Los primeros días prácticamente no existieron, vivía en la recreación continua del suceso, me desangraba las neuronas pidiéndoles explicaciones hasta que morían ineptas, caminaba por todos los rincones de mi cuerpo buscando excusarte, encontrar una pista que te defendiera, un alguien que me lo explicara todo en un lenguaje más amable, menos corpóreo, más reciclado, más asimilado.

No me avergüenzo del enigma, tampoco de la rabia, incluso puedo enfrentar la muerte del fuego, amedrentar desde mi balcón los gritos que escucharon mis ojos pero no quisieron ver mis oídos. No me avergüenzo de la duda, de echar un vistazo en mi historial y comprobar que se destilan los colores desde entonces. No me avergüenzo de olvidar que la que abandonó fui yo y sentirme abandonada. La vergüenza es más cabrona, no se anda con naderías de madrugada. La vergüenza va de apoco haciéndote un nudo en la garganta, te envuelve lentamente, es una boa constrictor que no te deja más tiempo, te quita la respiración en un momento, luego te tapa la cara, y la boca, se envuelve en tu mejor manta de invierno, sale, camina, va dejando flores por la calle en un acto de despedida que todos desconocen. No me da vergüenza que se me haya congelado el tiempo, caerme en la cama cada vez que intento levantarme, no me da vergüenza, no me da vergüenza ir por los callejones del recuerdo cazando alguna mariposa moribunda, no, no me da vergüenza soñar otra cosa, no me da vergüenza el escape certero, el escape fulminante que he hecho de tu cuerpo. La vergüenza es más cabrona, la vergüenza ni siquiera tiene dedos, la vergüenza tiene una inmensa cola de rata y se esconde en las taquillas de los que aun no aprenden a caer de rodillas y llorar. Vergüenza es otra cosa, vergüenza es otra cosa, la vergüenza es más cabrona, vergüenza, vergüenza me da tu estirpe, tu silencio de animal deshuesado, el racismo de tu voz hacia lo divino, vergüenza es tu violencia sobre mis ancestros, tus paranoias perdidas en mi mágico palacio de estrellas, vergüenza da verte cazar en un bosque sin árboles animales fantásticos que tú no has imaginado.

La vergüenza es más cabrona, la llevas escrita en el pecho aunque te laman las heridas, vive como una sombra asomada en tu ventana, no te deja ver la lluvia, ni la que más limpia los campos, la vergüenza cariño, es tu herencia, tu familia en el ombligo, no me da vergüenza decirlo, no me da vergüenza dejarlo por escrito, la vergüenza es más cabrona.

Después comenzaron las tormentas verbales entre mis piernas, brazos, manos, ojos, cabellos, incluso las pestañas se metieron en la disputa de tus actos, enfurecido el corazón que era el único que no decía nada los mandó todos a dormir a mi cama y allí me quedé, desnuda, pasmada, como si me hundiera en el pantano de la tristeza de La historia interminable, pero sin caballo ni arco ni grito ni agua ni Atreyu ni nada.

Me visitó una esperanza, se metió dentro de mis sábanas y me susurró al oído que venía a devolverme la magia de maga, yo le creí, abrí mi boca para dejarla, respiré sus alas, acaricié su cuento, recorrí paisajes nuevos, fantásticos, eternos, y cuando desperté seguía allí conmigo, tan desnuda como yo. Entonces fue cuando terminé de romperme, mis órganos ya no se juntaban a reinventar el caso, andaban desperdigados por toda la casa, el hígado en el lavaplatos, los pulmones enfrentados, uno sobre los libros, otro sobre la almohada, un riñón se retorcía dentro de la lavadora y las vísceras se bañaban gustosas en mi tina. Fue cuando vi a mi intestino colgando del techo y al corazón durmiendo en la basura, que comencé a recolectarlos a todos en un acto altruista bastante absurdo como quien intenta volver a juntar un jarrón de agua sin pegamento ni manos ni vista ni pulso.

Siguieron días de quietud, si me movía mucho me volvía a romper, a desintegrar por todos lados, así que aguardé a que todo estuviera un poquito más firme antes de levantarme, de caminar, de salir a la calle a gritar.

Luego todo fue mejorando pero tan despacio que parecía como si el mundo girara en cámara lenta continuamente, y las voces de las personas hablaran debajo del agua sin ahogarse, con ese sonido lleno de burbujas alrededor, dentro, por todos los lados y sus cabellos oscilando mojados, yo no entendía nada, me dejaba estar de un modo estilo inercia, porque matarme nunca, había que vivir, así que de forma automática fui recomponiéndome de modo natural, biológico, y sin duda esquizofrénico.

Dejé de darte el mejor asiento en mis pensamientos, aunque lo que más me costaba era deshacerme de tus ojos, esa trampa divina construída para tener con qué atrapar carnada, algo para poder sortear en la revancha de la vida, algo con qué jugar entre las piernas de una mujer dormida, pero es que al final cariño, todas despiertan, todas despertamos. Es triste contarte todo esto porque finalmente es la historia de cómo te olvidé y te dejé ir de mis entrañas. Por lo menos ahora ya sentía algo, estaba viva entonces. Aunque detrás de la puerta sigue la ropa que te dejaste sobre la escalera.

Es una tristeza gorda, de gato gordo, silenciosa, escurridiza, mecánica y repetitiva, aburrida, poco creativa, con ojos de espiral y respiraciones forzadas, contadas, medidas, a punto de salirse del gato, de la tristeza, de la obesidad del monstruo este.

Los siguientes días dejé de dormir dentro de la cama, me acurrucaba en posición fetal. Me estiraba por las mañanas en una especie de savasana de yoga. Me volví más nocturna. Era como si la realidad pudiera percibirse con más claridad por las noches, caminaba de aquí para allá, corría.

Es una tristeza pegajosa, dependiente, cursi, espantosa,de esas que no saben hacerse la comida ni calentar agua, es hedionda, huele a un pasado todavía verde y poco podrido, huele como presagio a un seguro moho que se sugiere de sus bigotes también gordos de la tristeza esta, nefasta, responsable y disciplinada, sin ningún problema de identidad, cómoda en mi casa, instalada en el sofá, en la mesa, sentada justo antes en todos los sitios del espacio a los que intento llegar en una suerte de mamífero herido sin patas, ni cola, ni escamas que me ayuden. Tengo una tristeza ancha que no cabe por la puerta de salida, una tristeza con gula que tiene dotes de invisibilidad en mi cuerpo. Una tristeza pues, de gato gordo, que come de noche sin que le vea, que no sabe cómo se cierra la ventana del pasillo, es torpe, pero eficaz la tristeza esta, la tristeza del animal este.

Se me pegaba en la espalda de vez en cuando, me relamía las heridas en la memoria, y yo con el tiempo comencé a lamerme a mí misma, me tragaba mis rencores para después escupirlos sobre la alfombra, más digeridos, trascendidos, transformados en lo que siempre son los sentimientos negativos, bolas de pelo.

La última vez que me atreví a contemplarla intentó hablarme,intentó dialogar como si tuviera el mínimo derecho a esto, yo me hice agua y como no me cuesta nada, me pude ir alejando entre las corrientes furiosas de la separación esta, que lo único que me ha dejado es un gato bien gordo, una tristeza de gato gordo.

No me molestaba la voz, pero mi comunicación con el animal se volvió de lenguajes impredecibles, de mi voz salían una especie de maullidos que no quise reconocer. Los confundía con el llanto, con los lamentos de toda pérdida, incluida cuando la pérdida es una…

Mis rasgos en efecto se afilaron, me lo decía la gente, que estás diferente, que estás más delgada, y empezaron a llegarme noticias de que salía por la noche, que me habían visto por la calle de madrugada, que me veían asomada en ventanas de gente desconocida, incluso abrazando a los árboles.

No me asusté, no me importó, llega un momento donde la tristeza esta, la de la bestia gorda, te invade el cerebro, ya nada te sorprende ni te importa que se murmure que andas por allí corriendo con gatos callejeros.

Al animal este, a la bestia, le dan ataques de pánico cuando despierto, porque además de todo es territorial y se apodera de la noche, de todas mis noches, las de adentro y las de afuera, así que yo me levanto y me hago con indiferencia un café para que no se crea que yo no he dormido, ni que me ha quitado la esperanza, me preparo una tostada con mermelada para que le surja la duda y no ande pensando que ha logrado que la dibuje en mi rostro volviéndome un poco felina, y aunque cuando salgo a la calle ahora lo hago por el balcón y en vez de andar por la acera brinco por los tejados, yo sigo fingiendo que todo está en orden, que no tengo tristeza, ni menos una gorda, de gato gordo.

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