre mal arraigada. La última vez, una persona que no conoce otra cosa. Patricio se arrepiente de su último error, se pone las manos en la nuca y llora desesperadamente por volver el tiempo.

Aunque solo bastaría con volver a aquel momento en el que perdió un ojo en medio de una pelea por sustancia. O cuando su ira lo impulsó a tomar la vida de aquellos quienes le quitaron la vista, bajo un farol amarillento en una calle ripiosa de aquel barrio de nadie.

Antes de ese momento había decidido encaminar su vida. En este preciso momento quería encaminar su vida. ¿Por qué se sentía como si fuera demasiado tarde?

Los ácaros flotan alrededor de Patricio, quien percibe ese pequeño halo de luz entrando por una mísera rendija de su cuarto. Mira la campera y las frazadas que alguna la vez le llevó Juliana en una visita. Por más que está en pleno verano y el calor parece querer desmayar, Patricio siente la necesidad de abrigarse.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS