En vez de ser escapé. Escapé de mi vida, de mí mismo, de todo, y ahora la busco. Aquel día no estuve mucho rato, no más de dos horas, se lo aseguro. La verdad es que el tiempo pasó extrañamente. Quizá porque aquel día no me senté. Me sostenía a mí mismo, y sostenía el cigarro, nada más. Y ella iba analizando las formas, y yo, pues, la observaba a ella, como siempre hicimos, como yo hice siempre. Ya le digo, aquel día, no más de dos horas. Escuchaba su voz científicamente pausada pero femenina, femenina a rabiar; caprichosa, inconstante, escurridiza, inalcanzable. El dictamen que el hombre hizo de la mujer, lo obtuvo de ella, eso seguro. La verdad es que ya no me extrañaba oír su voz tan metálica, sin susurros, sin su aliento, sin su esencia, sin nada. Quizá por eso me alejé. Tan sólo unos pasos, sólo unos pasos se lo juro. Y entonces fue cuando ella hizo una pausa. Luego la mano continuó el trazo. Yo estaba allí, porque eso es lo que hay que hacer – eso es lo que hay que hacer – me decía mi padre. ¡Claro que no hubiese pasado nada por irme! Soltar el cigarro e irme, no hacía falta ni que cogiera la chaqueta, podía largarme. Pero no pude, yo no soy como esos. Las cosas que ves, las ingieres, se te aferran, y aunque sabes que hacia allí no, no puedes evitarlo. Creo que por eso escogió un cigarrillo para mí, porque es una manera de irse que no es al instante. Te vas, así como el humo se va, disipándose despacio, poco a poco. ¡Me estaba desvaneciendo, yo y ella! Puede que sí, que parezca absurdo. Visto desde fuera es ridículo. (Ríe). Un tipo desnudo sosteniendo un cigarro. Vaya trabajo. Allí quieto, de pie. Pero es que es lo que hay que hacer, y ese es mi trabajo. Entonces no sabía que la buscaba, pero ya lo hacía. Por eso me quedaba dos horas quieto, inmóvil, con el cigarro en la mano. Lo hacía a su manera, a la manera que ella escogió para mí. Aquella tarde ella estaba preciosa, sí, pero turbia. Me fijé porque no se giró, normalmente se daba la vuelta. Cogía los pinceles, se dirigía a la puerta y cortaba el silencio. Luego se giraba y sonreía, y yo me quedaba allí, a solas con el deseo. Sí, la vi oscura, pero no me atreví a preguntar. Yo evitaba preguntas como esa, por eso no me sorprendió cuando abrí la puerta y ya no estaba. Se fue. Se había ido. No hice nada. Quizá el problema fue ese, que no hice nada. Ves pasar los días, que se parecen todos un poco y no haces nada. Ella cambió, yo no. Ella era incansable e inalcanzable. Le perdí la pista. ¡Me habría gustado poder traerle una fotografía para que usted la viese! ¡Para que lo entendiera! Pero es que no existen fotografías, ¡ya me gustaría! Tener una de esas imágenes impresas en un papel arrugado de tanto recordar. Entonces me pondría camisas sólo para poder llevarla en esos bolsillos absurdos, ¿sabe?

Luego fui a su piso. Allí, cerca del centro, pero las luces no se encendieron. Sé que las encendía siempre a las nueve más o menos, pero aquel día no, y tampoco pude verla por la ventana. Me gustaba verla por la ventana de vez en cuando. Veía su silueta moverse y me hacía cosquillas en la nuca, como si me acariciase esa oscuridad densa dibujada en las cortinas. Un día vi dos siluetas y tuve que ir a ver qué pasaba. No me abrió la puerta siquiera y eso que piqué fuerte, y golpeé, creo que incluso chillé, hasta salió una vecina, que si era tarde y que llamaría a la policía. Y me fui.

Ahora que lo pienso no creo que yo le gustase realmente, de hecho, no sé ni si tiene capacidad para amar. Sé que uno la puede amar a ella, pero no sé si ella puede amarlo a uno. Yo tenía ansias de ella, ¿sabe? Una necesidad que me nacía de dentro y no podía salir. Lo he abandonado todo para correr tras ella, pero ella es muy lista y escurridiza, y siempre se me escapa. La perdí porque me perdí a mí mismo. Huía de mí, porque yo también lo hacía, y no podía quererme, porque yo nunca me quise. ¿Conoce eso de sentirse uno cerca de los demás sólo con decir hola? ¿Lo reconoce? Pues con ella era todo lo contrario, podía besarla y, aun así, sentía que se me escapaba. La sentía tan lejos. Me dejó un cajón. Un día a finales de verano. Llovía tanto aquel día, ¿lo recuerda? El cielo gritó hasta quedarse afónico, ¿se acuerda? Yo sí. La lluvia me había calado por completo. Llegué tarde aquel día. Titiritaba, no por el frío sino por el temor de su ausencia. Por prudencia esperé en la entrada. Me quedé ahí plantado en la puerta, observándola. ¡Hacía tanto frío! El sonido del agua no parecía perturbarla, incluso creo, ahora que lo pienso, que no se percató de la lluvia, porqué al alzar la vista, me miró con sorpresa. Luego agarró aquella toalla sucia, la que usaba a menudo para sus pinceles. Lo intenté, se lo juro, juro que lo intenté, pero alguien me había clavado allí en el suelo y ya no podía moverme. Cada paso que ella daba, despertaba en mí una urgencia irreprimible de correr por el pasillo y estamparme contra la ventana, estampar mi cráneo contra el suelo y arrancarme para siempre ese apetito carroñero que me carcomía el alma. Pero no lo hice. Permanecí allí plantado en silencio como había hecho siempre. Me desnudo sin amor. Cubrió mi cuerpo con aquel retal de toalla que me arañaba la piel y abrió un cajón. – Para ti, para tus cosas. – Y guardo allí mis ropas mojadas, en aquel cajón diminuto que me había regalado, las abandonó allí y se pudrieron de moho, pero aquello no me importó, ¡me había dejado el tercer cajón! ¿No se da cuenta? Yo pensaba – ¿Qué voy a meter ahí? ¿Qué voy a meter ahí? – ¿Se da cuenta? Ella me atrapaba porqué la veía irse cada vez más lejos y no podía hacer nada para atraerla hacia mí. Y yo tenía unas ansias de ser, de ser con ella, de ser ella.

Me preguntó usted que era lo que deseaba. Antes, cuando me vio me preguntó que deseaba. Me dijo usted que mi deseo brillaba como una bombilla en la oscuridad, que resplandecía en la noche, y que usted era un dador. Que andaba tras de mí, tras los tipos como yo, con los surcos del deseo bajo los ojos. Yo la quiero a ella, que es vida, yo quiero ser vida por favor, lo deseo, lo necesito. Usted me dijo que es un dador, yo traigo aquí el dinero, ya no me queda nada, lo vendí todo, lo robé todo, renuncié a todo, tan sólo me queda el dinero y este cigarrillo. Se lo entrego todo, pero por favor, démela.

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