Cosas increíbles suceden todo el tiempo. A veces nos toca verlas de cerca, y otras ni siquiera nos enteramos. Quizá en algún punto de la infinidad del universo alguien como tú está leyendo este mismo cuento, pero sentado en la cima de una montaña. O quizá, tu otro yo, este viviendo una situación asombrosa. El punto, es que cosas increíbles suceden todo el tiempo aunque ni siquiera nos enteremos. Nuestra historia transcurre en ese preciso momento y lugar donde la fantasía y la realidad se funden. Ésta es la increíble historia de Bernardo Helten.


Ese día amaneció como cualquier otro para la mayoría de las personas. Pero para Bernardo era un día especial. Desde que despertó sintió que la atmósfera estaba cargada de optimismo. Respiró hondo en su cama antes que suene el despertador y se dijo así mismo que hoy sería el día en que daría el primer paso para cumplir su sueño, que más que sueño, era una gran fantasía. Siempre soñó con salvar vidas o tener en sus manos el poder de otorgarle a otra persona la chance de seguir viviendo. Y su deseo pasaba por un lugar muy específico: quería ser cirujano. Bernardo a sus 32 años contaba con un vasto conocimiento médico, que abarcaba desde los diagnósticos más intrincados de Dr. House hasta los envenenados amoríos de Grey`s Anatomy. Era todo un experto en cirugías a corazón abierto y sus suturas siempre sanaban, aunque todo sucedía en su imaginación, claro está. Pero hoy daría su primer paso dentro de un quirófano, nada más y nada menos que como honorable miembro del plantel de limpieza del quirófano N° 2 de La Clínica «Wawata». Hoy comenzaría un camino de ida hacia la cima, aunque como muchos, con un largo recorrido por delante. Bernardo sabía esto, pero se sentía optimista. Inhalo profundamente sintiendo magia en el aire y fue a llenar la tetera. Dejándola rebalsar bajo el grifo, soñaba despierto sobre su prometedor futuro. Se tomó un té con dos tostadas y mientras miraba por la ventana le pareció ver que las nubes se movían de una forma especial, quizá queriéndole decir algo. Quizá.


Cuando su encargada le dijo que la espere en el vestuario de los cirujanos mientras traía los formularios, Bernardo no podría creer lo cerca que estaba de todo aquello que solo tenía lugar en su imaginación. Su infantil mente casi podía palpar el día en que fuera un verdadero cirujano y ése sea su lugar por derecho. Esa retorcida imaginación, alimentada por su innata curiosidad siempre lo metía en problemas. Pero, si algún día iba a ser un verdadero cirujano, ¿Por qué no verse al espejo como tal?. Así que buscó un locker sin llave, cosa que por fortuna no le costó encontrar, y se probó el equipo quirúrgico competo: Ambo, cofia, barbijo y suecos quirúrgicos. Cómo describir las sensaciones que recorrieron su cuerpo al verse frente al espejo, convertido en lo que toda la vida soñó ser. De repente no existió nada más. Solo era él y su reflejo. Así fue como se encontraron el momento exacto con el lugar indicado, en una receta perfecta para que suceda lo increíble.

-Al fin lo encuentro Doctor – Dijo la instrumentadora, irrumpiendo en la habitación – Lo hemos buscado por todos lados. ¿Está listo para operar?

Quizá la imaginación de nuestro personaje era demasiado fuerte o tal vez, quién estaba en la habitación no era más Bernardo, sino uno de los personajes de sus historias. La cuestión es que la única palabra que emitió, se oyó resonante y sin dudas.

–Sí.


Todo sucedió muy pronto, el camino al quirófano, la historia clínica, la rápida explicación del caso. Toda la seguridad que sintió frente al espejo se desmoronaba a cada paso. “¿Qué hice?” pensaba, mientras se lavaba las manos. “¿Qué hace?” prensaba la instrumentadora, mientras lo veía salpicar agua para todos lados.

Giró sobre sí mismo y si nada lo había preparado para ver al paciente sobre la camilla, mucho menos para soportar las expresiones del resto del equipo que se encontraba preparado y esperándolo. Claramente esperaban que llegara antes y claramente, esperaban que sepa qué hacer. Esos ojos eran como aguijonazos y le picaban justo en el rostro. Sintiendo que el universo estaba de su lado, recordó que si bien todos los guionistas buscaban recrear en la pantalla chica los casos más extremos, todas las operaciones comenzaban igual.

– Bisturí – Dijo con un hilo de voz.

Extendió la mano cerrando los ojos, confiándose a los cielos, esperando acusaciones, exclamaciones de sorpresa, enojo y hasta se imaginó el grito del personal de seguridad acusándolo. Esperó y cuando sintió el frio acero del bisturí sobre la palma de la mano, por un breve instante le vino a la mente la imagen de las nubes que vio esta mañana por la ventana. En ese recuerdo le pareció que formaban dos palabras: “Tú puedes”.

Bisturí en mano, el paciente en la camilla y la parálisis que subía como hielo desde sus rodillas hasta sus brazos.

-¿Doctor está bien? Recuerde, vaciamiento ganglionar con incisión Feind.

– Sí, claro.- Respondió nuestro personaje, sintiendo que desfallecía.

Comenzó a recorrer el cuerpo con la vista buscando una señal, un punto donde cortar o un milagro para salir de aquella situación.

– Momento Doctor – Exclamó un miembro del equipo presente en la sala – Creo que la alumna Pérez podría darnos la lección de día. A ver Pérez – y se dirigió a la miembro más joven del equipo – ¿Qué es una incisión Feind?

– La incisión Feind se realiza en la región cervical, con ligera forma de T que abarca desde debajo de la mandíbula hasta la zona infra tiroidea. – Contestó la chica sudando y temblorosa, aunque con expresión firme en los ojos.

– Muy bien Pérez. Prosiga Doctor. – Dijo el médico que hizo la pregunta.

Bernardo no sabía si el milagro había sucedido, o el destino le jugaba una mala pasada. Ya sabía de qué se trataba la incisión Feind, pero, ¿Cómo traducir lo que había dicho la chica? Las palabras le daban vuelta en la cabeza. Cervical, tiroides, mandíbula. Su mente volaba intentando recordar todo lo vio tantas veces en la tele. Así recordó que su madre tenía problemas de tiroides y éstas estaban en el cuello. Así que lo que debía hacer era básicamente dibujar una T en el cuello del paciente. Respiro hondo, trago saliva y fue llevando el bisturí a la zona de corte en lo que pareció una eternidad. Apoyo el bisturí en el cuello, cerca de la pera y comenzó a cortar como si estuviera cortando goma con un cutter. La sensación le pareció asquerosa, pero la adrenalina que sintió fue estimulante. Sentía como si su brazo se moviera solo. Terminó el corte, y muy lentamente dejó de ejercer presión sobre el bisturí. Casi no había mirado, pero al terminar vio un corte que incluso le pareció elegante. Al levantar la vista, vio ojos grandes y miradas de asombro. “Se acabó todo, me descubrieron”, pensó.

– Doctor, lo felicito, es la mejor incisión que he visto en años. De manual – Dijo uno de los médicos que lo rodeaban.

Intentando no caerse del temblor que sentía en las piernas, Bernardo recordó como esa mañana había soñado estar allí, y ahora no podía imaginar un peor lugar en el mundo. En este punto lo asustaba más haber llegado a esta instancia sin ser descubierto, que el hecho de que estaba haciendo algo completamente ilegal. ¿Qué capricho universal orquestaba semejante situación tan desquiciada donde él, un Don nadie, se estuviera haciendo pasar por un verdadero cirujano? Y lo que más lo desconcertaba, ¿Lo estaba haciendo bien?

Uno de los miembros más jóvenes del equipo se acercó y comenzó a abrir la herida con unas herramientas. Bernardo intentó copiar las miradas de tranquilidad que veía en el resto de los rostros.

– Doctor, proceda al vaciamiento – Dijo la instrumentadora.

Bernardo se acercó a la herida, ahora abierta y dejando a la vista una masa roja de músculos, tendones, sangre y quien sabe que más. Mientras observaba tan grotesca escena, comenzó a notar cierta impaciencia en el rostro de los presentes, claramente esperando que proceda. “No puedo tentar más a la suerte” se dijo, “La vida de esta persona corre peligro, y yo jugando al doctor”. Juntó todo el valor que pudo y cuando se dispuso a sacarse el barbijo y confesar toda la verdad, le pareció ver una especie de ciruela pasa entre el amasijo sanguinolento que era la herida. Pensó que eso no encajaba, que se veía raro y como en un trance estiro la mano hacia la herida y escarbó para sacar el cuerpo extraño. En ese momento la sala fue un alboroto, la sangre brotó de la herida, el equipo comenzó a gritarle que estaba loco, la instrumentadora jalaba de su brazo y su mente nublada por la visión del extraño cuerpo solo pensaba en escarbar la herida. Cuando sintió que sus dedos se cerraron sobre la masa rugosa y oscura, tiro para atrás y cayó al piso con su puño cerrado y triunfalmente en alto. Eso fue lo último que recordó, antes de desmayarse.


Despertó en el piso del vestuario de los cirujanos, donde se había probado por primera vez el equipo quirúrgico. No recordaba cómo había llegado ahí y mientras intentaba aclarar los pensamientos escucho la puerta abrirse.

-¿Qué hace tirado en el piso y con esa ropa? – Exclamó la encargada de limpieza con los formularios en la mano. – Levántese y deje de jugar, así le explico el trabajo y comenzamos de una vez.


Esa noche Bernardo limpiaba el quirófano Nº 2, en lo que parecía haber sido una carnicería. A lo lejos alguien comentaba por el pasillo sobre un cirujano que había encontrado y extirpado un tumor maligno del cuello del paciente, solo con sus manos. Un tumor que no había sido detectado en ningún estudio médico. Sin duda, ese doctor, era todo un héroe.

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