Miró a su alrededor el hombre moderno y vio el tiempo detenerse en una imagen. Y esa visión le mostro cárceles de ladrillo y cristal, cielos entechados y suelos de asfalto.
Yahí dentro vio a otros como él. Les vio siempre corriendo hacia ninguna parte, como hámsteres en su rueda. Y él también vivía siempre con prisa, mirando a un horizonte que no llegaba nunca.Esa sensación de insatisfacción le hacía querer ir siempre más lejos, pero por mucho que avanzara nunca parecía ser suficiente.
No veía dónde encajaba él dentro de la armonía del mundo, no sabía cuál era su lugar en este cosmos, ni cuál era esa meta que tanto ansiaba alcanzar.
Entonces, decidió frenar en seco. Y, en vista de que nadabueno parecía aguardarle más adelante, dio media vuelta y regresó sobre sus pasos.
Y su reloj volvió a funcionar, pero ahora las manecillas giraban en dirección contraria. Eran las 12 y luego las 11, las 10…
Al cabo de unos minutos, se deshizo de su teléfono móvil y de todos los aparatos tecnológicos que tenía. Fue más fácil de lo que había pensado, y se dio cuenta de que no se estaba perdiendo nada, sino que empezaba a ver lo que antes le había pasado desapercibido por tener los ojos sobre una pantalla.
Pronto, se deshizo también del coche, iba caminando a todos los sitios. La televisión también dejó de tener un lugar en su hogar, y la nevera, el microondas, la cocina de gas…
Después de cien días,ya ni siquiera tenía bombillas eléctricas en su domicilio, y se alumbraba con velas.
Unas semanas después, dejó la ciudad y se marchó a vivir al campo. Sus ropas habían cambiado; se compró un sombrero de copa y un traje chaqueta, y mandó construir un establo, donde se alojaban los caballos que tiraban de su flamante carruaje.
Construyó una locomotora de vapor que le permitía viajar a la ciudad siempre que lo deseara, pero acabó oxidada y muerta junto a la vía. Después, arrojó el sombrero y se puso una peluca, con la que gustaba de ir a la ópera y leer libros de Roseau y Montesquieu,pero acabó por hartarse de llevarla.
Empezó a leer a los clásicos, a Virgilio y Homero, construyó modelos de aeroplanos y de grandes inventos, pero los desechó todos por inviables.Al cabo de un tiempo, dejó de considerarse el centro del universo, y se refugió en la religión.
Tres meses después, se empeñaba en vestir yelmo y armadura, pedía que le rindieran vasallaje y soñaba con derrotar a los infieles en combate. Rezaba compulsivamente a un Dios en el que nunca había creído antes, y se santiguaba cada vez que escuchaba algo impío.
Quemó todos sus libros: había olvidado cómo leer. Ardieron en una gran hoguera al lado del establo, y el humo espantó a sus caballos y se marcharon.
Pero las cenizas hicieron que la tierra fuera fértil y buena para cultivar, y así, empezó a vivir de lo que sembraba y recogía con sus propias manos. Cambió la cota de malla por una blusa humilde y unos calzones maltrechos,y el crucifijo por una hoz y una pala.
Su cuerpo se moldeó por el trabajo y las horas al aire libre. Sus brazos se tonificaron y muscularon, y su piel se oscureció, dándole un aspecto más rudo y salvaje.
Había cambiado a su Dios único por toda una variedad de dioses que motivaban los fenómenos de la naturaleza: había un dios al que rezar para que lloviera y otro que procuraba el sol, según demandara el cultivo.
Se había casado con una chica de su aldea, y tenían muchos hijos porque necesitaban que trabajaran en el campo. Pero muchos morían al poco de nacer, por eso había que sacrificar un cordero en el templo, de vez en cuando, para que procurara un buen embarazo.
Trabajaba tanto que no tenía tiempo para pensar. Y casi había olvidado su propósito inicial, cuál era su meta. Le parecía que eso había pasado en otra vida, en un sueño en el que las personas se comunicaban a distancia y los carros andaban solos.
Pero recordaba vagamente un deseo de encontrar su lugar en el mundo, de estar en armonía con la naturaleza y el universo. Era un pensamiento que le perseguía desde hacía tiempo, y como no sabía su origen, lo atribuyó a un mandamiento divino.
Creyendo que el dios padre se le había aparecido y le había escogido a él, como en las leyendas de los héroes míticos, cogió a su familia y se marchó a vivir al bosque.
Al dejar la granja tuvieron que aprender a vivir de lo que la naturaleza les ofrecía. Se organizaron de tal forma que mientras él y su hijo mayor cazaban los animales que encontraban, su mujer y sus hijas recogían frutas y bayas silvestres para comer, y se quedaban a cargo de los más pequeños. Empezaron a vestirse con las pieles de los animales que cazaban, y a confeccionar collares con huesos y tallos de plantas. Se instalaron en una cueva amplia excavada en la montaña, que decoraban con pinturas de animales y símbolos místicos, para contentar al dios que les había enviado allí.
Pasó un año, y el hombre creía haber cumplido la misión que le habían encomendado, y se sentía bastante satisfecho y en armonía con la naturaleza. Pero sus hijos pequeños empezaban a comportarse como brutos, a pesar de los intentos de su mujer por civilizarlos, que él rechazaba, argumentando que así lo había ordenado su Dios. Su esposa, por el contrario, cada vez dudaba más sobre la naturaleza de dicho mandato y empezaba a preguntarle si él no había malinterpretado las señales divinas, si no había creído ver algo donde no había nada. Había seguido a su marido pensando que su dios les había prometido una tierra mejor, donde no pasaran penalidades y la comida abundara. Pero solo les había conducido a una vida más sacrificada y miserable que la de la granja. También sus hijos mayores, que recordaban mejor aquellos días, ansiaban el contacto con más miembros de la especie humana. Así que, un buen día la mujer dio cuerda a su reloj, cogió a su familiay le abandonó.
No se dio cuenta hasta la mañana siguiente, cuando despertó en la cueva y no los vio allí. Fuera llovía a mares.
Entonces, comenzó a llorar y a lamentarse, y a implorar a su dios, reprochándole que le hubiera traído hasta ahí para nada, que le hubiera hecho perder a sus seres queridos.
Llovió durante tres días, en los que el hombre permaneció en la gruta en ese estado, y al tercer día salió el sol.
Animado por los suaves rayos, un conejo se deslizó fuera de la madriguera donde se había refugiado durante ese tiempo, y al verlo saltar y brincar alegremente fuera de la cueva, el hombre comprendió por fin.
Los animalesse mimetizaban con el medio que les rodeaba. Para estar en armonía con el cosmos necesitaba convertirse en uno, abandonar su condición de humano y transformarse en bestia. Así lo había previsto Él.
Salió de la caverna, retrocedió su reloj varias vueltas y lo arrojó con fuerza. También se desprendió de sus ropas. Y desnudo y a cuatro patas, persiguió al conejo por entre la hierba.
No tardó ni medio minuto en olvidar a ese dios al que, con diferentes nombres,tanto había rezado. Pronto también, perdió el lenguaje y ya no emitía sino gruñidos y rugidos para marcar el territorio.
Dejó de ser un espécimen racional y pasó a guiarse únicamente por su instinto: comía cuando tenía hambre, bebía cuando tenía sed, orinaba cuando tenía ganas, dormía cuando tenía sueño…
Ya no contaba los días ni las noches, y no recordaba quién era ni qué había ido a hacer allí.
Al cabo de veinte años, podría pasar verdaderamente por una criatura salvaje en estado de ancianitud. Su piel era negra, su cuerpo enjuto y muy delgado, su rostro estaba casi cubiertopor una larga melena cenicienta, que le caía sobre la frente, y una barba espesa que le rozaba el pecho. Pero aún se adivinaba una mirada animal y amarilla cuya profundidad, no obstante, podía sugerir un alma racional.
Fue su silueta, erguida sobre cuatro patas desde aquella mañana conejil, la que vieron los hombres modernos de cuyo cañón sonó el disparo.
Y fue uno de ellos, quien al acercarse al animal ensangrentado, descubrió como aquel amarillo se tornaba marrón, y cuando reconoció la familiaridad de la expresión perdida en su memoria de tanto tiempo atrás,se echó a llorar.
Y el hombre arañó con su mano la tierra, preso de dolor, y sacó un objeto esférico, cuyas manecillas ya volvían a girar como al principio.
Y cuando giró la cabeza y vio el rostro de su hijo bañado en lágrimas, comprendió que no se podía huir del tiempo, porque este siempre te alcanzaba.
Recordó todo de golpe, desde el principio, y sintió que ya había llegado a dónde se proponía.Y que el sentido de la vida no era otro que estar vivo, y que no se hallaba en la meta, sino en el camino. Y sin un dios de por medio.
Y entre susurros, intentó contestar a las suplicas de su vástago que la muerte implicaba pasar a formar parte de la tierra y que esta serviría para alimentar a otros seres vivos en su trayecto, como el abono con el que cultivaban sus verduras.
Y así ser uno con la naturaleza.
Todo su camino, toda su evolución e involución, le había servido para aprender y para estar preparado para ese momento.
Y el hijo, cogió el reloj de la mano muerta de su padre, se secó las mejillas y miró al horizonte.
Porque el universo, y todo lo que contiene, no nace ni muere, sino que se renueva constantemente en un ciclo sin fin, que comienza y acaba dando cuerda a un reloj.
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