No sabe dónde está, ni por qué está encerrada. La habitación que le confina es húmeda, sin casi un ápice de luz, sin ventanas. La única entrada y salida es una puerta de madera carcomida. El pomo está oxidado. Intenta forzarlo y no cede. Grita, pero no aparece nadie. Da golpes en las paredes, pero no aparece nadie. Araña la madera de la puerta, pero no aparece nadie. Nadie aparece a rescatarla.

La angustia le empieza a recorrer la sangre, haciendo que su corazón palpite con mucha fuerza. Se acuclilla en la esquina más cercana a la puerta. La incertidumbre y el miedo aparecen en forma de llanto desconsolado. Por primera vez en mucho tiempo, no tiene el control.

Siempre ha sido una chica alegre, despistada, con mucha energía y rebosante de optimismo. Desde pequeña todo lo que el mundo le ofrecía le gustaba. Algunos la llamaban conformista, pero así era feliz. Pero ahora nada de eso le queda. No puede moverse, sus músculos están tensados y siente el frío hasta en el último de sus huesos. Entre hipidos y lágrimas, comienza a inspirar y espirar muy profundo, quiere retomar el control sobre su cuerpo.

Tras diez minutos de respiraciones profundas su llanto se acalla e intenta hacer memoria. Recuerda levantarse a las 8 de la mañana, como todos los días. Se ducha y se prepara para ir al trabajo. Se pone los cascos y la música y sale de casa, sin olvidarse las llaves. Coge el metro que le deja a 10 minutos andando del trabajo. Una vez en el vagón observa a la gente. Le gusta imaginarse las historias que esconden los rostros somnolientos. A la salida del metro le para una gitana, que se empeña en leerle la mano a cambio de 2 euros. Intenta negarse, pero su falta de asertividad beneficia a la gitana y a cambio del dinero estipulado le toma la mano.

– Estás sola. – le dice pasando las yemas de sus dedos por la palma de la mano.

– No estoy sola, tengo mucha gente a mi alrededor.

– Estás mucho más sola de lo que te piensas.

Un murmullo, su propio murmullo, le hace volver en sí misma, a la lúgubre habitación. No se había parado a pensar en lo que le dijo la gitana hasta ahora.

– No estoy sola. – masculla entre dientes.

Claro que no está sola. Tiene don de gentes. Todo el mundo admira su forma de relacionarse con las personas. Cuenta con sus padres, con sus amigas, con sus compañeros de trabajo… Y ellos cuentan con ella. ¿No?

– No estoy sola. – repite por tercera vez en este día.

Se escucha un chasquido, y aparece un haz de luz por la ranura de la puerta. Se levanta de un salto y corre hacia la puerta. Grita y aporrea la puerta hasta quedarse sin voz y sin fuerzas. No recibe contestación. Se apaga la luz de la habitación contigua y, apoyada en la puerta, deja vencer su cuerpo y se sienta en el suelo. Vuelven los sollozos nerviosos. Pasa tiempo hasta que vuelve a calmarse y, al levantar la cabeza de sus rodillas, ve una hoja en el suelo doblada por la mitad. Con delicadeza se acerca y la recoge con dos dedos. Apenas hay luz en el cuarto, por lo que entrecierra los ojos y se fuerza para leer el mensaje.

“6 de julio de 2008

Nadal vs Federer

¿Dónde estaban ellos?”

– ¿6 de Julio? – exclama en voz alta con extrañeza tras releer la nota varias veces.

¿Quién era ella en 2008? ¿Quién envía esa nota? Un torbellino de preguntas se agolpa en su cabeza. Se levanta enfadada, arruga el papel que tiene en las manos y lo lanza con fuerza lo más lejos que puede. Camina de un lado a otro tratando de recordar. Y una bombilla se le enciende.

Tenía en 2008 ya 16 años recién cumplidos. Lo que le ha hecho recordar ha sido la final de Wimbledon que jugaron Nadal y Federer. Se acuerda bien porque sus padres decidieron tomarse unas vacaciones y visitar la ciudad donde se celebraba el partido. Los días pasaban iguales, pero a ella no le importaba, estaba de vacaciones. Estaba sola en casa. Recuerda con claridad tener la televisión encendida con el tenis de fondo. Se estaba mirando al espejo. Estaba en esa época en la que sacarse a relucir todos los defectos era su deporte favorito. De pronto un sentimiento de amargura y de vacío le pegó como un golpe de calor. En los dedos de una mano no le cabían las fallas que se encontraba. Se sentía indefensa, sin control, como se está sintiendo ahora. La casa se le caía encima y sin pensar, salió por la puerta y se puso a correr tan rápido como pudo. No paró hasta que notó que los pulmones se le salían por la boca. Volvió arrastrando los pies hasta llegar a casa. Ya había anochecido cuando, en la puerta, se dio cuenta de que había olvidado las llaves. Con lágrimas en los ojos se acurrucó en una esquina del portal. Esperó a que alguien llegase, estaba sola.

– ¡No fue culpa de nadie! – grita enfadada. – No quiere decir que estuviese sola, tan sólo elegí no avisar a nadie.

Sus padres no tuvieron la culpa, eso lo sabe ella bien, pero también sabe que en ese momento necesitó algo más que una regañina cuando la encontraron al día siguiente en la misma posición. Necesitó un abrazo, necesitó un “todo va a salir bien”.

Se acurruca en el suelo y el cansancio le vence la batalla. Dormita durante un par de horas hasta que nota una gota de agua le cae en la cabeza. Mira hacia el techo y vuelve a caer otra gota.

– Esto tiene que ser una broma. – se dice a sí misma.

En ese mismo momento ve como se vuelve a encender la luz en la habitación de al lado. Esta vez se queda inmóvil y espera. Se desliza por la ranura de la puerta otro papel. Se acerca poco a poco y acerca su oreja a la madera, pero no escucha nada.

– ¡Qué quieres de mí! – chilla aporreando la puerta.

Pero como era de esperar, no recibe contestación alguna. Es entonces cuando se dispone a leer el segundo mensaje que le han enviado.

“18 de mayo de 2010

Hey, Soul Sister

¿Dónde estaban ellas?”

De esto sí que se acuerda bien. No puede siquiera escuchar esa canción de Train sin que le vengan todos los recuerdos de aquel día a la cabeza.

Había quedado a las 11 con sus amigas para salir de fiesta. Acababa de terminar los exámenes globales de 2º de Bachillerato y eso había que celebrarlo. Hace memoria y las imágenes se le vienen a la mente con claridad. Antes de ir al sitio acordado, fue a ver a Íñigo, su novio del momento, con el que llevaba más de un año saliendo. Estaban sentados en una terraza cuando éste pronunció la sentencia de muerte.

– Lo siento, no puedo seguir contigo. No has hecho nada malo, pero simplemente, ya no te quiero como antes. Quiero estar con otras chicas, no sólo contigo. Espero que podamos seguir siendo amigos.

Se levantó ella de la silla sin mediar palabra y se marchó de ahí. Otra vez apareció ese sentimiento de amargura y de vacío. Empezó a correr hasta que notó que el pecho le iba a explotar. Retomó el control, se tranquilizó, y se fue con sus amigas. Bebió hasta no sentir nada, y cuando se quiso dar cuenta no podía andar en línea recta. En la discoteca sentía la música como un cosquilleo en el cuerpo. Pusieron Hey, Soul Sister, la canción que tenía con sus amigas y se acercó al grupo donde estaban. No se había fijado que había un par de chicos con ellas.

– Tía, vas borrachísima. Nos estas poniendo en ridículo. – le dijo una. – cógete un taxi y vete a casa.

– Nos volvemos juntas ¿no? No quiero volver sola a estas horas.

– No nos arruines la noche, anda. Aunque te haya dejado tu novio no tienes que ser la protagonista siempre.

Cabizbaja salió de la discoteca y se puso a andar sin rumbo.

– ¡Eso no fue culpa de ellas! – grita enfadada. – Bebí demasiado, era un día para celebrar, no para lloriquear.

Lo tiene claro, no fue culpa de sus amigas que apareciese a las 9 de la mañana en casa destrozada y agotada. Fue su decisión beber, pero necesitó un abrazo, necesitó un “todo va a ir bien”.

– No entiendo que hago aquí, no entiendo los mensajes. – solloza.

Se sienta en frente de la puerta a la espera del siguiente mensaje. Tiene una actitud desafiante, nadie va a poder con ella sin antes luchar. No va a dejar que las cuatro paredes en las que se encuentra se le caigan encima. Va a salir de ahí como sea.

A un ritmo pausado se escuchan las gotas del techo colisionar con el suelo. Entonces aparece la luz por tercera vez, así como el papel por debajo de la puerta.

“29 de septiembre de 2015

Pastillas

¿Dónde están?”

Eso es hoy. Hoy es 29 de septiembre. Su mirada recorre toda la habitación.

– ¿Qué me ha sucedido hoy?

Cuando logra zafase de la gitana, camina rápido hasta llegar a la oficina. A las 9 en punto esta ya sentada en su mesa correspondiente preparando unos papeles para una reunión importante. El jefe de su departamento le llama a su despacho.

– Mira, no sé porque tengo que ser yo el que te diga esto. – dice el jefe mientras le mira fijamente a los ojos. – Ya sabes como estamos con la crisis, y necesitamos hacer recortes. La plantilla ha decidido que el primer despido sea el tuyo. Pero no te lo tomes a mal, eres joven y encontrarás trabajo rápido.

Se levanta y sale del despacho. Va a su sitio y le invade aquel sentimiento que ya conoce de amargura y de vacío. Recoge sus cosas a gran velocidad e ignorando a sus compañeros, esos que han decidido que se tiene que marchar, sale corriendo. Corre y corre hasta que sus pulmones y su corazón dicen basta.

– ¡Eso sí que ha sido su culpa! – exclama enfadada. – ¿Era eso lo que querías escuchar? Me han traicionado. Todo el mundo me ha traicionado alguna vez. ¿Cómo puedo ser tan tonta de seguir confiando en la gente?

Dicho esto, se derrumba en el suelo y llora. Llora tanto que pierde la noción del tiempo. Hasta que no termina de derramar la última lágrima no se da cuenta de que hay otro papel en el suelo.

“¿Qué más pasó?”

– Llegué a casa. Me sentía perdida. No quería hablar con nadie. Nadie puede apaciguar ese sentimiento más que yo. Estaba muy triste. Tenía que retomar el control para no sentir tanto dolor.

En la otra cara del papel hay otro mensaje.

“Entonces sí que sabes porqué estas aquí”

Se ha cansado de llorar. Sabe por qué está ahí. Sabe que en algunos momentos de su vida se ha dejado vencer. Pero ahora no lo va a hacer. Va a luchar. Va a ganar.

– No me importa que me hayan fallado alguna vez. No me importa a veces sentirme sola. No me importa perder cosas. No me importa. – grita con todas sus fuerzas. – Si para sentir todo lo bueno necesito sufrir, estoy dispuesta a que me fallen quinientas veces más. Si para ganar cosas necesito perder otras, estoy dispuesta a deshacerme de todo lo que tengo.

Las paredes de la habitación comienzan a desmoronarse. El suelo y el techo desaparecen.

Todo se vuelve negro y cierra los ojos con fuerza.

Al abrirlos, luces blancas fosforescentes le ciegan.

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