El arte de enjuiciar a ciegas -DN

El arte de enjuiciar a ciegas -DN

Sara Ibarrola

26/04/2018

No me tomaría un café con él. Lo siento, no lo trago. Además me queda una sensación amarga.

Sonaba a risa cómplice en aquel salón. Efusión de vida que me contagiaba. Era viernes por la noche. Habíamos retado al tiempo durante toda la semana y al fin un remanso donde respirar el momento. Las tres sentadas en la mesa redonda. Y sobre ella una lámpara de techo delineaba el espacio reservado para nuestra amistad.

—Pues a mí me parece agradable; es verdad que no es lo que parecía en un principio y que nos ha sorprendido un poco, pero ¿no te gustaría seguirle conociendo?

La mirada pícara de mi amiga se posó sobre ella y con un gesto inquisitivo se detuvo, como quien espera impacientemente una respuesta.

—La verdad es que no. Detrás de esa aparente dulzura enseguida sale al paso su discreta arrogancia. Yo quiero ligereza y frescura. Nada de complejidades. Que con mis años ya no estoy para necedades.

—Tú lo quieres todo… Que sea elegante, perfumado y… ¡vigoroso!

Hubo un estruendo de carcajadas.

Me reconocí en el pasado en aquella melodía de risa solo posible entre nosotras. Me levanté y tomé una instantánea con el móvil, se la envié a mi marido: “Llegaré muy tarde”. Al sentarme llené otra vez todas las copas y me uní a la conversación:

—Estoy contigo. A primera vista era muy vivo, pero luego en realidad resultó ser bastante primario. Sin embargo, yo creo que ahora sí vas a acertar, te lo digo yo… ya verás que este ensambla con lo que aparenta en un principio y me parece mucho más equilibrado. Al fin y al cabo la armonía es la clave para envejecer bien…

— ¿Qué has querido decir con eso de envejecer bien?

Esa pregunta fue lanzada con sorna. Mi intento de ironía, lejos de ser perspicaz, había tocado la tecla de la edad. Hay palabras que sin pretenderlo son dardos que apuntan a las sombras de las emociones y de los pensamientos. La edad era para ella uno de esos fantasmas de quien se resiste al paso de los años ante la incertidumbre del futuro. Y me costaba comprenderle porque para mí las huellas del tiempo reflejaban en nosotras el recorrido de nuestras vidas. Alegrías y sueños alcanzados… Decepciones, fracasos y agravios recibidos… En la vida de todas… De la mujer soltera como ella, profesional, hija, amiga y tía. De la mujer madre y trabajadora como yo.

—A ver… No digo que sea un decrépito, pero, dime, que muy tierno precisamente no es…

Sin responderme nada sacó el lápiz de labios de su bolso. Sé que fue solo un gesto para regular su emoción de rabia e impotencia y evitar dar rienda suelta a su propio conflicto. Y lo hizo con astucia para no seguir por donde no convenía. Con la mirada perdida se pintó los labios mientras la observábamos.

— ¿Me he pintado bien?

Me lo preguntó mientras guardaba de nuevo el pintalabios, fruncía los labios y llenaba por tercera vez todas las copas.

—Sí, te has pintado bien…

Y añadí:

—Me gusta ese tono… ¿Qué diríais? ¿Rojo carmesí?

—Rojo cereza o rojo violeta

— ¿No lo veis más rojo ciruela o rojo mora…?

Y así continuamos durante minutos.

Enzarzadas en tan trivial conversación un movimiento brusco nos agitó. Fue un temblor muy sutil, pero nos pilló desprevenidas. Lo suficiente como para que ese pequeño terremoto nos cortara la respiración por un segundo.

—Vaya, corto y breve pero un poco fuerte ¿no? Anda, sirve, por favor, otra copa para recomponernos.

Era humor del bueno el que compartíamos. Del que conecta y saca chispa a la vida. De ese que como si fuese magia te hace reencontrarte, con el ritmo propio de hacer y deshacer, logrando ese equilibrio desde el que pensar, sentir y actuar sacando lo mejor de sí.

Hubo un silencio. Mi amiga comprobaba en el salón que todo seguía en su sitio tras aquella pequeña conmoción. Pero se detuvo al fondo. De pie, sosteniendo la copa con su mano derecha y apoyada sobre su hombro izquierdo en una biblioteca situada en aquella pared. El contraste de luz y oscuridad apenas me dejaba verle en la distancia. Su voz parecía salir de la nada cuando nos dijo:

—Bueno, reconozco que me gusta. Es simpático, atrevido eso sí y un poco envolvente, pero no se puede tener todo…

Lo soltó así, a bocajarro. Y después hubo una gran pausa.

Ella se impacientaba ante la falta de respuesta y cada vez se acercaba más a la mesa. No dejaba de mirarnos fijamente y no podía disimular su intranquilidad. Finalmente se sentó de nuevo encorvando su cuerpo hacia nosotras y casi a un palmo con las manos extendidas bocabajo sobre la mesa nos incitó.

— ¿Acaso no vais a decirme nada al respecto?

Parecía que el tiempo se había detenido. Pero al fin llegó la sentencia.

—Está bien. Es audaz… y sí… un poco intrépido… no se puede negar que tiene carácter y… mucho cuerpo.

Ya solo quedaba yo. Las dos me miraban expectantes. Pero sabía que tendría que medir las palabras. Era uno de esos momentos cruciales que te ponen en juego. Esos momentos donde tu dictamen puede crispar o armonizar. Y en este caso cómo decirlo importaba. Cogí aire profundamente y alcé la copa.

—Bien, para mí es un diez. Brindemos.

Sonreímos.

—Brindemos por nosotras.

—Por todas las mujeres.

Y en ese tintinar de copas pensé que nada ni nadie podrían con nuestra ilusión por seguir adelante. Eso era lo que nos unía. Aprendíamos juntas a conectarnos a la vida a pesar de las circunstancias y las dificultades que se presentaban. Éramos capaces de fotografiar momentos como aquel, sin importancia, que pasan inadvertidos, pero que si te detienes en ellos, pintan de color el alma. Y me aseguré de que fuera siempre así.

-Por cierto, tengo curiosidad por saber de dónde es… ¿Navarro, riojano, del Duero…?

-Si quieres lo averiguamos… Destapemos las cuatro botellas y desvelemos por fin los vinos tintos de esta cata a ciegas…

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