Se encontraba cansado. Se quejaba en silencio mientras pateaba una lata de gaseosa y se dirigía a su pequeño taller de motos. Las amaba, sentía pasión por ellas. Pero había algo que amaba más y no podía sacarlo de su cabeza: Guadalupe, su exnovia. Por ella lo dio todo, hasta el último segundo, hasta el último beso. Ese beso que nunca supo que sería el último.

Había rechazado una oferta de trabajo propuesta por una gran multinacional. Las condiciones de trabajo implicaban a Cristian dejar Rosario, su ciudad natal e irse a vivir a Neuquén. El salario era altísimo, no conseguiría nada mejor. Él le comentó sobre aquella idea que tanto le entusiasmaba. Pero ella, en ese momento su novia, no podía aceptar la idea de irse tan lejos, no por lo menos por él.

Fue entonces que el mecánico decidió quedarse con ella, e ignorar aquella gran propuesta.

Pero todo cambió meses después. Las cosas iban de mal en peor, ella se había cansado de él y decidió desecharlo como quien desecha un viejo trapo sucio.

Aún no la superaba, tan solo habían pasado algunos meses desde su separación. Los días le parecían grises y las noches un eterno lecho de soledad. La angustia vagaba entre su corazón y su garganta, sentía la necesidad de gritar al mundo lo mucho que la amaba, pero estaba ahogado en angustia.

Los fines de semana acostumbraba a quedarse en su casa. Revisaba fotos viejas mientras escuchaba su banda favorita “Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota”. Aquellas fotos lo mantenían vivo. Podía viajar y conectarse a cada recuerdo que había compartido con ella: desde sus últimas vacaciones juntos, hasta a sus primeras citas. Su situación preocupaba a su hermana, Mónica, con quien compartía alojamiento. Era unos años mayor que él, su gran estatura, y su cabello negro como la noche convertían en una mujer más imponente de lo que ya se podía denotar con solo escucharla.

Decidió tomar cartas en el asunto, se dirigió hacía la habitación de bocha, dónde solía estar. Sus únicos lugares donde pasaba su tiempo eran en su taller o allí.

-Necesitas algo? ¿Marcha todo bien? – Le pregunta, asomando su rizada cabellera por la vieja puerta de madera que estaba entreabierta.

-No, está bien. – contesta desde su cama, mientras levantaba sus parpados, con esa mirada cansada que pedía, de alguna manera poder descansar. No quería dormir, estaba cansado, pero no sabía de qué, si de la vida, si de su soledad. Le aterraba la idea de no volver a coincidir con alguien, de no volver a sentir la atracción que sentía por ella. Tenía miedo a estar sin ella.

-No, nada está bien. Mírate, hace meses que estás así. De casa al taller, del taller a casa. Del comedor a tu habitación y de tu habitación al comedor. No eres quien solías ser, no soporto verte así- retruca Mónica.

-Es solo tiempo, he oído por ahí que el tiempo todo lo cura y así dejaré que sea. Si quieres colaborar puedes dejarme solo. Gracias-. Le dio la espalda y escondió su rostro bajo su frazada.

La situación de bocha preocupaba a su hermana. Fue así que decidió llamar a Axel, uno de los mejores amigos de Bocha. Eran incondicionales, siempre estaban cuando el otro más lo necesitaba, y esta no sería la excepción. Él entendió la situación y prometió llevarlo a despejarse el viernes por la noche, como solían hacer en los viejos tiempos, cada uno con su moto, hasta donde la luna los guiaba.

Llegó la noche de viernes, el cielo estaba estrellado, y el frío acompañaba el penar de Cristian, era casi imposible no recodarla en momentos así. Su imaginación dibujaba la silueta de esa mujer en su cama, deseaba tenerla allí y abrazarla hasta que sus penas se olviden.

Pero el destino tenía otros planes para él. Y así fue. Oyó sonar el timbre.

-Bocha, puedes atender la puerta? Grita Mónica desde su habitación mientras peinaba su cabello.

-Oh, pero ¿quién demonios puede ser a esta hora? ¿Es alguna de tus amigas? – pregunta molesto.

-No tengo ni idea, no creo. ¿Puedes atender por favor? Estoy ocupada.

Su tristeza lo tenía atado a su cama, no podía ni quería levantarse. Pero el sonido que producía aquella mano contra la puerta de metal le resultaba tan molesto como para levantarse.

Así que decidió ponerse sus viejas pantuflas y atender a la puerta. Cuando abrió la puerta se sorprendió. Del otro lado estaba su amigo Axel, y su moto estacionada. Este le comentó que había caminado una cuadra con ella para no hacer ningún tipo de ruido y no ser reconocido. Logró sorprenderlo.

-Ey hermano, ¿Qué haces así vestido? ¡Vístete! Hoy es viernes. – Dijo alegre.

-Ya sabes, ya no logro ser el de antes. Decidí alejarme de ti y de los muchachos porque no estábamos en la misma sintonía, ya no puedo disfrutar como ustedes. – Suspira.

-Lo entiendo, lo entiendo. Pero esta vez, somos tu y yo, como en los viejos tiempos, como cuand…

-Espera, es que… no quiero aburrirte, ni mucho menos contagiarte mi depresión. Interrumpe, desganado, como si estuviera muerto en vida.

-Escucha, tranquilo… Yo estoy para ti como cuando tú lo estuviste para mí. ¿O no recuerdas acaso cuando esa maldita perra de Antonella me rompió el corazón?

-Si- responde – No parabas de llorar, nunca te había visto así. Me sorprendí.

-Bueno, me toca devolverte el favor a mi ahora. Así que vístete y vamos.

-A dónde? –

-Al bar donde solíamos ir cuando éramos más jóvenes. Ese bar dónde impresionabas una mujer distinta todos los fines de semana y lograbas irte a dormir con ellas. – Ríe.

-Y pretendes que vuelva a hacer lo mismo? Creo que ya perdí el toque amigo- Sonríe, sonrisa que en mucho tiempo no había logrado soltar. Pensó que quizá esa noche podría serle de ayuda. Quizá volviendo a lugares donde era feliz le regresarían un poco su vitalidad.

-Andando, vístete ¿O quieres que lo haga yo por ti? –

-No, espérame aquí.

Entró a su cuarto, se puso sus jeans, remera blanca y su campera de cuero. No hubo un momento en el cual la noche lo haya visto pasear en su moto sin su campera de cuero.

Fue así como ambos se subieron a sus respectivas motos y comenzaron camino hacia el bar.

El viento frío de aquella estrellada noche lo transportaba a tiempos donde había sido feliz. Se sentía libre, por un momento olvidó todos sus problemas. Extrañaba a la noche y la noche lo extrañaba a él, como dos viejos cómplices en el amor, eran indispensables el uno para el otro. El sonido del motor de su moto le pareció música. Disfrutaba de oírla sonar.

Llegaron a destino. El bar se veía como tiempo atrás, nada había cambiado. La gran barra de madera la cual era atendida por Charly, el viejo barman, quien tantas veces lo vio ebrio. El piso de madera barnizado, las mesas de pool a un costado, rock de fondo y el humo merodeando todo el lugar. Las cosas simples lo hicieron feliz por un momento.

Todo era risas entre cervezas. Pero algo raro oyó de fondo. Una dulce vos le penetro hasta lo más profundo del tímpano. Conocía esa dulce voz, adoraba esa dulce voz. Se volteó desesperadamente en busca de aquella interlocutora y si, allí estaba, era ella: Guadalupe, su exnovia.

Su pecho se estremeció. Sintió que su alma se despegaba de su cuerpo, se vio paralizado. Una sensación de frío invadió cada rincón de su cuerpo.

Tenía que acercarse a hablarle, sentía la necesidad de hacerlo. Junto valor y se acercó hacia ella, con el miedo de una primera vez. Como si nunca la hubiera visto. Como si fuera una total desconocida, el rechazo lo aterrorizaba.

-Hola gguedalulupe- Tartamudea, nervioso.

-Cris ¿Cómo estás? – pregunta ella, aunque la respuesta era obvia. Estaba destrozado y ella lo sabía más que nadie. Había roto su corazón cuando decidió dejar todo atrás, cuando decidió que ya no quería compartir su tiempo con él.

-Aquí estoy, sigo vivo después de todo…

-Sabes, siento que te mereces una disculpa, siempre fuiste tan bueno conmigo y yo no era ni la mitad de lo que tú me dabas. Entonces decidí irme, tenía miedo de que te canses y salir herida, de que me rompas el corazón, de que encuentres a alguien mejor. Pero me di cuenta de que fue al revés. Que tu saliste herido, y no te lo merecías. –

Parecía arrepentida, él obnubilado por su encanto accedió a creerle.

-Yo nunca te podría reemplazar, por nada ni por nadie. Nunca amaré a nadie como a ti. Simplemente resultaste ser la mujer de mi vida, te extraño cada día y cada noche. La cama no es igual sin ti. Necesito una sobredosis de tus besos.–

-Estoy en deuda contigo, si te parece hoy mismo podríamos saldarlas. Yo también te extraño. –

No podía rechazar esa oferta. Estaba tan emocionado, que se fue sin despedir a nadie. Se montaron en su moto e iniciaron camino hacia casa de Guadalupe. Vivía en un pueblo a los alrededores de Rosario. Él conocía la ruta como la palma de su mano.

Llegaron a su casa y abrieron la puerta entre besos y caricias. Sus cuerpos se conocían, ambos sabían los puntos débiles del otro. Mientras se quitaban la ropa, se dirigían hacia su habitación. Necesitaban sentir sus pieles.

Tuvieron sexo como si no volvieran hacerlo nunca más. Cristian se sentía aferrado a su piel. Nunca había disfrutado tanto de hacerlo, necesita saciar su sed con su dulce néctar.

Terminaron exhaustos, con una sonrisa en el otro. Jadeaban pasión. Se miraban y parecían felices entre caricias. Pero ella escondía algo, quería decirlo, pero sabía que iba a destrozarlo. Era necesario que él lo supiera.

-Amor, hay algo que necesitas saber…-

– ¿Qué? ¿Estás bien? – Pregunta preocupado.

– Si, no te preocupes, no me ocurre nada. Es solo que…

– ¿Qué cosa? Me estoy preocupando, dime de una vez. –

– ¿Recuerdas a mi amiga Rosa, quien vive en España? –

– Si, ¿Qué hay con ella? –

– En su trabajo hay una vacante, con muy buena paga. Ella les habló sobre mí, me entrevistaron online y me quedé con el puesto. Creo que es una oportunidad única y que no puedo desaprovecharla. Las cosas no están muy bien en casa y es una buena salida para mí y para mi familia… –

Estaba shockeado, no podía creerlo. Quien se negó a escaparse con él por el mismo motivo, hoy declara su arribo a otro país. No podía entender por qué ahora sí podía irse. Se sintió vacío, frío. Volvió a sentir esa tristeza inmensa, la cual creía haber dejado atrás. Lo que parecía un nuevo comienzo terminó siendo uno de los finales más tristes que podía imaginar.

-Está bien. Si no te molesta debo irme- Dijo mientras se ponía su ropa.

-Lo entiendo. Si así lo deseas. Te quiero. –

Cristian por su parte no emitió una palabra más. Y no porque no quisiera, sino porque no podía. Se subió a su moto y volvió camino para su casa.

Mientras más pensaba en ella, más aceleraba. Pensaba que sin ella no podría vivir, sin ella su vida no sería nada. Pero ¿Qué podía hacer? Ya todo estaba perdido. No volvería a encontrar la paz en otros brazos. Podía arreglar cualquier moto, solucionar cualquier problema mecánico, pero esta situación lo superaba por completo.

Perdió la conciencia de a la velocidad que iba, parecía no importarle. La lluvia era su única compañera. Vio una luz, y experimentó un impacto. Seguido de eso, sintió paz, aquella que necesitaba. No padeció dolor. Su alma por fin podía descansar. No quiso volver, allí todo era mejor. Y ahora mira crecer las flores desde abajo.

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