Instrucciones para programar una lavadora

Instrucciones para programar una lavadora

ZCM

12/03/2019

Mi padre murió ayer o quizás fue la semana pasada .O fue mi madre, o quizás ambos, que al morir uno murió el otro. Sí, mi padre ha muerto hoy y ayer y todos los días desde que le recuerdo.

Estoy sentado en su sillón, no creo que le importe. Mantengo una conversación con el silencio de su casa, vestida con adornos de los desaparecidos Todo a cien y muebles rancios que no saldrán jamás en anuncios de televisión, pero por los que mis hijos pagarían más de lo que valen en internet si el anuncio contiene el hashtag vintage.

INMEJORABLE PROMOCIÓN MUEBLES #VINTAGES

Inmejorable sillón vacío de estampado floral desgastado en la zona de las nalgas (por el peso de la vida en sus horas de descanso). ¡Ahora por solo 150 euros!

Y si se lleva el de mi madre le haríamos un increíble descuento del 20%.

Pero mi madre aún necesita sentarse en su sillón, ahora más que nunca, por eso no lo hará, son cosas de madres, cuando más cansadas están más tiempo permanecen en pie.

Mi madre está muerta pero viva. Para que usted me entienda, está como muerta, no muerta, pero como si lo estuviese, murió cuando lo hizo mi padre, pero no está muerta, la escucho hacer ruido en la cocina. A mi padre no y si lo hiciera entonces debería ser un tema que habría que tratar en persona y no por escrito. Mi madre lleva días o quizás meses en esa zona de la casa, hasta creo que duerme en la encimera. Está quejándose todo el tiempo, de las cantidades, de los recipientes y de qué todo lo que venden está pensado para dos:

Mamá tienes que hacer un viaje.

No hijo, porque los maravillosos cruceros ofertan para dos.

Mamá ve al cine.

No hijo, porque solo si vas acompañado la entrada te sale a la mitad.

Y así con todo:

Que si los botes de tomates pequeños son para dos raciones y el bote grande se estropea muy pronto para una sola persona. Que si la cafetera prepara café para dos y el café que sobra al volver a calentarlo ya no sabe igual. Que si la cama del dormitorio es demasiado grande para uno y se pierde entre tanta sábana. Que si el pasillo tiene espacio para dos, dos zapatillas, dos cristales para unas gafas, dos gorriones en el balcón, dos ojos en la cara, dos donnut, dos rollos de papel de cocina, dos terrones de azúcar, dos, dos, dos…

Lee algo mamá, un buen libro de esos que te gustan tanto.

Que si lo piensas bien todo está pensado para dos, hijo, dime sino, una sola historia de amor, una sola, donde solo haya uno.

Tiene razón. Y dejo que se queje y por eso estoy aquí, por ella y por la ausencia de mi padre y por la comida, para que no se eche a perder, porque sigue cocinando para dos y lo hará siempre, y por que me duele el pecho como debe doler un infarto y me arde la garganta como debe doler beber fuego. Y ese dolor solo sabe curarlo una madre. Pero no me quejo, como mi madre oculta sus sollozos con el ruido de los platos y el agua que corre al salir del grifo, yo enmudezco. Siempre he sido bastante quejica y sensiblero. Me pregunto cuando romperé a llorar y si cuando lo haga podré parar, o tal vez no he parado de hacerlo desde que se fue.

Disculpe el tono y el tema elegido para escribir, aunque sé que usted no espera que escriba otra cosa. Y si hago esto, es porque usted me lo pidió, convencido de que sería beneficioso para mi. Este folio ha estado días o semanas esperando, al igual que la tila, fría y estancada en la taza cascarillada, de superhéroes, que usaba cuando era adolescente. Mi madre la ha recalentado, la tila, en el microondas, dos veces y sé que aún así jamás volverá a estar caliente y el folio tan vacío. Me he bebido la tila y estoy escribiendo. Perdóneme si hay faltas de ortografía o espacios entre párrafos, o cosas que no deberían estar. No veo bien con las gafas empañadas y no leeré lo que he escrito. No me gusta hablar de cosas tristes, suelo huir de ellas, cuando voy al cine siempre veo comedias.

Mi padre ha muerto hoy. Lo enterramos ayer. Asistieron todos sus amigos. Los que aún no murieron. Menos Lucio. Debería llamar a Lucio para contarle que mi padre ha fallecido. Eran los mejores amigos. Cada día en la cafetería del Corte Inglés leían la prensa en silencio, después pedían una tónica con una rodaja de limón y comentaban las noticias. Eran amigos desde niños, hasta que un día Lucio no pudo seguir leyendo el periódico, lo arrugó y también el entrecejo y le echó en cara a mi padre que nunca le preguntaba por su madre enferma, seguidamente se marchó dejando el vaso lleno de tónica y a mi padre y al limón flotando entre las burbujas. Tres años sin hablarse y ahora, por mi padre, serán muchos años más. Todos los que viva Lucio si es que aún vive.

Me van a operar. No lo he comentado con anterioridad porque no creo que sea relevante. El día está marcado con un círculo rojo en el calendario de la cocina. Hemorroides (Como si la vida no me hubiese dado ya suficiente por culo)

Discúlpeme.

Antes era algo que no me preocupaba. Ahora me aterroriza. ¿Y si me castiga la vida? ¿Y si no despierto? Él no despertó.

Desde que murió papá me rechinan los dientes.

Yo maté a mi padre. Yo no maté a mi padre.

Yo maté a mi padre.

No.

Lo ayudé a morir.

No.

Maté su sufrimiento.

Soy su salvador. (Decidí acabar con el sufrimiento de su vida, el que le causaba la cruel enfermedad ) Y por ello me salvo.

Soy su verdugo. (Decidí por sufrimiento parar su vida y ahora esa cruel decisión me enferma) Y por ello me condeno.

Me salvo y me condeno con la misma facilidad. A veces Salvador. A veces Verdugo. Me salvo y me condeno con la misma facilidad dependiendo del día o de cómo me haya sentado el café de la mañana o del tráfico que encuentre de camino al trabajo o de lo que haya preparado mi mujer para la cena o de si pierde mi equipo de fútbol o del reflejo que me devuelva el espejo o de si veo la foto de mi padre en la mesa del salón. Y usted me dice que deje pasar el tiempo, que aún es pronto, y que es normal sentirse culpable ante un hecho de tal magnitud. Pero el tiempo pasa de tal forma que ha desaparecido. Ya no hay segundos, ni minutos en mis días, ni días en mis meses, ni meses en mis años. Espero que escribir esto me ayude, como usted afirma con tanta confianza.

Mamá no lo sabe.

Mamá no sabe que tuve que decidir. Le dije al médico que sería mejor que ella no supiese nada. Así los remordimientos son solo míos. Tan egoístamente la amo. Decidí por tres si dejaba de respirar uno. Decidí por mi madre, la que siempre nos ha dado tanto, por mi hermana, que iba a dar a luz en pocas semanas y por su edad, cuarenta y dos, tenía que reposar, y por mi, que por no tener que elegir en la vida, ni jugaba a la primitiva. Decidí por tres si dejaba de respirar uno. Uno. Mi padre.

Tomé la decisión.

Y cuando fui a despedirme de él, abrió los ojos, estiró el cuello como llevaba meses sin hacerlo y movió los labios, parecía que iba a levantarse y salir andando y entonces pensé que me había equivocado.

Pavor: es un pavo sin cabeza, que corre sin sentido, con un agudo e inaguantable dolor, que se desangra por la herida abierta y conoce su final.

¿Cómo había sido capaz de tomar esa decisión? ¿Quién era yo? Es mi padre. Papá seguía luchando por vivir y yo había decidido parar su lucha. Parecía que él sabía que decisión había tomado y con sus ojos abiertos y sus labios secos gruñó. Me reprochaba. O quizás fue su manera de agradecérmelo. Después de eso se desplomó y por un momento dejé de percibir que estaba en el hospital ¿Cómo había llegado a ese atasco y porqué pitaban los coches? ¿Me pitaban a mi? No eran coches. Los médicos me arrojaron fuera de la habitación. Hicieron lo que había decidido.

Mi padre murió un día, no sé cuál, para mi muere en todos.

– No has tomado ninguna decisión importante en toda tu vida hijo – dijo mi padre hace tres años mientras sostenía el manual de instrucciones para programar la lavadora – cuando lo hagas estaré orgulloso de ti.

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