Un hombre que jugaba a videojuegos se dio cuenta un día de que su juego no existía. Eso le supuso cierta sorpresa, como si la lluvia que caía fuera no fuera por un momento, simple agua, si no una serie de naranjas deslizándose rítmicamente en la cola de un supermercado. Simplemente, las fronteras que separaban el juego y su vida se habían desvanecido. Se encontró con una de los posthumanos que aparecían en el juego lanzando unas monedas al aire. Este posthumano le dijo que debía encontrar pronto a otras dos seres más, y que pronto olvidaría su nombre y de donde venía, porque debía desligarse de todo para atravesar el umbral de la cuarta dimensión. Se encontró a esas dos criaturas en la cola de un supermercado. Supo diferenciarlas por la manera en que lanzaban monedas al aire. En ese momento, era como si las monedas se detuviesen un instante y flotasen en el espacio. No supo como reaccionar y las criaturas se fueron.

En esos momentos no se sentía más como un ser humano. Sentía que flotaba, de una manera muy suave y ligera. Como si la materia de su cuerpo hubiera desaparecido. Sentía que se podía verse desde afuera y no podía reconocer su imagen en el espejo.

Vagaba por las calles sin buscar a nada ni nadie en concreto. Esperando tan solo el encuentro con una nuevo posthumano, que estuviera al llegar. Terminó en un café donde le indicaron que bebiera un agua que le permitía leer el pensamiento del resto de los trabajadores. Le parecía que estos tramaban una conspiración, organizados en bandos junto a los oficinistas de Facebook y los obreros que estaban en el edificio de al lado. Se sentía flotar cada vez más, y el agua del café disgregarse en gotas y una infinitud de colores.

Pronto llegó la policía y se lo llevo a un hospital donde experimentaban con el ADN de la gente. Los doctores le preguntaban en que año estaban y qué hora era porque querían que olvidara todo su pasado, y que empezara a nacer a partir de ese instante. Querían que fuera un ser humano nuevo, correcto y adecuado a la realidad. Pero el no quería ser un ser humano, solo quería ir más allá de sus límites y desaparecer en la matrix, rodeado de las criaturas demoniacas que lo perseguían. Sentía que se estaba disgregando en el espacio.

Un enfermero miraba en su ordenador información sobre el túnel de peruggia, y veía un gran agujero negro se tragaba al tiempo que desaparecía en el infinito junto con él. Creía que si hacía una llamada antes de que el túnel se la tragara, sería capaz de saltar en el tiempo, y viajar a otras épocas del pasado. Pero dos demonios le acompañaban, siempre encarnados en diferentes cuerpos y afirmaban que él era delicado como una flor y que no podría sobrevivir el salto a la cuarta dimensión.

Le dieron dos pastillas y sintió las corrientes eléctricas deslizarse por todo su cuerpo, y chillo de dolor. Varios enfermeros le agarraron, y se dio cuenta de la inhumana fuerza que tenía, de cómo podía abrir con sus ojos puertas y ventanas, sin tocarlas.

Los enfermeros le agarraron con más fuerza y le ataron en una habitación de aislamiento. Sentía que todo era un guión programado, incluso el resto de pacientes fingían, con un plan que todavía desconocía, acerca de él.

Consiguió deshacerse de los enfermeros y las puertas y salir a la calle, donde no sabía por donde ir. Por todos lados veía símbolos que la invitaban a seguir, llaves, las tazas del hospital llevadas por un punki callejero, gente corriendo en todas direcciones y susurrándole muchas cosas a la vez, como un zumbido de abejas. Deambuló hasta que encontró a un par de mendigos que le llevaron a un albergue, donde se disfrazaban de gente burguesa.

Los demonios corrían a su lado riéndose de él y le pedían su número de teléfono. Se disfrazaban y se travestían grotescamente, en diferentes personas. Ya no podía sentir ni el frío, ni el calor, ni el dolor. Se encontró en una sala donde todos celebraban un gran juego donde él era el protagonista. Usaban bitcoins en lugar de dinero auténtico, y el valor monetario de cada uno se acrecentaba en función del cariño que recibían. Todos se pasaban dinero con los ojos. Juntos fueron al metro, que funcionaba como un sistema de túneles que conectaba diferentes siglos y épocas, y donde la gente usaba un transbordador de diferentes tarjetas.

Disfrutó viajando por diferentes épocas del tiempo, deslizándose y camuflándose entre la gente. Cada vez que abría una puerta del metro, aparecía una multitud de un origen y una época diferente. También, cuando se acercaba a hablar con las personas, podía viajar través de sus pensamiento, deslizarse a través de su mirada, y mirar a través de ellos. Es como si su espíritu se hubiera desplazado y pudiera flotar continuamente y cambiar de ángulo y posición sin estar anclado a ningún cuerpo.

Pero lo más increíble de todo era cuando se deslizaba en los sueños de las personas, cuando podía entrar y participar en sus sueños, traspasando el umbral que lo separaba de sus cuerpos. En esos momentos aparecía inmerso en miles de aventuras aparentemente sin rumbo, pero que giraban en torno a un libro desaparecido. El libro del ADN, que reunía el ADN de toda la humanidad y que los posthumanos trataban a toda costa de dominar y entender, para prolongar la vida humana en el futuro.

Para ello trataban de buscar las partículas mínimas, los lecticitos, unos pequeños puntos brillantes que indicaban los niveles de energía de los seres humanos y que solo se reflejaban tras una observación atenta. El podía ver los diferentes cuerpos disgregarse en partículas.

Se metió en una ambulancia y lo llevaron al hospital, donde aún espera, melancólico, la aparición de sus criaturas demoniacas, que desde que le dieron una serie de pastillas, se han desvanecido.

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