La cuenta atrás señala que me quedan cinco minutos. Miro a la izquierda, no hay nada. Derecha. Más a la derecha. Un poquito más. Ahí, quizás la llave esté escondida debajo de la roca. Avanzo. Avanzo. Un poco a la derecha. Estoy frente a la roca. ¿Usar habilidad? Sí/No. Sí. ¡Genial, acabas de romper la piedra! Cuatro minutos para que sea la hora.

Ha aparecido una llave de dentro de la roca. La recojo. Se supone que ya puedo abrir la puerta del castillo donde está la princesa secuestrada. Estoy muy cerca del final del juego. En clase van a flipar conmigo. Ahora, tengo que volver por donde he venido, no me queda mucho tiempo. Retrocedo. Retrocedo. Salto un río. Retrocedo. Tres minutos. ¿Cojo el atajo o sigo por el camino? En el atajo me puede tocar luchar contra un cazador y al final tardaría más. Venga, sigo recto.

¡Atención! Alguien quiere hablar contigo. ¿Quieres conversar? Sí/No. Dudo por un momento. . Hola, Víc. ¿Vas hacia el castillo a liberar a la princesa, verdad? Sí / No. Sí. Lo sabía, pues en ese caso te recomiendo que pases antes por la tienda para comprar pociones. Detrás de la puerta hay alguien muy poderoso. Preguntar más / Dar las gracias. Gracias. Ya solo quedan dos minutos.

Si no recuerdo mal, el castillo está en la siguiente pantalla. Justo detrás de ese árbol con tres frutas debo girar a la derecha. No me va a dar tiempo, esto es un laberinto. Derecha, derecha, paso dos matorrales, izquierda, salto, salto. Mierda, las rocas bloquean el camino. ¿Usar habilidad? Sí/No. Sí. ¡Genial, acabas de romper la piedra! Perfecto. De frente, de frente, llego al río. Nada, es imposible, tengo menos de un minuto y no he recorrido ni la mitad del camino. Pause. Guardar partida. ¿Quieres guardar la partida? Sí / No. Sí. Muy bien, partida guardada.

La voz de mi padre se impone al sonido de la radio que viene del salón. ¡¡A cenar!! ¡¡La cena!! Aquel era el aviso, daba igual lo que se estuviera haciendo, todo el mundo debe parar e ir sin demora a la cocina. No existe ninguna excusa posible. Apago rápido la consola, abro la puerta y me dejo guiar por la luz blanca que viene de la cocina como una polilla en verano. A mitad del pasillo me doy cuenta de que voy descalzo. Mierda.

Giro bruscamente para volver a mi habitación en busca de las zapatillas, no me puedo enfrentar a ellos con una desventaja táctica. El tiempo corre, soy consciente. Cada segundo que pasa es una penalización que afectará al resultado final de la misión. Encuentro la zapatilla izquierda, está tirada en el suelo detrás de la puerta. ¿Dónde está la derecha? No la veo por ningún lado. ¿Podría ir a la pata coja? No, no es buena idea. ¡¡A cenar, ¿me habéis escuchado?!! Mi hermano sale corriendo de su habitación. Pero ¿dónde está la zapatilla? En la cama, es verdad, tiro la almohada y los peluches al suelo. ¡Por fin! Habrá pasado un minuto desde el segundo aviso. Un tercero supondría el fin de la partida así que grito: ¡Voy, no encontraba las zapatillas!

Cuando llego a la cocina, la mesa ya está puesta y todos me esperan con los cubiertos en sus manos. Mi padre me observa con detenimiento mientras mi hermano remueve la ensalada. Parece claro que no he comenzado con buen pie. La penalización por el tiempo perdido puede ser fatal.

— ¿Qué hacías?

Mentir no es una buena idea. La última vez me pillaron con tan solo dos preguntas y estuve castigado tres días.

— Jugaba.

— ¿Con la consola?

— Sí.

— Lo ves, se tira todo el día — zanja mi padre mirando a mi madre poniendo fin así a una discusión pasada.

En un intento por reconducir la situación, cojo la botella de agua para servir primero a mis padres y luego a mí, pero mi hermano se me ha adelantado. Me mira con recochineo. Seguro que no quiere nada, pero le encanta acumular puntos de “buenhijismo”. Retomo la iniciativa. Sin que nadie me lo pida, agarro la barra de pan y parto cuatro generosos trozos. Mi madre sonríe. Cuando mi padre me pasa la bandeja de filetes humeantes, me doy cuenta de que no tengo nada hambre. Acabo de comerme el bocadillo del recreo que había olvidado por la mañana en la mochila.

— Dos por cabeza.

Estoy perdido. Es imposible que me coma dos filetes de esos y, además, la ensalada. ¡Tengo que ser fuerte! Cualquier otro día hubiera protestado, pero hoy no me puedo rendir. Realmente, va a ser complicado conseguir un bonus time para llegar al castillo.

Me sirvo rápidamente los dos más pequeños y empiezo a comer sin hacer siquiera un comentario sobre lo dura que está la carne o sobre la cantidad de ternillas que tienen. Cuando termino con el primer filete antes que nadie, me siento con fuerzas suficientes como para plantear la pregunta. Mi padre se acaba de levantar a por más agua. Divide y vencerás, pienso. Como que no quiere la cosa, pregunto a mi madre.

— ¿Puedo seguir jugando después de cenar?

La pregunta queda flotando en el aire junto al olor del aceite recalentado. La suerte está echada. Ella mira a mi padre. Sabe que es completamente contrario a los videojuegos. Si por él fuera, en esta casa no veríamos ni la tele. Repele todo lo que tiene luz propia. En fin, esperaba no tener que recurrir a esto tan pronto, pero no tengo muchas más alternativas. Usar habilidad. Sí / No. Sí. ¿Estás seguro, si la utilizas ahora no podrá volver disponer de ella? Sí / No. Sí.

— Hoy me han dado las notas del examen de Lengua que tuve la semana pasada.

— ¿Y qué tal te ha ido?

— Me han puesto un 9,5.

Mi hermano levanta la vista del plato para observarme. Tengo la sensación de que sus ojos se componen de una mezcla de respeto y odio. Mis padres entrecruzan sus miradas y se empiezan a reír.

— ¿Un 9,5? — me pregunta mi padre.

Sí.

¿Y te acuerdas ahora? — dice mi madre.

— Sí.

Se vuelven a reír. Parece que la habilidad ha surtido efecto y que van a liberar la llave.

— Sí que tienes ganas de jugar, ¿eh? En fin, haz lo que quieras pero a las 10.30 las luces apagadas.

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