La máquina comenzó a sonar:

-Te va a doler un poco

-No importa-le dije mientras miraba los fluorescentes de la sala. Entonces sentí el primer pinchazo en el cuello.

* * *

3 de la mañana. Magnetismo nocturno. Los vapores del alcohol se mezclaban con el ardor que desprendían los cuerpos. Olía a perfume dulce. Estaba mareada y la música golpeaba mis oídos con fuerza, escuchaba los gritos y las risas de toda aquella gente que parecía hechizada por una magia extraña, por el ritmo de aquella música oscura que hacía vibrar el suelo. Tacones altos, pendientes de oro, trajes negros, vestidos rojos, luces azules y sonrisas brillantes que contrastaban con la sombra que cubría las miradas. Las máscaras escondían los ojos de todos los que se encontraban allí, como siempre. Aquel día, allí sentada en la barra, una chispa saltó en mi mente, todo se alejó. Miré a mi alrededor y todo me pareció un espectáculo extraño, todos aquellos cuerpos moviéndose al mismo ritmo me parecieron marionetas vacías, las luces me deslumbraban y solo veía todas aquellas máscaras. Máscaras. Máscaras que ocultaban las miradas. ¿Miradas tristes? ¿Soñadoras? ¿Sinceras o furiosas? ¿Miradas perdidas o enamoradas? Jamás podría saberlo. Jamás. Jamás caerían todas aquellas máscaras. ¡Jamás!

-¿Se encuentra bien? – me dijo un hombre que estaba a mi lado. Cuando le miré solo pude ver una máscara negra y dorada, ni rastro de sus ojos. Grité asustada y salí corriendo de allí, empujando a la gente, que me miraba sorprendida.

Abrí la puerta. Respiré profundamente el aire de la luna. Mi mente había prendido en llamas y no sentía el frío de la calle, instintivamente me quité los tacones y caminé descalza hasta la orilla. Una góndola avanzaba en silencio por el agua, como un fantasma, estaba iluminada por un solo farol que desprendía una luz amarilla y melancólica. Le hice un gesto al remero y acercó la embarcación hasta donde yo estaba. No quise ver su rostro enmascarado por si me atacaba el pánico de nuevo y clavé los ojos en mis pies.

-Buenas noches, ¿dónde quiere que la lleve?- tenía una voz cálida, apacible.

-Solo quiero dar una vuelta- mis palabras parecían retumbar desde una cueva de hielo y mis pies brillaban a la luz de la luna, blancos como el marfil. Me dio un escalofrío.

¿Qué me ocurría? ¿Por qué me comportaba de aquella manera? ¿Huir de una fiesta? ¿Asustarme por una máscara?

Poco a poco, la música atronadora de aquella sala desapareció de mis oídos y pude escuchar el silencio de la ciudad que dormía. Nos perdimos por canales estrechos y serpenteantes a cuyos lados se alzaban casas viejas. De vez en cuando, nos cruzábamos con otra góndola en la que iba alguna pareja susurrando, en los rincones se escuchaban los besos y el tintinear de las llaves. Mis llaves de casa. Las busqué en el bolso, allí estaban, al lado de mi cartera. Quizás tendría que dormir, tumbarme en la cama sin ponerme el despertador y olvidarme de aquella noche, mañana sería otro día. Quería regresar a casa. Me volví hacia el gondolero. Ya no estaba. ¡No estaba! No le vi por ningún lado. No tenía ni idea de dónde estaba, me levanté y agarrando el remo y me dispuse a buscar el camino de vuelta.

Pero estaba completamente perdida. Ya no me cruzaba con nadie. Todo estaba oscuro y solitario, solamente el farol y la luna me acompañaban. De repente sentí que el barco se deslizaba más rápido de lo normal, como impulsado por la corriente. Intenté escapar de aquella extraña fuerza pero con cada curva que tomaba se hacía más y más difícil llevar el control. Estaba sudando y el corazón me latía muy fuerte. Aceleraba cada vez más. Con grandes esfuerzos giraba hacia donde creía que se encontraba el centro de la ciudad. Pretendía salir de aquel entramado de canales estrechos y oscuros. Pero no podía. El barco se comenzó a tambalear y me senté. Aceleraba. Se deslizaba cada vez más rápido por el agua. El pulso se me disparó.

-¿Se encuentra bien? – la voz retumbó en mis oídos. Apareció en mi memoria la máscara negra y dorada y cerré los ojos, sin saber qué iba a pasar.

-¡No! ¡No me encuentro bien!-chillé desesperada

Como si el viento cambiase de repente, la embarcación se fue deteniendo poco a poco hasta llegar a las escaleras de una casa. Reconocí de repente la puerta verde de mi piso y el balcón lleno de flores de mi apartamento. Me di la vuelta y allí se encontraba el gondolero. ¡No llevaba máscara! Me quedé mirándole. Hacía muchos años que no veía los ojos de alguien. Me levanté para verlos más de cerca. Vi las pequeñas arruguitas que se le formaban en los extremos y la línea del párpado, la pupila negra brillaba con el farol y descubrí que sus ojos eran marrones con tonos verdes y amarillos. Entre la oscuridad que nos rodeaba pude ver la alegría, la esperanza, la fuerza de su mirada. Como si de una cerradura se tratase, pude atisbar algo de su historia. Me debía de haber quedado tan fascinada que él no pudo evitar sonreír.

-Perdone, nunca había visto a nadie sin máscara. ¿Cuánto le debo?

-Nada

-¿Cómo que nada?

-No me debe nada, yo apenas he remado

Aquello era verdad. Había desaparecido de repente y yo había tenido que tomar el control. Recordé los momentos en los que la góndola se había acelerado y se había tambaleado, haciéndome pasar verdadero miedo. Pero ahora, aquella historia me parecía lejana y fantasiosa, demasiado exagerada como para ser verdad. ¿Desde cuándo había corrientes tan fuertes en los canales de la ciudad? Aquel hombre no podría haber desaparecido y haber vuelto a aparecer. Sin saber exactamente qué había ocurrido, me dediqué a subir las escaleras hacia mi piso y darle gracias al gondolero.

La puerta chirrió cuando entré en mi apartamento. Fui al baño directamente para lavarme la cara. Cuando encendí la luz vi en el espejo una mujer con un vestido azul oscuro y una máscara. ¡Una máscara negra y dorada! Me asusté y me la arranqué. La tiré al suelo y en un ataque de histeria la pisoteé, desfiguré aquel rostro falso. Jamás me lo volvería a poner. Nunca más ocultaría mi mirada.

El reloj todavía marcaba las tres.

* * *

-Ya está, mira a ver si te gusta

Me dejó un espejo y vi mi cuello con aquel tres tatuado.

-¡Perfecto!

-Llevo todo el tiempo pensando por qué alguien se tatúa un tres. Normalmente la gente me pide fechas, nombres, diseños…. ¿Pero un solo número? ¿Tienes tres hijos? ¿Tres amantes?-dijo entre risas

-Nada de eso.

-¿Entonces?

Le miré intentando descubrir sus ojos ocultos bajo aquella máscara roja con diseños geométricos y dientes de metal. Era muy difícil, se refugiaban en la oscuridad y no dejaban ser observados por nadie. Me empeñé en la tarea de descifrar su mirada. Hice un gran esfuerzo y me inundó una ola de melancolía, de tristeza, de amargura. Pude ver el brillo de una lágrima. Entonces se quitó la máscara y nos quedamos mirándonos durante un largo tiempo mientras él lloraba en silencio.

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