La mujer de la niebla

La mujer de la niebla

Desire FT

05/05/2017

Buscador de historias que a estas páginas te asomas tratando de encontrar alguna cosa que merezca tu atención, abre bien los ojos pues lo que pretendo contarte te asombrará y te sobrecogerá; pero antes piensa bien lo que vas a hacer pues si te adentras en la lectura, no podrás escapar de ella…


La mujer de la niebla

Este suceso acaeció en un feudo del medioevo en una época en la que se creía en demonios, dragones y bestias de otros mundos. Una época en la que la brujería estaba en la orden del día.

En esos tiempos la familia González Araya surcaba los campos de Castilla llevando adónde quiera que fuera el honor y la nobleza de su estirpe. Su riqueza era conocida en todo el reino y el rey los tenía en gran estima. Eran guerreros natos y conquistadores en lo necesario…

Y te preguntarás: Si eran tan famosos, ¿por qué nunca he oído hablar de ellos?

La respuesta es muy simple. En el pasado tuvo lugar un extraño y fatídico suceso que borraría su nombre del mapa para siempre. Me gustaría dejarte con la intriga y hacerte investigar para saciar tu curiosidad, pero voy a olvidarme de eso. Yo conozco la historia porque una bruja me la contó hace tiempo en una noche de Aquelarre a la luz de la hoguera. Y ahora te la voy a contar a ti.

Esta es su historia…

Cinco eran en la familia; los señores y sus tres hijos.

La mujer quedó embarazada de nuevo y todos daban por hecho que sería un niño, un varón fuerte y sano como sus hermanos. Sin embargo no fue así…

Era una fría noche de invierno en la que la niebla lo cubría todo, consumiendo hasta el más pequeño resto de actividad bajo su velo blanco. Fuera de la habitación todos esperaban expectantes que la matrona saliera. Y así fue. La mujer salió con un bebé entre sus brazos y se lo dio al señor. Este miraba fascinado a su hija, una pequeña de tez pálida y mejillas sonrosadas. Sus intensos ojos azules intentaban verlo todo y su cabello era apenas una pelusilla morena. Era una niña preciosa. La llamaron Laura, en honor a su abuela materna.

Los años pasaron y Laura fue creciendo sin el calor de su madre, fallecida en el parto, haciéndose más hermosa día tras día bajo las atónitas miradas de sus hermanos, pero también más fría y distante.

Al contrario que el resto de las chicas de su edad, quienes deseaban que llegase la primavera para ir al campo a buscar flores, Laura prefería los fríos días de invierno en los que salía a pasear, a observar la bruma cubriendo el lecho del río. Le encantaban los días de nieve en los que ningún alma se atrevía a pasearse por el campo. Ningún alma, salvo ella. Esos eran los momentos en los que podía estar sola, sentarse en la blancura de la nieve y pensar.

Con el tiempo Laura dejó de ser una niña para ser una mujer. Y alcanzada la mayoría de edad llegó el momento de casarla.

Este hecho no agradaba para nada a la joven, pues pensaba que el matrimonio no era más que una pérdida de tiempo, la manera que un padre tenía de liberarse de sus hijas. Pero algo hizo que cambiara de opinión…

Un día conoció a un joven caballero que cabalgaba entre las brumas. Su brillante armadura iba llenándose poco a poco de copos de nieve que resbalaban convirtiéndose en agua. Su figura le pareció tan imponente y regia que quedó prendada de ella. El caballero también se percató de su presencia y fue a su encuentro quitándose el yelmo y descubriendo, ante los ojos de Laura, su rostro joven y apuesto.

Pasaron los días y los encuentros entre los jóvenes eran cada vez más frecuentes. Entre ellos había brotado la llama del amor que poco a poco iba derritiendo el frío corazón de Laura.

Y llegó el momento en el que el joven decidió pedir su mano.

Ella estaba encantada con ello, pero algo en su interior le decía que no, que eso no debía de ocurrir. Incluso el viento parecía susurrarle que no lo permitiera. Aun así hizo caso omiso a sus sensaciones y dejó que las cosas siguieran su curso.

El joven pidió su mano y el padre accedió encantado ante la noticia puesto que el joven era el hijo de un gran amigo suyo, por lo que no habría ningún problema en desposar a su hija con él. Además eso añadiría riquezas y honor a ambas estirpes por lo que el beneficio sería común.

Quedó acordada la boda en marzo, con la primavera como testigo de las nupcias.

Llegaba ya el final del invierno y cada vez la boda estaba más cerca. Los enamorados deseaban que el día llegara con todas sus fuerzas, pero antes el joven había de partir para ver al rey y que éste les diera su bendición para así poder casarse.

Partió al alba. Laura pasó todo el día frente a la ventana, esperando el regreso de su amado. Era un día hermoso. Ya comenzaba a divisarse la llegada de la primavera; la nieve comenzaba a derretirse dejando que alguna pequeña flor brotase buscando un poco de luz para poder crecer. Los animales comenzaban a emerger de sus madrigueras y todo volvía de nuevo a la vida.

Pero pasó el día y el joven seguía sin regresar.

Ante la insistencia de Laura de esperarle, comenzó a bajar la niebla. Al principio parecía poca pero acabó por ocultar hasta el más pequeño resto de mundo llenándolo todo de un manto blanco interminable. Y mirando el manto que tanto la fascinaba, Laura se quedó dormida.

Cuando despertó al día siguiente la niebla ya se había marchado y todo volvía a la normalidad, salvo el joven, que continuaba sin volver.

Un extraño malestar invadió todo su ser, provocándole un intenso escalofrío.

Unos hombres se acercaban con un carro. Parecían llevar a alguien. Tenía que saber a quién.

La desazón se hacía más fuerte cuanto más se acercaba. Intentó llegar hasta los hombres pero su padre la impidió pasar. Por alguna razón no quería que lo viera. Eso no era bueno. Hábilmente se abrió paso y llegó al carro, descubriendo para su pesar que quien yacía en él no era ni más ni menos que su amado. Su piel estaba helada y sus ojos estaban abiertos y completamente blancos como si hubiera sido sorprendido por una presencia fantasmal en su camino una presencia que le hubiera arrebatado el alma. Estaba muerto.

Laura trató de olvidar ese suceso, borrándolo de su mente para siempre.

Su amor por el invierno comenzó poco a poco a mermar. Sus doncellas de confianza la ayudaron a conseguir aceptar y amar la primavera. Laura cambió.

Una noche invernal esas doncellas tuvieron que volver a sus casas atravesando la niebla del campo. Al día siguiente, aparecieron muertas con la misma expresión que el amado de Laura años atrás.

Por todas partes comenzó a difundirse el rumor de la maldición de la familia, la cual había llegado con Laura. Comenzando con la muerte de su madre tras el parto y continuando…

Nuevas doncellas llegaron y al comenzar a cambiar la manera de pensar de Laura una vez más, se fueron.

Los rumores cada vez eran mayores y ya nadie se atrevía a ser su doncella o acercarse a ella. Todo aquel que la apartaba de la oscuridad, del invierno y de su fría mente, terminaba muerto con el horror en su cara.

Ante la difusión de los rumores y la tristeza de Laura, quien no sabía qué pensar, la familia tomó la decisión de marcharse, de dejar el lugar e irse a vivir al sur, con el sol y el calor. Laura aceptó la idea y prepararon todo para irse la semana después.

El viaje sería largo y ella no quería dejar el invierno así que prefirió marcharse unos días después que su padre y sus hermanos… pero no le dio tiempo. El día de su marcha, cuando se preparaba, un mensajero llegó a palacio. Traía malas noticias: su padre y sus hermanos habían muerto en un accidente una noche de niebla.

Desgarrada con la noticia Laura salió corriendo en dirección al campo.

NIEBLA, esa maldita palabra siempre estaba ahí. Todas las muertes habían sido UNA NOCHE DE NIEBLA. Todas las muertes se habían producido cuando ella estaba consiguiendo alejarse u olvidarse del invierno y su manto blanco de NIEBLA.

Esa palabra. Esa maldita palabra.

Mientras lo pensaba, una mujer, ya anciana, notándose los estragos del tiempo en su cuerpo, se puso ante ella. -¡Maldita!- gritó.

Laura no entendía nada, más la anciana prosiguió.

-Tú, tu nacimiento; ¡todo está maldito! Todas las muertes son por tu culpa. Comenzando por la de tu madre.

-¿Qué quiere decir con eso? –preguntaba Laura confundida.

-Tu madre murió por tu culpa. La niebla se la llevó. Igual que a tu padre, tus hermanos y todos los que querían hacerte cambiar. ¡Todos murieron por tu culpa! Tu mente y tu alma necesitan ser frías o todo lo que haya a tu alrededor será irremediablemente engullido por la niebla.

La NIEBLA. Todo empezaba con eso, todo terminaba con eso.

Incapaz de creerlo, salió corriendo hacia el manto blanco que tanto la había fascinado, adentrándose en la oscuridad de la noche. A lo lejos oía a la anciana aún, gritándole, pero su voz se disipaba al alejarse de ella. Mientras corría su cabello se iba volviendo blanco y sus ojos griseando mientras desaparece confundiéndose con las brumas del alba que comenzaban a disiparse a medida que salía el sol.

Al día siguiente nadie la encontró.

Todos los que fueron al palacio en su busca lo encontraron deshabitado y polvoriento, lleno de telarañas como si en realidad nunca hubiera habido nadie viviendo allí. Ni siquiera las tierras resistieron. Las nieblas y el frío lo habían cubierto todo por completo sin dejar nada fértil.

Esa casa ya no se conserva, quedó destruida, quemada por aquellos que la consideraban maldita; y la historia fue tapándose poco a poco con las sombras del tiempo.


Muchas son las personas que dicen haber visto con las nieblas invernales de la mañana, al salir a trabajar al campo o con las nieblas de la noche, desde la comodidad de su casa o incluso en las brumas de las aguas a una mujer de cabellos blancos y grandes ojos grises como destellos en medio de la nada, que observan atentamente a cualquier ser curioso que se atreva a mirar en su inmenso abismo de vacío. Algunos quedan atrapados en las nieblas de su mirada, pero otros logran escapar de su hechizo a tiempo y así poder contarlo.

Es cierto que son pocos pero gracias a ellos ahora puedes conocer esta historia. Pero ten cuidado.

No cometas el error de caminar solo durante el frío invierno por los campos castellanos o podrías ser la próxima alma que caiga en el olvido.

Y recuerda:

Si ves un destello en medio de la niebla, vislumbras la figura de una mujer en la oscuridad de una noche invernal o ves alguien caminando entre las brumas, no te dejes guiar por la curiosidad o será tu perdición.

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