¿Y por qué ir contando las baldosas sin tener la certeza de hacia dónde vas?¿Caminas por un motivo? ¿Para huir de algo? ¿De alguien? Vamos. Vista al frente y cabeza alta.

La alopecia se está cebando con esa persona, la consume, la arrastra, la hace objeto de burlas… Camina acelerando el paso buscando el cobijo de los rincones, saliendo del campo visual de cualquiera con quien se cruza. Es totalmente inhumano que la gente se ensañe con esa persona, la cual no se ha metido con nadie. Simplemente es diferente, y lo sabe, pero los de su alrededor no.

Tengo miedo de salir a la calle.

Tengo miedo a enamorarme de alguien.

Tengo miedo a no tener un confidente, un amigo.

Tengo miedo al futuro…

Todas estas frases retumbaban en su cabeza cada día que se miraba al espejo.

¿Por qué no puedo ser como los demás? Se preguntaba…

Quiero poder salir a la calle sin tener miedo, con mis amigos. Conocer a otras personas, tener a alguien que se muera de ganas por tenerme… Ser lo que la sociedad denomina «normal».

No hacía mucho que había dejado los juguetes, y ya tenía temor a la vida. Como esos padres primerizos que si fuera por ellos meterían a sus hijos en una burbuja.

A penas contaba 13 años, y sin embargo, tenía la actitud de un adulto. Una madurez impropia de alguien de su edad, lo que llamaba mucho la atención entre la gente.

¿Y entonces por qué le importa la opinión de los demás? En el fondo, a todos nos importa. Nos importa porque vamos buscando la aceptación de los demás. Necesitamos ser conocidos. Envidiados. Buscamos nuestro hueco en la sociedad a base de méritos o invocando a la suerte. Nadie merece pasar desapercibido en el mundo, ya que si estamos en él es por alguna razón. Cada persona debe sumar. Aunque también, la suerte hay que buscarla, y los méritos hay que llevarlos a cabo.

13 años. Juventud, mucho tiempo por delante para sumar, para hacerse hueco en la sociedad, para hacerse notar. Para vivir. ¿Por qué no vivir viviendo? Pues porque nuestro protagonista es alopécico, tiene 13 años y se llama Leonor. Carece de amigos y esperanza de vida. ¿El por qué? Esa pregunta sobra… Todos sabemos la respuesta. No tiene amigos porque se ha pasado la mitad de su vida de un hospital a otro. Más de 35 médicos conocen su historial. Innumerables marcas en su cuerpo demuestran que ha pasado por varios tratamientos, y otras son simplemente el resultado de su frustración. Dichos tratamientos, como es habitual, han hecho que a Leonor se le caiga el pelo. Se ha ido el pelo, pero no su enfermedad…

¿Y por qué no se tapa la cabeza? Hay gorros, gorras y pañuelos muy bonitos que pueden disimularlo.

¿Para qué? ¿Quién quiere disimular que se está muriendo? ¿Acaso tus familiares o los que más te aprecian desconocen que tienes una enfermedad terminal?

Ella no quería nada que tapara su cabeza desnuda, ya que fue ella misma quien decidió anticiparse al daño del veneno en su organismo.

-Mamá, yo quería ser modelo, pero sin pelo no me va a contratar nadie. Decía entristecida.

-Puedes ser lo que te propongas cariño. Lo que realmente quieras. Sólo tienes que marcarte tus metas, y conseguirás cualquier cosa. Porque eres preciosa, tal y como eres.

Y esa madre cada noche se encerraba en el baño, se sentaba en la taza del inodoro y, mientras el agua de la ducha sonaba como la lluvia en pleno otoño, ella lloraba desconsolada, maldiciendo mil veces en silencio la enfermedad de su hija. Su temor. Su impotencia. Que su hija no pudiera aguantar… Pero no le dolía el hecho en sí de poder perderla a la edad de 13 años, y que la dejara sola. Tenía miedo de que su hija no pudiera cumplir sus sueños, sus metas.

Cuántas noches se ha pasado mordiendo la almohada, gritando:

¡¿Por qué a mi hija?! ¡¿Por qué no me ha tocado a mí?!

Las lágrimas volvían a encharcar la almohada una noche más…

Sonia, la madre de Leonor, cría a su hija ella sola desde los 7 años, cuando un borracho decidió coger el coche, y a las 2 de la madrugada de un viernes, el padre de Leonor se encontraba en el sitio equivocado, en el momento equivocado…

Para Sonia y Leonor fue un mazazo. Alberto, padre y marido, murió en la segunda planta del hospital donde se encontraba su mujer acompañando a su hija ingresada.

¿Qué hacía Alberto a las 2 de la madrugada un viernes por la calle? Ya que él había dejado su trabajo para estar con su hija.

Pues aquella noche tuvo la idea de darles a su mujer y a su hija una sorpresa. Un par de hamburguesas y refrescos del mcdonals 24 horas. Sólo quería ver la sonrisa en la cara de su hija una vez más.

Un «gracias por su compra» fue lo último que leyó.

Se seguían sucediendo las visitas al hospital. Una tras otra. Ya todo era mecánico. 7 años de tratamientos sólo habían servido para que Leonor y su madre no perdieran la esperanza. Es lo último que se pierde, ¿no?

Tras años luchando, Leonor estaba muy cansada, pero tanto ella como su madre mantenían la idea de ser modelo y manager respectivamente.

Al final el tratamiento parecía surtir efecto. Era uno de esos inventos nuevos que se prueban con los humanos, utilizándolos como «conejillos de indias», esperando a que den buenos resultados.

Ya era hora de que algo les saliera bien. De que la vida les sonriera un poco a madre e hija. De no tener que estar durmiendo con un ojo abierto y el coche en marcha.

Sí, ya era la hora de curarse, de poder realizar todo lo que había deseado. De poder soñar en un futuro donde poder tener seres queridos sin miedo a perderlos.

Ese era el momento justo. Era la hora perfecta.

Pero leonor, no tenía reloj, y se le acabó el tiempo.

El tratamiento dio resultados durante 3 días. Al cuarto, las enfermeras despertaron a Sonia que se había quedado dormida en la sala de espera entre lágrimas, presa del agotamiento. Su hija, Leonor, probablemente estaría ya abrazada a su padre.

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