​¿Cómo esconder un Elefante?

​¿Cómo esconder un Elefante?

Adán Third

25/04/2018

Salí de mi casa rumbo a la escuela. Al doblar la esquina, vi una camioneta blanca que anunciaba por alto parlante la llegada del circo al pueblo. Y promocionaba el espectáculo de esa noche.

Nunca había ido a un espectáculo así. Pero me contaron que traían actos sorprendentes. Hace dos años, se formó un alboroto en el pueblo por la primera llegada del circo. Lamentablemente, no pude ver el show. Porque me fui de vacaciones a otra región. El año pasado, había un ambiente hostil entre los vecinos y las autoridades. Por lo que, les negaron el permiso municipal a todos los espectáculos.

Me dio mucha alegría saber que por fin estaba el circo en el pueblo. Salí del camino habitual a la escuela. Y decidí a ver, cómo se estaba armando el gran escenario. No pensé en las responsabilidades que tenía en la escuela. Ni en la preocupación que podía generar al no llegar a clases. En ese momento no me importó. Estaba emocionado viendo a hombres y mujeres trabajando a la par. Para levantar esa estructura gigantesca.

Estaba admirando cómo se ponía en pie el circo. Cuando se acercó un chico y me invitó a dar una vuelta por las instalaciones. Su nombre era Felipe, y era hijo de un trapecista famoso en la capital. Me mostró la disposición de las casas rodantes de los artistas. Mientras me contaba acerca de los diferentes números del espectáculo.

Era un niño amable -y por su alegría al haberlo acompañado, de pocos amigos. Como yo-. Me contó sobre su vida y cómo se divertía. Me dijo que estudiaba en casa. Porque constantemente estaban viajando. Me mostró algunas piruetas que estaba aprendiendo. Y después, me invitó a ver a los animales del circo.

Nunca había visto animales salvajes. Entre ellos, pude conocer al rey de la selva. Si bien impresiona su tamaño y rudeza, se lleva la mayoría del tiempo sin hacer nada -quizá ese es el papel de los reyes-. Seguimos el paseo, cuando una gran tela negra llama mi atención.

Quería saber qué había ahí abajo. Felipe notó mi intriga y me dice que su padre no le permite hablar de lo que está ahí. -No le quería causar problemas. Quizá no debería ser tan curioso. Por lo que no insistí-. Pero en ese momento, Felipe me dirige una mirada cómplice. Y me dice que fuera en un par de horas. Cuando todos se estén preparando para el espectáculo, me mostraría lo que hay bajo esa tela.

Fui a pasar el rato a la Plaza de Armas. Una enorme plaza que ocupa casi todo el territorio del pueblo. Intenté pasar desapercibido. No quería levantar sospechas sobre mi ausencia a la escuela. Me senté en el césped. Y me puse a ver lo que hacían las personas cercanas. Lo primero que llamó mi atención, fue un grupo de niños riendo y saltando.

Uno de ellos tenía los ojos vendados. Por lo que pude entender, tenía que encontrar a los niños que estaban a su alrededor. Pero el niño vendado daba vueltas en círculos. Y se confundía por el ruido de cosas, que los otros niños arrojaban cerca de él.

Luego vi a una anciana -con un pequeño niño que podía ser su nieto- alimentando a las aves de la plaza. Con una bolsa en la mano, arrojaba migas de pan a las palomas que andaban por el lugar. Acto seguido, el niño esperaba que se reuniera un número abundante de aves. Para emprender carrera a toda velocidad y espantarlas. Formando una nube de plumas que llamaba la atención de quien pasaba por ahí.

En otro sector, se reúne un grupo de ancianos a jugar ajedrez. Tienen un club que organiza campeonatos y exhibiciones. Me acerqué a ver una partida entre dos de ellos. Uno de un gran sombrero y el otro de un extraño bigote.

El hombre del sombrero, al ver que su oponente haría un movimiento, patea una botella de vidrio. Lo que hace un estruendo y llama la atención de todos. En esa fracción de segundo, intercambió dos piezas del tablero. Creo que fui el único que se dio cuenta. Pero no iba a discutir con ellos. Si bien pueden ser amables y serviciales; también tienen fama de altaneros y enojones.

Mejor me fui a otro lugar. Donde había una gran multitud escuchando un discurso. Me acerqué con curiosidad. Y pude ver que inauguraban la nueva y moderna biblioteca. A un costado del escenario, había un grupo de personas manifestándose con pancartas y letreros. Aludiendo a las condiciones sanitarias deficientes del pueblo. Porque las autoridades han permitido instalar un sistema de cañerías, que ha dejado desastres en hogares y cosechas.

Luego de estar un rato en la plaza, recordé que debía volver donde Felipe. Me levanté rápido y corrí hacia allá. Al llegar, lo veo cabizbajo sentado en una piedra. Me disculpé por mi atraso. Le pregunté qué le pasaba. Me dijo que el ambiente estaba un poco tenso. Que su padre había tenido problemas con el dueño de otro circo. Pero levantó su cabeza rápidamente y, cambiando el tema, me invita a «develar el misterio de aquella tela negra».

No voy a negar la ansiedad que sentía. No sabía con qué me encontraría. Llegamos al lugar. Felipe me dice que no haga ruido. Y empezó a jalar lentamente la tela. De a poco podía ver una jaula de gruesos barrotes. Y en su interior, un gran elefante. Me sorprendió su imponente tamaño, pero me conmovió la tristeza en sus ojos.

Felipe me cuenta que su nombre era Sara. Y era la principal atracción de un antiguo circo. En ese lugar fue víctima de incontables abusos. Que dejaron notorias huellas en su cuerpo. El padre de Felipe, pudo adjudicarse la custodia y el cuidado Sara. Luego de un extenso papeleo administrativo y eternas discusiones con el dueño del animal. Lo que terminó desatando la rivalidad entre los circos.

De pronto, sentimos un ruido en el sector del escenario. Felipe me miró asustado y me dice que era Don Carlos -el dueño del circo del que me había hablado- y que venía a buscar a Sara. En poco tiempo, se desata una fuerte discusión. Felipe me miró desesperado. Y me dice que tenemos que sacarla de ahí. Ya que no era primera vez que las cosas se salían de control.

Me comenta que lo mejor es llevarla a la reserva de animales, que está a la salida del pueblo. No sabía si era una buena idea. La reserva no estaba cerca. Y había que cruzar toda la plaza. – Sin contar que recién nos conocíamos y ya me estaba metiendo en líos-.

Además, Felipe me había dicho que Don Carlos nunca andaba sólo. Iba a ser cuestión de tiempo que nos vieran trasladando un elefante por las calles. ¿Cómo hacerlo? No lo teníamos claro. ¿Había que hacerlo? No existía otra opción.

Abrimos la jaula. Y guiamos a Sara fuera de ella con ramas y raíces. A pesar de sus heridas, no se mostraba hostil y caminaba tranquila. Salimos por la parte de atrás del circo. Mientras adentro seguía la discusión y los gritos.

Recordé el alboroto que había en la plaza. Así que el plan era rodearla ocultos en los grandes árboles que estaban a su alrededor. Intentando no ser descubierto. Pasamos a un par de metros de niños jugando y corriendo.

Uno de ellos, que tenía los ojos vendados, se cae y golpea su cabeza. Da un fuerte grito y alerta a las personas que había en el lugar. Le susurré a Felipe que era el momento preciso para seguir nuestro camino. Mientras los gritos del niño conmovían y preocupaban a los más cercanos, aprovechamos de escabullirnos entre los árboles.

Al avanzar, pasamos cerca del grupo de ancianos jugando ajedrez. Me di cuenta que estaban discutiendo. No sé si habían descubierto la trampa del anciano del sombrero. O simplemente, el hacer trampa no era muy raro entre ellos. De un momento a otro, los ánimos se salieron de control y se formó un círculo de hombres arrojando golpes.

Tuvieron que cruzar unos policías, que estaban en la inauguración de la biblioteca, para calmar el ambiente. Un policía me quedó mirando al pasar -supuse obviamente, que también había visto a Sara-. En ese instante, Felipe dice que ve de lejos a unos hombres del circo «enemigo». Y que tenemos que movernos rápido.

Mi mente se puso en blanco. Estaba muy asustado y no sabía qué hacer. Entonces, un pequeño niño corre hacia un grupo de palomas. Asustándoles y haciéndolas volar en todas direcciones. No lo pensé dos veces. Y entre una nube de plumas, logramos seguir sin ser descubiertos.

Podíamos ver a lo lejos el letrero principal «Reserva de Animales». Pero aún quedaba bastante distancia para llegar.

Caminábamos cada vez más rápido. Vimos cuatro hombres siguiéndonos de cerca. Pensamos en buscar ayuda en los policías. Pero estaban bastante ocupados entre la inauguración y la pelea de ancianos. En un segundo, se me ocurrió dejar de rodear la plaza. Cambiamos el plan de ir por entre los altos árboles. Y fuimos directamente hacia el escenario de la inauguración de la nueva biblioteca. La reserva de animales estaba detrás de ella. Y con suerte podríamos llegar antes de que nos descubriera Don Carlos y sus hombres.

En ese momento, el alcalde subió al escenario a dar la cuenta pública. Comenzó a hablar de todos los «arreglos» sanitarios que se han realizados en el pueblo. Al ver este acto de descaro, los manifestantes comenzaron un caos. Arrasaron con las vallas de contención e intentaron golpear al alcalde. Mientras los policías hacían lo posible por protegerlo.

La autoridad recibía insultos y golpes. Hasta que llegó una ambulancia a su rescate. Los efectivos policiales ya no podían controlar la situación. Y fue entonces, cuando este escándalo se transformó en el momento preciso para cumplir nuestro objetivo. Pudimos esquivar a los persecutores circenses y logramos llegar a la reserva. Donde Sara pudo pasar sus días.

Al parecer, los políticos si pueden ayudar a realizar buenos actos. Aunque no sepan lo que está sucediendo. O Tendrán más estrategias para esconder elefantes? Quizá cuántos elefantes han escondidos?

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