¡Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!
El peculiar sonido de mi tarjeta activando la apertura de los tornos marca el pistoletazo de salida. Una marabunta de rostros impacientes, soñolientos, despistados, aturdidos, serios, malhumorados… sortea con avidez rutinaria los obstáculos que se va encontrando, mientras escaleras mecánicas como rascacielos suben o bajan a expensas de la dirección escogida. El sol aún no ha salido cuando me adentro en la estación de Cuatro Caminos. Metro de Madrid.
Mi ser pasa desapercibido, como el resto de días a la misma hora.
Al igual que un animal se prepara para cazar, me dispongo a hacerme hueco entre la maraña y sentarme. Logrado el objetivo, es momento de echar una cabezadita antes de llegar a mi destino. No puedo. Una vibración en el bolsillo, zumbido punzante, provoca que mi mano se apresure a retirar al causante, como espantando una mosca. Un móvil, mi móvil. Lo desbloqueo apretando un botón lateral, y la pantalla se ilumina, mostrándome una notificación. Un mensaje. Un whatsapp.
¿Quién se habrá molestado en escribirme a esas horas? ¡Sólo son las seis de la mañana! Pulso el icono verde circular, y selecciono la conversación que se ha iniciado. El mensaje no procede de ninguno de mis contactos. Escrito en mayúsculas, leo:
MORS CERTA, HORA INCERTA
Observo el perfil del mensajero. No tiene foto y el número es +6666. Debe ser una broma. Me recuesto de nuevo e intento dormir. Sobre mí, uno de los fluorescentes de la luz parpadea.
Tras lo que me han parecido cinco minutos, despierto sobresaltada. El tren se ha parado.
– Por motivo de avería, se han suspendido algunos servicios que podrían afectar su viaje. Disculpen las molestias.- Se oye por megafonía.
Qué estupenda noticia, voy a llegar tarde al trabajo, y soy la que hace el relevo. No disculpo las molestias, me enervo y me bajo en la siguiente parada: iré andando. Empezamos bien el lunes.
Al salir, el tubo de luz parpadeante cae, habiendo faltado poco para golpearme en la cabeza, o algo peor. Doy un respingo, noto unos gritos de sorpresa (¿y terror?) a mis espaldas, pero no me detengo, bastante tiempo he perdido ya. Me dirijo hacia la salida, tomando para ello el camino de un largo pasillo, que parece interminable. Mientras sigo andando, a paso ligero, el abejorro vuelve a zumbar en mi bolsillo. ¿Otro whatsapp? ¿Qué ocurre esta mañana? Hago caso omiso, acomodo mi bolso de mano lo mejor que puedo sobre el hombro derecho y echo a correr. A lo largo del túnel, asombrosamente, no vislumbro a nadie…Corro con más energía y choco de improviso contra una mujer de cabello negro largo, provocando la caída del periódico que estaba leyendo. Por algún motivo me fijo en el titular:
MORS CERTA, HORA INCERTA
Será una casualidad. Estoy nerviosa por llegar a mi destino de una vez por todas y, a estas alturas, leo cosas que no son. Sigo corriendo, ¡ya vislumbro el final del pasillo! Al fin encontraré las escaleras de la salida adecuada y sólo me retrasaré unos minutos, si pego un ‘sprint’ final. ¡Es mi primer trabajo! No quiero causar una mala impresión, la puntualidad en el Hotel Estrella es muy importante y tengo que sustituir a la recepcionista del turno de noche, que estará agotada… ¡Corre! ¡Corre! Siento que mi corazón se va a salir de la prisión que lo encadena.
Sin embargo, ocurre algo inesperado: el pasillo no da a la salida, si no a otro andén. Por otro lado, mis piernas no quieren parar.
Como si no obedeciesen las órdenes (cada vez más acuciantes) de mi cerebro, los dos galgos que ahora parece que tengo por extremidades, prosiguen su ritmo y velocidad. Me quedo muda de espanto, mientras la zanja oscura se va abriendo ante mis ojos, más y más cercana. Trato de alarmar a los pasajeros que están a mi alrededor, pero todos están absortos mirando la pantalla de sus teléfonos móviles. Hipnotizados. Anestesiados. Idiotizados. Ajenos a la realidad circundante.
Ante mi inminente final, lo único que me queda hacer es cerrar los ojos.
Un dolor punzante en la espinilla hace que los abra, como accionando un resorte. Algo me ha golpeado, consiguiendo que me pare. Noto a mi lado una presencia: un ciego sujeta de forma majestuosa su bastón de metal.
-Ten cuidado, chica.- Me advierte- Aún eres muy joven para morir, ¿verdad?
Algo en su sonrisa me inquieta.
Decido salir a la superficie cuanto antes, el móvil sigue vibrando en mi bolsillo. Me concentro y esta vez escojo salir por el claustrofóbico ascensor, atestado de gente. Transcurren unos minutos antes de que ascienda. Cuando lo hace y se abren las puertas respiro aliviada al notar la cegadora luz del sol. Miro mi reloj: las siete. A las ocho el personal tiene que estar haciendo sus funciones, y tardo media hora desde esa salida. Afortunadamente, justo en frente acaba de llegar el autobús que aparca en la esquina de mi trabajo… ¡Aún tengo una oportunidad!
Con agilidad felina, subo, diviso en la distancia asiento y lo tomo. Por la amplia ventana del bus veo al mismo ciego que hace escasos minutos ha salvado mi vida, pero le pierdo la pista entre la multitud. Trato de calmarme, hago caso omiso al zumbido de mi bolsillo y saco un libro de mi bolso, abriéndolo por la primera página. En realidad no es un libro como tal, sino el adelanto de un ‘Best Seller’ que me regalaron ayer con la compra de unos CDs. Servirá para distraerme, o eso espero…
Una anciana se sienta a mi lado e interrumpe mis cavilaciones.
-¡Cómo están las calles hoy! Pensé que, saliendo más temprano de casa,como he hecho otras veces, me daría tiempo a llegar donde mi hija con tranquilidad y sin mucha gente, porque cuando se llena el transporte público, muy pocos se levantan para cederte el asiento, ya sabes… ¡Ah! Este dos de mayo está resultando ser diferente. ¡Mira el autobús cómo va! ¡Y hasta han tenido que cerrar varias bocas de metro por la marcha militar! ¿Vas a trabajar, cielo?
-Sí, señora.
-¡Oh, lo siento, cielo! Seguro que preferirías haberte quedado en casa en un día como este… ¡Yo ya me estoy arrepintiendo de haber salido de la mía! Pero, ¿qué estás leyendo?- me interpela, ajustándose las grandes monturas- Durante mucho tiempo fui profesora de Latín e Historia del Arte en la Universidad Complutense, ¡qué tiempos aquellos! “La muerte es certera, su hora, incierta”. ¡Una cita muy interesante, si señorita! Espero que disfrutes de la lectura…
La mujer sigue hablando, pero yo ya no la escucho. Sin mirar si quiera el libro que tengo entre las manos, mis ojos se posan en el trayecto del autobús. Vamos a una velocidad inadecuada para circular por las calles de la ciudad. A pocos metros de distancia, un camión cisterna se aproxima, mientras el conductor está distraído charlando con una mujer rubia, bastante atractiva.
El móvil sigue vibrando en mi pantalón. Lo cojo. Seis mensajes de whatsapp.
¿Hace falta que diga qué hay escrito?
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