Otro maravilloso día en la oficina. Aquellos 60 metros cuadrados, tapizados con una moqueta con vida propia (aspirar su hedor provocaba efectos estupefacientes), eran mi día a día. Nada dramático, lo único que debía apoyar el culo en la silla negra y con movilidad de 360 grados y comenzar a teclear con un gesto desesperado. Aquella mañana, mientras hacía café en la máquina nespresso (con cápsula carrefour, no vayamos a despilfarrar), se me ocurrió la feliz idea de observar a algunos de los sujetos que allí habitaban. Había algunos a los que les habían conferido mote. En verdad eran motes buenos y tuve que adaptarme a ellos. Por un lado Taponcete. Un hombre de 1.60 metros de altura, de unos 110 kilos de peso, y adicto a los pre congelados “Carretilla”. Tanto que me extrañaba que no llevara tatuado un #Hastag de la marca, o elaborarse histories en directo desde el comedor.
EL COMEDOR (por llamarlo de alguna manera) era un sórdido espacio de 12 metros cuadrados, con la basura que desbordaba e impregnaba la moqueta de cualquier derivado alimenticio existente. Un olorcillo solo comparado a un mercadillo de especias bengalita, pero con cuatro mojigatos jurando y cagándose en la vida de su jefe. Tampoco es para culparlos. El FUCKING BOSS era un empresario de los que nos gustan, un emprendedor que ya había montado 7 empresas. Lo que nadie decía en alto es que tuvo que disolver sus anteriores por aparecer en la lista de morosos. Esta dualidad de empresario- criminal que tanto nos gusta a los españoletes. Por otro lado estaba “El carraspeador” (mote de mi cosecha). Este individuo, una persona joven de menos de cuarenta años, tenía que aclararse la garganta cada 20 segundos, debía tener una flema del tamaño de VENTAS, porque no era normal aquello. También era adicto al aguacate, contaba la leyenda que invertía el 17% de su sueldo en esa fruta. El también era emprendedor… ahora se apunta al carro del emprendimiento hasta Paco el chocolatero. El resto, currantes de a pie, sobre llevaban la jornada con visitas intermitentes al carrefour. Algunos sabían de pe a pa todas las ofertas 3X2 del negocio. Otros, habían degustado toda la sección de tortitas de arroz y maíz,lista para nada despreciable. Después estaba el portero.Qué hombre más simpático. En el tiempo que estuve ahí, por mucho énfasis que le echase a mis saludos, por mucha carne al asador que metiera, solo recibí a cambio un rezagado Hol…Y una cara de asco y desprecio, como si dejase una rastra de animal muerto a mi paso. Pero si de verdad querías cabrearle y que marcase un show de muecas de circo del horror, solo tenías que meterte junto a otros cuatro en el ascensor, y dejar que el Show empezase. Recuerdo el día que el ascensor se paró, él, como manda su trabajo, vino a nuestro rescate. Rescate que venía siendo coger una llave inglesa y desatascar una palanca. Aquel día cuando nos sacó, vislumbré el rostro del horror. Recordome al monstruo en Muholand Drive tras el dinning room. Desde aquel entonces, decidí subir andando( tampoco le vendría mal a mi pandero).
Aquel edificio era todo un enigma para mí. Lo más desconcertante, era que, de vez en cuando, aparecían unas notas disuasorias en el baño de mujeres.La nota mas espasmosa decía lo siguiente: No robar la fregona, hay cámaras que os graban! Es vergonzoso!! En un inicio, todos pensábamos que se trataría del portero, pero el CEO del aguacate, apuntó que, al no tener faltas de ortografía, era iMPOSIBLE que fuese el bedel (un comentario muy poco clasista ). Por tanto, la incertidumbre impregnaba la atmósfera del edificio. ¿Cómo es posible robar una fregona? ¿Había cámaras en el edificio? ¿Nos grababan haciendo nuestras necesidades?
Creo que aquella noche no pude dormir. Pero quizás se debiera al redbull que consumí a las siete de la tarde para aguantar con motivación las charlas (des)motivadoras del CEO y los “managers” de turno.
Decían que una de los `manager´ era una virtuosa de las teclas. Cualquiera pensaría en una pianista de bar con una destreza envidiable, pero en este caso me refiero al teclado del computer. Sus dedos tecleaban tan rápido y emitían tal estruendo, que aquello parecía un tablao flamenco. El contenido de aquel texto adquiría la importancia de un tratado de guerra. Menos mal que trabajaban en publicidad (engañosa). Si llega a tratarse de algo más serio, se le habrían desarticulado las muñecas. Cada día, una lluvia de teclas resonaba por toda la oficina, esto sumado al silencio en el que nos veíamos sumidos, tenía más repercusión (nunca mejor dicho). La mujer tenía un agobio interno de tres pares de narices, y cada cuarto de hora recibía una misteriosa llamada por la que se metía en una sala insonorizada, en la que se intuía un alto grado de alarma a juzgar por su rostro desencajado. Esta mujer se otorgaba la importancia de un espía del KGB, si no fuese por su discreción indiscreta, que ofrecía a los allí presentes cualquier tipo de interpretación.
¿Estarían anunciando un secuestro? ¿Le llamaban los bomberos advirtiendo de un incendio? ¿Había explotado su termomix? Podía ser hasta la cosa más tonta, pero su cara siempre ofrecía una mueca de ira.
En definitiva, entre las 7 capsulas diarias y la atmósfera de tensión fatal, estábamos todos los peones mosqueados. Los unos con cagalera, los otros con taquicardias, y todo por que la imaginación derivada de la FALTA de información.
Llegó el día de las amenazas sutiles: el problema de todo, es que no era suficiente con las 8 horas laborales y nos íbamos “demasiado pronto”. La otra parte de la amenaza iba acompañada de la frase “tendremos que tomar una decisión lo antes posible”.
Intenté durante aquellos infinitos días montar campañas como una desquiciada, vamos lo que siempre hacía pero parecía no ser suficiente. Me tiraba copiando y pegando links hasta las siete de la tarde, cuando todo cliente nacional o internacional estaba reposando su trasero en casa. Pero yo no desistí, yo iba en búsqueda y captura de nuevos “clientes” con los que SALVAR el negocio.
Por otro lado tenemos “El inversor”. Este sujeto debía abonar una importante cantidad de líquido estaba demasiado ocupado, quizás cerrando tratos con el crimen organizado, o quizás negociando corruputelas con el PP. Por tanto, la situación se convirtió en un cronómetro que partía hacia el abismo del despido.
Y llegó la semana.
El día anterior,como todo jueves corporativo, nos dispusimos a comer con rapidez un sandwich en el bar de al lado, pero estaba atiborrado de gente. La situación nos obligó a emprender la marcha a un restaurante en la calle de al lado. El CEO nervioso porque perdimos 20 minutos más de la hora habitual, nos aconsejó comer con la máxima destreza posible pues “había que ser consecuente”. Decidí comerme el gofre en dos bocados y el frío del helado de vainilla me atravesó el cerebro. Durante la tarde, no terminaron de sucederse las reuniones misteriosas entre la “manager” y el CEO. Se metieron en una de las salas insonorizadas y yo comencé a preguntarme si estarían haciendo alguna cama. Glups.
Cuando salieron, la amabilidad de mi manager era superior a la habitual, me animó a montar un suculento listado de ofertas y siguió charlando animadamente con otro peón.
El día siguiente amaneció soleado y aparentemente normal, la “manager” tenía el semblante tranquilo y eso en un inicio me alivió.
Estaba apunto de terminar la jornada, maravillosos TRES minutos para las tres. Cuando el sonido de la impresora me alertó del peligro.
-¿Tienes un minuto?
– Por supuesto, por supuesto…
Ya estaba todo hecho. Ahora solo faltaba sacar un bol de palomitas y escuchar con atención.
– Nos hemos visto obligados a prescindir de tus servicios.
-Ah, vale. ¿Y eso?
– No te hemos visto con HAMBRE. HAMBRE de clientes. Pensé que conseguirías doblar la facturación. Por cierto, no nos has movido en RRSS.
Permanecí callada unos instantes y pensando. Dos días antes elaboré concienzudamente una lista con potenciales clientes, con pelos y señales. Es más, la `manager´estaba particularmente insistente con esto, quería que estuviese lo más CLARA posible. Me extrañaba tanta urgencia cuando siempre que sugería trabajar con alguien NUEVO exigía pre pagos y demás gestiones que complicaban el proceso. Ponía más trabas que las que ponen en la aduanas de USA.
Además, nunca había sido informada de que mi labor también era la de Community Manager, cuando nadie en aquella oficina se dignaba ni a subir un triste post a linkdn.
Mi grado de indignación era alto, aunque no superó al de alivio
“Ha quedado despedido” El detalle de coger una cutre plantilla de Google images me fascinó, tanto fue el esfuerzo que no cambiaron ni de género.
Aquella frase, escrita sobre un din A-4 con letras times new roman, fue el anuncio de lo ya esperado. Yo permanecía con semblante serio y quería cagarme en su madre, pero la elegancia venció la batalla, firmé el finiquito y para casa. Desperté al día siguiente, eran las 12 de la mañana y me sentía como una reina panderetona, estaba tan traspuesta que parecía que hubiese despertado de un pesadilla. Fuera un sueño o no estaba claro: estaba más cómoda en casa, sin taquicardias y esas cosas.
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