El crono de la Historia fija la fecha en torno a los años sesenta del siglo XX…

El estraperlo languidecía, y el hurto del excedente desechado del triaje en el campo que permitía una nueva criba sobre lo cribado y un nuevo recolectado -no legal- para paliar las hambres de la ciudadanía de la Posguerra en España, iban tocando poco a poco su fin.

La época no cambia, tan solo avanza cosiendo vidas maltrechas donde la prioridad es subsistir. Los remedios médicos se solucionan con los saberes del oficio de galeno, con herbolario por farmacia y poca medicina sintética. Cualquier enfermedad puede derivarse en urgencia médica.

El Sol alumbra la barraca en el agua este de su tejado de cañizo y paja, el blanco de cal de sus paredes de adobe, refracta la luz del astro. Los brazos solares, de oro, tocan la Albufera y los campos de arroz. Éstos, lisonjeros, los reflejan con esmero y parecen brillar más los espejos del agua que el naranja de fuego del rey de los cielos.

En este Mediterráneo mío se forjaron mil historias personales entre momentos alternos de necesidad.

Una de ellas era escapar huyendo hacia delante, no queriendo mirar atrás a la par que la nula voluntad de perder de vista aquello que condicionó a estas personas, ese nuevo andar en nueva compañía.

En esas relaciones se forjó el asentamiento de la prevalencia en función de lo relevante de los posibles que ofrecía el que más podía aportar para establecer una relación matrimonial.

Verdugo Intransigente cortejó durante algunos años mozos a Sumisa Pasmada.

Él es individuo de bravatas, fanfarrón inmisericorde, alardea del trabajo a cubierto en un taller sito en tierra levantina que le dio cuna al mueble. Cercano a la capital urbanita valenciana, esta tierra estaba obligada a girarse al norte para mirar a la ciudad de Valencia.

El oficio, a la antigua. Empezó con catorce años, entre dos o tres temporadas por detrás de los más; aprendiz de los que callan por improperios y golpes, aprendió a callar. Despabilado, en alerta debía trabajar jornadas partidas de trece horas, pasando el tiempo, su tesón se le vino a recompensar. De aprendiz a ayudante implicaba una subida de salario digna de verdad.

Fechar datando los escalones que iba subiendo no hace más singular su camino recorrido, la sinceridad que se impone, es que se ganó cuanto vino, ascendiendo para currículo de trabajador con oficio. Francamente del virtuosismo hizo un vicio. Escrupulosamente exacto, perfeccionista, retratado quedaba cuando terminaba el trabajo reclamado.

Obsesivo, negaba darse a lo inmediato exigido, porque su arrebato era seguir los pasos uno a uno tal como su mente los había proyectado y revisarlos a mirada de lupa, nadie podría echarle en cara un borrón jamás ni probar su culpa.

Su culmen llegó bien joven y fue ascendido a encargado general de un taller y a su cargo quedaron ciento cincuenta personas, controladas de cerca, sí, cada una de todas ellas, por él. Indico que el taller era la norma y la fábrica la excepción. La Valencia minifundista industrial era tierra de cultivo emprendedor.

Su salario, cobrado por semanas, creció. Fajándose con todo y luchando con uñas y dientes, agarrado a veces a clavos ardientes, fijó alto su yo.

Entre sus amigos más íntimos estaba Bello Pasmada, hermano mayor de Sumisa, a través de él, la conoció. Los ojos azules de ella, su rubio pelo y su tez blanca, dibujaban una mujer bella. Contrastaba con el moreno aceitunado para nada recatado, los ojos avellana de hispano de gladio y entrega, de mirada de ébano al fuego tostada, de esas que jamás ruega. Verdugo se forjó para la lucha y la brega.

No hubo pedida de mano, a casa ya había entrado gracias a su hermano. La familia Pasmada vivía sus miserias al margen del recato, el padre de los Pasmada era un borracho con un solo alegato, el vino. Un par de vasos y la lengua humana suya se transformaba en la de un camaleón con tino y por malo que fuera el tinto se escondían todos sabiendo lo que venía después del par de tragos del padre supino: ¡venía la hora del Pasmada peleón!

Verdugo Intransigente conoció las horas de trabajo entregado de Sumisa Pasmada. Y las horas que los siete restantes hermanos y sus padres, todos con sangre Pasmada, a su descanso robaban con los más diversos encargos. Todas las horas del día tenía comprometidas y dormía de prestado.

Verdugo le propuso a ella ofreciéndole escapar de su azote. Verdugo el prevalente, el relevante de la familia Intransigente, le pidió matrimonio. Veintiún años de Pasmada tenía vividos Sumisa, veintiún años cargados de demonios. Veinticuatro le enmarcan el reloj biológico de Verdugo, vividos duros todos ellos, uno a uno.

Tras la boda pasaron una temporada en casa de los Intransigente, La Pasmada, Sumisa, conoció de su suegra la poca piedad y su ríspido carácter solamente. Más de una vez, Sumisa, en vez de ceder se enfrentó a ella, valiente.

El salario de Verdugo en parte era cedido a la familia Intransigente, el resto lo guardaban para la entrada de una vivienda social de la época franquista.

Hasta dos señales vinieron a dar en diferentes edificios, cada uno de esos dos estaban en pueblos colindantes. Haciendo hogar en la primera opción se les presentó la nueva ocasión y se decidieron a vender, para luego comprar el nuevo lar donde hacer su nido, su mente ya estaba en modo criar niños.

Hasta nueve abortos, sin contar el que nació, tuvo la Pasmada. Nueve fueron los legrados que sufrió Sumisa. Y al final nació. Artificio fue el nombre de pila que el cura cantó.

Artificio Intransigente Pasmado al mundo de la Tierra llegó, porque unos fórceps tiraron de sus orejas arrancándolo a su madre de su interior…Lo sacaron de allí de donde no hace ni frio ni calor y donde él quisiera haber permanecido siempre para huir del parto y del dolor.

Poco se sabe de los dos primeros años de vida de Artificio, se dice que era un niño distinto y aventajado. Pero como la ventaja es según cómo, dónde y para qué, de poco nos ayuda es pincelada-o brochazo- para describir un niño, siendo solo dos años su hacer.

Pronto tomó Verdugo las riendas, a los tres años Artificio había de ser, porque él hubiera deseado serlo y no lo fue. Artificio mostrará la esencia del poder de la inteligencia, es su deber porque viene de Intransigente y Verdugo así lo viene a querer.

Artificio a los tres ya supo leer y escribía, trazando sobre puntos, las letras y números que los cuadernos Rubio le proponían y que Verdugo le «aconsejaba» gritándole a voz viva… ¿Dónde has ido a caer, Artificio?, ¿por qué te tienen manía?, ¿por qué te reclama esa voz impía?…

El rapaz sí o sí aprendía, entre gritos, capones y bofetadas, con su padre cagando a cuanta hostia sagrada del universo eclesiástico existiera, con todo el sacrilegio verbal que su vehemencia le ofreciera. Cuando el contar fue pan comido, sobrevino la tabla de multiplicar; con solo cuatro años el zagal las recitaba entre palizas de doma para avanzar. No valía rehúse ninguno en la hípica pedagógica para el niño-equino…

Artificio leía lo que su padre Verdugo a voluntad dispusiera. Memorizaba ya de enciclopedia para recitar de oficio ante el personal, público ante todo para su papá. Creyó Verdugo merecer glorias en su yo demencial mientras el niño-cachorro no tenía otra alternativa ni oportunidad existencial. La distancia entre ambos no hacía otra cosa que empezar.

Sumisa lo miraba todo de espaldas, Verdugo siempre tenía razón y ella, abnegada, jamás vio, porque no quiso ver nada. Surgido de ella, le fue arrebatado por la matrona a primeras de cambio, era la firma y sello con lo que se acuñaba el «amor» duradero de un matrimonio consumado al completo, el hijo reconocido les ofrecía a los padres en sociedad, el merecido respeto. Con el «nadie hablará ya», se dieron a sonreír por creer y pensar.

Artificio crecía entre obligaciones debidas, en un colegio privado -su validez jamás avaló lo pagado-, sometido al ojo avizor de Sumisa, dándose en vasallaje y consagrada a su Verdugo.

Verdugo ya dijo que ese cole era el mejor, y que disponía del mejor profesorado, la opinión sibarita del jefe contable así se lo había contado. El llover chuzos de punta no hubiese cimentado tan bien lo que yo quiero dejar narrado.

La verdad es que la opinión vertida sobre Verdugo por el jefe contable era, como poco, controvertida como dejaron ver los hechos palpables.

A toro pasado, deja ver que en realidad lo que llovieron fueron zurullos por todos lados para que, dejándolos enmarronados, lucieran su fragancia de por vida, esa que dejan los excrementos más fermentados para que se sepa desde lejos que se van acercando.

Verdugo, hombre dominante era fiel a su carácter. Su carácter siempre fue impredecible, y así con él, cualquier pronóstico podía ser echado por el váter. Verdugo era veleidoso a capricho. Andaba siempre en la misma dirección, pero con frecuencia cambiaba de sentido.

Sumisa lo aceptaba todo de él, andaban el mismo camino que jamás llegaba a ningún destino concreto. Ese es el andar del que, creyéndose estrella, es tan solo polvo de ella soliviantado por un creer paleto.

Pasaban parados los años, sin fruto ni eficacia. Artificio, cansado, se convirtió en amenaza, discutían padre e hijo buscando arrebatarse plaza. Diez mil batallas forjando guerra es el castigo, entre sí ya todos enemigos…, la vida es un suplicio.

Artificio nada piensa, pensando en todo. No soltará prenda, ¡su vida chirria cual ballesta! No fue niño por la vida ésta, la que se da al circo de la apariencia, haciendo con ello mil y una fiestas. Trazada estaba por su padre, Verdugo. Un nombre y una testa para tres personas y que quiso hacer de Artificio su obra maestra.

Escolar en desahucio, deambula Artificio, no tiene ubicación ni conoce cuál es su sitio. Solo sabe vivir al filo del abismo, al borde del precipicio. Indiana Jones sin oficio, corre sus aventuras olvidando el beneficio. No se conoce a sí mismo. Ha de liberarse emprendiendo su camino y no le ha de importar el destino.

Sumisa, embarazada, pronto traerá un nuevo niño al mundo. Ello calmará a Verdugo, el iracundo. Ya ha pensado su nombre, es compuesto: le registrará y bautizará con el nombre de Cariñoso Regalado y tiene claro que no se equivocará con él ni cometerá el mismo fallo, que el que forjó de su hijo primero, un hijo de actuar bastardo.

El hermano de Artificio responderá al nombre civil de Cariñoso Regalado Intransigente Pasmada. Dieciséis años les separan.

Por fin conoce Artificio lo que es una persona amada, esa persona es su hermano, hermano del alma. Dos años después se separan ambos fraternos, Artificio vino a conocer a una niña de ensueño, quince años tenía ese cuerpo que por adelantado se presentaba como mujer.

Enamorado, se entregó con alma e ilusión. Cada día traía una nueva alba a todo color, brillaban primaveras, abriles en montón…

Pronto enseñó Verdugo su mala sombra y Sumisa lo secundó. No estaban de acuerdo con la niña de la que se había enamorado su hijo mayor, empezaron los obstáculos sin ton ni son. Verdugo seguía pensando el «aquí mando yo» y Sumisa continuaba sucumbiendo a lo que desde el principio ya sucumbió. Otra vez un nuevo marrón.

El amor y la devoción para Cariñoso Regalado; para Artificio la obligación y Sumisa donde con el mayor calló, con Cariñoso se hace alcázar irreductible y saca todas las fuerzas de su yo.

A contracorriente y ante el fragor tirano, Artifició jamás rindió bandera ni se sometió. Tiene a la niña de sus ojos de mirada cálida y marrón con esa boca de fresa y esos besos al por mayor. Su pelo corto le embelesa con ese negro aqzabache azulón, es la reina de las princesas de todos los cuentos…, y él, solo soy yo.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS