Me he despertado solo otra vez en la cama. Te busco, inconscientemente, entre las sombras. No estás, te has vuelto a marchar. Al salir al pasillo, te encuentro tirada en medio de él. Ya no te quedan fuerzas tan siquiera para llegar al baño, donde acostumbras a ir cuando no estás bien. Vamos, volvamos a la cama, te taparé y ya mañana veremos qué nos dice el veterinario. Sufres, quieres estar sola en tu dolor, lo puedo entender. Intentas esconderte de nuevo, pero dar unos cuantos pasos te deja exhausta en el suelo. Tus quejidos me dicen que el mañana es demasiado tiempo para ti. Tu cuerpo a duras penas resiste, tus pulmones están débiles.
Son las tres de la madrugada de un miércoles que no pretendía ser recordado.
Descuelgo el teléfono, hago la llamada. Nos espera, sin problema.
Floto bajo la oscuridad de la noche. Realmente no sé donde me encuentro. Soy un autómata manejado por un GPS, que me guía por un camino donde cada paso me desgarra. Las calles se muestran desnudas, con todas sus imperfecciones a la escasa luz, procedente del alumbrado público. La llevo acunada entre mis brazos. Me miras con tus grandes y curiosos ojos, no sabes qué sucede. Estás tensa, algo normal en las circunstancias que nos atañen. Tus uñas se clavan en mi piel, y tu respiración, grave y esforzada, en mis entrañas. Te acaricio la cabeza, mitad blanca mitad naranja, y te digo que todo va a salir bien. Nadie se cree la mentira, nunca se me dio bien mentir, para ser sincero. Aún así, me agradeces el esfuerzo, lamiéndome la mano.
Ya hemos llegado. El abismo se levanta ante mí, con un escueto rótulo:
Urgencias
24 Horas
Toco el timbre. Por la cabeza me pasan mil lugares donde preferiría estar. Es tarde para el retorno. La puerta se abre, la veterinaria de guardia me invita a pasar. Parece afable, familiarizada a la tragedia que se aproxima, inquebrantable. Te va a echar un vistazo, a ver qué te sucede. Nos hace pasar a la sala de consultas.
La estancia es gélida como un invierno ártico, ese frío de una sala llena de objetos metálicos. Coloca una toalla encima de la mesa donde le va a practicar el diagnóstico, y yo te deposito con toda la suavidad que puedo en ella. Tras unos minutos, que se me hacen eternos, me da la mala noticia. La noticia que estaba esperando. La noticia que no quería recibir. La noticia que la esperanza creía erróneamente que no escucharía.
Hay que sacrificarte, Missi. Mi pequeña, peluda y vieja amiga gatuna. Todo transcurre a una velocidad desenfrenada. Cada segundo es una imagen que se incrusta en mi memoria como hileras de cristales afilados.
—Es indoloro, no te preocupes, no va a sufrir—dice la veterinaria.
Primero te dormirá. Luego te inyectará la muerte, y podrás descansar tranquila. El dolor desaparecerá, podrás reunirte con los tuyos. Te daría veinte años de mi vida, si pudiera. ¿Es egoísta este pensamiento, retrasar tu reencuentro? Nunca lo había visto así hasta este momento.
Catorce años a mi lado, y no tengo nada que reprocharte. Sí, me has llenado la ropa de pelo, roto innumerables objetos personales, despertado a las tantas de la mañana por tu capricho de no querer comerte los que te puse a la hora de la cena… Sin embargo a nada de eso le di importancia, porque te tenía conmigo. En el aire, la sensación de la despedida me hace tambalearme. Qué decirte ahora, que estás encarando una senda lejos de mí.
—Te quiero, ¿lo sabes, verdad? Te quiero y eso no va a cambiar—le digo. Ella me mira, somnolienta. Creo que ha entendido que nos despedimos.
Quince minutos tarda en hacerte efecto el sedante. Son los últimos minutos que pasamos juntos. Intento protegerme del golpe, usando la lógica más inhumana que pueda encontrar.
Solo es un animal, solo es un gato.
Pero lloro. Joder, lloro. Incontenible, el llanto dispara a bocajarro, y las arrugas de mi piel se convierten en ríos de un caudal desbordado. No es un animal, es un pedazo de mí, es parte de mi familia.
—Haces bien, le estás ahorrando sufrimiento. Mucha gente en estas circunstancias no haría lo que haces tú—me dice la veterinaria, intentando tranquilizarme.
La inyección está lista. Le doy permiso para que continúe. Me quedo allí, sin pensar en ningún momento en abandonarte. Te busca la vena en varias de tus patas. No puede hacerlo así, las venas están frágiles y no soportan la presión de la aguja.
Tú sigues durmiendo, como no lo habías hecho desde hacía tiempo. Me pregunto si estás soñando, y si es así, en qué. Ojalá pudiera averiguarlo. Se te ve tan apacible, ignorante de todo lo que está a tu alrededor.
—Tengo que pincharle en la yugular. Necesito que me ayudes. Sujétale la cabeza—dice la veterinaria.
Te sostengo entre mis manos, que tiemblan. Siento un ronroneo forzado, proveniente de tu garganta. Recuerdo cuando toda tú cabías en una palma de mi mano, rebosante de vida, llena de curiosidad por el mundo que te rodeaba.
Ya queda poco, aguanta. El cóctel entra en ti. Los últimos granos de arena sucumben al vacío. Unos segundos más tarde no siento nada, tu respiración se corta. Todo acabó. ¿En qué momento dejaste de ser tú, en qué instante te fuiste de este lugar?
Miro tu cuerpo inerte. Pesabas cinco kilos, y me has dejado un agujero enorme en mi ser. ¿Cómo es posible? La veterinaria me pregunta si quiero llevarme tu cadáver, le respondo que no. No tiene sentido, esa no eres tú, lo que te hacía única desapareció. Solo queda la funda donde residiste temporalmente. Toco tu pelaje suave. Ya no hay calor ni nada que merezca la pena en él. Tus ojos ya no brillan.
Son las cinco de la madrugada. Al abrir la puerta nadie sale a mi encuentro por el pasillo. Nadie se frota contra mis pantalones. No sucede nada.
La cama se convierte en la costa donde vienen a dar los restos del naufragio en que me he convertido. Me quedo toda la noche pensando. Creo que tengo un examen de la universidad, o una cita por la mañana. No lo sé, me cuesta el simple hecho de respirar.
¿Te acordarás de mí? Deseo que sea así, porque no puedo olvidarte. Espero de corazón que te dejes encontrar cuando a mí me toque partir, y podamos ronronear juntos como en los viejos y buenos tiempos, porque lo primero que haré será buscarte.
OPINIONES Y COMENTARIOS