Mirando a tu alrededor, es normal que te sientas desolada.

Todo el mundo ha oído hablar de “La locura de los breim”, pero contemplarla es algo extraordinario. Comprendo cómo te sientes, pero piensa que si no llega a ser por lo que hiciste, seríamos pasto de las llamas.

Dicen que todos los elfos oscuros, breim, o como prefiráis que os llamen, os volvéis locos cuando abandonáis vuestro mundo subterráneo y salís a la superficie. Tratáis de conteneros e integraros en la sociedad, pero antes o después estalláis. Sé que odiáis esos rumores, insistís en que no son más que bulos, que se os persigue por vuestro color de piel. En vuestro lugar yo diría lo mismo.

Recuerdo cuando te uniste a nuestro grupo en aquella taberna. Tu conversación con Rick, aunque extraña, no veo por qué debería habernos hecho sospechar de ti más que de cualquier otro mago:

—Dime, Liura, ¿verdad? ¿Por qué quieres unirte a nosotros? —te preguntó empleando su típico tono desenfadado tras darle un largo trago a su cerveza.

—Dicen que sois unos supervivientes, estoy cansada de que mis compañeros mueran a mi alrededor. Necesito un equipo que sepa sobrevivir, gente dura —respondiste con gesto impasible y palabras gélidas como el hielo.

—En este oficio no solo se sobrevive con dureza, se precisa desconfianza también. Aquí yo soy el líder y tengo que saber escoger a los míos—te espetó con autoridad.

—No me escojas si no quieres. —Recuerdo la cara de sorpresa que puso Rick cuando le diste la espalda haciendo ondear tus cabellos violeta. Fue magnífica. —Preguntaré en la mesa de al lado.

Rick, un poderoso humano berserker. Por el filo de su espada pasaron miles de enemigos, desde hombres hasta demonios. Su cara llena de cicatrices probaba su experiencia. Era fuerte, inteligente y autoritario. Un líder nato.

—¡Espera!—Te agarró de una manga y nos miró al resto. Los cuatro asentimos.—Puedes unirte a nosotros, pero como nos traiciones, te mataré yo mismo.

—No esperaba menos, humano— paseaste la mirada por el resto de la mesa—y demás—añadiste.

—Vamos a saquear el castillo de un viejo conde. Dicen que tiene más tesoros acumulados que Tyrion, el rey de los enanos.

—¿Mi parte?

—La que te ganes.

Quién diría entonces, cuando parecías una estatua de mármol negro, que acabarías llorando aquí a mi lado. Es la situación más rara de mi vida, aunque no creo que de la tuya.

Durante el viaje permaneciste callada. Era lógico en una novata, puede que más de lo habitual, pero los magos sois especiales, cualquiera que ejerza nuestra profesión lo sabe.

Nos advertiste nada más divisar el castillo:

—Aquí hay magia poderosa.

—¡Pues claro que aquí hay magia, la hay en todas nuestras misiones, elfa!

—Korgan, eres un caso perdido, a este ritmo morirás sin haber pronunciado una palabra amable.—Breo aprovechó la ocasión para hablar contigo. Resultaba evidente que acababa de perfumarse y peinado su preciosa melena verde.—Tienes que disculparlo. Los enanos no suelen ser muy educados, y nuestro compañero, como buen guerrero, no es una excepción.

Korgan cruzó los brazos sobre el pecho y puso una mueca de fastidio.

Breo era el típico elfo oriental, sus ojos rasgados lo delataban. Además era elegante, elocuente y letal con el arco.

—Escucha, si te sientes amenazada no dudes en buscar refugio a mi…

—Esta es poderosa. —continuaste sin prestarles atención. Era como si el castillo irradiase algo que te tuviera hipnotizada. Lucía abandonado, pero no apartabas tus ojos azabache de él. Ni siquiera pestañeabas. Nunca olvidaré esa imagen.

—¡Yo también la capto amigos! Y no hay de qué preocuparse—intervino Francisco.— Nuestra amiga se preocupa por unas pequeñas fluctuaciones residuales, pero pueden deberse a cualquier cosa: desde una batalla a que alguien ha empleado un simple truco para hacer la colada. No hay de qué preocuparse.

—Buen intento, buen intento—Korgan le daba unas palmaditas en la espalda a Breo.

Francisco era un clérigo humano que llevaba con Rick desde que se fundó el grupo, aficionado al vino, pero nunca nos dio motivos para desconfiar de su juicio.

—Son unas huellas muy bien cubiertas, sea quien sea el que ha hecho esto es mejor tenerle respeto— insististe.

Creo que ni tú misma sabías la razón que tenías.

—A mí me vale con la opinión de Fran—sentenció Rick.

“¡Y a mí!”, contestamos todos al unísono.

Entramos con demasiada facilidad en el castillo, de eso sí que me di cuenta. Soy una ladrona, y sé que no es normal entrar en una fortaleza así. Sólo tuviste que lanzar un hechizo de nivel uno para bajar el puente levadizo.

Lo cruzamos con nuestro jefe al frente.

¿Sabes algo que imaginaba muchas veces sobre él? Que en su juventud tuvo que ser muy apuesto. Tú quítale las cicatrices, tíñele las canas, déjale esos ojazos azules y te queda un queso… Perdón por desviarme.

Se frenó en seco en cuanto accedimos al patio. Había desenvainado su espada. Todos teníamos nuestras armas preparadas, para eso no eran necesarias las órdenes.

—Fran, ¿estás seguro de que esa magia es residual?—le preguntó al sacerdote mirándolo por encima del hombro.

—Ricardo, por favor, pareces nuevo. —Le contestó mientras pasaba su bastón de una mano a otra.—Ya sabes cómo son estas cosas. Unas veces no es nada y otras es mucho. ¿Qué gracia tendría este trabajo si no?—Echó mano de la petaca y la dirigió a sus labios.—¿Quién sabe?, igual nos encontramos a la mismísima Sila ahí dentro…

—Nada de bebida hoy— le interrumpió Rick. —Korgan, Breo, informe.

—Lo evidente. Este castillo no está abandonado —afirmó mientras pasaba el dedo por el filo de su hacha. —Dejando de lado si Ojosrrasgados encuentra indicios de vida o no, salta a la vista que alguien se encarga de las reparaciones. El puente es sólido pese a la facilidad con la que se bajó, las murallas no presentan ni una grieta e incluso acaban de techar el torreón del homenaje. —Se tomó una pausa para mirar a su alrededor. —Además, no veo andamios ni escombros por ninguna parte. A menos que haya gente escondida, que no creo, esto es obra de artes sobrenaturales. ¿Qué opinas tú, Orejaspicudas?

Breo permanecía ensimismado desde que nos detuvimos, aguzando su vista, olfato y oídos. Qué te voy a contar. Eres una elfa, ya sabes a qué me refiero.

—Gracias, calvito. Mis sentidos no captan nada, tienes razón. Aparte de las ratas y el viento la soledad es la única que nos acompaña. Podemos estar tranquilos. De lo único que tenemos que preocuparnos es de las trampas ocultas.

—Os equivocáis, hay alguien poderoso custodiando este lugar— interveniste.

—¡Silencio! Aquí no se habla fuera de turno por mucho que se crea saber. ¿Miriam?

—Una vez más, gracias preguntar Rick. Ya sabes que no tengo nociones de ingeniería ni sentidos superiores. Solo aplico la lógica, y en este caso me dice que hay gato encerrado. Y enorme. Pero los expertos han hablado, no tengo más que añadir—contesté.

—¿Liura?

—Ya conoces mi respuesta, berserker. —No sé si te molestaste por lo que te dijo, pero mantener el orden de preguntas era una cuestión de respeto entre nosotros.

Después de nuestro debate todo fue como la seda. Entramos en las criptas, descendimos durante casi una hora y allí estaba: el mayor tesoro que haya visto jamás. Recuerda el oro, la plata, los diamantes, los zafiros, las esmeraldas… La cámara era tan inmensa que seguro hubiera cabido un leviatán en su interior, y aún así las riquezas la abarrotaban. ¡Era increíble! Estaba todo ahí, al alcance de nuestra mano.

Entonces nos sorprendió su voz:

—Buenas noches, gente de bien, ¿qué se les ofrece?

Era un humano que rondaba la treintena e iba vestido con ropas rojas muy caras. Por lo demás, salvando el hecho de encontrarse ahí solo, no llamaba la atención.

—Se nos ofrece riqueza con este tesoro. ¿Tú quien eres?—le contestó Rick en función de portavoz.

—Mi nombre es Sir Jordan Finrak, soy el dueño de estas riquezas.

—¿Dónde está la guarnición de este castillo?

—Es un mago, Rick.—Aquí fue donde Francisco se equivocó.—Tenemos que estar alerta.

—No necesito guardia, caballeros, y les agradecería que abandonasen mi hogar cuanto antes.

—Lo siento, conde, mago o lo que seas, pero nos llevaremos lo que es tuyo y me da que por las malas. Una pena, aunque no lo creas no me gusta matar si no es necesario.

—Lo mismo digo.

Nadie se lo esperaba. Todos habíamos oído historias, seguro que incluso tú, allá de donde vienes, pero de ahí a vivirlo… No puedo hacerme a la idea de cómo se rememoran las imágenes en tu cabeza. Qué pensaste al ver a ese hombre convertirse en un dragón rojo. ¡Un dragón! Ninguno de los ahí presentes había visto uno jamás, y sin embargo ahí estaba. Toda la magia de la que hablabas inundó la sala de golpe. El equipo entero se cagó de miedo. Nadie habría hecho nada de no ser por el grito de Rick: “¡Todos en posición!”. Korgan y él se pusieron en primera línea, Francisco se situó detrás para emplear sus poderes curativos, Breo cargó una flecha en décimas de segundo y apuntó a los ojos de la bestia, yo me oculté para atacar desde las sombras (sabes que no fue cobardía, era mi posición), y tú…¡lanzaste un hechizo de desintegración contra el ser más poderoso que cualquiera de los presentes hubiese visto! Y aunque parezca increíble ¡funcionó! El dragón se descompuso. Solo con cerrar los ojos puedo ver sus escamas convertirse en polvo. No era posible. ¿Quién es capaz hacer algo así? Nadie normal… Ahora sé que no lo hiciste a propósito, se apoderó de ti, ¿verdad? “La locura de los breim”. Te convertiste en la muerte. Tu mirada seguía siendo decidida; pero tu risa se volvió terrorífica: aguda, desatada, ardiente. No parecías tú. Ninguno de ellos entendió nada, yo tuve suerte, soy una mediana pícara, así que hice lo que mejor sé, permanecer escondida. Vi cómo los matabas uno a uno. Primero a Francisco; hiciste aparecer una espada de fuego bajo sus pies que lo partió por la mitad. Luego fulminaste con un rayo a Korgan. Breo se volatilizó en un parpadeo, ignoro qué hiciste con él. Lo de Rick fue increíble, fue capaz de rechazar un golpe de hielo tuyo, para que entiendas por qué era nuestro líder, pero lo que le hiciste… Ese conjuro de putrefacción, cómo se descompuso de dentro a fuera… No se merecía acabar así. Me hice a la idea de que era mi turno, pero no. Te detuviste sin más. No te molestaste en lanzar un hechizo de clarividencia para encontrarme, simplemente era como si dieras por supuesto que no había nadie más ahí. Por eso sé que no eras tú. Tú sabías que había alguien más, pero quien mató al resto no. Y luego te desmayaste, caíste dormida como por arte de magia. Puede que así fuera.

Entiende que no te guardo rencor, ellos eran aventureros, compartían su lecho con la muerte. En cuanto a ti; dicen que todos tenemos un demonio en nuestro interior, pero el tuyo es de verdad. Por lo menos mató a ese dragón. Gracias por salvarme la vida, hermana.

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